Libro de Ejercicios – Tema 9 – Lección 307
Y con esta plegaria nos sumergimos silenciosamente en un estado en el que el conflicto es imposible, pues hemos unido nuestra santa voluntad a la de Dios, en reconocimiento de que son una y la misma.
Y con esta plegaria nos sumergimos silenciosamente en un estado en el que el conflicto es imposible, pues hemos unido nuestra santa voluntad a la de Dios, en reconocimiento de que son una y la misma.
El derecho a vivir es algo por lo que nadie necesita luchar. Se le ha prometido, y está garantizado por Dios. Por consiguiente, es un derecho que tanto terapeuta como paciente comparten por igual. Si su relación ha de ser santa, lo que uno de ellos necesite el otro se lo dará; lo que a uno le haga falta el otro lo proveerá.
¿Qué otra cosa sino la visión de Cristo querría utilizar hoy cuando me puede conceder un día en el que veo un mundo tan semejante al Cielo que un viejo recuerdo vuelve a aflorar en mi conciencia? Hoy puedo olvidarme del mundo que fabriqué. Hoy puedo ir más allá de todo temor y ser restaurado al amor, a la santidad y a la paz.
¿Cómo podría considerarse exclusiva una profesión que todo el mundo desempeña? ¿Qué límites podrían imponérsele a una interacción en la que cada quien es a la vez paciente y terapeuta en toda relación de la que forma parte?
Padre, la paz de Cristo se nos concede porque Tu Voluntad es que nos salvemos. Ayúdanos hoy a aceptar únicamente Tu regalo y a no juzgarlo. Pues se nos ha concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido contra nosotros mismos.
Tienes la tendencia a creer que continuamente se te está pidiendo algún sacrificio en beneficio de aquellos que vienen a ti. De ninguna manera podría ser esto cierto. Exigir que te sacrifiques es exigirle un sacrificio a Dios, y Él no sabe nada de sacrificios. ¿Quién podría pedirle a lo Perfecto que sea imperfecto?
Tú me conduces de las tinieblas a la luz y del pecado a la santidad. Que perdone para así recibir la salvación del mundo. Ése es Tu regalo, Padre mío, que se me concede para que se lo ofrezca a Tu santo Hijo, de manera que él pueda hallar Tu recuerdo, así como el de Tu Hijo tal como Tú lo creaste.
Cada paciente que acude a un terapeuta le ofrece a éste la oportunidad de curarse a sí mismo. Por lo tanto, es su terapeuta. Y cada terapeuta debe aprender a curarse de cada paciente que acude a él. De esta manera, el terapeuta se convierte en el paciente.
Le doy la bienvenida a Tu Hijo, Padre. Él ha venido a salvarme del malvado ser que fabriqué. Tu Hijo es el Ser que Tú me has dado. Él es lo que yo soy en verdad. Él es el Hijo que Tú amas por encima de todas las cosas. Él es mi Ser tal como Tú me creaste. No es Cristo Quien puede ser crucificado. A salvo en Tus Brazos, recibiré a Tu Hijo.
El proceso de la psicoterapia se puede definir, entonces, simplemente como perdón, pues ninguna curación puede ser otra cosa.
Nuestro Amor nos espera conforme nos dirigimos a Él y, al mismo tiempo, marcha a nuestro lado mostrándonos el camino. No puede fracasar en nada. Él es el fin que perseguimos, así como el medio por el que llegamos a Él.
Aun cuando la verdad es simple, de todas maneras se les debe enseñar a aquellos que han perdido el rumbo en interminables laberintos de complejidad. Ésa es la gran ilusión. En su estela surge inevitablemente la creencia de que para estar a salvo uno debe controlar lo desconocido.