(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 14
III. La decisión en favor de la inocencia
Capítulo 14 – Las enseñanzas en favor de la verdad
La decisión en favor de la inocencia
1. El alumno feliz no puede sentirse culpable por el hecho de tener que aprender. Esto es tan fundamental para el aprendizaje que nunca debería olvidarse. El alumno que está libre de culpa aprende con facilidad porque sus pensamientos son libres. Esto conlleva, no obstante, el reconocimiento de que la culpa no es la salvación, sino una interferencia que no tiene ningún propósito válido.
2. Tal vez estés acostumbrado a utilizar la inocencia simplemente para contrarrestar el dolor de la culpabilidad y no la ves como algo con valor propio. Crees que la culpabilidad y la inocencia son valiosas, y que cada una representa un escape de lo que la otra no te ofrece. No quieres tener solamente una de ellas, pues sin ambas te consideras a ti mismo incompleto y, por lo tanto, infeliz. Sin embargo, sólo puedes estar completo en tu inocencia, y sólo en tu inocencia puedes ser feliz. En esto no hay conflicto. Desear de algún modo la culpa, en cualquier forma que sea, hará que dejes de apreciar el valor de tu inocencia y que no la puedas ver.
3. No puedes establecer ningún acuerdo con la culpa y al mismo tiempo escaparte del dolor que sólo la inocencia mitiga. Vivir aquí significa aprender, de la misma manera en que crear es estar en el Cielo. Cada vez que el dolor de la culpa parezca atraerte, recuerda que si sucumbes a él estarás eligiendo en contra de tu felicidad y no podrás aprender a ser feliz. Con dulzura, por lo tanto, aunque con la convicción que nace del Amor del Padre y de Su Hijo, repite para tus adentros lo siguiente:
Pondré de manifiesto lo que experimente.
Si soy inocente no tengo nada que temer.
Elijo dar testimonio de mi aceptación de la Expiación, no de su rechazo.
Aceptaré mi inocencia poniéndola de manifiesto y compartiéndola.
Quiero llevarle paz al Hijo de Dios de parte de su Padre.
4. Cada día, cada hora y cada minuto e incluso cada segundo, estás decidiendo entre la crucifixión y la resurrección; entre el ego y el Espíritu Santo. El ego es la elección en favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección en favor de la inocencia. De lo único que dispones es del poder de decidir. Aquello entre lo que puedes elegir ya se ha fijado porque aparte de la verdad y de la ilusión no hay más alternativas. Ni la verdad ni la ilusión traspasan los límites la una de la otra, ya que son alternativas irreconciliables entre sí y ambas no pueden ser verdad. Eres culpable o inocente, prisionero o libre, infeliz o feliz.
5. El milagro te enseña que has optado por la inocencia, la libertad y la dicha. El milagro no es causa, sino efecto. Es el resultado natural de haber elegido acertadamente, y da testimonio de tu felicidad, la cual procede de haber elegido estar libre de toda culpa. Todo aquel a quien ofreces curación, te la devuelve. Todo aquel a quien ofreces ataque lo conserva y lo atesora guardándote rencor. El que te guarde rencor o no es irrelevante: tú creerás que lo hace. Es imposible ofrecerle a otro lo que no deseas sin recibir esta sanción. El costo de dar es recibir. Recibirás o bien una sanción que te hará sufrir o bien la feliz adquisición de un preciado tesoro.
6. Nadie le impone sanción alguna al Hijo de Dios, salvo la que él se impone a sí mismo. Cada oportunidad que se le da para sanar es otra oportunidad más de reemplazar las tinieblas por la luz y el miedo por el amor. Si la rechaza, se condena a sí mismo a las tinieblas, puesto que no eligió liberar a su hermano y entrar con él en la luz. Al otorgarle poder a lo que no es nada, desperdicia la gozosa oportunidad de aprender que lo que no es nada no tiene ningún poder. Y al no disipar las tinieblas, se vuelve temeroso de ellas y de la luz. El gozo que resulta de aprender que las tinieblas no tienen poder alguno sobre el Hijo de Dios es la feliz lección que el Espíritu Santo enseña y desea que tú enseñes con Él. Enseñarla es Su gozo, tal como será el tuyo.
7. Lo que dicha lección enseña es sencillamente esto: La ausencia de culpa es invulnerabilidad. Por lo tanto, pon de manifiesto tu invulnerabilidad ante todo el mundo. Enséñales que no importa lo que traten de hacerte, tu perfecta libertad de la creencia de que algo puede hacerte daño demuestra que ellos son inocentes. No pueden hacer nada que te haga daño, y al no dejarles pensar que pueden les enseñas que la Expiación, que has aceptado para ti mismo, es también suya. No hay nada que perdonar. Nadie puede hacerle daño al Hijo de Dios. Su culpabilidad es totalmente infundada, y al no tener causa, no puede existir.
8. Dios es la única Causa, y la culpa es algo ajeno a Él. No le muestres a nadie que te ha hecho daño, pues si lo haces, te estarás enseñando a ti mismo que lo que es ajeno a Dios tiene poder sobre ti. Lo que no tiene causa no puede existir. No des testimonio de ello ni fomentes el que ninguna mente lo crea. Recuerda siempre que la mente es una y que la causa es una. No aprenderás a comunicarte con esta unicidad hasta que no aprendas a negar lo que no tiene causa y a aceptar como tuya la Causa que es Dios. El poder que Dios le ha dado a Su Hijo es suyo y no hay nada más que él pueda ver o elija contemplar sin imponerse a sí mismo la pena de la culpabilidad, en lugar de la feliz enseñanza que gustosamente le ofrecería el Espíritu Santo.
9. Siempre que eliges tomar una decisión sólo para ti estás pensando destructivamente y la decisión será errónea. Te hará daño por razón del concepto de decisión que te condujo a ella. No es verdad que puedas tomar decisiones por tu cuenta o sólo para ti. Ningún pensamiento del Hijo de Dios puede estar separado o tener efectos aislados. Cada decisión que se toma, se toma para toda la Filiación, es aplicable tanto a lo interno como a lo externo y afecta a una constelación mucho mayor que nada que hayas podido concebir jamás.
10. Los que aceptan la Expiación son invulnerables. Pero los que creen ser culpables reaccionarán ante la culpabilidad porque creerán que es la salvación, y no se negarán a verla ni a ponerse de su parte. Creen que incrementar la culpa es la manera de autoprotegerse. No lograrán comprender el simple hecho de que lo que no desean no puede sino hacerles daño. Todo esto procede del hecho de que no creen que lo que desean sea bueno. Mas se les dio la voluntad porque es algo santo y porque les brindará todo lo que necesitan, lo cual les llegará tan naturalmente como la paz que no conoce límites. Nada que su voluntad no les provea tiene valor alguno. Pero como no entienden su voluntad, el Espíritu Santo la comprende por ellos silenciosamente y les da lo que desean sin que se tengan que esforzar o afanar, y sin dejarlos con la imposible carga de tener que decidir por su cuenta qué es lo que desean o necesitan.
11. Jamás se dará el caso de que tengas que tomar decisiones por tu cuenta. No estás desprovisto de ayuda, y de una Ayuda que sabe la solución. ¿Te conformarías con unas migajas, que es todo lo que por tu cuenta puedes ofrecerte a ti mismo, cuando Aquel que te lo da todo simplemente lo pone a tu disposición? Él nunca te preguntará qué has hecho para ser digno del regalo de Dios. Así pues, no te lo preguntes a ti mismo. Acepta, en cambio, Su respuesta, pues Él sabe que eres digno de todo lo que Dios dispone para ti. No trates de librarte del regalo de Dios que el Espíritu Santo tan libre y gustosamente te ofrece. Él te ofrece sólo lo que Dios le dio para ti. No tienes que decidir si eres merecedor de ello o no. Dios sabe que lo eres.
12. ¿Negarías la verdad de la decisión de Dios imponiendo tu mísera evaluación de ti mismo en lugar de la serena e inmutable evaluación que Él ha hecho de Su Hijo? Nada puede alterar la convicción de Dios de que todo lo que Él creó goza de perfecta pureza, pues es absolutamente puro. No decidas contra ello porque, dado que procede de Él, no puede sino ser verdad. La paz mora en toda mente que acepta serenamente el plan que Dios elaboró para su Expiación y renuncia al suyo propio. Tú no sabes lo que es la salvación, pues no comprendes lo que es. No tomes decisiones con respecto a qué es o dónde se encuentra, sino que en vez de ello pregúntale todo al Espíritu Santo y no tomes ninguna decisión sin Su dulce consejo.
13. Aquel que conoce el plan que Dios quiere que sigas puede explicarte en qué consiste. Sólo Su sabiduría puede guiar tus pasos en dicho plan. Cada decisión que tomas por tu cuenta significa únicamente que quieres definir lo que es la salvación, así como aquello de lo que debes ser salvado. El Espíritu Santo sabe que la salvación es escapar de la culpa. No tienes ningún otro “enemigo”, y el Espíritu Santo es el único Amigo que te puede ayudar contra esta absurda distorsión de la pureza del Hijo de Dios. Él es el poderoso Protector de la inocencia que te hace libre. Y Él ha decidido des-hacer todo lo que oculta tu inocencia de tu mente despejada.
14. Permítele, por lo tanto, ser el único Guía que sigues hacia la salvación. Él conoce el camino y te conduce gustosamente por él. Con Él no podrás sino aprender que lo que Dios desea para ti es tu voluntad. Sin Su dirección pensarás que sólo tú sabes, y decidirás contra tu paz tan irremediablemente como decidiste que la salvación residía solamente en ti. La salvación está en manos de Aquel a Quien Dios se la confió para ti. Él no se ha olvidado. No te olvides de Él y Él tomará todas tus decisiones por ti, las cuales serán en favor de tu salvación y de la Paz de Dios en ti.
15. No intentes tasar el valor del Hijo de Dios que Él creó santo, pues hacer eso es evaluar a su Padre y juzgar contra Él. Y no podrás sino sentirte culpable por este crimen imaginario, que nadie en este mundo ni en el Cielo podría cometer. El Espíritu Santo sólo enseña que el “pecado” de instaurar un falso ser en el trono de Dios no debe ser motivo de culpabilidad. Lo que no puede suceder no puede tener efectos temibles. Descansa tranquilamente en la fe que has depositado en Aquel que te ama y que desea librarte de la locura. Puede que lo que hayas elegido sea la demencia, mas la demencia no es tu realidad. Nunca te olvides del Amor de Dios, Quien se ha acordado de ti, pues es absolutamente imposible que Él jamás hubiese permitido que Su Hijo dejara de formar parte de la amorosa Mente en la que fue creado y donde se fijó su morada en perfecta paz para siempre.
16. Dile únicamente al Espíritu Santo: “Decide por mí”, y está hecho. Pues Sus decisiones reflejan lo que Dios sabe acerca de ti, y ante esa luz cualquier clase de error es imposible. ¿Por qué luchas tan frenéticamente por tratar de prever lo que no puedes saber, cuando tras cada decisión que el Espíritu Santo toma por ti se encuentra el Conocimiento? Aprende de Su Sabiduría y de Su Amor, y enseña Su respuesta a todos los que luchan en las tinieblas, pues al hacerlo decides por ellos y por ti.
17. ¡Qué grato es decidir todas las cosas a través de Aquel que da Su equitativo Amor a todos por igual! Él no excluye a nadie de ti. Por lo tanto, te da lo que es tuyo porque tu Padre quiere que lo compartas con Él. Deja que el Espíritu Santo sea tu Guía en todo y no te vuelvas atrás. Confía en que Él responderá de inmediato y amorosamente a todos los que de algún modo se vean afectados por tus decisiones. Y todo el mundo se ve afectado. ¿Te echarías al hombro la responsabilidad de tener que decidir qué es lo único que redundaría en beneficio de todos? ¿Cómo ibas a saberlo?
18. Te has enseñado a ti mismo el hábito completamente antinatural de no comunicarte con tu Creador. Sin embargo, permaneces en estrecha comunicación con Él y con todo lo que mora en Él, lo cual mora también en ti. Desaprende, mediante el amoroso consejo del Espíritu Santo, el aislamiento que aprendiste, y aprende la feliz comunicación que desechaste, pero que aun así no pudiste perder.
19. Siempre que tengas dudas acerca de lo que debes hacer, piensa en Su Presencia en ti y repite para tus adentros esto y sólo esto:
Él me guía y conoce el camino que yo no conozco.
Mas nunca me privará de lo que quiere que aprenda.
Por eso confío en que me comunicará todo lo que sabe por mí.
Permite entonces que te enseñe quedamente cómo percibir tu inocencia, la cual ya está ahí.
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