(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 17
VIII. Las condiciones de la paz
Capítulo 17 – El perdón y la relación santa
Las condiciones de la paz
1. El instante santo no es más que un caso especial, un ejemplo extremo, de lo que toda situación está destinada a ser. El significado que el propósito del Espíritu Santo le ha dado al instante santo, se le da también a toda situación. El instante santo suscita la misma suspensión de falta de fe—que se rechaza y no se utiliza—para que la fe pueda responder a la llamada de la verdad. El instante santo es el ejemplo supremo, la demostración clara e inequívoca del significado de toda relación y de toda situación cuando se ven como un todo. La fe ha aceptado todos los aspectos de la situación, y la falta de fe no ha impuesto el que nada se vea excluido de ella. Es una situación de perfecta paz, debido simplemente a que la has dejado ser lo que es.
2. Esta simple cortesía es todo lo que el Espíritu Santo te pide: que dejes que la verdad sea lo que es. No intervengas, no la ataques y no interrumpas su llegada. Deja que envuelva cada situación y que te brinde paz. Ni siquiera se te pide que tengas fe, pues la verdad no pide nada. Déjala entrar, y ella invocará la fe que necesitas para gozar de paz y se asegurará de que dispongas de ella. Pero no te alces contra ella, pues no puede hacer acto de presencia si te opones a ella.
3. ¿No desearías hacer de toda situación un instante santo? Pues tal es el regalo de la fe, que se da libremente dondequiera que la falta de fe se deja a un lado sin usar. El poder del propósito del Espíritu Santo puede usarse entonces en su lugar. Este poder transforma instantáneamente todas las situaciones en el único medio, seguro y continuo, de establecer Su propósito y de demostrar su realidad. Lo que se ha demostrado ha requerido fe, y ésta ha sido concedida. Ahora se convierte en un hecho, del que ya no se puede retirar la fe. La tensión que conlleva negarle la fe a la verdad es enorme y mucho mayor de lo que te imaginas. Pero responder a la verdad con fe no entraña tensión alguna.
4. Para ti que has respondido a la llamada de tu Redentor, la tensión que conlleva no responder a Su llamada parece ser mayor que antes. Pero no es así. La tensión siempre estuvo ahí, pero se la atribuías a otra cosa, creyendo que era esa “otra cosa” la que la producía. Mas eso nunca fue verdad. Pues lo que esa “otra cosa” producía era pesar y depresión, enfermedad y dolor, tinieblas y vagas imaginaciones de terror, escalofriantes fantasías de miedo y abrasadores sueños infernales. Y todo ello no era más que la intolerable tensión que se producía al negarte a depositar tu fe en la verdad y a ver su evidente realidad.
5. Tal fue la crucifixión del Hijo de Dios. Su falta de fe le ocasionó todo eso. Piénsalo muy bien antes de permitirte usar tu falta de fe contra él. Pues él ha resucitado, y tú has aceptado la Causa de su despertar como tu propia causa. Has asumido el papel que te corresponde en su redención, y ahora eres completamente responsable por él. No le falles ahora, pues te ha sido dado comprender lo que tu falta de fe en él te ocasiona. Su salvación es tu único propósito. Ve sólo esto en toda situación, y cada una de ellas se convertirá en un medio de brindarte sólo eso.
6. Cuando aceptaste la verdad como el objetivo de tu relación, te convertiste en un dador de paz tan irremediablemente como que tu Padre te dio paz a ti, ya que el objetivo de la paz no se puede aceptar sin sus condiciones, y tú tuviste que haber tenido fe en dicho objetivo, pues nadie acepta lo que no cree que es real. Tu propósito no ha cambiado ni cambiará jamás, pues aceptaste lo que nunca puede cambiar. Y ahora no le puedes negar nada que necesite para ser eternamente inmutable. Tu liberación es segura. Da tal como has recibido. Y demuestra que te has elevado muy por encima de cualquier situación que pudiera detenerte y mantenerte separado de Aquel Cuya Llamada contestaste.
Búsqueda por términos o palabras, ejemplo: lección 137