¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 19

19.IV.D. El temor a Dios

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 19

IV.D. El cuarto obstáculo: El temor a Dios

Capítulo 19 – La consecución de la paz

Los obstáculos a la paz

El cuarto obstáculo: El temor a Dios

1. ¿Qué verías si no tuvieras miedo de la muerte? ¿Qué sentirías y pensarías si la muerte no te atrajera? Simplemente recordarías a tu Padre. Recordarías al Creador de la Vida, la Fuente de todo lo que vive, al Padre del universo y del universo de los universos, así como de todo lo que se encuentra más allá de ellos. Y conforme esta memoria surja en tu mente, la paz tendrá todavía que superar el obstáculo final, tras el cual se consuma la salvación y al Hijo de Dios se le restituye completamente la cordura. Pues ahí acaba tu mundo.

2. El cuarto obstáculo a superar pende como un denso velo ante la faz de Cristo. No obstante, a medida que Su faz se revela tras él, radiante de júbilo porque Él mora en el Amor de Su Padre, la paz descorrerá suavemente el velo y se apresurará a encontrarse con Él y a unirse finalmente a Él. Pues este velo obscuro, que hace que la faz de Cristo se asemeje a la de un leproso y que los radiantes rayos del Amor de Su Padre que iluminan Su rostro con gloria parezcan chorros de sangre, se desvanecerá ante la deslumbrante luz que se encuentra más allá de él una vez que el miedo a la muerte haya desaparecido.

3. Este velo, que la creencia en la muerte mantiene intacto y que su atracción protege, es el más tenebroso de todos. La dedicación a la muerte y a su soberanía no es más que el voto solemne, la promesa que en secreto le hiciste al ego de jamás descorrer ese velo, de no acercarte a él y de ni siquiera sospechar que está ahí. Ése es el acuerdo secreto al que llegaste con el ego para mantener eternamente en el olvido lo que se encuentra más allá del velo. He aquí tu promesa de no permitir jamás que la unión te haga abandonar la separación; la profunda amnesia en la que el recuerdo de Dios parece estar totalmente olvidado; la brecha entre tu Ser y tú: el temor a Dios, el último paso de tu disociación.

4. Observa cómo la creencia en la muerte parece “salvarte”. Pues si ésta desapareciera, ¿a qué le podrías temer sino a la vida? La atracción de la muerte es lo que hace que la vida parezca ser algo feo, cruel y tiránico. Tu miedo a la muerte no es mayor que el que le tienes al ego. Ambos son los amigos que has elegido, ya que en tu secreta alianza con ellos has acordado no permitir jamás que el temor a Dios se revoque, de manera que pudieras contemplar la faz de Cristo y unirte a Él en Su Padre.

5. Cada obstáculo que la paz debe superar se salva de la misma manera: el miedo que lo originó cede ante el amor que se encuentra detrás y, de este modo, el miedo desaparece. Y lo mismo ocurre con este último obstáculo. El deseo de deshacerte de la paz y de ahuyentar al Espíritu Santo se desvanece en presencia del sereno reconocimiento de que amas a Dios. La exaltación del cuerpo se abandona en favor del Espíritu, al que amas como jamás podrías haber amado al cuerpo. Y la atracción de la muerte desaparece para siempre a medida que la atracción del amor despierta en ti y te llama. Desde más allá de cada uno de los obstáculos que te impiden amar, el Amor Mismo ha llamado. Y cada uno de ellos ha sido superado mediante el poder de atracción que ejerce lo que se encuentra tras ellos. El hecho de que desearas el miedo era lo que hacía que parecieran insuperables. Mas cuando oíste la Voz del Amor tras los obstáculos, contestaste y éstos desaparecieron.

6. Y ahora te encuentras aterrorizado ante lo que juraste no volver a mirar nunca más. Bajas la vista, al recordar la promesa que les hiciste a tus “amigos”. La “belleza” del pecado, la sutil atracción de la culpabilidad, la “santa” imagen encerada de la muerte y el temor de la venganza del ego a quien le juraste con sangre que no lo abandonarías, se alzan todos, rogándote que no levantes la mirada. Pues te das cuenta de que si miras ahí y permites que el velo se descorra, ellos desaparecerían para siempre. Todos tus “amigos”, tus “protectores” y tu “hogar” se desvanecerían. No recordarías nada de lo que ahora recuerdas.

7. Te parece que el mundo te abandonaría por completo sólo con que alzases la mirada. Sin embargo, lo único que ocurriría es que serías tú quien lo abandonaría para siempre. En esto consiste el restablecimiento de tu voluntad. Mira con los ojos bien abiertos a eso que juraste no mirar, y nunca más creerás que estás a merced de cosas que se encuentran más allá de ti, de fuerzas que no puedes controlar o de pensamientos que te asaltan en contra de tu voluntad. Tu voluntad es mirar ahí. Ningún deseo desquiciado, ningún impulso trivial de volverte a olvidar, ninguna punzada de miedo ni el frío sudor de lo que aparenta ser la muerte pueden oponerse a tu voluntad. Pues lo que te atrae desde más allá del velo es algo que se encuentra muy profundo dentro de ti, algo de lo que no estás separado y con lo que eres completamente uno.

i. El descorrimiento del velo

1. No olvides que tú y tu hermano habéis llegado hasta aquí juntos. Y ciertamente no fue el ego el que os guio. Ningún obstáculo a la paz se puede superar con su ayuda. El ego no revela sus secretos ni te pide que los examines y los transciendas. No quiere que veas su debilidad ni que te des cuenta de que no tiene poder alguno para mantenerte alejado de la verdad. El Guía que os condujo hasta aquí aún está con vosotros, y cuando alcéis la vista estaréis listos para mirar cara a cara al terror sin temor alguno. Pero primero, alza la vista y contempla a tu hermano con inocencia nacida del completo perdón de sus ilusiones y a través de los ojos de la fe que no las ve.

2. Nadie puede enfrentarse al temor a Dios sin experimentar terror, a menos que haya aceptado la Expiación y haya aprendido que las ilusiones no son reales. Nadie puede enfrentarse a este obstáculo solo, pues no habría podido llegar a este punto si su hermano no lo hubiera acompañado. Y nadie se atrevería a enfrentarse a dicho temor sin haber perdonado a su hermano de todo corazón. Quédate ahí un rato, pero sin temblar. Ya estás listo. Unámonos en un instante santo, aquí, en este lugar al que el propósito que se te señaló en un instante santo te ha conducido. Y unámonos con la fe de que Aquel que nos condujo a todos juntos hasta aquí también te ofrecerá la inocencia que necesitas, consciente de que la aceptarás por mi amor y por el Suyo.

3. No es posible tampoco enfrentarse a esto demasiado pronto. Éste es el lugar al que todo el mundo tiene que llegar cuando esté listo. Una vez que ha encontrado a su hermano está listo. Sin embargo, llegar simplemente hasta ahí no es suficiente. Pues una jornada desprovista de propósito sigue siendo algo absurdo e incluso cuando ha concluido no parece haber tenido sentido alguno. ¿Cómo podrías saber que ha finalizado a menos que te dieras cuenta de que su propósito se ha consumado? Ahí, con el final de la jornada ante ti, es cuando ves su propósito. Y es ahí donde eliges hacerle frente al obstáculo o seguir vagando sin rumbo, sólo para tener que regresar y elegir de nuevo.

4. Hacerle frente al temor a Dios requiere cierta preparación. Sólo los cuerdos pueden mirar de frente a la absoluta demencia y a la locura delirante con piedad y compasión, pero sin miedo. Pues sólo les podría parecer temible si la comparten, y tú la compartes mientras no contemples a tu hermano con perfecta fe, con perfecto amor y con perfecta ternura. Mientras no lo perdones completamente, tú sigues sin ser perdonado. Tienes miedo de Dios porque tienes miedo de tu hermano. Temes a los que no perdonas. Y nadie alcanza el amor con el miedo a su lado.

5. Este hermano que está a tu lado todavía te sigue pareciendo un extraño. No lo conoces, y la interpretación que haces de él es temible. Y lo sigues atacando para mantener a salvo lo que crees ser. Sin embargo, en sus manos está tu salvación. Ves su locura, que detestas porque la compartes con él. Y toda la piedad y el perdón que la curaría dan paso al miedo. Hermano, necesitas perdonar a tu hermano, pues juntos compartiréis la locura o el Cielo. Y juntos alzaréis la mirada con fe o no la alzaréis en absoluto.

6. A tu lado se encuentra uno que te ofrece el cáliz de la Expiación, pues el Espíritu Santo está en él. ¿Preferirías guardarle rencor por sus pecados o aceptar el regalo que te hace? ¿Es este portador de salvación tu amigo o tu enemigo? Decide cuál de esas dos cosas es, sin olvidar que lo que has de recibir de él dependerá de lo que elijas. Él tiene el poder de perdonar tus pecados, tal como tú tienes el de perdonar los suyos. Ninguno de vosotros puede conferirse ese poder a sí mismo. Vuestro salvador, no obstante, se encuentra al lado de cada uno de vosotros. Deja que él sea lo que es, y no trates de hacer del amor tu enemigo.

7. Contempla a tu Amigo, al Cristo que está a tu lado. ¡Qué santo y hermoso es! Pensaste que había pecado porque arrojaste sobre Él el velo del pecado para ocultar Su hermosura. A pesar de ello, Él te sigue extendiendo el perdón para que compartas con Él Su santidad. Este “enemigo”, este “extraño”, te sigue ofreciendo la salvación por ser tu Amigo. Los “enemigos” de Cristo, los adoradores del pecado, no saben a Quién atacan.

8. Éste es tu hermano, que ha sido crucificado por el pecado y que aguarda para ser liberado del dolor. ¿No le concederías tu perdón, cuando él es el único que te lo puede conceder a ti? A cambio de su redención, él te dará la tuya, tan indudablemente como que Dios creó cada ser vivo y lo ama. Y te la dará de verdad, pues la redención será ofrecida así como recibida. No hay gracia del Cielo que no puedas ofrecerle a tu hermano y recibir de tu santísimo Amigo. No permitas que te la niegue, pues al recibirla se la ofreces a él. Y él recibirá de ti lo que tú recibiste de él. La redención se te ha concedido para que se la des a tu hermano y para que de esta manera la recibas. Liberas al que perdonas, y participas de lo que das. Perdona los pecados que tu hermano cree haber cometido, así como toda la culpa que crees ver en él.

9. Éste es el santo lugar de resurrección, al que venimos de nuevo y al que retornaremos hasta que la redención se haya consumado y recibido. Antes de condenar a tu hermano, recuerda Quién es él. Y da gracias a Dios de que sea santo y de que se le haya dado el regalo de la santidad para ti. Únete a él con alegría, y elimina todo vestigio de culpa de su perturbada y torturada mente. Ayúdale a levantar la pesada carga de pecado que echaste sobre sus hombros y que él aceptó como propia, y arrójala lejos de él sonriendo felizmente. No la oprimas contra su frente como si fuese una corona de espinas ni lo claves a ella, dejándolo irredento y sin esperanzas.

10. Ten fe en tu hermano, pues la fe, la esperanza y la misericordia son tuyas para que las des. A las manos que dan, se les da el regalo. Contempla a tu hermano, y ve en él el regalo de Dios que quieres recibir. Ya es casi la Pascua, la temporada de la resurrección. Concedámonos la redención unos a otros y compartámosla, para podernos levantar unidos en la resurrección y no separados en la muerte. Contempla el regalo de libertad que le di al Espíritu Santo para ti. Y liberaos juntos, al ofrecerle al Espíritu Santo ese mismo regalo. Y al dárselo, recibidlo de Él a cambio de lo que le disteis. Él nos conduce a ti y a mí para que nos podamos encontrar aquí, en este sagrado lugar, y juntos tomar la misma decisión.

11. Libera a tu hermano aquí, tal como yo te liberé a ti. Hazle el mismo regalo y contémplalo sin ninguna clase de condena. Considéralo tan inocente como yo te considero a ti, y pasa por alto los pecados que él cree ver en sí mismo. Ofrécele su libertad y completa emancipación del pecado en este huerto de aparente agonía y muerte. De esta manera, allanaremos juntos el camino que conduce a la resurrección del Hijo de Dios y le permitiremos elevarse de nuevo al feliz recuerdo de su Padre, Quien no conoce el pecado ni la muerte, sino sólo la vida eterna.

12. Juntos desapareceremos en la Presencia que se encuentra detrás del velo, no para perdernos, sino para encontrarnos a nosotros mismos; no para que se nos vea, sino para que se nos conozca. Y al gozar de Conocimiento, no quedará nada sin hacer en el plan de salvación que Dios estableció. Éste es el propósito de la jornada, sin el cual ésta no tendría sentido. He aquí la Paz de Dios, que Él te dio para siempre. He aquí el descanso y la quietud que buscas, la razón de la jornada desde su comienzo. El Cielo es el regalo que le debes a tu hermano, la deuda de gratitud que le ofreces al Hijo de Dios como muestra de agradecimiento por lo que él es y por aquello para lo que su Padre lo creó.

13. Piensa detenidamente cómo vas a considerar al dador de este regalo, pues tal como lo consideres a él, así mismo te parecerá el regalo. Según lo consideres, ya sea como el portador de la culpabilidad o como el de la salvación, así verás y recibirás su ofrenda. Los crucificados infligen dolor porque están llenos de dolor. Pero los redimidos ofrecen alegría porque han sido curados del dolor. Todo el mundo da tal como recibe, pero primero tiene que elegir qué es lo que quiere recibir. Y reconocerá lo que ha elegido por lo que da y por lo que recibe. Y no hay nada en el infierno o en el Cielo que pueda interferir en su decisión.

14. Has llegado hasta este punto porque elegiste emprender la jornada. Y nadie emprende nada que crea que es insensato. Aquello en lo que tenías fe sigue siendo fiel, y te cuida con fe tan tierna y, al mismo tiempo, tan poderosa, que te elevará muy por encima del velo y pondrá al Hijo de Dios a salvo dentro de la segura protección de su Padre. He aquí el propósito que le confiere a este mundo y a la larga jornada a través de él el único significado que pueden tener. Aparte de esto, no tienen sentido. Tú y tu hermano os alzáis juntos, todavía sin la convicción de que el mundo y la jornada tienen un propósito. Mas os es dado poder ver este propósito en vuestro santo Amigo y reconocerlo como propio.

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