Diario del primer viaje de Cristóbal Colón
Autor Carlos Porras
Cristóbal Colón es un personaje polémico y misterioso. Las biografías que se han publicado sobre él ofrecen versiones no solo diferentes, sino contradictorias. Colón dejó muchos documentos escritos por su propia mano (diarios de viaje, cartas y extensos alegatos ante las autoridades), pero en ninguno de ellos brindó pistas sobre su vida personal. Se desconoce su origen, el lugar de su nacimiento y los viajes que realizó, como marino, antes de cruzar el Atlántico. Tras su muerte, sus restos fueron trasladados tantas veces que al día de hoy no está claro dónde permanece sepultado. Sin contar con ninguna certeza sobre el sitio exacto en que estuvo su cuna o en el que se encuentra su tumba, quienes han pretendido escribir la historia de su vida se han topado también con prolongados periodos sobre los que no hay información alguna.
Además, quienes se ocupan de la figura de Colón suelen distraerse en valoraciones sobre las consecuencias de su viaje más que en el viaje mismo. Hay quienes lo señalan como el responsable de todo lo ocurrido en América en los últimos cinco siglos, pasando por alto el hecho de que, cuando inició el proceso de conquista, ya Colón había sido hecho a un lado. Se han escrito miles de páginas llenas de especulaciones sobre su persona que no hay manera de que sean comprobadas. También se ha discutido mucho sobre el proceso de dominación española sobre los pueblos indígenas americanos del que Colón apenas formó parte en el más temprano inicio.
Entre el misterio de una biografía que jamás podrá ser completada y la polémica por un proceso histórico complejo y extenso, no se le ha prestado la atención debida al navegante, al explorador, sin distraerse con lo que pudo haber pasado antes o con lo que pasó después.
La lectura de Primer viaje de Cristóbal Colón, publicado por Ramón Sopena en 1972, brinda la oportunidad de conocer los detalles de la histórica travesía contados por el propio protagonista. Se trata de una trascripción literal del diario de a bordo, realizada originalmente por Fray Bartolomé de las Casas sobre el texto original y que incluye, como apéndice, dos extensas cartas del Almirante en que resume su viaje. Un gran mérito de esta edición es que no incluye fastidiosas explicaciones ni notas al pie de página que intenten aclarar o explicar lo escrito, ni que brinden opiniones, valoraciones o propuestas de interpretación. Así, el lector se encuentra directamente con los apuntes que Colón día a día fue anotando en su diario.
Empieza el tres de agosto de 1492, cuando las tres carabelas, la Pinta, la Niña y la Santa María, parten del Puerto de Palos en Andalucía. Apenas tres días después, saltó a la luz que la Pinta estaba en malas condiciones y fue necesario repararla al llegar a Tenerife, en las Islas Canarias. Durante el viaje, ya en el océano, Colón presta mucha atención a la hierba que encuentra flotando en el agua y a las aves que mira volar en el cielo. Consciente de que ninguna ave anida ni duerme en el agua, cada vez que ve una calcula cuál sería la máxima distancia que pudo haber volado desde tierra. La mayoría de las islas, dice, se han descubierto siguiendo a las aves. El 15 de setiembre, vieron caer, a lo lejos, un relámpago.
No menciona ningún motín ni protesta a bordo. Simplemente anota que el 10 de octubre los marineros se mostraron algo preocupados porque les parecía que no había vientos que facilitaran el viaje de regreso. La leyenda dice que el 12 de octubre avistaron tierra, bajaron a la playa y se encontraron con los indígenas, pero según el diario no fue así. Vieron varias fogatas en la noche del once de octubre. Al día siguiente, muy temprano, fueron a reconocer la isla y no encontraron a nadie pero horas después, esa misma mañana, las carabelas se vieron rodeadas por embarcaciones de los habitantes locales, unas tan pequeñas en que había una sola persona y otras tan grandes en que cabían más de cuarenta. Colón describe a los hábiles remeros como muy «fermosos», del color de los canarios, ni blancos ni negros, bien hechos, con piernas derechas y sin barriga, andaban «desnudos como su madre los parió» y tenían el cuerpo pintado, unos de negro, otros de rojo y otros de amarillo. Le llamó la atención que solo hubiera hombres jóvenes y anotó que ninguno de ellos parecía haber cumplido los treinta años. Como el primer encuentro fue amistoso, días después los ancianos, las mujeres y los niños llegaron también a conocer las naves y sus ocupantes.
Mucho se ha hablado del cambio de oro por cuentas de vidrio. El hecho en verdad ocurrió y el propio Colón lo menciona, pero no sucedió ese primer día, sino varias semanas después. En el primer intercambio, los indígenas llevaron como presentes ovillos de algodón y los españoles les correspondieron con bonetes colorados.
Colón hablaba todas las lenguas europeas y llevaba un marino, Luis de Torres, que hablaba hebreo, griego y árabe, pero como era de esperarse, la comunicación con los indígenas debió ser por señas. Señalaban con el dedo los objetos y repetían las palabras que escuchaban. No es de extrañar, por tanto, que la primera palabra que aprendió el Almirante en la lengua local fue «canoa». En su diario, llama barcas, a los botes suyos, y canoas a los de los indígenas.
Dice que la inclinación de la tierra es muy tenue, que la profundidad del mar, incluso lejos de la costa, es baja, que casi no hay olas y que el agua es muy clara y se ve el fondo. Por esa descripción, así como por las coordenadas que anota, se ha sostenido que arribó a las Bahamas.
Cuando leí que los indígenas le dieron de su pan, muy blanco y bueno, supuse que se trataba de bolas de yuca, pero días después el propio Almirante anota que ese pan que tanto le gustó estaba hecho de ñames y llamaba «cazabi». Menciona unas «bolas bermejas como nueces». Por la descripción, creo que se trata de pejibayes, pero no sé si habría pejibayes en las Antillas.
No explica cómo, pero los indígenas le informaron que, no muy lejos, había otras islas más grandes y más pobladas. Se llevó a seis mancebos en el viaje de exploración y embarcó también a sus esposas, porque «los hombres mejor se comportan teniendo sus mujeres que sin ellas». Un dato interesante es que Colón hacía lo posible por hablarle a los hombres indígenas en su propia lengua, pero exigía que las mujeres indígenas que iban en la nave aprendieran a hablar español cuanto antes.
El 19 de octubre llegó a lo que es hoy República Dominicana y quedó cautivado por la belleza del paisaje. «Es la isla más fermosa que yo vide, que si las otras son fermosas esta es más». Sin embargo, cuando poco después visitó Cuba, declaró que era «la tierra más fermosa que ojos hayan visto».
Verdaderamente impresionado por cuanto se encontraba a su paso, afirma que «no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza».
Todo era nuevo. Nada se parecía a lo conocido. Los árboles, las plantas, los peces, los pájaros, las frutas eran muy distintos a los de Europa, Asia y África. Colón intenta describirlos con comparaciones, pero destaca siempre la diferencia. Las palmeras se parecen a las del sur de Andalucía, pero más grandes y recias. Colón pescó un pez enorme y gordo, lleno de púas que era todo concha sin partes blandas. «Para hacer relación de las cosas que vian no bastaran mil lenguas a referillo ni su mano para lo escribir, que le parecia questaba encantado».
Los indígenas, por su parte, no reconocían las muestras de canela, nuez moscada, ruibarbo o pimienta que los españoles les enseñaron.
En cuanto lugar llegaba, los habitantes locales le hablaban de «los caribes», unos guerreros desalmados que atacaban las islas, secuestraban personas y se las comían. Colón tomó nota, pero no creyó lo que decían. Según él, los tales guerreros tomaban prisioneros y como sus familiares no los volvían a ver nunca, creían que se los habían comido. Le llamó mucho la atención más bien que, pese a tener enemigos que los atacaban con frecuencia, los indígenas de las islas que había visitado no tenían ningún tipo de arma.
Suponía que por ahí, en alguna parte, debían de haber grandes poblaciones, pero las aldeas que encontraba no pasaban de media docena de casas. «Sus casas», dice, «son limpias, muy barridas y grandes, porque aquellas casas eran de manera que se acogen muchas gentes en una sola y deben de ser todos parientes descendientes de uno solo».
Insistentemente describe a los pobladores locales como gente buena, muy mansa, amable y acogedora. «Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no». «Ellos aman a su prójimo como a sí mismos y dan todo lo que tienen con alegría». Le pareció que nadie tenía nada propio sino que, «de lo que uno tenía, todos hacían parte, en especial de las cosas comederas». Quedó muy impresionado por su manera de comer. La persona principal comía primero y luego, con su propia mano, repartía porciones entre los demás. «Son personas de pocas palabras y lindas costumbres», dice, «y su manera de mandar es hacer un leve gesto con la mano».
Los hombres, niños y niñas andaban desnudos, pero las mujeres adultas llevaban un paño de algodón con el que «se cobijan su natura». Los perros eran el único animal doméstico que tenían pero, curiosamente, eran perros que no ladraban. No vio, en ninguna de las islas, animales grandes de cuatro patas. Ya fuera navegando cerca de la costa o caminando tierra adentro, Colón exploraba sin descanso. Lo único que lo detenía era la lluvia, ya que, «si es peligroso navegar o caminar con lluvia por lugares que se conocen, mucho más lo es en lugares que no se conocen».
El mayor disgusto que se llevó no se lo dieron los indígenas, sino sus compañeros de travesía. El 21 de noviembre, Martín Alonso Pinzón se marchó con la Pinta, sin avisar ni pedir permiso.
El 11 de diciembre, la víspera de cumplirse los dos meses del primer encuentro con los habitantes locales, Colón anota con gran satisfacción en su diario «Cada día entendemos más a estos indios y ellos a nosotros». Y hace una observación importante. Menciona que ha notado que en todas las islas se habla una sola lengua, no como en Guinea, donde los nativos hablan multitud de lenguas. En otro lugar menciona que los ríos son de agua sana y limpia, no como los de Guinea, de los que es peligroso beber. Colón, que tanto se cuidaba de no brindar detalles sobre su pasado, deja constancia, con esta sencilla e inocente comparación, que alguna vez estuvo en África. Otra revelación es que, el 21 de diciembre anota: «Yo he estado veintitrés años en la mar». Parecen detalles sin importancia pero, dado lo misteriosa que es la vida de Colón, cualquier dato sobre ella es valioso.
El 13 de diciembre, en la isla Española, encuentra finalmente una población de más de tres mil habitantes y muchas casas. Todos los vecinos saludaron a los españoles poniendo las manos sobre sus cabezas y muchos de ellos, al hacerlo, estaban temblando. En ese sitio, Colón miró que algunas mujeres jóvenes eran tan blancas que parecían europeas. «Si anduviesen vestidos y se guardasen del sol serían tan blancos como en España». Para ese entonces, ya Colón se había enterado que la costumbre de pintarse el cuerpo de colores no era ritual, sino práctica, ya que con los pigmentos protegían su piel contra el ardiente sol.
Guacanagari, el cacique local, era un hombre joven que se hizo buen amigo de Colón, lo convidó a una deliciosa cena con abundantes camarones, le habló de otras tierras cercanas como Guarionex y Macorix y le preguntó por el reino de Castilla. No había en el poblado nada parecido a un templo. Colón comprendió que los indígenas sabían de Dios en el cielo, pero le pareció que no tenían ninguna religión. Levantó una cruz en el centro del poblado, les habló de Jesucristo y los indígenas, muy recogidos, «diz que oraron».
Guacanagari lloró cuando supo que la carabela Santa María había encallado y se había roto en la noche del 25 de diciembre. A toda prisa mandó a los habitantes a rescatar el contenido de la nave. Todo lo que había dentro fue llevado a la costa y, según anota Colón, no se perdió ni una agujeta. Con los restos de la Santa María, Colón mandó levantar un fuerte, donde dejó treinta y nueve hombres con bizcocho para un año, varios toneles de vino y abundante pólvora.
Como solamente le quedaba la carabela Niña, programó su regreso a Europa para los primeros días del año 1493. A bordo del barco, los indígenas que lo acompañaban le daban de beber un refresco de semillas disueltas en agua que, según le decían, era cosa sanísima. El 6 de enero, por pura coincidencia, se encontró con la carabela Pinta, a la que no había visto desde el 21 de noviembre. Martín Alonso Pinzón se disculpó, pero Colón, aunque no lo confrontó para evitar hacer el asunto más grande, no le creyó ni una palabra. El viaje de retorno acabó siendo casi una competencia entre Colón y Pinzón para ver quién llegaba primero a España con la gran noticia.
El 9 de enero Colón afirma haber visto tres sirenas, pero solamente anota que no son tan hermosas como las pintan. Supongo que debieron haber sido manatíes o leones marinos.
El 13 de enero, en una pequeña exploración a una tierra que no habían visitado antes, ocurrió la primera y única confrontación violenta del viaje. Colón, con siete hombres, se encontró en la playa cincuenta guerreros armados de lanzas y arcos y flechas. Eran los primeros indígenas armados que veía. Llevaban el cabello largo y Colón, que ya estaba familiarizado con la lengua local, notó que ellos utilizaban palabras ligeramente distintas y las pronunciaban de manera diferente a como las había escuchado en las islas que había visitado antes. Supuso, por las armas, que estos deberían de ser los famosos Caribes o Caníbales pero en vez de guardarles distancia, trató de sacarles información. La charla parecía ir bien, incluso hubo propuestas de intercambio de artículos, Colón estaba dispuesto a comprarles algunos de sus arcos y flechas para llevarlos a Europa como muestra. Pero, en determinado momento, los guerreros se les lanzaron encima e intentaron atarles las manos con cordeles. Los españoles sacaron entonces las espadas. Un guerrero recibió un estoque en las nalgas y otro en el pecho. Al ver correr la sangre, pese a ser ellos cincuenta y los españoles solamente siete, todos los guerreros corrieron en estampida y Colón pudo llevarse gratis los arcos y flechas que dejaron tirados. Colón no le dio mayor importancia al asunto y se limitó a anotar que era bueno que los habitantes pacíficos de estas tierras les tuvieran afecto y que los violentos les tuvieran miedo.
Al día siguiente, ya en alta mar, los azotó una tormenta y la carabela Niña empezó a hacer agua. La lluvia duró un mes entero y en algunos momentos quedaron atrapados en un mar tempestuoso. El 13 de febrero «Las olas eran espantables y contraria una de otra».
El 18 de febrero llegaron a las islas Azores. Los vecinos del puerto estaban sorprendidos, no porque vinieran de tierras desconocidas, sino porque hubieran navegado en la peor tormenta que habían visto en muchos años. El 4 de marzo, tal parece que por un error de cálculo, arribaron a Lisboa. El rey de Portugal se interesó por obtener informes de la expedición pero Colón le hizo saber que solamente reportaría su viaje a los reyes españoles. Finalmente, el 15 de marzo, Colón regresa al puerto de Saltes, en Huelva, y parte de inmediato a Sevilla a entrevistarse con los reyes.
Además del diario de a bordo, el libro incluye dos extensas cartas de Colón en que, de manera resumida, brinda un informe de su primer viaje. Una, la carta a los reyes, es un informe privado, y la otra, la carta del descubrimiento, es el documento que circuló de manera pública. No hay, sin embargo, grandes diferencias entre ellas ni con el diario de a bordo mismo.
La lectura de este libro, más allá del relato, es una delicia por el estilo. Me llamó la atención que en vez de «al Este», dijera «al Leste», pero cuando se refería al «Noreste», pusiera «Nordeste». El español de Costa Rica se caracteriza por tener muchos arcaísmos. Colón, en vez de «vi» y «traje» dice «vide» y «truje», como los viejos campesinos ticos. En Costa Rica, al igual que Colón hace más de quinientos años, todavía decimos «antier» en vez de «anteayer». Y los costarricenses, cuando vemos dos cosas muy distintas, decimos al igual que Colón «es como el día a la noche».
Es en verdad lamentable que la vida de Colón solo se conozca a retazos y que las discusiones sobre las consecuencias de su viaje le hayan restado atención al viaje mismo. Era en verdad un hombre interesante. Vivía pendiente del movimiento de los astros, sabía cuándo iba a haber conjunciones de planetas, probaba el agua de mar para valorar si con los días se hacía más o menos salada, comparaba las tinajas de barro de las Antillas con las de España y prestaba atención a todo lo que miraba. Leer las anotaciones de viaje de Colón es como leer las de Alexander von Humboldt o las de Charles Darwin, con la gran diferencia de que los viajes de los dos últimos fueron puramente científicos y no acabaron generando radicales transformaciones como la travesía de Colón.
Me gustaría, en algún momento, leer los diarios de los otros tres viajes, especialmente del cuarto y último, que lo hizo acompañado de su hijo Hernando, duró dos años y medio, y fue el único en que tocó tierra continental. pero hasta el momento no los he hallado. No pierdo, sin embargo, la fe de encontrarlos. Tras leer el diario del primer viaje de Cristóbal Colón, he descubierto que, para llegar a conocerlo, es mejor no leer lo que se escribe sobre él sino, más bien, leer lo que él mismo escribió.
INSC: 0348.
Libro: Primer viaje de Cristóbal Colón según su diario de a bordo.
Detalles: Cristóbal Colón. Trascripción de Fray Bartolomé de las Casas. Ramón Sopena, España, 1972.