¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 29

29.I. La clausura de la brecha

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 29

I. La clausura de la brecha

Capítulo 29 – El despertar

La clausura de la brecha

1. No hay tiempo, lugar ni estado del que Dios esté ausente. No hay nada que temer. Es imposible que se pudiera concebir una brecha en la Plenitud de Dios. La transigencia que la más insignificante y diminuta de las brechas representaría en Su Amor eterno es completamente imposible. Pues querría decir que Su Amor puede albergar una sombra de odio, que Su Bondad puede a veces trocarse en ataque y que en ocasiones podría perder Su infinita Paciencia. Esto es lo que crees cuando percibes una brecha entre tu hermano y tú. ¿Cómo ibas a poder, entonces, confiar en Dios? “Pues Su Amor debe ser un engaño. Sé precavido entonces; no dejes que se te acerque demasiado y mantén una brecha entre Su Amor y tú a través de la cual te puedas escapar en caso de que tengas necesidad de huir.”

2. He aquí donde más claramente se puede ver el temor a Dios. Pues el amor es traicionero para aquellos que tienen miedo, ya que el miedo y el odio van siempre de la mano. Todo aquel que odia tiene miedo del amor y, por ende, no puede sino tener miedo de Dios. Es indudable que no conoce el significado del amor. Teme amar y ama odiar y, así, piensa que el amor es temible y que el odio es amor. Esto es lo que inevitablemente les sucede a todos aquellos que tienen en gran estima a esta pequeña brecha, creyendo que es su salvación y esperanza.

3. ¡El temor a Dios! El mayor obstáculo que la paz tiene que salvar no ha desaparecido todavía. Los demás ya han desaparecido, pero éste todavía sigue en pie, obstruyendo tu paso y haciendo que el camino hacia la luz parezca obscuro y temible, peligroso y sombrío. Has decidido que tu hermano es tu enemigo. Tal vez tu amigo en algunas ocasiones, siempre que vuestros diferentes intereses permitan vuestra amistad por algún tiempo. Pero no sin dejar una aparente brecha entre vosotros en caso de que se vuelva a convertir en tu enemigo. Deja que se te acerque, y te haces atrás; acércate a él, y él instantáneamente emprende la retirada. El acuerdo que establecisteis fue tener una amistad cautelosa y de limitado alcance, cuya intensidad estuviese cuidadosamente restringida. De modo que lo único que tú y tu hermano hicisteis fue establecer un pacto condicional en el que uno de sus puntos era una cláusula de separación que tanto tú como él acordasteis no violar. Y convinisteis que violarla sería una infracción del acuerdo de todo punto intolerable.

4. La brecha entre vosotros no es el espacio que hay entre vuestros cuerpos, pues ese espacio tan sólo da la impresión de dividir vuestras mentes separadas. La brecha entre vosotros es el símbolo de una promesa que os habéis hecho de encontraros cuando os parezca, y luego separaros hasta que los dos decidáis encontraros de nuevo. Y entonces vuestros cuerpos parecerán ponerse en contacto y concertar un lugar de encuentro. Pero siempre es posible que cada uno siga su camino. Supeditado al “derecho” de separaros, acordáis reuniros de vez en cuando y mantener vuestra distancia con intervalos de separación que os protejan del “sacrificio” del amor. El cuerpo os salva, pues os aleja del sacrificio total y os da tiempo para reconstruir una vez más vuestros yos separados, que creéis que realmente menguan cuando os reunís.

5. El cuerpo no podría separar tu mente de la mente de tu hermano a menos que quisieras que fuese la causa de vuestra separación y distanciamiento. Por consiguiente, le atribuyes un poder que no posee. Esto es lo que hace que tenga poder sobre ti. Pues ahora piensas que el cuerpo determina cuándo debéis reuniros y limita vuestra capacidad de estar en comunión con la mente del otro. Y así, te dice adónde ir y cómo llegar hasta allí; lo que te es factible emprender y lo que no puedes hacer. Te dice también lo que su salud puede tolerar, así como lo que lo fatigará y enfermará. Sus “inherentes” debilidades establecen los límites de lo que puedes hacer y hacen que tu propósito sea débil y limitado.

6. El cuerpo se avendrá a todo esto, si ése es tu deseo. Permitirá solamente limitados desahogos de “amor”, intercalados con intervalos de odio. Y se hará cargo de decidir cuándo puede “amar” y cuándo se debe refugiar en el miedo para mantenerse a salvo. Enfermará porque no sabes lo que es amar. De este modo, utilizarás indebidamente toda circunstancia y a todo aquel con quien te encuentres, y no podrás sino ver en ellos un propósito distinto del tuyo.

7. El amor no exige sacrificios. Pero el miedo exige el sacrificio del amor, pues no puede subsistir en su presencia. Para perpetuar el odio, es preciso temerle al amor y limitar su presencia sólo a algunas ocasiones, manteniéndolo alejado el resto del tiempo. De esta manera, se le tiene por traicionero porque parece ir y venir a su antojo y no ofrecerte ninguna estabilidad. No te das cuenta de cuán limitada y débil es tu lealtad, y de cuán a menudo le has exigido al amor que se aleje de ti y te deje solo y en “paz”.

8. El cuerpo, que de por sí no tiene ningún objetivo, es la excusa que tienes para las diversas metas que abrigas y que le obligas a perseguir. No es su debilidad lo que te asusta, sino su falta de fuerza o de vigor. ¿No te gustaría saber que nada se interpone entre tú y él? ¿No te gustaría saber que no hay brecha tras la que te puedas ocultar? Los que descubren que su salvador ya no es su enemigo experimentan un sobresalto. Cuando se descubre que el cuerpo no es real se suscita una cierta aprensión y se experimentan matices de aparente temor en torno al feliz mensaje de que “Dios es Amor”.

9. Cuando la brecha desaparece, no obstante, lo único que se experimenta es paz eterna. Nada más que eso, pero tampoco menos. Si no tuvieras miedo de Dios, ¿qué podría inducirte a que Lo abandonases? ¿Qué juguetes o baratijas podría haber en la brecha que pudieran privarte por un solo instante de Su Amor? ¿Permitirías que el cuerpo dijese “no” a la Llamada del Cielo si no tuvieras miedo de perderte a ti mismo al encontrar a Dios? Mas ¿cómo sería posible que perdieras tu Ser al hallarlo?

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