(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Psicoterapia – 2. El Proceso
VI. La definición de la curación
2. El Proceso de la Psicoterapia
La definición de la curación
1. El proceso de la psicoterapia se puede definir, entonces, simplemente como perdón, pues ninguna curación puede ser otra cosa. Los que no perdonan están enfermos, al creer que no han sido perdonados. El aferrarse a la culpa, ceñirla estrechamente y ofrecerle refugio, protegerla amorosamente y estar alerta para defenderla no es otra cosa que una implacable negativa a perdonar. “Dios no puede entrar aquí” repiten los enfermos una y otra vez mientras lamentan su pérdida y, sin embargo, encuentran deleite en ella. La curación tiene lugar una vez que el paciente comienza a oír el canto fúnebre que entona y cuestiona su validez. Hasta que no lo oye, no puede entender que es él quien se lo canta a sí mismo. Oírlo es el primer paso en la recuperación. Cuestionarlo debe ser, entonces, su elección.
2. Hay una tendencia, y muy fuerte por cierto, a oír este canto de muerte sólo por un instante y a descartarlo sin haberlo corregido. Estas fugaces tomas de conciencia representan las muchas oportunidades que literalmente se nos brindan para “cambiar de melodía”. En su lugar podemos oír el sonido de la curación. Pero antes debe surgir la buena voluntad de cuestionar la “realidad” del canto de condenación. Las extrañas distorsiones que de manera inextricable están entretejidas dentro del concepto del yo, que en sí no es más que una seudocreación, hacen que ese feo sonido parezca verdaderamente hermoso. Mas en lugar de esos estrepitosos y desagradables chillidos podría oírse “el ritmo del universo”, “el cántico del ángel heraldo” y otros más.
3. El oído traduce, no oye. El ojo reproduce, no ve. La tarea de ambos es hacer agradable aquello que se invoca, por muy desagradable que pueda ser. Responden a las decisiones de la mente, reproduciendo sus deseos y traduciéndolos a formas aceptables y placenteras. A veces el pensamiento tras la forma se deja entrever, pero sólo por un momento, y la mente se asusta y comienza a dudar de su cordura. Mas no permite que sus esclavos cambien las formas que contemplan ni los sonidos que oyen. Éstos constituyen sus “remedios”; sus “protectores” contra la demencia.
4. Estos testimonios que los sentidos ofrecen tienen un solo propósito: justificar el ataque y de esta manera conservar la falta de perdón sin que se reconozca como tal. Cuando se la ve sin disfraz resulta intolerable. Sin protección no podría perdurar. He ahí donde se atesora toda enfermedad, pero sin reconocer que es así. Pues cuando una falta de perdón no se reconoce, la forma que adopta la hace parecer algo distinto. Y ahora es ese “algo distinto” lo que parece aterrorizar. Pero no es el “algo distinto” lo que puede ser sanado. No está enfermo y no necesita remedio alguno. Concentrar tus esfuerzos curativos en ello es inútil. ¿Quién podría curar lo que no está enfermo y hacer que se recupere?
5. La enfermedad adopta muchas formas, y lo mismo hace la falta de perdón. Las formas que adopta una no hacen sino reproducir las formas que adopta la otra, pues son la misma ilusión. Tan fielmente la una se traduce a la otra, que un estudio riguroso de la forma que adopta una enfermedad revela claramente la forma de falta de perdón que representa. No obstante, ver esto no produce una curación. Ésta se logra mediante un solo reconocimiento: que sólo el perdón cura una falta de perdón y que sólo una falta de perdón puede ser el origen de cualquier clase de enfermedad.
6. Darse cuenta de esto es la meta final de la psicoterapia. ¿Cómo se alcanza? El terapeuta ve en el paciente todo aquello que él no se ha perdonado a sí mismo, y de esta manera se le da otra oportunidad de verlo, reevaluarlo y perdonarlo. Cuando esto ocurre, ve sus pecados desaparecer en un pasado que ya no está aquí. Hasta que no lo haga, no podrá sino pensar que el mal lo asedia aquí y ahora. El paciente es la pantalla sobre la que el terapeuta proyecta sus pecados, permitiéndole así deshacerse de ellos. Mas si conserva un pequeño aspecto del pecado que está percibiendo, su liberación es parcial y no está asegurada.
7. Nadie se cura solo. Éste es el feliz canto que la salvación entona a todo aquel que oye su voz. Nunca serán suficientes las veces que esta afirmación deba ser recordada por todos aquellos que se consideran terapeutas. No hay otra manera de ver a sus pacientes salvo como los portadores del perdón, pues son ellos quienes vienen a demostrar su impecabilidad ante ojos que aún creen que el pecado existe y que se puede ver. Mas la prueba de la impecabilidad, vista en el paciente y aceptada en el terapeuta, le ofrece a la mente de ambos un convenio en el que se encuentran, se unen y se hacen uno.
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