Libro de Ejercicios – Tema 5 – Lección 265
En la quietud quiero contemplar el mundo, el cual no es sino el reflejo de Tus Pensamientos así como de los míos. Que recuerde que son lo mismo y veré la mansedumbre de la Creación.
En la quietud quiero contemplar el mundo, el cual no es sino el reflejo de Tus Pensamientos así como de los míos. Que recuerde que son lo mismo y veré la mansedumbre de la Creación.
Unirte a la mente de un hermano bloquea la causa de la enfermedad y sus percibidos efectos. La curación es el efecto de mentes que se unen, tal como la enfermedad es la consecuencia de mentes que se separan.
Hermanos míos, uníos a mí en este propósito hoy. Ésta es la plegaria de la salvación. ¿No deberíamos acaso unirnos a lo que ha de salvar al mundo y a nosotros junto con él?
La paternidad es creación. El amor tiene que extenderse. La pureza no está limitada en modo alguno. La naturaleza del inocente es ser eternamente libre, sin barreras ni limitaciones. La pureza, por lo tanto, no es algo propio del cuerpo, ni tampoco puede hallarse allí donde hay limitaciones.
Y mientras todavía nos encontremos ante las puertas del Cielo, contemplemos todo cuanto veamos a través de una visión santa y de los ojos de Cristo. Que todas las apariencias nos parezcan puras para que con inocencia podamos pasarlas de largo y dirigirnos juntos a la casa de nuestro Padre como hermanos y como los santos Hijos de Dios que somos.
Todos los efectos de la culpabilidad han desaparecido, pues ya no existe. Con su partida desaparecieron sus consecuencias, pues se quedaron sin causa. ¿Por qué querrías conservarla en tu memoria, a no ser que desearas sus efectos? Recordar es un proceso tan selectivo como percibir, al ser su tiempo pasado.
Nosotros que somos uno, queremos reconocer en este día la verdad acerca de nosotros. Queremos regresar a casa y descansar en la unidad. Pues allí reside la paz, la cual no se puede buscar ni hallar en ninguna otra parte.
El mundo no hace sino demostrar una verdad ancestral: creerás que otros te hacen a ti exactamente lo que tú crees haberles hecho a ellos. Y una vez que te hayas engañado a ti mismo culpándolos, no verás la causa de sus actos porque desearás que la culpa recaiga sobre ellos.
Que no vaya en pos de ídolos, Padre mío, pues lo que quiero es volver a casa y estar Contigo. Elijo ser tal como Tú me creaste y encontrar al Hijo que creaste como mi Ser.
Sueña con la bondad de tu hermano en vez de concentrarte en sus errores. Elige soñar con todas las atenciones que ha tenido contigo, en vez de contar todo el dolor que te ha ocasionado. Perdónale sus ilusiones y dale gracias por toda la ayuda que te ha prestado. Y no desprecies los muchos regalos que te ha hecho sólo porque en tus sueños él no sea perfecto.
Ahora recordamos nuestra Fuente y en Ella encontramos por fin nuestra verdadera identidad. Somos en verdad santos porque nuestra Fuente no conoce el pecado. Y nosotros que somos Sus Hijos, somos semejantes los unos a los otros y semejantes a Él.
De la misma manera en que el miedo es el testigo de la muerte, el milagro es el testigo de la vida. Es un testigo que nadie puede refutar, pues los efectos que trae consigo son los de la vida. Gracias a él los moribundos se recuperan, los muertos resucitan y todo dolor desaparece. Un milagro, no obstante, no habla en nombre propio, sino sólo en Nombre de lo que representa.