¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 30

30.VI. La justificación del perdón

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 30

VI. La justificación del perdón

Capítulo 30 – El nuevo comienzo

La justificación del perdón

1. La ira nunca está justificada. El ataque no tiene fundamento. Con esto comienza uno a escapar del miedo y con esto también es como lo logrará. Con esto se intercambian los sueños de terror por el mundo real. Pues es en esto donde yace el perdón, lo cual es tan sólo natural. No se te pide que concedas perdón allí donde se debería responder con ataque y donde el ataque estaría justificado. Pues eso querría decir que perdonas un pecado pasando por alto lo que realmente se encuentra ahí. Eso no es perdón, ya que supondría que, al reaccionar de una manera que no está justificada, tu perdón se ha convertido en la respuesta al ataque que se ha perpetrado. Y así, el perdón no habría sido apropiado, al haberse concedido donde no era debido.

2. El perdón está siempre justificado. Sus cimientos son sólidos. No perdonas lo imperdonable ni pasas por alto un ataque real que merece castigo. La salvación no reside en que a uno le pidan responder de una manera antinatural que no concuerda con lo que es real. En lugar de ello, la salvación sólo te pide que respondas adecuadamente a lo que no es real, no percibiendo lo que no ha ocurrido. Si el perdón no estuviera justificado, se te estaría pidiendo que sacrificaras tus derechos cuando devuelves perdón por ataque. Mas se te pide simplemente que consideres el perdón como la respuesta natural ante cualquier aflicción basada en un error que, por ende, no es más que una petición de ayuda. El perdón es la única respuesta cuerda, pues impide que tus derechos sean sacrificados.

3. Este entendimiento es el único cambio que le permite al mundo real alzarse para ocupar el lugar de los sueños de terror. El miedo no puede surgir a menos que se justifique el ataque; y si éste tuviera una base real, el perdón no tendría base alguna. El mundo real se alcanza cuando percibes que aquello en lo que el perdón se basa es completamente real y está plenamente justificado. Mientras creas que el perdón es un regalo inmerecido, no podrás sino reforzar la culpa que quieres “perdonar”. El perdón que no está justificado es un ataque. Y eso es todo lo que el mundo puede jamás ofrecer. Puede que algunas veces perdone a los “pecadores”, pero sigue siendo consciente de que han pecado. De modo que no se merecen el perdón que les concede.

4. Éste es el falso perdón del que el mundo se vale para mantener viva la sensación de pecado. Y puesto que se considera que Dios es justo, parece imposible que Su perdón pueda ser verdadero. De este modo, el temor a Dios es el resultado inevitable de considerar que el perdón es algo inmerecido. Nadie que se considere a sí mismo culpable puede evitar sentir temor a Dios. Pero se salva de este dilema si perdona. La mente tiene que considerar al Creador tal como se considera a sí misma. Si puedes ver que tu hermano es digno de perdón, es que has aprendido que tú tienes el mismo derecho a ser perdonado que él. Y no pensarías que Dios tiene destinado para ti un juicio temible que tu hermano no se merece. Pues la verdad es que tú no mereces ni más ni menos que él.

5. Todo perdón que se considera merecido sana, pues le otorga al milagro la fuerza para pasar por alto las ilusiones. Así es como aprendes que tú también tienes que haber sido perdonado. No hay ninguna apariencia que no pueda pasarse por alto. Pues si la hubiera, sería necesario que primero hubiese algún pecado que estuviera más allá del alcance del perdón. Tendría que haber algún error que fuera más que una simple equivocación, un tipo especial de error que fuese inmutable y eterno, y que estuviera más allá de cualquier posibilidad de corrección o escape. Tendría que haber un error capaz de des-hacer la Creación y de construir un mundo que pudiera reemplazarla y destruir la Voluntad de Dios. Sólo si esto fuera posible podría haber algunas apariencias capaces de ser inmunes al milagro y de no ser sanadas por él.

6. No hay prueba más contundente de que lo que deseas es la idolatría, que la creencia de que hay algunas clases de enfermedad y de desdicha que el perdón no puede sanar. Esto quiere decir que prefieres conservar algunos ídolos y que todavía no estás completamente listo para abandonarlos todos. Y así, piensas que algunas apariencias son reales y que no son apariencias en absoluto. No te dejes engañar con respecto al significado de la creencia fija según la cual algunas apariencias son más difíciles de pasar por alto que otras. Pues eso siempre significa que crees que el perdón tiene límites. Y te habrás fijado una meta en la que el perdón es parcial y en la que puedes liberarte de la culpa sólo en parte. ¿Qué otra cosa puede significar esto sino que el perdón que te concedes a ti mismo así como a todos los que parecen estar separados de ti es falso?

7. Tiene que ser verdad que o bien el milagro cura toda clase de enfermedad o bien no cura en absoluto. Su propósito no puede ser juzgar qué formas son reales y qué apariencias verdaderas. Si se tuviera que excluir una sola apariencia de la curación, habría una ilusión que formaría parte de la verdad. Y no podrías escapar totalmente de la culpa, sino sólo en parte. Tienes que perdonar al Hijo de Dios completamente, pues, de lo contrario, conservarás una imagen de ti mismo fragmentada y seguirás temiendo mirar en tu interior y encontrar allí tu liberación de todos los ídolos. La salvación descansa en la fe de que es imposible que haya algunas clases de culpa que tú no puedas perdonar. Por lo tanto, no hay ninguna apariencia que hubiese podido ocupar el lugar de la verdad con respecto al Hijo de Dios.

8. Contempla a tu hermano con el deseo de verlo tal como es. Y no excluyas ninguna parte de él de tu deseo de que se cure. Curar es hacer íntegro. Y a lo que es íntegro no le pueden faltar partes que se hayan dejado fuera. El perdón consiste en reconocer esto y en alegrarnos de que no haya ninguna forma de enfermedad que el milagro no tenga el poder de curar.

9. El Hijo de Dios es perfecto, ya que de otro modo no podría ser el Hijo de Dios. Y no lo podrás conocer mientras creas que no merece librarse de todas las consecuencias y manifestaciones de la culpa. De la única forma que debes pensar acerca de él si quieres conocer la verdad acerca de ti mismo es así:

Te doy gracias, Padre, por Tu perfecto Hijo, pues en su gloria veré la mía propia.

He aquí la jubilosa afirmación de que no hay ninguna forma de mal que pueda prevalecer sobre la Voluntad de Dios; el feliz reconocimiento de que la culpa no ha triunfado porque tú hayas deseado que las ilusiones fuesen reales. ¿Y qué es esto sino una simple afirmación de la verdad?

10. Contempla a tu hermano con esta esperanza en ti y comprenderás que él no pudo haber cometido un error que hubiese podido cambiar la verdad acerca de él. No es difícil pasar por alto errores a los que no se les ha atribuido efectos. Mas no perdonarás aquello que consideres que tiene el poder de hacer del Hijo de Dios un ídolo. Pues en ese caso él se habrá convertido para ti en una imagen sepulcral y en un signo de muerte. ¿Podría ser eso tu salvador? ¿Podría acaso el Padre estar equivocado con respecto a Su Hijo? ¿No será más bien que te has engañado a ti mismo con respecto a aquel que se te dio para que lo curases a fin de que tú te pudieras salvar y liberar?

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