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Capítulo 6 – Parte 3

Todo sobre el Amor

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Capítulo 6 – Parte 3

Capítulo 6 - Parte 3

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Valores: vivir conforme a la ética del amor

Si todos exigiéramos a los medios de comunicación imágenes que reflejasen la auténtica realidad del amor, sería posible conseguir lo que estamos buscando; supondría un cambio radical para nuestra cultura. Los medios de comunicación insisten en retratar un mundo basado en el poder y la violencia y ayudan a perpetuarlo, porque los creadores de imágenes conocen esta realidad mucho mejor que la del amor. Todos sabemos cómo es la violencia. Las investigaciones realizadas, con una intención más o menos crítica, sobre los medios de comunicación han demostrado que la representación de la violencia, especialmente si va acompañada de sangre y acción trepidante, capta mejor la atención de los espectadores que cualquier imagen de paz y serenidad. Las pocas personas que producen la mayoría de las imágenes que llegan a nuestras pantallas no han mostrado hasta ahora ningún interés en proponer imágenes de amor que puedan captar y encender la imaginación, y mantener así la atención de los espectadores.

Si se inspiraran en una ética del amor, considerarían esencial la reflexión crítica sobre las imágenes que crean y la influencia que tienen en nuestro pensamiento y actuación diarios y en la cultura en su conjunto. Y si no conocieran bien el terreno del amor, siempre podrían contratar asesores que les proporcionaran la información necesaria. Aunque algunos estudiosos intentan convencernos de que no hay una relación directa entre la violencia filmada y la violencia real, el sentido común nos dice que es imposible que las imágenes que consumimos y el espíritu con el que las miramos no nos afecten. Si se responde a la demanda de entretenimiento del consumidor con la difusión de imágenes violentas y deshumanizadoras, es muy probable que en la vida cotidiana no estemos preparados para reaccionar con desprecio o preocupación a la manifestación de la violencia. Si las interacciones basadas en el amor estuvieran más representadas, el impacto en nuestra vida sería ciertamente positivo.

Para poder cambiar el tipo de imágenes que proponen los medios de comunicación, debemos ser conscientes de que la inmensa mayoría se elaboran desde un punto de vista patriarcal. Esas imágenes no cambiarán en tanto no se produzca un cambio de perspectiva; en tanto no se cambie la forma de pensar. Los hombres y mujeres que no se consideran víctimas del poder patriarcal no se toman en serio la necesidad de desafiarlo y luchar contra él. Pero siempre es posible cambiar de enfoque. Son muchas las personas que sufren el yugo de las instituciones patriarcales y, en particular, de la dominación masculina. La mayoría de las imágenes que vemos son producidas por individuos que tienen interés en perpetuar el patriarcado; para ellos el hecho de proponer representaciones de la realidad que reflejen sus valores y los de las instituciones sociales que quieren preservar no es más que una inversión. El patriarcado, como todo sistema de dominación (el racismo es otro ejemplo), se basa en el principio —y así se socializa — de que en toda relación entre los seres humanos hay un superior y un inferior, un fuerte y un débil, y que, por lo tanto, es natural que los poderosos dominen a los desamparados. Para los defensores del pensamiento patriarcal, cualquier forma de mantener el poder es aceptable. Es obvio que los que han aprendido a pensar de esta manera estarán más inclinados a responder a las escenas de maltrato y violencia que a las de cuidado y amor. Los productores de imágenes, sin embargo, necesitan un público consumidor al que vender su producto. De ahí que podamos pedir que las cosas cambien.

Al contribuir con sus críticas a cambiar esta forma de pensar, el movimiento feminista ha hecho posible muchos cambios, al tiempo que ha ofrecido a mujeres y hombres la oportunidad de vivir una vida más satisfactoria. Pero para los que están en el poder, el pensamiento patriarcal sigue siendo la norma. Ahora bien, esto no implica que no tengamos derecho a pedir que cambie este estado de cosas. Como consumidores, tenemos un poder que podemos ejercer en todo momento decidiendo conscientemente no invertir tiempo, energía ni dinero en apoyar la producción y difusión de imágenes que no reflejen valores positivos y que nieguen una ética del amor. Sin embargo, esto no debe servir de pretexto para el establecimiento de mecanismos de censura. Los medios de comunicación no son responsables de todos los males del mundo. No han creado, por ejemplo, la violencia doméstica, que se extendió mucho antes de que existiera la televisión. Pero todos sabemos que los medios son capaces de dar glamur a cualquier forma de violencia, presentándola de manera que parezca interesante y seductora. Los productores de imágenes podrían utilizar los medios para criticar la violencia. Nos lleven o no a ser «más» violentos, las imágenes que justifican la violencia la presentan como un instrumento aceptable de control social, lo cual implica que no tiene nada malo que un individuo o grupo domine a otro.

Pero la dominación sobre los demás no puede existir en un contexto social en el que prevalezca una ética del amor. Es importante recordar la concepción de Jung según la cual donde reina el amor, no existe la voluntad de poder. Cuando hay amor, el deseo de dominar y ejercer el poder no puede ser la regla. Todos los grandes movimientos sociales en defensa de la libertad y la justicia han promovido siempre una ética del amor. Aquellos que se preocupan por el bien colectivo de su nación, su ciudad o su vecindario tratarán de cultivarlo y de defenderlo. Si todas las medidas políticas estuvieran inspiradas en el amor, no existirían los problemas relativos al desempleo, la falta de vivienda, la insuficiencia del sistema escolar y la adicción a las drogas.

Si, en cada ciudad, en cada pueblo, por pequeño que sea, las decisiones políticas se inspirasen en una ética del amor, todo el mundo trataría de llegar a un acuerdo y crear programas capaces de mantener el bienestar colectivo. En el magnífico Altars in the Street, Melody Chavis cuenta como un grupo de personas decidieron unirse, superando sus diferencias de raza y clase, para mejorar el entorno en el que vivían. Melody es una mujer blanca que se muda junto con su familia a una comunidad mayoritariamente negra, y cuenta la historia desde esa perspectiva. Al haber adoptado una ética de amor, Melody se compromete a crear condiciones de amor y paz en el vecindario junto con el resto de sus conciudadanos. Su labor llega a buen puerto, pero sus logros se ven socavados por la falta de apoyo de las autoridades de la ciudad. Al mismo tiempo, Melody trabaja para ayudar a los prisioneros del corredor de la muerte: «A veces creo que, tanto en el corredor de la muerte como en mi barrio, he tratado de controlar la violencia que ha habido siempre en mi vida. De niña, estaba completamente indefensa ante la violencia». El libro muestra cómo una ética del amor puede cambiar las cosas incluso en las situaciones más problemáticas, pero también nos revela que, cuando el terror y la violencia se aceptan como algo normal, las consecuencias para la vida humana pueden ser trágicas.

Cuando una pequeña comunidad organiza su existencia de acuerdo a una ética del amor, todos pueden vivir positivamente cada aspecto de la vida diaria. En Another Turn of the Crank, el poeta de Kentucky Wendell Berry escribe elocuentemente sobre los valores positivos de las comunidades rurales que adoptan una ética comunitaria y comparten los recursos. En esa obra en prosa, Berry demuestra hasta qué punto los intereses de las grandes industrias se han traducido en la destrucción de las comunidades rurales y nos recuerda que, hoy en día, comunidades de todo tipo están condenadas a sufrir el mismo destino. El poeta nos anima a tomar ejemplo de los que deciden vivir en grupo y se dejan gobernar por el amor y el espíritu común. Al enumerar algunos de los valores presentes en esas comunidades, escribe:

Son personas que han adoptado una visión generosa y desinteresada de la autoconservación; no creen que puedan sobrevivir y prosperar siguiendo la ley del más fuerte; no creen que para tener éxito sea necesario derrotar, destruir, vender o explotar todo excepto a ellos mismos. Dudan que la violencia pueda proporcionar soluciones válidas. Quieren preservar lo que es precioso en la naturaleza y la cultura humana y transmitirlo a sus hijos. […] Entienden que el bienestar común y el interés común no se llevan bien con la codicia. […] Saben que el trabajo debe ser necesario, bueno, satisfactorio y digno para quienes lo realizan; y que debe ser verdaderamente útil y aceptable para las personas para las cuales se hace.

Me gusta vivir en un pueblo pequeño precisamente porque es más fácil que en estas comunidades los principios fundamentales de una ética del amor sigan vivos, y que los que allí viven traten de regular su existencia de acuerdo con ellos. En el pueblo donde vivo (ahora solo una parte de mi tiempo) reina un espíritu de cordialidad, amistad, atención y respeto por los demás. Estos mismos valores existían en los cuatro barrios de la ciudad donde crecí. Ahora paso la mayor parte del tiempo en Nueva York, pero incluso allí vivo en un edificio de apartamentos donde todos nos conocemos y trabajamos para proteger y aumentar nuestro bienestar colectivo. Nos esforzamos para que en nuestro hogar haya un ambiente positivo y acogedor. Todos estamos de acuerdo en que la honestidad y el cuidado mutuo hacen la vida mejor, y tratamos de vivir conforme a una ética de amor.

Se necesita valor para vivir según los principios del amor (cuidado, respeto, conocimiento, honestidad y voluntad de cooperación), porque para ello hay que aprender a afrontar los miedos. No es que el miedo vaya a desaparecer, simplemente dejará de ser un obstáculo. Los que ya han decidido adoptar una ética de amor saben que cuando dejamos que nuestra luz brille, atraemos a los que brillan con la misma luz y nos sentimos atraídos por ellos. No estamos solos.

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