¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 31

31.VIII. Elige de nuevo

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 31

VIII. Elige de nuevo

Capítulo 31 – La visión final

Elige de nuevo

1. La lección que la tentación siempre quiere enseñar, en cualquier forma en que se presente e independientemente de donde ocurra, es ésta: quiere persuadir al santo Hijo de Dios de que él es un cuerpo, nacido dentro de lo que no puede sino morir, incapaz de librarse de su fragilidad y condenado a lo que el cuerpo le ordene sentir. El cuerpo fija los límites de lo que el Hijo de Dios puede hacer. Su poder es la única fuerza de la que el Hijo dispone, y el dominio de éste no puede exceder el reducido alcance del cuerpo. ¿Querrías seguir siendo eso, si Cristo se te apareciera en toda Su gloria pidiéndote únicamente esto?: Elige de nuevo si quieres ocupar el lugar que te corresponde entre los salvadores del mundo o si prefieres quedarte en el infierno y mantener a tus hermanos allí. Él ha venido, y eso es lo que te está pidiendo.

2. ¿Cómo se lleva a cabo esa elección? ¡Qué fácil de explicar es esto! Siempre eliges entre tu debilidad y la fortaleza de Cristo en ti. Y lo que eliges es lo que crees que es real. Sólo con que te negaras a dejar que la debilidad guiara tus actos, dejarías de otorgarle poder. Y la luz de Cristo en ti estaría entonces a cargo de todo cuanto hicieses. Pues habrías llevado tu debilidad ante Él y, a cambio de ella, Él te habría dado Su fortaleza.

3. Las pruebas por las que pasas no son sino lecciones que aún no has aprendido, que vuelven a presentarse a fin de que donde antes hiciste una elección equivocada, puedas ahora hacer una mejor y escaparte así del dolor que te ocasionó lo que elegiste previamente. En toda dificultad, disgusto o confusión Cristo te llama y te dice con ternura: “Hermano mío, elige de nuevo”. Él no dejará sin sanar ninguna fuente de dolor ni dejará en tu mente ninguna imagen que pueda ocultar a la Verdad. Te liberará de toda miseria a ti a quien Dios creó como un altar a la dicha. No te dejará desconsolado ni solo en sueños infernales, sino que liberará a tu mente de todo lo que te impide ver Su faz. Su santidad es la tuya porque Él es el único poder que es real en ti. Su fortaleza es la tuya porque Él es el Ser que Dios creó como Su único Hijo.

4. Las imágenes que fabricas no pueden prevalecer contra lo que Dios Mismo quiere que seas. Por lo tanto, jamás tengas miedo de la tentación, sino reconócela como lo que es: una oportunidad más para elegir de nuevo y dejar que la fortaleza de Cristo impere en toda circunstancia y lugar donde antes habías erigido una imagen de ti mismo. Pues lo que parece ocultar la faz de Cristo es impotente ante Su majestad y desaparece ante Su santa Presencia. Los salvadores del mundo, que ven tal como Él ve, son sencillamente los que eligen la fortaleza de Cristo en lugar de su propia debilidad, la cual se ve como algo aparte de Él. Ellos redimirán al mundo, pues están unidos en el poder de la Voluntad de Dios. Y lo que ellos disponen no es sino lo que Él dispone.

5. Aprende, pues, el feliz hábito de responder a toda tentación de percibirte a ti mismo débil y afligido con estas palabras: Soy tal como Dios me creó. Su Hijo no puede sufrir. Y yo soy Su Hijo. De este modo se invita a la fortaleza de Cristo a que impere y reemplace todas tus debilidades con la fuerza que procede de Dios, la cual es infalible. Y de este modo también, los milagros se vuelven algo tan natural como el miedo y la angustia parecían serlo antes de que se eligiera la santidad. Pues con esa elección desaparecen las distinciones falsas; y las alternativas ilusorias se dejan atrás y ya no queda nada que interfiera en la Verdad.

6. Tú eres tal como Dios te creó, al igual como también lo es todo ser vivo que contemples, independientemente de las imágenes que veas. Lo que percibes como enfermedad, dolor, debilidad, sufrimiento y pérdida no es sino la tentación de percibirte a ti mismo indefenso y en el infierno. No sucumbas a esta tentación, y verás desaparecer toda clase de dolor, no importa dónde se presente, en forma similar a como el sol disipa la neblina. Un milagro ha venido a sanar al Hijo de Dios y a cerrarle la puerta a sus sueños de debilidad, allanando así el camino hacia su salvación y liberación. Elige de nuevo lo que quieres que él sea, recordando que toda elección que hagas establecerá tu propia identidad tal como la has de ver y como creerás que es.

7. No me niegues el pequeño regalo que te pido, cuando a cambio de ello pongo a tus pies la Paz de Dios y el poder para llevar esa Paz a todos los que deambulan por el mundo solos, inseguros y presos del miedo. Pues se te ha concedido poder unirte a cada uno de ellos y, a través del Cristo en ti, apartar el velo de sus ojos y dejar que contemplen al Cristo en sí mismos.

8. Hermanos míos en la salvación, no dejéis de oír mi voz ni de escuchar mis palabras. No os pido nada, excepto vuestra propia liberación. El infierno no tiene cabida en un mundo cuya hermosura puede todavía llegar a ser tan deslumbrante y abarcadora que sólo un paso la separa del Cielo. Traigo a vuestros cansados ojos la visión de un mundo diferente, tan nuevo, depurado y fresco que os olvidaréis de todo el dolor y miseria que una vez visteis. Mas tenéis que compartir esta visión con todo aquel que veáis, pues, de lo contrario, no la contemplaréis. Dar este regalo es la manera de hacerlo vuestro. Y Dios ordenó, con amorosa bondad, que lo fuese.

9. ¡Alegrémonos de poder caminar por el mundo y de tener tantas oportunidades de percibir nuevas situaciones donde el regalo de Dios se puede reconocer otra vez como nuestro! Y de esta manera, todo vestigio del infierno, así como los pecados secretos y odios ocultos, desaparecerán. Y toda la hermosura que ocultaban aparecerá ante nuestros ojos cual prados celestiales, que nos elevarán más allá de los tortuosos senderos por los que viajábamos antes de que apareciera el Cristo. Oídme, hermanos míos, oídme y uníos a mí. Dios ha decretado que yo no pueda llamaros en vano, y en Su Certeza yo descanso en paz. Pues vosotros me oiréis y elegiréis de nuevo. Y con esa elección todo el mundo quedará liberado.

10. Gracias, Padre, por estos santos seres que son mis hermanos así como Tus Hijos. La fe que tengo en ellos es Tu Propia Fe. Estoy tan seguro de que vendrán a mí como Tú estás de lo que ellos son y de lo que serán eternamente. Aceptarán el regalo que les ofrezco porque me lo diste para ellos. Y así como yo únicamente quiero hacer Tu santa Voluntad, ésa también será su elección. Te doy gracias por ellos. El himno de salvación resonará a través del mundo con cada elección que cada uno de ellos haga. Pues compartimos un mismo propósito, y el fin del infierno está cerca.

11. Mi mano se extiende en gozosa bienvenida a todo hermano que quiera unirse a mí para ir más allá de la tentación y mirar con firme determinación hacia la luz que brilla con perfecta constancia tras ella. Dame los míos, pues Te pertenecen. ¿Y podrías dejar de hacer lo que es Tu Voluntad? Te doy las gracias por lo que mis hermanos son. Y según cada uno de ellos elija unirse a mí, el himno de gratitud que se eleva desde la tierra hasta el Cielo se convertirá, de unas cuantas notas sueltas, en un coro todo-abarcador, que brota de un mundo redimido del infierno y que te da las gracias a Ti.

12. Y ahora decimos “Amén”. Pues Cristo ha venido a morar al lugar que, en el sosiego de la eternidad, Tú estableciste para Él desde antes de los orígenes del tiempo. La jornada llega a su fin y acaba donde comenzó. No queda ni rastro de ella. Ya no se le otorga fe a ninguna ilusión ni queda una sola mota de obscuridad que pudiera ocultarle a nadie la faz de Cristo. Tu Voluntad se hace, total y perfectamente, y toda la Creación Te reconoce y sabe que Tú eres la única Fuente que tiene. La Luz, clara como Tú, irradia desde todo lo que vive y se mueve en Ti. Pues hemos llegado allí donde todos somos uno y finalmente estamos en casa, donde Tú quieres que estemos.

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