(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Psicoterapia – 2. El Proceso
VII. La relación paciente-terapeuta ideal
2. El Proceso de la Psicoterapia
La relación paciente-terapeuta ideal
1. ¿Quién es, entonces, el terapeuta y quién el paciente? Al final, todo el mundo desempeña ambos papeles. Aquel que necesita curación debe curar. Médico, cúrate a ti mismo. ¿Quién más, si no, necesita curarse? ¿Y quién más, si no tú, tiene necesidad de curación? Cada paciente que acude a un terapeuta le ofrece a éste la oportunidad de curarse a sí mismo. Por lo tanto, es su terapeuta. Y cada terapeuta debe aprender a curarse de cada paciente que acude a él. De esta manera, el terapeuta se convierte en el paciente. Dios no sabe nada de separación. Lo único que sabe es que tiene un Hijo. Su conocimiento se ve reflejado en la relación paciente-terapeuta ideal. Dios acude a aquel que lo llama, y éste se reconoce a sí mismo en Él.
2. Piensa detenidamente, maestro y terapeuta, por quién oras y quién es el que necesita curación. Pues la terapia es oración, y la curación es su mira y su resultado. ¿Qué es la oración sino la unión de mentes en una relación en la que Cristo puede entrar a formar parte? Ésa es Su morada, a la que la psicoterapia lo invita. ¿Qué sentido tiene la curación de un síntoma si siempre hay otro que se puede elegir? Mas una vez que Cristo ha entrado, ¿qué otra elección hay salvo permitir que se quede? No hay necesidad de más, pues eso es todo. Ahí está la curación, la felicidad y la paz. Estos son los “síntomas” de la relación paciente-terapeuta ideal, que reemplazan a aquellos con los que el paciente llegó cuando vino pidiendo ayuda.
3. El proceso que realmente tiene lugar en esa relación es uno en el que el terapeuta le dice a su paciente, de todo corazón, que todos sus pecados le han sido perdonados junto con los suyos propios. ¿Qué diferencia hay entre la curación y el perdón? Sólo Cristo perdona, pues conoce Su total falta de pecado. Su visión sana la percepción y la enfermedad desaparece. Pues una vez que su causa ha sido eliminada no vuelve a presentarse más. Para que esto tenga lugar, no obstante, se necesita la ayuda de un terapeuta muy avanzado, capaz de unirse al paciente en una relación santa en la que todo sentido de separación finalmente se supera.
4. Para ello se requiere una cosa y sólo una: que el terapeuta no se confunda a sí mismo con Dios en modo alguno. Todo “sanador no sanado” cae en esta confusión fundamental de una u otra forma, al considerarse su propio creador en lugar de creado por Dios. Rara vez, si acaso, es ésta una confusión de la que es consciente, o el sanador no sanado se convertiría instantáneamente en un maestro de Dios y consagraría su vida a la verdadera curación. Antes de llegar a este punto pensó que estaba a cargo del proceso terapéutico y que, por lo tanto, era responsable de sus resultados. Los errores del paciente se convirtieron así en sus fracasos, y la culpa se convirtió en la envoltura, obscura y férrea, de lo que debía ser la santidad de Cristo. La culpabilidad es inevitable para aquellos que se valen de su propio juicio al tomar decisiones. Pero es imposible para aquellos a través de los cuales habla el Espíritu Santo.
5. Eliminar la culpa es el verdadero objetivo de la terapia y el evidente objetivo del perdón. En esto su unicidad se puede apreciar claramente. Mas ¿cómo podría experimentar el final de la culpa quien se siente responsable de su hermano en el papel de guía suyo? Tal función presupone un conocimiento que nadie aquí puede poseer: una certeza del pasado, del presente y del futuro, así como de todos los efectos que en ellos puedan Sólo desde esta perspectiva omnisciente podría ser posible semejante función. Mas ninguna percepción es omnisciente, ni es el diminuto yo de uno solo contra el universo capaz de asumir que posee tal sabiduría, excepto en la locura. Que muchos terapeutas están locos es obvio. Ningún sanador no sanado puede estar completamente cuerdo.
6. No obstante, es tan demente negarte a aceptar una función que Dios te ha encomendado, como lo es inventar una que Él no te dió. El terapeuta avanzado en ningún caso puede dudar del poder que hay en él ni tampoco de la Fuente de ese poder. Comprende que todo poder en la tierra y en el Cielo le pertenece por ser Quien es. Y él es Quien es debido a su Creador, Cuyo Amor reside en él y Quien jamás puede fallar. Piensa en lo que esto significa: los regalos de Dios son suyos para darlos. Sus pacientes son los santos de Dios, quienes invocan su santidad para hacerla suya. Y según él se la concede, ellos contemplan la radiante faz de Cristo que, a su vez, los contempla a ellos.
7. Los dementes, al creer que son Dios, no temen ofrecer debilidad al Hijo de Dios. Y por esa razón, lo que ven en él ciertamente los atemoriza. El sanador no sanado no puede evitar sentir miedo de sus pacientes, y sospecha de su lealtad por la traición que ve en sí mismo. Intenta curar, y en ocasiones tal vez lo consiga. Pero su éxito será limitado y de corta duración. No ve el Cristo en aquel que acude a él. ¿Qué respuesta puede dar a uno que parece un extraño, ajeno a la verdad y pobre en sabiduría, desprovisto del dios que le debe ser dado? Contempla a tu Dios en él, pues lo que veas será tu respuesta.
8. Piensa en lo que en realidad significa la unión de dos hermanos. Y luego olvídate del mundo y de todos sus míseros triunfos, así como de sus sueños de muerte. Todos son uno y lo mismo, y ahora nada puede recordarse del mundo de la culpa. La habitación se transforma en un templo, y la calle, en un torrente de estrellas que suavemente se desliza más allá de todos los sueños enfermizos. La curación se ha dado, pues lo que es perfecto no necesita curación, ¿y qué puede necesitar perdón allí donde no hay pecado?
9. Siéntete agradecido, terapeuta, de que puedas contemplar cosas como éstas sólo con entender tu verdadero Si no lo haces, habrás negado que Dios te creó y, por ende, no sabrás que eres Su Hijo. ¿Quién es tu hermano ahora? ¿Qué santo puede venir para llevarte con él a casa? Has perdido el rumbo. ¿Cómo puedes ahora esperar ver en él una respuesta que te has negado a dar? Cura y cúrate. No hay otra alternativa que pueda jamás conducir a la paz. Deja entrar a tu paciente, pues viene a ti de parte de Dios. ¿No es acaso su santidad suficiente para despertar en ti tu memoria de Él?
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