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Relato el Ocultador

El ocultador

El ocultador

Autora Ileana Sagot

Había nacido al calor de una cocina de leña en el más remoto de los campos y su cuerpo era uno con el fuego al que se había asido ante la orfandad en que la dejo la muerte prematura de madre. La cocina era su casa, su espacio para todo, allí podía bañar niños, lavar ropa, trastes y hasta su propia alma. Ante esa vida, no le podía faltar lo que le habían dicho, en broma pero en serio que era su título, y aquello era el delantal.
Aquel pedazo de tela generalmente decorada en formas inimaginables, tenía como objetivo primordial proteger el vestido. Podía ser desde un simple pedazo de tela con tirantes hasta llevar perchero, encajes, forros, vuelos, bordados, flores y cuanto adorno tratara de alegrar las cansinas tareas. Muchas veces dependía de la ocasión, entre más importante la actividad más elegante debía ser, por ello era necesario tener más de uno.
Casi nunca se lo quitaba, estaba adherido a sí misma como parte de su piel y la protegía de cualquier infortunio. Uno de sus usos más frecuentes era que servía de pañuelo, allí encontraba el apoyo que necesitaba para secarse las lágrimas mientras preparaba la cena, mientras esperaba al marido que nunca aparecía, mientras, mientras y mientras. Aparte, servía de agarradera de ollas, de bolsa para traer los limones, para sacudir el polvo que se acumulaba en la casa y sobre los hombros de su propia vida o para abrigarse en las tardes frías cuando salía a meter a los chiquillos.
Como era su compañero y había tenido muchos durante su corta vida, cada vez que se ponían feos y su lienzo quedaba manchado, por los errores de la vida, aparecía otro.
Es imprescindible mencionar el que le había funcionado mejor, había sido un preciado regalo de una amiga del país de al lado y estaba conformado de vuelos y vuelos y vuelos que pegados uno tras otro formaban un delantal amplio y muy tupido.
Lo tenía guardado por bonito, pero ese día en que se dio cuenta de su embarazo número diez decidió ponérselo avergonzada, para, entre su carita redonda y sus anchas caderas, ocultar la boca más que venía. Está de más decir que su vida había estado llena de carencias de muchos tipos y que ya no le quedaba aliento para mantenerse en pie y mantener a todos sus hijos en la lucha por la vida. Casi sola, encontró el escondite perfecto para ocultar aquello. Así pasaron nueve meses, nunca nadie se enteró de nada, nadie le pregunto nada, nadie imagino nada, todo seguía igual y además había sido una estrategia muy usada en el pasado. Un día cualquiera cuando los demás niños regresaron de la escuela, un llanto eterno y desesperado empezó a salir del cuarto de madre. ¡Nada! Había un hermano más y todos confundidos entendieron la llegada.

Referencias:
Detalles: San José, 1960.
Autora: Ileana Sagot.