¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 19

19.IV.B. La creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 19

IV.B. El segundo obstáculo: La creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece

Capítulo 19 – La consecución de la paz

Los obstáculos a la paz

El segundo obstáculo: La creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece

1. Dijimos que el primer obstáculo que la paz tiene que superar es tu deseo de deshacerte de ella. Allí donde la atracción de la culpabilidad impera, no se desea la paz. El segundo obstáculo que la paz tiene que superar, el cual está estrechamente vinculado al primero, es la creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece. Pues aquí la atracción de la culpabilidad se pone de manifiesto en el cuerpo y se ve en él.

2. Ése es el tesoro que crees que la paz te arrebataría. De esto es de lo que crees que te despojaría, dejándote sin hogar. Y ésta es la razón por la que le negarías a la paz un hogar. Consideras que ello supone un “sacrificio” enorme, y que se te está pidiendo demasiado. Mas ¿se trata realmente de un sacrificio o de una liberación? ¿Qué te ha dado realmente el cuerpo que justifique tu extraña creencia de que la salvación radica en él? ¿No te das cuenta de que eso es la creencia en la muerte? En esto es en lo que se centra la percepción según la cual la Expiación es un asesinato. He aquí la fuente de la idea de que el amor es miedo.

3. A los mensajeros del Espíritu Santo se les envía mucho más allá del cuerpo, para que exhorten a la mente a unirse en santa comunión y a estar en paz. Tal es el mensaje que yo les di para ti. Sólo los mensajeros del miedo ven el cuerpo, pues van en busca de lo que puede sufrir. ¿Es acaso un sacrificio que se le aparte a uno de lo que puede sufrir? El Espíritu Santo no te exige que sacrifiques la esperanza de obtener placer a través del cuerpo, pues no hay esperanza alguna de que el cuerpo te pueda proporcionar placer. Pero tampoco puede hacer que tengas miedo del dolor. El dolor es el único “sacrificio” que el Espíritu Santo te pide y lo que quiere eliminar.

4. La paz se extiende desde ti únicamente hasta lo eterno, y lo hace desde lo eterno en ti. Fluye a través de todo lo demás. El segundo obstáculo no es más impenetrable que el primero, pues tú no quieres ni deshacerte de la paz ni limitarla. ¿Qué otra cosa pueden ser esos obstáculos que quieres interponer entre la paz y su avance, sino barreras que sitúas entre tu voluntad y su logro? Deseas la comunión, no el festín del miedo. Deseas la salvación, no el dolor de la culpa. Y deseas tener por morada a tu Padre y no a una mísera choza de barro. En tu relación santa se encuentra el Hijo de tu Padre, el cual nunca ha dejado de estar en comunión con Él ni consigo mismo. Cuando acordaste unirte a tu hermano reconociste esto. Reconocer eso no te cuesta nada, sino que te libera de tener que hacer cualquier clase de pago.

5. Has pagado un precio exorbitante por tus ilusiones, y nada de eso por lo que tanto has pagado te ha brindado paz. ¿No te alegra saber que el Cielo no puede ser sacrificado y que no se te puede pedir ningún sacrificio? No puedes interponer ningún obstáculo en nuestra unión, pues yo ya formo parte de tu relación santa. Juntos superaremos cualquier obstáculo, pues nos encontramos ya dentro del portal, no fuera. ¡Cuán fácilmente se abren las puertas desde dentro, dando paso a la paz para que bendiga a un mundo agotado! ¿Cómo iba a sernos difícil pasar de largo las barreras cuando te has unido a lo ilimitado? En tus manos está poner fin a la culpa. ¿Te detendrías ahora a buscar culpabilidad en tu hermano?

6. Deja que yo sea para ti el símbolo del fin de la culpa, y contempla a tu hermano como me contemplarías a mí. Perdóname por todos los pecados que crees que el Hijo de Dios cometió. Y a la luz de tu perdón él recordará Quién es y se olvidará de lo que nunca fue. Te pido perdón, pues si tú eres culpable, también lo tengo que ser yo. Mas si yo superé la culpa y vencí al mundo, tú estabas conmigo. ¿Qué quieres ver en mí, el símbolo de la culpa o el del fin de ésta? Pues recuerda que lo que yo signifique para ti es lo que verás dentro de ti mismo.

7. Desde tu relación santa la verdad proclama la verdad y el amor se contempla a sí mismo. La salvación fluye desde lo más profundo del hogar que nos ofrecisteis a mi Padre y a mí. Y allí estamos juntos, en la serena comunión en la que el Padre y el Hijo están unidos. ¡Venid, oh fieles, a la santa unión del Padre y del Hijo en vosotros! Y no os mantengáis aparte de lo que se os ofrece como muestra de agradecimiento por haberle dado a la paz su hogar en el Cielo. Llevad a todo el mundo el jubiloso mensaje del fin de la culpa, y todo el mundo contestará. Piensa en lo feliz que te sentirás cuando todos den testimonio del fin del pecado y te muestren que el poder de éste ha desaparecido para siempre. ¿Dónde puede seguir habiendo culpabilidad una vez que la creencia en el pecado ha desaparecido? ¿Y dónde está la muerte, una vez que se ha dejado de oír para siempre a su gran defensor?

8. Perdóname por tus ilusiones y libérame del castigo que me quieres imponer por lo que no hice. Y al enseñarle a tu hermano a ser libre, aprenderás lo que es la libertad que yo enseñé y, por lo tanto, me liberarás. Formo parte de tu relación santa, sin embargo, preferirías aprisionarme tras los obstáculos que interpones a la libertad e impedirme llegar hasta ti. Mas no es posible mantener alejado a Uno que ya está ahí. Y en Él se hace posible que nuestra comunión, en la que ya estamos unidos, sea el foco de la nueva percepción que derramará la luz que reside en ti por todo el mundo.

i. La atracción del dolor

1. Tu pequeño papel consiste únicamente en entregarle al Espíritu Santo la idea del sacrificio en su totalidad y aceptar la paz que Él te ofrece a cambio sin imponer ningún límite que impida su extensión, lo cual limitaría tu conciencia de ella. Pues lo que Él otorga tiene que extenderse si quieres disponer de su poder ilimitado y utilizarlo para liberar al Hijo de Dios. No es de este poder de lo que quieres deshacerte y, puesto que ya dispones de él, no puedes limitarlo. Si la paz no tiene hogar, tampoco lo tenemos ni tú ni yo. Y Aquel que es nuestro hogar se queda sin hogar junto con nosotros. ¿Es eso lo que quieres? ¿Deseas ser un eterno vagabundo en busca de paz? ¿Pondrías tus esperanzas de paz y felicidad en lo que no puede sino fracasar?

2. Tener fe en lo eterno está siempre justificado, pues lo eterno es siempre benévolo, infinitamente paciente y completamente amoroso. Te aceptará totalmente y te colmará de paz. Pero sólo se puede unir a lo que ya está en paz dentro de ti, que es tan inmortal como lo es lo eterno. El cuerpo no puede proporcionarte ni paz ni desasosiego, ni alegría ni dolor. Es un medio, no un fin. De por sí no tiene ningún propósito, sino sólo el que se le atribuye. El cuerpo parecerá ser aquello que constituya el medio para alcanzar el objetivo que tú le asignes. Sólo la mente puede fijar propósitos y sólo la mente puede discernir los medios necesarios para su logro, así como justificar su uso. Tanto la paz como la culpabilidad son estados mentales que se pueden alcanzar. Y esos estados son el hogar de la emoción que los suscita, que, por consiguiente, es compatible con ellos.

3. Examina, entonces, qué es lo que es compatible contigo. Ésta es la elección que tienes ante ti, y es una elección libre. Y todo lo que radica en ella vendrá con ella, y lo que crees ser jamás puede estar separado de ella. El cuerpo aparenta ser el gran traidor de la fe. En él residen la desilusión y las semillas de la falta de fe, mas sólo si le pides lo que no puede dar. ¿Puede acaso ser tu error causa razonable para la depresión, la desilusión y el ataque como represalia contra lo que crees que te ha fallado? No uses tu error para justificar tu falta de fe. No has pecado, pero te has equivocado con respecto a lo que significa tener fe. Mas la corrección de tu error te dará motivos para tener fe.

4. Es imposible tratar de obtener placer a través del cuerpo y no hallar dolor. Es esencial que esta relación se entienda, ya que el ego la considera la prueba del pecado. En realidad no es punitiva en absoluto. Pero sí es el resultado inevitable de equipararte con el cuerpo, lo cual es la invitación al dolor. Pues le abre las puertas al miedo, haciendo que se convierta en tu propósito. La atracción de la culpabilidad no puede sino entrar con él, y cualquier cosa que el miedo le ordene hacer al cuerpo es, por lo tanto, dolorosa. El cuerpo compartirá el dolor de todas las ilusiones, y la ilusión de placer se experimentará como dolor.

5. ¿No es acaso esto inevitable? El cuerpo, a las órdenes del miedo, irá en busca de culpa y servirá a su amo, cuya atracción por la culpabilidad mantiene intacta toda la ilusión de su existencia. En esto consiste, pues, la atracción del dolor. Regido por esta percepción, el cuerpo se convierte en el siervo del dolor, lo persigue con un gran sentido del deber y acata la idea de que el dolor es placer. Ésta es la idea que subyace a la excesiva importancia que el ego le atribuye al cuerpo. Y mantiene oculta esta relación demente, si bien, se nutre de ella. A ti te enseña que el placer corporal es felicidad. Mas a sí mismo se susurra: “Es la muerte”.

6. ¿Por qué razón es el cuerpo tan importante para ti? Aquello de lo que se compone ciertamente no es valioso. Y es igualmente cierto que no puede sentir nada. Te transmite las sensaciones que tú deseas. Pues el cuerpo, al igual que cualquier otro medio de comunicación, recibe y transmite los mensajes que se le dan. Pero éstos le son completamente indiferentes. Todos los sentimientos con los que se revisten dichos mensajes los proporcionan el emisor y el receptor. Tanto el ego como el Espíritu Santo reconocen esto, y ambos reconocen también que aquí el emisor y el receptor son uno y lo mismo. El Espíritu Santo te dice esto con alegría. El ego te lo oculta, pues no quiere que seas consciente de ello. ¿Quién transmitiría mensajes de odio y de ataque si entendiera que se los está enviando a sí mismo? ¿Quién se acusaría, se declararía culpable y se condenaría a sí mismo?

7. El ego siempre proyecta sus mensajes fuera de ti, al creer que es otro y no tú el que ha de sufrir por tus mensajes de ataque y culpa. E incluso si tú sufres, el otro ha de sufrir aún más. El supremo embaucador reconoce que esto no es verdad, pero como “enemigo” de la paz que es, te incita a que proyectes todos tus mensajes de odio y así te liberes a ti mismo. Y para convencerte de que esto es posible, le ordena al cuerpo que busque dolor en el ataque contra otro, lo llame placer y te lo ofrezca como tu liberación del ataque.

8. No hagas caso de su locura ni creas que lo imposible es verdad. No olvides que el ego ha consagrado el cuerpo al objetivo del pecado y que tiene absoluta fe de que el cuerpo puede lograrlo. Sus sombríos discípulos entonan incesantemente alabanzas al cuerpo, en solemne celebración del poderío del ego. No hay ni uno solo que no crea que sucumbir a la atracción de la culpabilidad es la manera de escaparse del dolor. Ni uno solo de ellos puede dejar de identificarse a sí mismo con su propio cuerpo, sin el que moriría, pero dentro del cual, su muerte es igualmente inevitable.

9. Los discípulos del ego no se dan cuenta de que se han consagrado a sí mismos a la muerte. Se les ha ofrecido la libertad, pero no la han aceptado, y lo que se ofrece se tiene también que aceptar para que sea verdaderamente dado. Pues el Espíritu Santo es también un medio de comunicación, que recibe los mensajes del Padre y se los ofrece al Hijo. Al igual que el ego, el Espíritu Santo es a la vez emisor y receptor. Pues lo que se envía a través de Él retorna a Él, buscándose a sí mismo en el trayecto y encontrando lo que busca. De igual manera, el ego encuentra la muerte que busca y te la devuelve.

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