Pedro Morel de Santa Cruz recorre Costa Rica en 1751
Autor Carlos Porras
Las observaciones que el obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz (1694-1768) dejó escritas en el reporte de su visita a Costa Rica en 1751 confirman el aislamiento en que vivían los escasos pobladores durante la época de la Colonia. En su recorrido, no solo visitó Cartago, San José, Heredia, Quepos, Esparza, Bagaces, Las Cañas y Nicoya (Alajuela todavía no se había fundado), sino que llegó hasta sitios realmente alejados y de difícil acceso, como el valle de Matina, en el Caribe y Térraba, Boruca o Talamanca en el sur. Se detuvo también en pueblos pequeños, como Barba, Aserrí, Pacaca, Curridabat, Tucurrique, Cot, Quircot, Ujarrás o el diminuto La Unión de Tres Ríos, que constaba entonces de siete casas de paja en las que vivían cuarenta indígenas traídos de Talamanca.
Lamentablemente, se desconoce la ruta que siguió. En su informe, empieza por Cartago, la capital, y va citando las poblaciones de mayor a menor. Es de suponer que haya entrado por el Pacífico y, tras recorrer la provincia, haya salido por tierra por el norte, rumbo a León, Nicaragua, que era su sede. Algunas versiones sostienen que el poblado de Santa Cruz, en Guanacaste, lleva ese nombre en honor al ilustre visitante, quien mostró gran interés por el progreso de la región. Frente al templo parroquial de Santa Cruz hay un busto del obispo Morel, pero el origen del nombre del lugar sigue discutiéndose.
Hijo de Pedro Morel de Santa Cruz y de María Catalina de Lora, Pedro Agustín nació en Santo Domingo, en la Isla Española (hoy República Dominicana) en 1694. Se dice que sus padres eran originarios de Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias. Muy joven viajó a Cuba, donde fue ordenado sacerdote el 24 de abril de 1718 y se destacó tanto por su dedicación al estudio como por su inmensa capacidad de trabajo. Tras ocupar diversos cargos curiales, en 1749 fue designado por el Papa Benedicto XIV como obispo de Nicaragua y Costa Rica. Recibió la consagración episcopal en Cartagena de Indias el 13 de setiembre de 1750 y, tras cruzar el istmo de Panamá, entró a Costa Rica a inicios de 1751.
Desde la primera mirada, debió de haber considerado su diócesis como tierra de misión. Santo Domingo, Santiago de Cuba y Cartagena de Indias ya eran, en aquella época, ciudades con edificios de sólida construcción, iglesias de altos campanarios y calles empedradas, en las que había escuelas, hospitales, cuarteles y mercados llenos de actividad. En Cartago, en cambio, se encontró cuatro iglesias sin torre, con las campanas quebradas, las paredes sucias y el techo lleno de goteras, rodeadas de un puñado de casas de adobe «que causan oscuridad y tristeza», apiñadas en un cuadrante de apenas seis calles de este a oeste y ocho de norte a sur. El terreno era pantanoso, la población se enfermaba con frecuencia y no había médico. La puerta norte de los templos nunca se abría por el frío y el hielo que entraba y un gobernador le describió el clima del lugar como «once meses de invierno y uno de infierno».
En el barrio de Los Ángeles, donde vivían segregados los mulatos, las casas eran de paja y no formaban calles pero, anota: «La reina del cielo, que tanto se esmera en favorecer a los humildes, les ha hecho la honra de habitar entre ellos». Morel de Santa Cruz describe la efigie de Nuestra Señora de los Ángeles como «de una cuarta de alto». que se venera en una pequeña iglesia. Por iniciativa propia, el obispo Morel dotó de sagrario a las iglesias de la Soledad y de los Ángeles y dispuso que el Santísimo permaneciera permanentemente allí. Antes, solamente estaba el templo parroquial.
En el censo que realizó, llegó a estimar la población de Cartago en cuatro mil doscientas ochenta y nueve personas y el día que administró el sacramento de la Confirmación, cerca de la mitad desfilaron ante él para recibirlo.
En Quircot contó cuarenta y cinco personas, en Tobosi, cuarenta y siete y en Cot, setenta y ocho. Todos, anotó, eran muy pobres. En Ujarrás, donde encontró cuatrocientas noventa y seis personas, confirmó a trescientas y, tras el almuerzo, en que disfrutó los bobos que pescó en el río, les enseñó a rezar el rosario. En Curridabat, de las treinta y seis familias que allí vivían, solamente dos estaban compuestas por criollos, las demás eran de indígenas. En Aserrí, de tan solo quinientos sesenta y siete personas, encontró la mejor iglesia de la provincia y un cuartel con ciento cuarenta y siete soldados, de los cuales setenta y dos tenían caballo.
Se ha hecho tristemente célebre el comentario de Morel sobre la iglesia dedicada a San José en la Villita de la Boca del Monte, a la que llama: «la más estrecha, humilde e indecente de cuantas vi en esa provincia».
Los indígenas de Pacaca, que todavía sacaban oro en los ríos de Santa Ana, para no presentarse desnudos ante el obispo, llegaron cubiertos con cortezas de árboles que, en opinión de Morel, «bien pueden servir de cilicio al más penitente».
Se alarmó al no encontrar en Heredia, con tres mil ciento dieciséis personas, a ningún joven que supiera leer y escribir, por lo que ordenó al cura establecer una escuela. Declara haber consagrado óleos en Heredia, por lo que es de suponer que fue allí donde celebró la Misa Crismal de Jueves Santo. En Barba, dice: «los pueblos son incomodados por unos vientos muy furiosos que, en soplando, se siente el mismo frío que en Cartago, pero en suspendiéndose, se introduce un calor que mortifica lo bastante y al mismo tiempo el clima es de todos húmedo».
En Cartago tuvo oportunidad de ver el volcán Irazú y, en su ruta al norte, los que llama «tres volcanes de fuego»: Votos, Tenorio y Miravalles.
Dice que Esparza, que en el pasado fue centro importante de comercio, «es hoy en día la mayor desdicha del universo». En Las Cañas contó doce casas y en Bagaces, nueve.
Le llamó mucho la atención que los habitantes de la provincia levantaran sus casas lejos de los caminos. En su viaje, podía pasar el día entero sin encontrarse a nadie, pese a que la zona estaba poblada. Morel no comprende que «quieran evitar la comunicación y la sociedad humana» y se angustia al pensar que, al morir, acabaran sepultados en los campos como si fueran animales.
Cabe anotar que el obispo Bernardo Augusto Thiel, que observó el mismo fenómeno más de siglo y medio después, encontró una explicación distinta. Los habitantes construían sus casas lejos de los caminos, no por afán de aislarse, sino para estar más cerca de sus animales y cultivos.
Tal vez citadas fuera de contexto, las impresiones de Morel de Santa Cruz podrían parecer un tanto despectivas, pero si se lee su reporte completo queda claro que lo que más lo impresionó de Costa Rica fue la pobreza en que vivían los habitantes. Cultivaban la tierra y comían, pero no tenían herramientas, ni muebles. Vio a algunas mujeres elaborar tejidos de algodón y coser vestidos, pero la gran mayoría no tenía ropa que ponerse. Los curas eran escasos. En Cartago había uno y en San José no había. Tampoco contaban los pobladores con médicos ni con maestros. Los libros parroquiales eran llevados con descuido y, hasta su visita, los pocos curas no se preocupaban por realizar censos. En el Valle de Matina, visitó las plantaciones de cacao que no podían prosperar por las incursiones de los Zambos Mosquitos y, en Nicoya, menciona que se estableció un comercio de cebo, vía marítima, con Panamá, que acabó casi exterminando todo el ganado de la zona.
Grabado de Pedro Agustín Morel de Santa Cruz (1694-1768). Obispo de Nicaragua y Costa Rica (1749-1753). Arzobispo de Santiago y La Habana, Cuba (1754-1798). Recorrió Costa Rica en 1751.
Dice Morel que, en sus sermones, consolaba a los habitantes por su situación y, repitiendo el término, declara haber abandonado la provincia con el «desconsuelo» de que gente tan buena no pudiera vivir mejor. Aunque menciona yacimientos de oro en Santa Ana, Morel de Santa Cruz, curiosamente, atribuye el nombre de Costa Rica, a la enorme producción de perlas que hubo en el Pacífico. Cien años después de su visita, durante el gobierno de don Juan Rafael Mora Porras, todavía Costa Rica exportaba perlas. En todo caso, Morel cree que, en algún momento, si se abrieran caminos adecuados para el comercio, el fértil suelo de Costa Rica le permitiría a sus habitantes elevar su nivel de vida.
Morel de Santa Cruz tomó posesión de su sede, en León, Nicaragua, en 1752. Tal parece que también recorrió todo el territorio nicaragüense pero apenas estuvo un año en el cargo, durante el cual puso especial empeño en la construcción del Seminario Tridentino de León y tuvo la experiencia de vivir un fuerte terremoto. En 1753 fue nombrado obispo de Santiago de Cuba, a donde arribó en 1754. Fue Morel de Santa Cruz quien trasladó la sede arzobispal de Santiago a La Habana. Cuando, en 1762, La Habana fue ocupada por los ingleses, Morel se trasladó exiliado a San Agustín, Florida, donde permaneció hasta abril de 1763. En Florida, Morel aprendió el manejo de colmenas y, a su regreso a Cuba, introdujo la apicultura en la isla.
El 7 de marzo de 1767, Morel obtuvo el doctorado en Derecho Canónigo por la Universidad de La Habana. Ya para entonces estaba muy enfermo y había debido solicitar un obispo auxiliar para que le ayudara con el gobierno de la diócesis.
Pedro Agustín Morel de Santa Cruz murió el 30 de diciembre de 1768 y fue enterrado al día siguiente en la parroquia mayor de San Cristóbal de La Habana. Dicho templo fue demolido en 1777 y no se sabe a dónde fueron trasladados sus restos.
El informe que realizó Pedro Morel de Santa Cruz sobre su visita a Costa Rica, fechado el 8 setiembre de 1752, iba dirigido al rey de España Fernando VI. En algunas páginas, incluso, Morel se atreve a pedirle al monarca que favorezca el progreso de esta remota provincia. Una copia del informe, que estaba en los archivos de la curia de San José, fue hallada por Monseñor Bernardo Augusto Thiel, quien la publicó por entregas de febrero a octubre del año 1900 en la revista El Mensajero del Clero. En 1994, Fray Vernor M. Rojas O.P., publicó un libro con el informe completo de Morel, así como con las esclarecedoras notas aclaratorias de Thiel que son tan interesantes y mucho más extensas que el texto que comenta.
INSC: 2738.
Libro: Costa Rica en 1751, Informe de una visita. Pedro Morel de Santa Cruz.
Detalles: Con notas del obispo Bernardo Augusto Thiel. Fray Vernor M. Rojas O.P. Convento La Dolorosa. Costa Rica, 1994.
Título: Pedro Morel de Santa Cruz recorre Costa Rica en 1751
Autor: Carlos Porras