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Capítulo 6 – Parte 1

Todo sobre el Amor

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Capítulo 6 – Parte 1

Capítulo 6 - Parte 1

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Valores: vivir conforme a la ética del amor

Tenemos que vivir día tras día, trabajar día tras día, hasta que la raza humana esté definitivamente afirmada sobre la base del amor a Dios. En un paradigma auténticamente democrático, el amor al poder no se da por afecto al poder.

MARIANNE WILLIAMSON

 

Solo podemos volver a encontrar el amor si nos liberamos de la obsesión por el poder y el dominio sobre los demás. Todas las esferas de la vida estadounidense —política, religión, trabajo, familia, relaciones íntimas— deberían basarse en una ética del amor. Los valores fundamentales de una cultura y su ética conforman e impregnan nuestro modo de hablar y actuar. Una ética del amor presupone que todos tenemos derecho a ser libres, a vivir una vida plena y hermosa. Para que sea posible aplicarla a todas las dimensiones de la vida, la sociedad en la que vivimos debe tomar el camino del cambio. En las últimas páginas de El arte de amar, Erich Fromm afirma que «para que el amor se convierta en un fenómeno social, y no en una manifestación marginal y netamente individual, es necesario introducir cambios importantes y radicales en nuestra estructura social». Las personas que deciden amar cambian su vida poniendo la ética del amor en primer lugar, lo cual implica la decisión de trabajar con personas que uno admira y respeta, la voluntad de comprometerse plenamente en las relaciones, la adhesión a una filosofía global que considera que la existencia y el destino de cada cual está íntimamente conectado con los de todos los demás habitantes del planeta.

La adopción de una ética de amor transforma la vida, ofreciendo diferentes valores para inspirar la propia existencia. Tanto en las grandes elecciones como en las inclinaciones más triviales, uno se guía por la convicción de que todas las decisiones, ya sean públicas o privadas, deben basarse en la honestidad, la claridad y la integridad personal. Decidí mudarme a una pequeña población para poder estar cerca de mi familia, aunque no era un lugar tan estimulante en términos culturales como la ciudad que abandoné. Algunos amigos míos viven con sus padres ancianos, cuidando de ellos, a pesar de que ganan lo suficiente como para establecerse por su cuenta. Si vivimos conforme a una ética del amor aprenderemos a apreciar la lealtad y el apego a los vínculos más importantes, anteponiéndolos a las mejoras materiales. La carrera y el sueldo siguen siendo objetivos importantes, pero el valor de la vida humana y el bienestar personal deben ser lo primero.

No conozco a nadie que haya adoptado una ética del amor y no tenga una vida más feliz y más satisfactoria. La idea tan generalizada de que el comportamiento ético priva a la vida de toda su alegría es rotundamente falsa. En realidad, una vida ética garantiza que todas nuestras relaciones personales, incluidos los contactos con desconocidos, contribuyan al crecimiento espiritual. Comportarse de forma poco ética, sin pensar en las consecuencias de nuestros actos, es casi como alimentarse a base de comida basura. Sabe bien, pero al final el cuerpo nunca se nutre bien y se encuentra en un persistente estado de deficiencia y necesidad. Cuando actuamos sin ética, el alma siente ese vacío y nuestro espíritu y la humanidad de los demás se ven humillados por ello.

Algunos escritores de la New Age afirman que si adoptas una ética del amor, la vida cambia para mejor, pero sus enseñanzas solo llegan a los que disfrutamos de privilegios de clase. A menudo, quienes llevan una vida plena desde el punto de vista material y espiritual, y pueden contar con amigos de las más diversas procedencias que enriquecen su existencia, suelen decir a los demás que son cosas imposibles de conseguir. Me refiero a los muchos profetas de la desgracia que están convencidos de que el racismo nunca terminará, el sexismo está destinado a permanecer para siempre jamás y los ricos nunca compartirán sus recursos con los pobres. Si pudiéramos entrar en su vida por un día, nos quedaríamos estupefactos al descubrir que poseen muchas cosas que ellos mismos dicen que son inalcanzables. Fieles a la idea capitalista de bienestar, creen realmente que no hay suficiente para todos y que disfrutar de un buen nivel de vida es algo reservado para unos pocos.

Recientemente, hablando ante un público universitario, tuve la oportunidad de expresar mi confianza en la capacidad de los blancos para hablar claramente contra el racismo, desafiando y desmantelando los prejuicios existentes al respecto, y expresé con firmeza mi creencia en que todos podemos cambiar nuestra forma de pensar y actuar. Hice hincapié en que esta fe mía no viene de un deseo utópico, sino de la historia de nuestra nación, formada por muchos individuos que han sacrificado la vida en pro de la justicia y la libertad. Cuando alguien objetó que estos individuos eran excepciones, manifesté que estaba de acuerdo, pero también le pregunté si no había llegado el momento de adoptar un punto de vista diferente y de situarnos entre los que cambian las cosas en lugar de entre las masas que rechazan el cambio. Lo que convirtió a esos individuos en seres excepcionales no fue una inteligencia superior o una humanidad más rica que la de quienes estaban a su lado, sino la voluntad de vivir auténticamente los valores en los que creían.

He aquí otro ejemplo. En Estados Unidos, si vas de casa en casa para hablar de la violencia doméstica, te encontrarás con que la gran mayoría de los ciudadanos no aprueban la violencia de los hombres contra las mujeres y, de hecho, la consideran moral y éticamente censurable. Pero si luego se les explica que solo se puede acabar con la violencia machista desafiando al patriarcado, y que esto significa rechazar la idea de que los hombres deban tener más derechos y privilegios que las mujeres, además de poder sobre ellas, solo porque son biológicamente diferentes, el consenso se desvanece. Existe un abismo entre los valores que estas personas dicen defender y su voluntad de llegar hasta el final, comprometiéndose a traducir el pensamiento en acción, y la teoría en práctica, para crear una sociedad más justa.

Lamentablemente, muchos ciudadanos de Estados Unidos, aunque están orgullosos de vivir en uno de los países más democráticos del mundo, se muestran reacios a defender a quienes viven bajo Gobiernos represivos y fascistas. Tienen miedo de defender sus propias convicciones. Si fueran coherentes, tendrían que cuestionar el statu quo tan querido por los conservadores. Negarse a defender lo que creen debilita la moral y la ética de los individuos y de la sociedad en su conjunto. No es de extrañar, pues, que los estadounidenses, independientemente de su raza, clase y género, aunque afirmen ser religiosos y creer en el poder divino del amor, sean colectivamente incapaces de adoptar y poner en práctica una ética del amor, especialmente si ello implica una postura a favor de un cambio radical.

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