¡Un Curso de Milagros!

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 18

18.VIII. El pequeño jardín

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 18

VIII. El pequeño jardín

Capítulo 18 – El final del sueño

El pequeño jardín

1. Estar consciente del cuerpo es lo único que hace que el amor parezca limitado, pues el cuerpo es un límite que se le impone al amor. La creencia en un amor limitado fue lo que dio origen al cuerpo, que fue concebido para limitar lo ilimitado. No creas que esto es algo meramente alegórico, pues el cuerpo fue concebido para limitarte a ti. ¿Cómo podrías tú, que te ves a ti mismo dentro de un cuerpo, saber que eres una idea? Identificas todo lo que reconoces con cosas externas, con algo fuera de sí mismo. Ni siquiera puedes pensar en Dios sin imaginártelo en un cuerpo o en alguna forma que creas reconocer.

2. El cuerpo es incapaz de saber nada. Y mientras limites tu conciencia a sus insignificantes sentidos, no podrás ver la grandeza que te rodea. Dios no puede hacer acto de presencia en un cuerpo, ni tú puedes unirte a Él ahí. Todo límite que se le imponga al amor parecerá siempre excluir a Dios y mantenerte a ti separado de Él. El cuerpo es una diminuta cerca que rodea a una pequeña parte de una idea que es completa y gloriosa. El cuerpo traza un círculo, infinitamente pequeño, alrededor de un minúsculo segmento del Cielo, lo separa del resto, y proclama que tu reino se encuentra dentro de él, donde Dios no puede hacer acto de presencia.

3. Dentro de ese reino el ego rige cruelmente. Y para defender esa pequeña mota de polvo te ordena luchar contra todo el universo. Ese fragmento de tu mente es una parte tan pequeña de ella, que si sólo pudieras apreciar el todo del que forma parte, verías instantáneamente que en comparación es como el más pequeño de los rayos del sol o como la ola más pequeña en la superficie del océano. En su increíble arrogancia, ese pequeño rayo ha decidido que él es el sol, y esa ola casi imperceptible se exalta a sí misma como si fuese todo el océano. Piensa cuán solo y asustado tiene que estar ese diminuto pensamiento, esa ilusión infinitesimal, que se mantiene separado del universo y enfrentado a él. El sol se vuelve el “enemigo” del rayo de sol al que quiere devorar, y el océano aterroriza a la pequeña ola y se la quiere tragar.

4. Mas ni el sol ni el océano se dan cuenta de toda esta absurda e insensata actividad. Ellos sencillamente continúan existiendo, sin saber que son temidos y odiados por un ínfimo fragmento de sí mismos. Aun así, no han perdido conciencia de ese segmento, pues éste no podría subsistir separado de ellos. Y lo que cree que es, no cambia en modo alguno su total dependencia de ellos para su propia existencia, toda vez que ésta radica en ellos. Sin el sol el rayo desaparecería, y sin el océano la ola sería inconcebible.

5. Tal es la extraña situación en la que parecen hallarse aquellos que viven en un mundo habitado por cuerpos. Cada cuerpo parece ser el albergue de una mente separada, de un pensamiento desconectado del resto, que vive solo y que de ningún modo está unido al Pensamiento mediante el cual fue creado. Cada diminuto fragmento parece ser autónomo y necesitar a otros para algunas cosas, pero sin ser en modo alguno completamente dependiente para todo de su único Creador, ya que necesita la totalidad para poder tener algún significado, pues de por sí no significa nada. Ni tampoco tiene una vida aparte e independiente.

6. Al igual que el sol y el océano, tu Ser continúa existiendo sin darse cuenta de que ese minúsculo fragmento se considera a sí mismo ser tú. No es que esté ausente, pues no podría existir si estuviera separado y el todo del que forma parte estaría incompleto sin él. No es un reino aparte, regido por la idea de que está separado del resto. Ni tampoco está rodeado de una cerca que le impide unirse al resto o que lo mantiene separado de su Creador. Este pequeño aspecto no es diferente de la totalidad, ya que hay continuidad entre ambos y es uno con ella. No vive una vida separada, pues su vida es la unicidad en la que su ser fue creado.

7. No aceptes ese nimio y aislado aspecto como tu identidad. El sol y el océano no son nada en comparación con lo que tú eres. El rayo refulge sólo a la luz del sol, y la ola ondula mientras descansa sobre el océano. Pero ni en el sol ni en el océano se encuentra el poder que mora en ti. ¿Preferirías permanecer dentro de tu mísero reino y seguir siendo un triste rey, un amargado gobernante de todo lo que contempla, que aunque no ve nada está dispuesto a dar la vida por ello? Este pequeño yo no es tu reino. Elevada como un arco muy por encima de él y rodeándolo con amor se encuentra la gloriosa totalidad, la cual ofrece toda su felicidad y profunda satisfacción a todas sus partes. El pequeño aspecto que crees haber aislado no es una excepción.

8. El amor no sabe nada de cuerpos y se extiende a todo lo que ha sido creado como él mismo. Su absoluta falta de límites es su significado. Es completamente imparcial en su dar, y abarca todo únicamente a fin de conservar y mantener intacto lo que desea dar. ¡Cuán poco te ofrece tu mísero reino! ¿No es ahí, entonces, donde le deberías pedir al amor que entre? Contempla el desierto—árido y estéril, calcinado y triste—que constituye tu mísero reino. Y reconoce la vida y la alegría que el amor le llevaría procedentes de donde él viene, y adonde quiere retornar contigo.

9. El Pensamiento de Dios rodea tu mísero reino y espera ante la barrera que construiste, deseoso de entrar y de derramar su luz sobre el terreno yermo. ¡Mira cómo brota la vida por todas partes! El desierto se convierte en un jardín lleno de verdor, fértil y plácido, ofreciendo descanso a todos los que se han extraviado y vagan en el polvo. Ofréceles este lugar de refugio, que el amor preparó para ellos allí donde antes había un desierto. Y todo aquel a quien le des la bienvenida te brindará el amor del Cielo. Entran de uno en uno en ese santo lugar, pero no se marchan solos, que fue como vinieron. El amor que trajeron consigo les acompañará siempre, al igual que a ti. Y bajo su beneficencia tu pequeño jardín crecerá y acogerá a todos los que tienen sed de agua viva, pero están demasiado exhaustos para poder seguir adelante solos.

10. Sal a su encuentro, pues traen a tu Ser consigo, y condúcelos dulcemente a tu plácido jardín y recibe allí su bendición. De este modo, tu jardín crecerá y se extenderá a través del desierto, y no dejará afuera ni un solo mísero reino excluido del amor, dejándote a ti dentro. Y tú te reconocerás a ti mismo y verás tu pequeño jardín transformarse dulcemente en el Reino de los Cielos con todo el amor de su Creador resplandeciendo sobre él.

11. El instante santo es la invitación que le haces al amor para que entre en tu desolado y pesaroso reino y lo transforme en un jardín de paz y de bienvenida. La respuesta del amor no se hace esperar. Llegará porque viniste sin el cuerpo y no interpusiste barrera alguna que pudiera obstaculizar su feliz llegada. En el instante santo, le pides al amor únicamente lo que él ofrece a todos: ni más ni menos. Y al pedirlo todo, recibirás todo. Y tú radiante Ser elevará el ínfimo aspecto que trataste de ocultar del Cielo directamente hasta éste. Ninguna parte del amor puede invocar a lo que es todo en vano. Ningún Hijo de Dios se encuentra excluido de Su Paternidad.

12. Puedes estar seguro de esto: el amor ha entrado a formar parte de tu relación especial, y ha entrado de lleno en respuesta a tu vacilante solicitud. No te das cuenta de que ha llegado porque aún no has levantado todas las barreras que construiste contra tu hermano. Y ninguno de vosotros será capaz de darle la bienvenida al amor por separado. Es tan imposible que puedas conocer a Dios solo como que Él pueda conocerte a ti sin tu hermano. Mas juntos no podríais dejar de ser conscientes del amor, del mismo modo en que el amor no podría no conoceros ni dejar de reconocerse a sí mismo en vosotros.

13. Has llegado al final de una jornada ancestral, pero aún no te has dado cuenta de que ya concluyó. Todavía estás exhausto, y el polvo del desierto aún parece empañar tus ojos y cegarte. Pero Aquel a Quien le diste la bienvenida ha venido y quiere darte la bienvenida a ti. Ha estado esperando mucho tiempo para hacer eso. Recíbela de Él ahora, pues Su Voluntad es que Lo conozcas. Sólo un pequeño muro de polvo se interpone todavía entre tu hermano y tú. Sóplalo con ligereza, riendo felizmente, y desaparecerá. Y entrad en el jardín que el amor ha preparado para vosotros.

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