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Sufragio mujeres en Costa Rica

      Un tributo a Angela Acuña Braun

      Autor Carlos Porras

      Relatos de Costa Rica

      Angela Acuña Braun fue la primera mujer costarricense en obtener el título de bachillerato y la primera centroamericana en graduarse como abogada. Incursionó además en el periodismo, la política y la diplomacia. Su marido, Lucas Raúl Chacón González fundó, en 1915, el primer grupo de Boy Scouts en Costa Rica.

      Aunque fue declarada Benemérita de la Patria y existe un premio de periodismo con su nombre, su figura es bastante poco conocida. Ángela Acuña Forjadora de Estrellas, de Yadira Calvo, es uno de los pocos estudios que se ocupan de su vida y su obra. Además de brindar datos biográficos detallados y hacer un esbozo de sus ideas y actividades, el libro presta especial atención a las discusiones que surgieron cada vez que se planteó la posibilidad de reconocer el derecho al voto de las mujeres. Ángela Acuña Braun fue participante activa y, en muchas ocasiones, promotora de ese debate.

      En Costa Rica, las mujeres pudieron ejercer el Derecho y ser jueces antes de poder votar. Doña Yvonne Clays Spoelders, la primera mujer en la diplomacia costarricense realizó gestiones a nombre de Costa Rica en Washington antes de que las mujeres fueran ciudadanas de pleno derecho.

      Ángela Acuña Braun nació en Cartago, el 2 de octubre de 1892, hija de don Ramón Acuña García y doña Adela Braun Bonilla. Su abuelo materno era alemán, pero no está claro porqué su apellido se escribe de esa manera.

      Ángela no tuvo oportunidad de conocer a su padre, puesto que murió, de manera algo misteriosa, cuando ella tenía solamente dos años de edad. El 30 de noviembre de 1894, don Ramón Acuña ofreció una cena en honor del Presidente de la República, don Rafael Yglesias Castro. Circulaba el rumor de que el gobernante iba a ser envenenado durante el banquete, por lo que el anfitrión, a la hora del brindis, intercambió su copa por la del mandatario. Que cada quien piense lo quiera, pero esa misma noche don Ramón cayó enfermo y justo un mes después falleció.

      Doña Adela, por su parte, murió cuando Ángela tenía trece años de edad. Pese a haber quedado huérfana tan pequeña, el futuro de Ángela, quien era una destacada estudiante, se vislumbraba prometedor. Su maestro Carlos Gagini, tras escucharla hacer uso de la palabra en una velada escolar le dijo: «No me he de morir sin oír su voz en el Congreso o en el Foro».

      De 1906 a 1910, Ángela residió en Europa, donde gozó de la hospitalidad, protección y guía del embajador de Costa Rica, don Manuel María Marqués de Peralta y de su esposa, la condesa Jehanne de Clérembault Soler. Durante su estadía en el viejo continente, Ángela, entre otras experiencias memorables, tuvo la oportunidad de asistir a una presentación de Enrico Carusso y, aunque no pudo conocerlo en persona, recibió una carta muy afectuosa de Aquileo Echeverría quien, gravemente enfermo, se encontraba entonces en Barcelona.

      Cuando regresó al país, gracias al apoyo de don Roberto Brenes Mesén, Ángela se matriculó en el Liceo de Costa Rica, donde obtuvo su título de Bachiller en 1912. Inmediatamente, ingresó a la Escuela de Derecho. De esa época son sus primeros artículos sobre la participación de la mujer en política. En 1915, junto a José Albertazzi Avendaño, fundó la revista literaria Fígaro, que tendría como colaboradores a Carlos Gagini, Paco Soler, Ricardo Fernández Guardia, Eduardo Casalmigia y Alejandro Alvarado Quirós, entre otros.

      En los años veinte, el voto femenino era ya tema recurrente en los debates políticos. Manifestándose al respecto, don Ricardo Jiménez Oreamuno, tal vez sin darse cuenta, al abogar por la eliminación de un prejuicio, acabó subrayando otro: «No veo porqué se les niega ese voto a las mujeres, mientras se les da a los indígenas de Talamanca».

      En 1934, don Arturo Volio Jiménez presenta un proyecto de ley que pretende reconocer el derecho al voto de las mujeres. La iniciativa parece contar con apoyo en el Congreso y en medio del debate que desató en la prensa, el padre Rosendo Valenciano escribió un artículo en el que afirmó que el derecho del voto femenino no lo asustaba porque, aunque se aprobara, las mujeres decentes no harían uso de él. El Presidente de la República, don Ricardo Jiménez Oreamuno, pese a haberse mostrado favorable a la reforma poco antes, al ver una sotana de por medio, cambió de parecer. Don Ricardo, profundamente anticlerical, dijo que, si las mujeres pudieran votar, votarían por quien les dijera el cura, de manera que aprobar el voto femenino, en ese momento, era darle la mitad del electorado a la Iglesia y retiró su apoyo al proyecto.

      De hecho, nueve años después, en 1943, cuando el proyecto volvió a discutirse, el padre Valenciano también cambió de parecer y se puso de parte de las sufragistas, a quienes facilitó el salón parroquial de la iglesia de la Merced para que realizaran sus reuniones. Por ironías de la vida, cuando el padre Valenciano se puso al lado del derecho de las mujeres a votar, el arzobispo, Monseñor Víctor Manuel Sanabria, se manifestó en contra.

      Hay quienes dicen que la intención de la propuesta de voto femenino de 1943, presentada por Francisco Orlich, Otto Cortés, Roberto Gamboa, Eladio Trejos, Francisco Urbina, Juan María Solera y Luis Calvo Gómez, era una maniobra de León Cortés, candidato a las elecciones presidenciales de 1944 y, por ello, tampoco prosperó. La Directiva del Colegio de Abogados, por su parte, sostuvo la tesis de que el derecho al voto de las mujeres era inconstitucional. Hubo hasta una comedia de teatro, titulada Las candidatas, en la que actuaba Zoilo Peñaranda, que ironizaba sobre el tema. Doña Ángela, sin haberla visto, consideró que la obra teatral era ofensiva y trató, sin lograrlo, que fuera prohibida.

      En 1947, durante el gobierno de Teodoro Picado, se realizó un nuevo intento por lograr la reforma, pero tampoco prosperó.

      No sería sino hasta 1949, con la nueva Constitución Política, que las mujeres obtendrían el derecho al voto. Entre los constituyentes que defendieron la reforma estaba don Arturo Volio Jiménez, quien quince años antes había presentado una iniciativa formal al respecto. Por ironías del destino, don Arturo no estuvo presente el día que se aprobó el texto y no pudo votar. Sin embargo, la mayoría fue holgada. Hubo 33 votos a favor y ocho en contra.

      El libro pretende otorgar a Ángela Acuña Braun y sus compañeras sufragistas el mérito de haber logrado esta conquista histórica. No discuto que su papel haya sido importante, pero no creo que fuera decisivo. En mi opinión, los avances democráticos se deben más al desarrollo de las ideas que a las presiones de grupos o personas en particular. La primera vez que se planteó seriamente el derecho al voto de las mujeres fue en 1890, apenas dos años después del nacimiento de doña Ángela.

      En los inicios de la vida republicana solamente tenían derecho a votar los propietarios de tierras, ya que poseían una parte del territorio nacional. Después obtuvieron el derecho al voto los comerciantes que, aunque no tuvieran terrenos a su nombre, manejaban capitales de cierta consideración y, por tanto, contribuían con el pago de impuestos. Más adelante, se le reconoció el derecho al voto a las personas que, sin tierras y sin capital, por el simple hecho de saber leer y escribir, se consideraban calificados para decidir sobre el futuro del país. Luego se comprendió que los adultos que trabajaban, aunque fueran analfabetos, eran ciudadanos de la República y tenían derecho a voto. En ese proceso democrático, las mujeres no fueron tomadas en cuenta y, cuando se planteó la cuestión, se repasaron casi uno por uno todos los pasos que ya se mencionaron. La propia Ángela Acuña Braun, en un artículo de 1915, señalaba que era injusto que tuvieran «derecho al voto millares de hombres que no poseen nada, y por consiguiente no pagan impuesto municipal alguno, y estén privadas de ese voto multitud de mujeres propietarias que con su dinero hinchan las arcas del Municipio».

      Las elecciones del año anterior, 1914, fueron las primeras en que pudieron votar los hombres pobres y analfabetos. Al igual que a don Ricardo con los indígenas de Talamanca, doña Ángela pretendió descalificar un prejuicio recalcando otro. No era un asunto de hombres o mujeres. Era un asunto de hombres pobres e ignorantes que tenían derecho a votar y mujeres cultas y ricas que no lo tenían. En algún momento se llegó a discutir un voto femenino selectivo, según el cual se le concedería el derecho solamente a las mujeres profesionales o dueñas de cierto capital.

      Lo cierto del caso es que todos los legisladores que reconocieron el derecho al voto de quienes no tenían tierras, eran terratenientes. Todos los legisladores que impulsaron el derecho al voto de los analfabetos, sabían leer y escribir. Y, finalmente, todos los legisladores que aprobaron el voto femenino, eran hombres.

      Aunque cada país tiene su historia particular, se estima que las mujeres pudieron votar más o menos cincuenta años después de que los pobres pudieran hacerlo. En el caso de Costa Rica fueron poco menos de cuarenta años. En 1914 los pobres votaron primera vez y las primeras elecciones nacionales en que votaron las mujeres fueron en 1953, aunque algunas de ellas ya habían ejercido su derecho en un plebiscito realizado en San Carlos en 1950.

      Doña Ángela se había trasladado con su hija a los Estados Unidos en 1945 y estuvo fuera del país por varios años. En 1953 se postuló como candidata a diputada, pero no salió electa. Ni siquiera pudo votar ya que, por motivos de trabajo, estuvo fuera del país el día de las elecciones. Su cuñada, Ana Rosa Chacón González, fue una de las tres primeras diputadas electas en esa oportunidad. Las otras dos fueron Estela Quesada y María Teresa Obregón Zamora.

      Ángela Acuña Braun nunca llegaría al Congreso. Era una mujer muy respetada y apreciada en las altas esferas culturales y sociales, pero no llegó a ser una figura conocida por el pueblo. Aunque en materia de derechos de la mujer tenía una posición de avanzada, en otros temas era conservadora hasta extremos medievales. En un artículo de 1962, por ejemplo, declara que la función de los gobernantes es un legado divino. Sus ideas elitistas y aristocráticas la llevaban a juzgar a las personas por sus modales y su cultura, por lo que los campesinos (o campesinas) no formaban parte de su auditorio.

      El presidente Mario Echandi nombró a Ángela Acuña Braun embajadora ante la Organización de Estados Americanos. En 1970, a los setenta y ocho años de edad, doña Ángela publicó su único libro La mujer costarricense a través de cuatro siglos. Este tratado de mil ochenta y dos páginas dividido en dos tomos es un recuento de figuras históricas presentadas de manera aleatoria, casi sin ningún tipo de orden ni criterio en que, según anota Yadira Calvo: «el dato valioso y la anécdota insustancial ocupan, democráticamente, el mismo escaño».

      Ángela Acuña forjadora de estrellas es, ante todo, un tributo a la labor de una mujer que, pese a estar llena de prejuicios añejos, luchó por erradicar uno en particular. El libro está elegantemente escrito y cuidadosamente documentado, al punto que, en mi lectura, atenta como siempre, solamente descubrí en él dos erratas y dos errores.

      En la página 121 se menciona a un tenor que cantaba «áreas», cuando los tenores lo que cantan son arias. En la página 164 al mencionar la palabra «cocina» en alemán, aparece «Keche» en vez de Küche.

      Las erratas son hasta simpáticas, pero los dos errores son delicados.

      En la página 200 dice que don Otilio Ulate se encontraba reunido con don Pepe Figueres en la casa del Dr. Carlos Luis Valverde Vega cuando este último fue asesinado. Esa noche, como se sabe, don Pepe no estaba en la casa del Paseo Colón sino a muchos kilómetros de distancia, en la finca La Lucha, con sus hombres alzados en armas.

      En la página 91, al referirse a la dictadura de los Tinoco, dice que «muchos costarricenses notables sirven al régimen o simpatizan con él» y cita a Roberto Brenes Mesén, a Joaquín García Monge y a la propia Ángela Acuña Braun.

      Roberto Brenes Mesén fue parte del gabinete de Federico Tinoco, y Ángela Acuña Braun, gran amiga de Federico y de su esposa María Fernández de Tinoco, fue ardiente defensora de la dictadura. Pero, y aquí está el grave error, don Joaquín García Monge ni le sirvió al régimen ni simpatizó con él, más bien fue su víctima, perdió su trabajo y fue perseguido.

      Cuando los hermanos Alfredo y Jorge Volio preparaban tropas en Nicaragua contra la dictadura de los Tinoco, Ángela Acuña Braun se refirió a ellos como «falsos y miserables hijos de mi patria» y cerró el párrafo diciendo: «Rompo mi pluma sobre el inmaculado papel en que hoy escribo y pido al cielo ¡Maldición!»

      Yadira Calvo justifica esta clara posición de apoyo a la dictadura por la amistad de muchos años de doña Ángela con María Fernández de Tinoco, Mimita, quien, vale la pena agregar, era una mujer de amplia cultura y refinados modales, autora de dos novelas Zulai y Yontá.

      Angela Acuña Braun

      Ángela Acuña Braun. 1888-1983. Primera bachiller de Costa Rica y primera abogada de Centroamérica.

      Tras dejar el poder, Federico Tinoco se fue con su esposa a Francia. Roberto Brenes Mesén, por su parte, estigmatizado como «tinoquista» se trasladó a vivir durante más de veinte años a los Estados Unidos. Curiosamente, en sus luchas por el voto femenino, doña Ángela contó siempre con el apoyo de don Arturo Volio Jiménez, hermano de Alfredo y Jorge, a quienes ella había llamado «falsos y miserables hijos de mi patria». Cuando Mimita regresó a Costa Rica, tras la muerte de Federico, también gozó de la amistad de don Arturo. Lo irónico del caso es que no hubo represalias ni resentimientos contra ellas por sus posiciones políticas, precisamente porque por ser mujeres, se consideraba que estaban totalmente fuera de la política.

      Muchos años después de la revista literaria Fígaro, doña Ángela fundó el semanario Mujer y hogar. La familia y la protección de los niños fue su gran obsesión en su carrera de abogada. Su tesis de grado fue sobre los derechos del niño. Planteó valiosas propuestas para el funcionamiento de los juzgados tutelares de menores y su gran triunfo fue lograr, en 1941, que las mujeres pudieran ejercer como jueces en los Tribunales de la República. Otro aporte suyo significativo fue el establecimiento, en 1924, de la celebración del 12 de octubre como Día de la raza, que en 1992 pasó a llamarse Día de las Culturas.

      Ángela Acuña Braun falleció el 10 de octubre de 1983, a los noventa y cinco años de edad. Un año antes de su muerte había sido declarada Benemérita de la Patria.

      INSC: 1989.
      Libro: Ángela Acuña Forjadora de Estrellas.
      Detalles: Yadira Calvo. Editorial Costa Rica. 1989.

      Referencia: Mis libros con notas
      Título: Un tributo a Angela-Acuña-Braun
      Autor: Carlos Porras

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