¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 27

27.II. El temor a sanar

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 27

II. El temor a sanar

Capítulo 27 – La curación del sueño

El temor a sanar

1. ¿Es atemorizante sanar? Sí, para muchos lo es. Pues la acusación es un obstáculo para el amor, y los cuerpos enfermos son ciertamente acusadores. Obstruyen completamente el camino de la confianza y de la paz, proclamando que los débiles no pueden tener confianza y que los lesionados no tienen motivos para gozar de paz.” ¿Quién que haya sido herido por su hermano podría amarlo aún y confiar en él? Pues su hermano lo atacó y lo volverá a hacer. No lo protejas, ya que tu cuerpo lesionado demuestra que es a ti a quien se debe proteger de él. Tal vez perdonarlo sea un acto de caridad, pero no es algo que él se merezca. Se le puede compadecer por su culpabilidad, pero no puede ser eximido. Y si le perdonas sus transgresiones, no haces sino añadir otro fardo más a la culpa que realmente ya ha acumulado.”

2. Los que no han sanado no pueden perdonar. Pues son los testigos de que el perdón es injusto. Prefieren conservar las consecuencias de la culpa que no reconocen. No obstante, nadie puede perdonar un pecado que considere real.” Y lo que tiene consecuencias tiene que ser real porque lo que ha hecho está ahí a la vista. El perdón no es piedad, la cual no hace sino tratar de perdonar lo que cree que es verdad. No se puede devolver bondad por maldad, pues el perdón no establece primero que el pecado sea real para luego perdonarlo. Nadie que esté hablando en serio diría: “Hermano, me has herido. Sin embargo, puesto que de los dos yo soy el mejor, te perdono por el dolor que me has ocasionado”. Perdonarle y seguir sintiendo dolor es imposible, pues ambas cosas no pueden coexistir. Una niega a la otra y hace que sea falsa.

3. Ser testigo del pecado y al mismo tiempo perdonarlo es una paradoja que la razón no puede concebir. Pues afirma que lo que se te ha hecho no merece perdón. Y si lo concedes, eres clemente con tu hermano, pero conservas la prueba de que él no es realmente inocente. Los enfermos siguen siendo acusadores. No pueden perdonar a sus hermanos ni perdonarse a sí mismos. Nadie sobre quien el verdadero perdón descanse puede sufrir, pues ya no exhibe la prueba del pecado ante los ojos de su hermano. Por lo tanto, debe haberlo pasado por alto y eliminado de su vista. El perdón no puede ser para uno y no para el otro. El que perdona se cura. Y en su curación radica la prueba de que ha perdonado verdaderamente y de que no guarda traza alguna de condenación que todavía pudiera utilizar contra sí mismo o contra cualquier ser vivo.

4. El perdón no es real a menos que os brinde curación a tu hermano y a ti. Debes dar testimonio de que sus pecados no tienen efecto alguno sobre ti para así demostrar que no son reales. ¿De qué otra manera podría ser él inocente? ¿Y cómo podría estar justificada su inocencia a menos que sus pecados carecieran de los efectos que confirmarían su culpabilidad? Los pecados están más allá del perdón simplemente porque entrañarían efectos que no podrían cancelarse ni pasarse por alto completamente. En el hecho de que puedan cancelarse radica la prueba de que son simplemente errores. Permítete ser curado para que de este modo puedas perdonar y ofrecer salvación a tu hermano y ofrecértela a ti.

5. Un cuerpo enfermo demuestra que la mente no ha sanado. Un milagro de curación prueba que la separación no tiene efectos. Creerás en aquello que le quieras probar a tu hermano. El poder de tu testimonio procede de tus creencias. Y todo lo que dices, haces o piensas no hace sino dar testimonio de lo que le enseñas. Tu cuerpo puede ser el medio para demostrarle que nunca ha sufrido por su causa. Y al sanar puede ofrecerle un mudo testimonio de su inocencia. Este testimonio es el que puede hablar con más elocuencia que mil lenguas juntas, pues le prueba que ha sido perdonado.

6. Un milagro no le puede ofrecer menos a él de lo que te ha dado a ti. De esta manera, tu curación demuestra que tu mente ha sanado y que ha perdonado lo que tu hermano no hizo. Y así, él se convence de que jamás perdió su inocencia y sana junto contigo. El milagro des-hace de este modo todas las cosas que, según el mundo, jamás podrían des-hacerse. Y la desesperanza y la muerte no pueden sino desaparecer ante el ancestral clarín que llama a la Vida. Esta llamada es mucho más poderosa que las débiles y miserables súplicas de la muerte y la culpabilidad. La ancestral Llamada que el Padre le hace a Su Hijo, y el Hijo a los suyos, será la última trompeta que el mundo oirá. Hermano, la muerte no existe. Y aprenderás esto cuando tu único deseo sea mostrarle a tu hermano que él jamás te hirió. Él cree que tiene las manos manchadas con tu sangre y, por lo tanto, que está condenado. Mas se te ha concedido poder mostrarle, mediante tu curación, que su culpabilidad no es sino la trama de un absurdo sueño.

7. ¡Cuán justos son los milagros! Pues os otorgan a ti y a tu hermano el mismo regalo de absoluta liberación de la Tu curación os evita dolor a ti y a él, y sanas porque le deseaste el bien. Ésta es la ley que el milagro obedece: la curación no ve diferencias en absoluto. No procede de la compasión, sino del amor. Y el amor quiere demostrar que todo sufrimiento no es sino una vana imaginación, un absurdo deseo sin consecuencia alguna. Tu salud es uno de los resultados de tu deseo de no ver a tu hermano con las manos manchadas de sangre ni de ver culpabilidad en su corazón que se ha vuelto pesado por la prueba del pecado que carga. Y lo que deseas se te concede para que lo puedas ver.

8. El “costo” de tu serenidad es la suya. Éste es el “precio” que el Espíritu Santo y el mundo interpretan de manera diferente. El mundo lo percibe como una afirmación del “hecho” de que con tu salvación se sacrifica la suya. El Espíritu Santo sabe que tu curación da testimonio de la suya y de que no puede hallarse aparte de ella en absoluto. Mientras tu hermano consienta sufrir tú no podrás sanar. Mas le puedes mostrar que su sufrimiento no tiene ningún propósito ni causa alguna. Muéstrale que has sanado, y él no consentirá sufrir por más tiempo. Pues su inocencia habrá quedado clara ante sus propios ojos y ante los tuyos. Y la risa reemplazará vuestros lamentos, pues el Hijo de Dios habrá recordado que él es el Hijo de Dios.

9. ¿Quién tiene entonces miedo de sanar? Sólo aquellos para quienes el sacrificio y el dolor de su hermano representan su propia serenidad. Su propia impotencia y debilidad les sirven de base para justificar el dolor de su hermano. El constante aguijón de la culpa que éste experimenta les sirve para probar que él es un esclavo, pero que ellos son libres. El constante dolor que sufren es la prueba de que son libres porque mantienen cautivo a su hermano. Y desean la enfermedad para evitar que la balanza del sacrificio se incline a favor de él. ¿Cómo se podría persuadir al Espíritu Santo para que se detuviese por un instante, o incluso menos, a razonar con semejantes argumentos en favor de la enfermedad? ¿Y es acaso menester demorar tu curación porque te detengas a escuchar a la demencia?

10. Tu función no es corregir. La función de corregir le corresponde a Uno que conoce la justicia, no la Si asumes el papel de corrector, ya no puedes llevar a cabo la función de perdonar. Nadie puede perdonar hasta que aprende que corregir es tan sólo perdonar, nunca acusar. Por tu cuenta, no podrás percatarte de que son lo mismo y de que, por lo tanto, no es a ti a quien corresponde corregir. ldentidad y función son una misma cosa, y mediante tu función te conoces a ti mismo. De modo que si confundes tu función con la función de Otro, es que estás confundido con respecto a ti mismo y con respecto a Quién eres. ¿Qué es la separación sino un deseo de arrebatarle a Dios Su función y negar que sea Suya? Mas si no es Su función, tampoco es la tuya, pues no puedes por menos que perder aquello de lo que te apropias.

11. En una mente escindida, la Identidad no puede sino dar la impresión de que está dividida. Nadie puede percibir que una función está unificada, si ésta tiene propósitos conflictivos y objetivos diferentes. Para una mente tan dividida como la tuya, corregir no es sino una manera de castigar a otro por los pecados que crees son tus propios pecados. Y de este modo, el otro se convierte en tu víctima, no en tu hermano, diferente de ti por el hecho de ser más culpable y tener, por lo tanto, necesidad de que lo corrijas, al ser tú más inocente que él. Esto separa su función de la tuya y os da a ambos un papel diferente. Y así, no podéis ser percibidos como uno y con una sola función, lo cual querría decir que compartís una misma identidad y un solo objetivo.

12. La corrección que tú quisieras llevar a cabo no puede sino causar separación, ya que ésa es la función que tú le Cuando percibas que la corrección es lo mismo que el perdón, sabrás también que la Mente del Espíritu Santo y la tuya son una. Y de esta manera, habrás hallado tu Identidad. No obstante, Él tiene que operar con lo que se le da, y tú sólo le permites ocupar la mitad de tu mente. Y así, Él representa la otra mitad, y parece tener un propósito diferente de aquel que abrigas y crees que es el tuyo. De este modo, tu función parece estar dividida, con una de sus mitades en oposición a la otra. Esas dos mitades parecen representar la separación de un ser que se percibe dividido en dos.

13. Observa cómo esta percepción de ti mismo no puede sino extenderse, y no pases por alto el hecho de que todo pensamiento se extiende porque ése es su propósito debido a lo que es. De la idea de que el ser se compone de dos partes, surge necesariamente el punto de vista de que su función está dividida entre las dos. Pero lo que quieres corregir es solamente la mitad del error, que tú crees que es todo el error. Los pecados de tu hermano se convierten, de este modo, en el blanco central de la corrección, no vaya a ser que tus errores y los suyos se vean como el mismo error. Los tuyos son equivocaciones, pero los suyos son pecados y, por ende, no son como los tuyos. Los suyos merecen castigo, mientras que los tuyos, si vamos a ser justos, deberían pasarse por alto.

14. De acuerdo con esta interpretación de lo que significa corregir no podrás ver tus propios errores. Pues habrás trasladado el blanco de la corrección fuera de ti mismo, sobre uno que no puede ser parte de ti mientras esa percepción perdure. Aquel al que se condena jamás puede volver a formar parte del que lo acusa, quien lo odiaba y todavía lo sigue odiando por ser un símbolo de su propio miedo. He aquí a tu hermano, el blanco de tu odio, quien no es digno de formar parte de ti, y es, por lo tanto, algo externo a ti: la otra mitad, la que se Y sólo lo que se deja privado de su presencia se percibe como todo lo que tú eres. El Espíritu Santo tiene que representar esta otra mitad hasta que tú reconozcas que es la otra mitad. Y Él hace esto asignándoos a ti y a tu hermano la misma función y no una diferente.

15. Corregir es la función que se os ha dado a ambos, pero no a ninguno de vosotros por separado. Y cuando la lleváis a cabo reconociendo que es una función que compartís, no puede sino corregir los errores de ambos. No puede dejar errores sin corregir en uno y liberar al otro. Eso sería un propósito dividido que, por lo tanto, no podría compartirse ni ser el objetivo en el que el Espíritu Santo ve el Suyo Propio. Y puedes estar seguro de que Él no llevará a cabo una función que no vea y reconozca como Propia. Pues sólo así puede mantener la vuestra intacta, a pesar de vuestros diferentes puntos de vista con respecto a lo que es vuestra función. Si Él apoyase una función dividida, estaríais ciertamente perdidos. La incapacidad del Espíritu Santo de ver Su objetivo dividido y como algo distinto para cada uno de vosotros, te resguarda de volverte consciente de una función que no es la tuya. De esta manera, la curación se os concede a los dos.

16. La corrección debe dejarse en manos de Uno que sabe que la corrección y el perdón son lo mismo. Cuando sólo se dispone de la mitad de la mente, esto es incomprensible. Deja, pues, la corrección en manos de la Mente que está unida y que opera cual una sola porque su propósito es indiviso y únicamente puede concebir como Suya una sola función. He aquí la función que se le dio, concebida para que fuese la Suya y no algo aparte de lo que su Dador conserva precisamente porque es una función que se ha compartido. En Su aceptación de esta función residen los medios a través de los cuales tu mente se unifica. Este único propósito unifica las dos mitades de ti que tú percibes como separadas. Y cada uno de vosotros perdona al otro, a fin de poder aceptar su otra mitad como parte de sí mismo.

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