(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 24
VI. Cómo escapar del miedo
Capítulo 24 – El deseo de ser especial
Cómo escapar del miedo
1. El mundo se aquieta ante la santidad de tu hermano, y la paz desciende sobre él dulcemente y con una bendición tan completa que todo vestigio de conflicto que pudiera acecharte en la obscuridad de la noche desaparece. Él es quien te salva de tus sueños de terror. Él sana tu sensación de sacrificio y tu temor de que el viento disperse lo que tienes y lo convierta en polvo. En él descansa tu certeza de que Dios está aquí y de que está contigo ahora. Mientras él sea lo que es, puedes estar seguro de que es posible conocer a Dios y de que lo conocerás. Pues Él nunca podría abandonar Su Creación. Y la señal de que esto es así reside en tu hermano, que se te da para que todas tus dudas acerca de ti mismo puedan desaparecer ante su santidad. Ve en él la Creación de Dios, pues en él su Padre aguarda tu reconocimiento de que Él te creó como parte de Sí Mismo.
2. Sin ti, a Dios le faltaría algo, el Cielo estaría incompleto y habría un Hijo sin Padre. No habría universo ni realidad. Pues lo que Dios dispone es íntegro y forma parte de Él porque Su Voluntad es una. No hay ningún ser vivo que no forme parte de Él ni nada que no viva en Él. La santidad de tu hermano te muestra que Dios es uno con él y contigo, y que lo que tu hermano tiene es tuyo porque tú no estás separado de él ni de su Padre.
3. No hay nada en todo el universo que no te pertenezca. No hay nada que Dios haya creado que no haya puesto amorosamente ante ti para que sea tuyo para siempre. Y ningún Pensamiento que se encuentre en Su Mente puede estar ausente de la tuya. Su Voluntad es que compartas con Él Su Amor por ti y que te contemples a ti mismo tan amorosamente como Él te concibió antes de que este mundo diera comienzo y como todavía te conoce. Dios no cambia de parecer con respecto a Su Hijo por razón de circunstancias pasajeras que no tienen ningún significado en la eternidad en la que Él mora y en la que tú moras con Él. Tu hermano es exactamente tal como Él lo creó. Y esto es lo que te salva de un mundo que Él no creó.
4. No olvides que el único propósito de este mundo es sanar al Hijo de Dios. Ése es el único propósito que el Espíritu Santo ve en él y, por lo tanto, es el único que tiene. Hasta que no veas la curación del Hijo como lo único que deseas que se logre tanto por este mundo como por el tiempo y todas las apariencias, no conocerás al Padre ni te conocerás a ti mismo. Pues usarás al mundo para un propósito distinto del que tiene, y no te podrás librar de sus leyes de violencia y de muerte. Sin embargo, se te ha concedido estar más allá de sus leyes desde cualquier punto de vista, en todo sentido y en toda circunstancia; en toda tentación de percibir lo que no está ahí y en toda creencia de que el Hijo de Dios puede experimentar dolor por verse a sí mismo como no es.
5. Mira a tu hermano y ve en él lo opuesto a las leyes que parecen regir este mundo. Ve en su libertad la tuya propia, pues así es. No dejes que su deseo de ser especial nuble la verdad que mora en él, pues no te podrás escapar de ninguna ley de muerte a la que lo condenes. Y un solo pecado que veas en él será suficiente para manteneros a ambos en el infierno. Mas su perfecta impecabilidad os liberará a ambos, pues la santidad es totalmente imparcial y sólo emite un juicio con respecto a todo lo que contempla. Y ese juicio no lo emite sola, sino a través de la Voz que habla por Dios en todo aquello que vive y que comparte Su Ser.
6. Su impecabilidad es lo que los ojos que ven pueden contemplar. Su hermosura, lo que ven en todo. Y es a Él a Quien buscan por todas partes, y no hay panorama, tiempo o lugar donde Él no esté. En la santidad de tu hermano—el marco perfecto para tu salvación y para la salvación del mundo—se encuentra el radiante recuerdo de Aquel en Quien tu hermano vive y en Quien tú vives junto con él. No te dejes cegar por el velo del deseo de ser especial que oculta la faz de Cristo de los ojos de tu hermano y de los tuyos. No permitas tampoco que tu temor a Dios te siga privando de la visión que Él dispuso que tuvieses. El cuerpo de tu hermano no te muestra a Cristo. A Él sólo se le puede ver dentro del marco de su santidad.
7. Elige, pues, lo que deseas ver: su cuerpo o su santidad; y lo que elijas será lo que contemplarás. Y serán muchas las ocasiones en las que tendrás que elegir a lo largo de un tiempo que no parece tener fin, hasta que te decidas en favor de la Verdad. Pues la eternidad no se puede recuperar negando una vez más al Cristo en tu hermano. ¿Y dónde se encontraría tu salvación si él sólo fuese un cuerpo? ¿Dónde se encuentra tu paz sino en su santidad? ¿Y dónde está Dios sino en aquella parte de Sí Mismo que Él ubicó para siempre en la santidad de tu hermano a fin de que tú pudieras ver la verdad acerca de ti, expuesta por fin en términos que puedes reconocer y comprender?
8. La santidad de tu hermano es sacramento y bendición para ti. Sus errores no pueden privarlo de la bendición de Dios ni tampoco a ti que lo ves correctamente. Sus errores pueden causar demora, de la que se te ha encomendado que lo liberes, para que ambos podáis completar una jornada que jamás comenzó y que no es necesario finalizar. Lo que nunca existió no es parte de ti. No obstante, pensarás que lo es mientras no te des cuenta de que no es parte de aquel que está a tu lado. Él es el reflejo de ti mismo, donde ves el juicio que has emitido de los dos. El Cristo en ti contempla su santidad. Tu deseo de ser especial percibe su cuerpo y no lo ve a él.
9. Contémplalo tal como es, a fin de que tu liberación no se demore en llegar. Lo único que te ofrece la otra opción es vagar sin rumbo, sin propósito y sin haber logrado nada en absoluto. Y mientras tu hermano siga dormido y no se haya liberado del pasado, te atormentará una sensación de futilidad por no haber llevado a cabo la función que se te encomendó. Se te ha encomendado salvar de la condenación a aquel que se condenó a sí mismo, y a ti junto con él, para que así tanto tú como él os podáis salvar. Y ambos veréis la Gloria de Dios en Su Hijo, a quien tomasteis por carne y a quien sometisteis a leyes que no tienen poder alguno sobre él.
10. ¿No te alegraría descubrir que no estás sujeto a esas leyes? No lo veas a él, entonces, como prisionero de ellas. No es posible que lo que gobierna a una parte de Dios no gobierne al resto. Te sometes a ti mismo a las leyes que consideras que rigen a tu hermano. Piensa, entonces, cuán grande tiene que ser el Amor de Dios por ti, para que Él te haya dado una parte de Sí Mismo a fin de evitarte dolor y brindarte dicha. Y nunca dudes de que tu deseo de ser especial desaparecerá ante la Voluntad de Dios, que ama y cuida cada aspecto de Sí Mismo por igual. El Cristo en ti puede ver a tu hermano correctamente. ¿Te opondrías entonces a la santidad que Él ve?
11. Ser especial es la función que tú te asignaste a ti mismo. Te representa exclusivamente a ti, como un ser que se creó a sí mismo, autosuficiente, sin necesidad de nada y separado de todo lo que se encuentra más allá de su cuerpo. Ante los ojos del especialismo tú eres un universo separado, capaz de mantenerse completo en sí mismo, con todas las puertas aseguradas contra cualquier intromisión y todas las ventanas cerradas herméticamente para no dejar pasar la luz. Siempre bajo ataque y siempre furioso, y sintiendo que tu ira está plenamente justificada, te has empeñado en lograr este objetivo con un ahínco del cual jamás pensaste desistir y con un esfuerzo que nunca pensaste abandonar. Y toda esa feroz determinación fue para esto: querías que tu especialismo fuese verdad.
12. Ahora simplemente se te pide que persigas otra meta que requiere mucha menos vigilancia, muy poco esfuerzo y muy poco tiempo, y que está apoyada por el Poder de Dios que garantiza tu éxito. Sin embargo, de las dos metas, ésta es la que te resulta más difícil. Entiendes el “sacrificio” de tu ser que la otra supone, aunque no consideras que sea un costo excesivo. Pero tener un poco de buena voluntad, darle una señal de asentimiento a Dios o darle la bienvenida al Cristo en ti, te parece una carga agotadora y tediosa, demasiado pesada para poder sobrellevarla. Sin embargo, la dedicación a la verdad tal como Dios la estableció no entraña sacrificios ni conlleva esfuerzo alguno, y todo el Poder del Cielo y la Fuerza de la Verdad Misma se te dan a fin de proveerte los medios y garantizar la consecución de la meta.
13. Tú que crees que es más fácil ver el cuerpo de tu hermano que su santidad, asegúrate de que entiendes lo que dio lugar a ese juicio. Ahí es donde se oye claramente la voz del deseo de ser especial juzgando contra Cristo y estableciendo el objetivo que puedes alcanzar, así como lo que no puedes hacer. No olvides que ese juicio debe aplicarse igualmente a lo que haces con él en cuanto que aliado tuyo. Pero lo que haces a través de Cristo él no lo sabe. Para Cristo, dicho juicio no tiene ningún sentido, pues sólo lo que la Voluntad de Su Padre dispone es posible y no hay ninguna otra alternativa que pueda ver. De Su absoluta falta de conflicto procede tu paz. Y de Su propósito, los medios para lograr fácilmente tu objetivo y hallar descanso.
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