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Capítulo 6 – Parte 2

Todo sobre el Amor

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Capítulo 6 – Parte 2

Capítulo 6 - Parte 2

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Valores: vivir conforme a la ética del amor

El miedo a ese cambio radical induce a muchos ciudadanos estadounidenses a traicionar sus propias ideas y sus sentimientos. Sin embargo, el cambio radical es algo cotidiano, y lo afrontamos superando el miedo. Por lo general, se trata de cambios inevitables. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, han obligado a todo el mundo a familiarizarse con los ordenadores. Si somos capaces de enfrentarnos a «lo desconocido» es porque podemos superar el miedo a un cambio radical. Por supuesto, el statu quo no tiene ningún interés en animarnos a hacer frente al miedo al amor, porque una adhesión colectiva a una ética del amor se traduciría en el rechazo de muchas de las decisiones políticas adoptadas y apoyadas por los conservadores.

Solo si nuestra sociedad es capaz de afrontar el miedo colectivo al amor, podremos elegir una nueva ética que nos inspire y nos dé el valor para introducir los cambios necesarios. A este respecto Fromm explica:

La sociedad debe organizarse de modo que la naturaleza social y amorosa del hombre no se halle separada de su existencia social, sino que esté unida a ella. Si es cierto, como he tratado de demostrar, que el amor es la única solución válida al problema de la existencia humana, entonces una sociedad que excluye el desarrollo del amor, a la larga, ha de perecer por sus contradicciones con las necesidades fundamentales de la naturaleza humana. En realidad, hablar de amor no significa «predicar», por la sencilla razón de que significa hablar de la única y verdadera necesidad de todo ser humano. […] Tener fe en la posibilidad del amor como fenómeno social, y no solo como manifestación individual, es tener una fe racional que se basa en la esencia misma del hombre.

La fe ayuda a superar el miedo. Podemos recuperar nuestra fe en el poder transformador del amor cultivando el valor de luchar por lo que creemos, para asumir nuestras responsabilidades con palabras y hechos.

En la Primera Epístola de San Juan hay un pasaje que me gusta de manera especial; dice así: «No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor». Es una frase que me encanta desde que era niña. Me fascinaba que se repitiese tanto la palabra «perfecto». Sin embargo, yo solo la concebía en relación con la ausencia de fallos y defectos. Habiendo crecido en la convicción de que, al menos en este sentido, la perfección está fuera del alcance de los seres humanos, necesariamente imperfectos, prisioneros de las miserias y limitaciones del cuerpo, esta exhortación a conocer el amor perfecto me impactó. Me parecía una apelación fantástica, pero poco práctica. Solo salí de este callejón sin salida cuando, al buscar una definición más profunda y compleja de la palabra «perfecto», pude encontrar una que subrayaba la voluntad de «refinarse».

De repente, el pasaje se me iluminó. El «amor perfecto» capaz de vencer el miedo no es más que un proceso de refinamiento y transformación en el que se pasa de un estado a otro. Cuando amamos, el miedo desaparece ineludiblemente. Se suele pensar que para alcanzar la perfección hay que trabajar duro; pero lo cierto es que para lograr ese resultado no hay que hacer nada: aparece, sin más. Es el regalo que nos ofrece el amor perfecto. Para recibirlo debemos entender primero que «en el amor no hay miedo». Sin embargo, todos tenemos miedo, y el miedo nos impide confiar en el amor.

Las sociedades que se basan en la voluntad de poder cultivan el miedo para garantizarse la obediencia. En nuestra sociedad concedemos mucha importancia al amor y hablamos muy poco del miedo, pero todos sentimos un miedo terrible la mayor parte del tiempo. Estamos colectivamente obsesionados por la idea de seguridad, y en cambio no nos preguntamos por qué vivimos en un estado de constante ansiedad y terror. El miedo es el principal soporte de las estructuras de poder; conduce al deseo de desapego y anonimato. Cuando nos enseñan que la seguridad reside solamente en lo idéntico a nosotros acabamos sintiendo como una amenaza cualquier tipo de alteridad o diferencia. Al decantarnos por el amor, elegimos luchar contra el miedo, luchar contra el distanciamiento y la separación. La elección de amar es una inclinación hacia la conexión, es la elección de salir al encuentro del otro.

Como somos prisioneros del miedo, no podremos optar por una ética del amor más que mediante un proceso de conversión. El filósofo Cornel West afirma que «la adopción de un cambio radical» puede reavivar la esperanza. Llama la atención sobre el nihilismo que impregna nuestra sociedad y a este respecto nos recuerda que «el nihilismo no se supera con argumentos o análisis, se domina solo con amor y solicitud. Las enfermedades del alma únicamente pueden ser derrotadas a través de la conversión espiritual. Esta conversión tiene lugar a través de la afirmación del propio valor, una afirmación alimentada por el interés en los demás». Cada vez hay más personas que optan por una ética del amor para tratar de acabar con el profundo sentimiento de desesperación que las invade. Hay señales de que esta conversión ya está teniendo lugar en estos momentos. Es por ejemplo sumamente aleccionador que libros como El cuidado del alma de Thomas Moore —una obra que nos invita a recuperar los valores fundamentales de la existencia y a tomar decisiones que afirmen la relación de interconexión que une a los seres humanos— sean leídos por un público muy amplio.

Optar por una ética del amor significa vivir día a día todas las dimensiones del amor: el cuidado, el compromiso, la confianza, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento. Para ello, es preciso cultivar la propia conciencia, la capacidad de análisis crítico que nos permite saber cómo cuidar a los demás, cómo ser responsables, respetuosos y siempre capaces de aprender. Es importante considerar el conocimiento como un elemento esencial del amor, porque todos los días nos bombardean con mensajes que nos dicen que el amor tiene un fuerte componente de misterio, que es por su misma esencia incognoscible. A menudo vemos en las películas a personas enamoradas que ni siquiera dialogan, que terminan en la cama sin hablar nunca de sus cuerpos, de sus necesidades sexuales, de sus gustos y aversiones. El mensaje que recibimos de los medios de comunicación es, en resumen, que el conocimiento hace que el amor sea menos fascinante; que es la ignorancia la que da al amor su poder erótico y transgresor. Normalmente, este mensaje viene de productores que solo se preocupan por los rendimientos económicos, que no conocen el arte del amor y no saben cómo retratar una auténtica relación amorosa.

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