Libro de Ejercicios – Tema 6 – Lección 271
Padre, la visión de Cristo es el camino que me conduce a Ti. Lo que Él contempla restaura Tu recuerdo en mí. Y eso es lo que elijo contemplar hoy.
Padre, la visión de Cristo es el camino que me conduce a Ti. Lo que Él contempla restaura Tu recuerdo en mí. Y eso es lo que elijo contemplar hoy.
¿Cómo no ibas a percibir como una liberación del sufrimiento darte cuenta de que eres libre? ¿Por qué no habrías de aclamar a la verdad en vez de considerarla un enemigo?
El sosiego de hoy bendecirá nuestros corazones y, por medio de ellos, la paz descenderá sobre todo el mundo. Cristo se convierte en nuestros ojos hoy. Y mediante Su visión le ofrecemos curación al mundo por medio de Él, el santo Hijo que Dios creó íntegro; el santo Hijo a quien Dios creó como uno solo.
No hay tiempo, lugar ni estado del que Dios esté ausente. No hay nada que temer. Es imposible que se pudiera concebir una brecha en la Plenitud de Dios. La transigencia que la más insignificante y diminuta de las brechas representaría en Su Amor eterno es completamente imposible.
Hoy nuestra vista es ciertamente bendecida. Compartimos una sola visión cuando contemplamos la faz de Aquel Cuyo Ser es el nuestro. Somos uno por razón de Aquel que es el Hijo de Dios, Aquel que es nuestra Identidad.
Dios no pide nada, y Su Hijo, al igual que Él, no necesita pedir nada, pues no le falta nada. Un espacio vacío o una diminuta brecha, supondría una insuficiencia. Y sólo en esa condición podría él querer tener algo que no tiene. Un espacio donde Dios no se encuentra o una brecha entre Padre e Hijo no es la Voluntad de ninguno de Ellos, que prometieron ser Uno.
Que nuestra vista no sea blasfema hoy y que nuestros oídos no hagan caso de las malas lenguas. Sólo la realidad está libre de dolor. Sólo en la realidad no se experimentan pérdidas. Sólo la realidad ofrece completa seguridad. Y esto es lo único que buscamos hoy.
Lo que odias y temes, deseas y detestas el cuerpo no lo conoce. Lo envías a buscar separación y a que sea algo separado. Luego lo odias, no por lo que es, sino por el uso que has hecho de él. Te desvinculas de lo que ve y oye, y odias su debilidad y pequeñez. Detestas sus actos, pero no los tuyos. Mas el cuerpo ve y actúa por ti. Oye tu voz. Y es frágil e insignificante porque ése es tu deseo.
Que preste atención sólo a Tu Respuesta, no a la mía. Padre, mi corazón late en la paz que el Corazón del Amor creó. Y es ahí y sólo ahí donde estoy en mi hogar.
Recuerda que si compartes un sueño de maldad, creerás ser ese sueño que compartes. Y al tener miedo de él, no desearás conocer tu verdadera identidad porque pensarás que es temible. Y negarás tu Ser y caminarás por tierras extrañas que tu Creador no creó, donde parecerás ser algo que no eres.
Padre, me diste todos Tus Hijos para que fuesen mis salvadores y mis consejeros en la visión; los heraldos de Tu santa Voz. En ellos Tú te ves reflejado y en ellos Cristo me contempla desde mi Ser. Que Tu Hijo no se olvide de Tu santo Nombre. Que tu Hijo no se olvide de su santa Fuente. Que Tu Hijo no se olvide de que su Nombre es el Tuyo.
No te unas a los sueños de tu hermano, sino a él, y ahí donde te unes a Su Hijo, ahí está el Padre. ¿Quién iría en busca de substitutos si se diese cuenta de que no ha perdido nada? ¿Quién querría disfrutar de los “beneficios” de la enfermedad cuando ha recibido la simple bendición de la salud? Lo que Dios ha dado no puede suponer pérdida alguna y lo que no procede de Él no tiene efectos.