(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 10
Introducción
Capítulo 10 – Los ídolos de la enfermedad
Introducción
1. Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti. Tanto el tiempo como la eternidad se encuentran en tu mente, y estarán en conflicto hasta que percibas el tiempo exclusivamente como un medio para recuperar la eternidad. No podrás hacer esto mientras sigas creyendo que la causa de cualquier cosa que te esté ocurriendo se encuentra en factores externos a ti. Tienes que aprender que el tiempo sólo existe para que hagas uso de él y que nada en el mundo puede eximirte de esa responsabilidad. Puedes violar las Leyes de Dios en tu imaginación, pero no puedes eludirlas. Fueron promulgadas para tu protección y son tan inviolables como tu seguridad.
2. Dios no creó nada a excepción de ti, y nada a excepción de ti existe, pues formas parte de Él. ¿Qué puede existir excepto Él? Nada puede tener lugar aparte de Él porque nada excepto Él es real. Tus creaciones, al igual que tú, representan una aportación para Él, pero ni tú ni ellas le aportan nada que sea diferente porque todo ha existido siempre. ¿Qué otra cosa puede trastornarte salvo lo efímero, y cómo puede ser lo efímero real si tú eres la única creación de Dios y Él te creó eterno? Tu santa mente determina todo lo que te ocurre. La respuesta que das a todo lo que percibes depende de ti porque es tu mente la que determina tu percepción de ello.
3. Dios no cambia de parecer con respecto a ti, pues no duda de Sí Mismo. Y lo que conoce se puede conocer porque no se lo reserva sólo para Sí. Te creó para Sí Mismo, pero te dio el poder de crear para ti mismo a fin de que fueras como Él. Por eso es por lo que tu mente es santa. ¿Qué podría haber que fuese más grande que el Amor de Dios? ¿Qué podría haber, entonces, que fuese más grande que tu voluntad? Nada externo a tu voluntad te puede afectar porque, al estar en Dios, lo abarcas todo. Cree esto, y te darás cuenta de hasta qué punto todo depende de ti. Cuando tu paz interior se vea amenazada por algo, pregúntate: “¿Ha cambiado Dios de parecer con respecto a mí?” Acepta luego Su decisión, que es ciertamente inmutable, y niégate a cambiar de parecer con respecto a ti mismo. Dios nunca decidirá contra ti, pues si lo hiciera, estaría decidiendo contra Sí Mismo.
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