(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 24
VII. El punto de encuentro
Capítulo 24 – El deseo de ser especial
El punto de encuentro
1. ¡Cuán tenazmente defiende su especialismo—deseando que sea verdad—todo aquel que se encuentra encadenado a este mundo! Su deseo es ley para él, y él lo obedece. Todo lo que su deseo de ser especial exige, él se lo concede. Nada que este amado deseo necesite, él se lo niega. Y mientras este deseo lo llame, no oirá otra Voz. Ningún esfuerzo es demasiado grande, ningún costo excesivo ni ningún precio prohibitivo a la hora de salvar su deseo de ser especial del más leve desaire, del más mínimo ataque, de la menor duda, del menor indicio de amenaza o de lo que sea, excepto de la reverencia más absoluta. Éste es tu hijo, amado por ti como tú lo eres por tu Padre. Él es quien ocupa el lugar de tus creaciones, que sí son tu hijo, para que compartieras la Paternidad de Dios, no para que se la arrebatases. ¿Quién es este hijo que has hecho para que sea tu fortaleza? ¿Qué criatura de la tierra es ésta sobre la que se vuelca tanto amor? ¿Qué parodia de la Creación de Dios es ésta que ocupa el lugar de tus creaciones? ¿Y dónde se encuentran éstas, ahora que el anfitrión de Dios ha encontrado otro hijo al que prefiere en lugar de ellas?
2. El recuerdo de Dios no brilla a solas. Lo que se encuentra en tu hermano todavía contiene dentro de sí toda la Creación; todo lo creado y todo lo que crea; todo lo nacido o por nacer; lo que todavía está en el futuro y lo que aparentemente ya pasó. Lo que se encuentra en él es inmutable, y cuando reconozcas esto, reconocerás también tu propia inmutabilidad. La santidad que mora en ti le pertenece a tu hermano. Y al verla en él, regresa a ti. Todo tributo que le hayas prestado a tu especialismo le corresponde a él, y de esta manera retorna a ti. Todo el amor y cuidado que le profesas a tu especialismo, la absoluta protección que le ofreces, tu constante desvelo por él día y noche, tu profunda preocupación, así como la firme convicción de que eso es lo que eres, le corresponden a tu hermano. Todo lo que le has dado a tu especialismo le corresponde a él. Y todo lo que le corresponde a él te corresponde a ti.
3. ¿Cómo ibas a poder reconocer tu valía mientras te domine el deseo de ser especial? ¿Cómo no ibas a poder reconocerla en la santidad de tu hermano? No trates de hacer que tu especialismo sea la verdad, pues si lo fuese estarías ciertamente perdido. En lugar de ello, siéntete agradecido de que se te haya concedido ver la santidad de tu hermano debido a que es la verdad. Y lo que es verdad con respecto a él tiene que ser igualmente verdad con respecto a ti.
4. Hazte a ti mismo esta pregunta: ¿Puedes proteger la mente? El cuerpo sí, un poco, mas no del tiempo, sino temporalmente. Y mucho de lo que crees que lo protege, en realidad le hace daño. ¿Para qué quieres proteger el cuerpo? Pues en esa elección radica tanto su salud como su destrucción. Si lo proteges para exhibirlo o como carnada para pescar otro pez o bien para albergar más elegantemente tu especialismo o para tejer un marco de hermosura alrededor de tu odio, lo estás condenando a la putrefacción y a la muerte. Y si ves ese mismo propósito en el cuerpo de tu hermano, tal es la condena del tuyo. Teje, en cambio, un marco de santidad alrededor de tu hermano, de modo que la verdad pueda brillar sobre él y salvarte a ti de la putrefacción.
5. El Padre mantiene a salvo todo lo que creó, lo cual no se ve afectado por las falsas ideas que has inventado, ya que tú no fuiste su creador. No permitas que tus absurdas fantasías te atemoricen. Lo que es inmortal no puede ser atacado, y lo que es sólo temporal no tiene efectos. Únicamente el propósito que ves en ello tiene significado, y si éste es verdad, su seguridad está garantizada. Si no es verdad, no tiene propósito alguno ni sirve como medio para nada. Cualquier cosa que se perciba como un medio para la verdad comparte la santidad de ésta y descansa en una luz tan segura como la Verdad Misma. Esa luz no desaparecerá cuando ello se haya desvanecido. Su santo propósito le confirió inmortalidad, encendiendo así otra luz en el Cielo, que tus creaciones reconocen como un regalo procedente de ti: como una señal de que no te has olvidado de ellas.
6. La prueba a la que puedes someter todas las cosas en esta tierra es simplemente ésta: “¿Para qué es?” La contestación a esta pregunta es lo que le confiere el significado que ello tiene para ti. De por sí, no tiene ninguno, sin embargo, tú le puedes otorgar realidad, según el propósito al que sirvas. En esto no eres más que un medio, al igual que ello. Dios es a la vez Medio y Fin. En el Cielo, los medios y el fin son uno y lo mismo, así como uno con Él. Éste es el estado de verdadera creación, el cual no se encuentra en el tiempo, sino en la eternidad. Es algo indescriptible para cualquiera aquí. No hay modo de aprender lo que ese estado significa. No se comprenderá hasta que vayas más allá del aprendizaje hasta lo Dado y vuelvas a construir un santo hogar para tus creaciones.
7. Un co-creador con el Padre tiene que tener un Hijo. No obstante, este Hijo tiene que haber sido creado a semejanza de Él Mismo: un ser perfecto, que todo lo abarca y es abarcado por todo, al que no hay nada que añadir ni nada que restar; un ser que no tiene tamaño, que no ha nacido en ningún lugar o tiempo ni está sujeto a límites o incertidumbres de ninguna clase. Ahí los medios y el fin se vuelven uno, y esta unidad no tiene fin. Todo esto es verdad y, sin embargo, no significa nada para quien todavía retiene en su memoria una sola lección que aún no haya aprendido, un solo pensamiento cuyo propósito sea aún incierto o un solo deseo con dos objetivos.
8. Este curso no pretende enseñar lo que no se puede aprender fácilmente. Su alcance no excede el tuyo, excepto para señalar que lo que es tuyo te llegará cuando estés listo. Aquí los medios y el propósito están separados porque así fueron concebidos y así se perciben. Por lo tanto, los tratamos como si lo estuvieran. Es esencial tener presente que toda percepción seguirá estando invertida hasta que se haya comprendido su propósito. La percepción no parece ser un medio. Y es esto lo que hace que sea tan difícil entender hasta qué punto depende del propósito que tú le asignas. Parece que es la percepción la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace es dar testimonio de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo: la imagen de lo que tú querías que fuese verdad.
9. Contémplate a ti mismo y verás un cuerpo. Contempla este cuerpo bajo otra luz y se verá diferente. Y sin ninguna luz parecerá haber desaparecido. Sin embargo, estás convencido de que está ahí porque aún puedes sentirlo con tus manos y oír sus movimientos. He aquí la imagen que quieres tener de ti mismo; el medio para hacer que tu deseo se cumpla. Te proporciona los ojos con los que lo contemplas, las manos con las que lo sientes y los oídos con los que escuchas los sonidos que emite. De este modo te demuestra su realidad.
10. Así es como el cuerpo se convierte en una teoría de ti mismo, sin proveerte de nada que pueda probar que hay algo más allá de él ni de ninguna posibilidad de escape a la vista. Cuando se contempla a través de sus propios ojos, su curso es inescapable. El cuerpo crece y se marchita, florece y muere. Y tú no puedes concebirte a ti mismo aparte de él. Lo tildas de pecaminoso y odias sus acciones, tachándolo de malvado. No obstante, tu deseo de ser especial susurra: “He aquí a mi amado hijo, en quien me complazco”. Así es como el “hijo” se convierte en el medio para apoyar el propósito de su “padre”. No es idéntico ni siquiera parecido, aunque aún es el medio de ofrecer a ese “padre” lo que él quiere. Tal es la parodia que se hace de la Creación de Dios. Pues de la misma manera en que haber creado a Su Hijo hizo feliz al Padre—además de dar testimonio de Su Amor y de compartir Su propósito—así el cuerpo da testimonio de la idea que lo concibió, y habla en favor de la realidad y verdad de ésta.
11. De esta manera se concibieron dos hijos, y ambos parecen caminar por esta tierra sin un lugar donde poder encontrarse. A uno de ellos—tu amado hijo—lo percibes como externo a ti. El otro—el Hijo de su Padre— descansa en el interior de tu hermano tal como descansa en el tuyo. La diferencia entre ellos no estriba en sus apariencias ni en el lugar hacia donde se dirigen y ni siquiera en lo que hacen. Tienen distintos propósitos. Eso es lo que los une a los que son semejantes a ellos y lo que los separa de todo lo que tiene un propósito diferente. El Hijo de Dios conserva aún la Voluntad de su Padre. El hijo del hombre percibe una voluntad ajena y desea que sea verdad. Y así, su percepción apoya su deseo, haciendo que parezca verdad. La percepción, sin embargo, puede servir para otro propósito. No está sujeta al deseo de ser especial, excepto si así lo decides. Y se te ha concedido poder tomar otra decisión y usar la percepción para un propósito diferente. Y lo que veas servirá debidamente para ese propósito y te demostrará su realidad.
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