¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 25

25.VIII. La restitución de la justicia al amor

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 25

VIII. La restitución de la justicia al amor

Capítulo 25 – La justicia de Dios

La restitución de la justicia al amor

1. El Espíritu Santo puede usar todo lo que le ofreces para tu salvación. Pero no puede usar lo que te niegas a entregarle, ya que no puede quitártelo sin tu consentimiento. Pues si lo hiciera, creerías que te lo arrebató en contra de tu voluntad. Y así, no aprenderías que tu voluntad es no tenerlo. Él no necesita que estés completamente dispuesto a entregárselo, pues si ése fuera el caso, no tendrías ninguna necesidad de Él. Pero sí necesita que prefieras que Él lo tome a que tú te lo quedes sólo para ti, y que reconozcas que no sabes qué es lo que no supone una pérdida para nadie. Eso es lo único que se tiene que añadir a la idea de que nadie tiene que perder para que tú ganes. Nada más.

2. He aquí el único principio que la salvación requiere. No es necesario que tu fe en él sea firme e inquebrantable ni que esté a salvo del ataque de todas las creencias que se oponen a él. No tienes una lealtad fija. Pero recuerda que los que ya se han salvado no tienen necesidad de salvación. No se te pide que hagas lo que le resultaría imposible a alguien que todavía está dividido contra sí mismo. No esperes poder encontrar sabiduría en semejante estado mental. Pero siéntete agradecido de que lo único que se te pide es que tengas un poco de fe. ¿Qué les puede quedar a los que todavía creen en el pecado sino un poco de fe? ¿Qué podrían saber del Cielo y de la justicia de los que se han salvado?

3. Existe una clase de justicia en la salvación de la que el mundo no sabe nada. Para el mundo, la justicia y la venganza son lo mismo, pues los pecadores ven la justicia únicamente como el castigo que merecen, por el que tal vez otro debe pagar, pero del que no es posible escapar. Las leyes del pecado exigen una víctima. Quién ha de ser esa víctima es irrelevante. Pero el costo no puede ser otro que la muerte, y tiene que pagarse. Esto no es justicia, sino demencia. Sin embargo, allí donde el amor significa odio, y la muerte se ve como la victoria y el triunfo sobre la eternidad, la intemporalidad y la vida, ¿cómo se podría definir la justicia sin que la demencia formase parte de ella?

4. Tú que no sabes lo que es la justicia puedes todavía preguntar lo que es y así aprenderlo. La justicia contempla a todos de la misma manera. No es justo que a alguien le falte lo que otro tiene. Pues eso es venganza, sea cual sea la forma que adopte. La justicia no exige ningún sacrificio, pues todo sacrificio se hace a fin de perpetuar y conservar el pecado. El sacrificio es el pago que se ofrece por el costo del pecado, pero no es el costo total. El resto se toma de otro y se deposita al lado de tu pequeño pago, para así “expiar” por todo lo que quieres conservar y no estás dispuesto a abandonar. De esta forma, consideras que tú eres en parte la víctima, pero que alguien más lo es en mayor medida. Y en el costo total, cuanto más grande sea la parte que el otro pague, menor será la tuya. Y la justicia, al ser ciega, queda satisfecha cuando recibe su pago, sin que le importe quién es el que paga.

5. ¿Cómo iba a ser eso justicia? Dios no sabe nada de esa justicia. Pero sí sabe lo que es la Justicia y lo sabe muy bien. Pues Él es totalmente justo con todo el mundo. La venganza es algo ajeno a la Mente de Dios precisamente porque Él conoce la Justicia. Ser justo es ser equitativo, no vengativo. Es imposible que la equidad y la venganza puedan coexistir, pues cada una de ellas contradice a la otra y niega su realidad. No puedes compartir la justicia del Espíritu Santo mientras de alguna manera tu mente pueda concebir ser especial. Sin embargo, ¿sería Él justo si condenase a un pecador por los crímenes que éste no cometió aunque él crea que los cometió? ¿Y a dónde habría ido a parar la justicia si Él les exigiera a los que están obsesionados con la idea del castigo que, sin ninguna ayuda, la dejaran a un lado y percibiesen que no es verdad?

6. A los que todavía creen que el pecado tiene sentido les resulta extremadamente difícil entender la justicia del Espíritu Santo. No pueden sino creer que Él comparte su confusión y, por lo tanto, no pueden evadir la venganza que forzosamente comporta su propia creencia de lo que es la justicia. Y así, tienen miedo del Espíritu Santo y perciben en Él la “ira” de Dios. Y no pueden confiar en que no los va a aniquilar con rayos extraídos de las “llamas” del Cielo por la Propia Mano iracunda de Dios. Pues creen que el Cielo es el infierno y tienen miedo del amor. Y cuando se les dice que nunca han pecado, les invade una profunda sospecha y les sobrecoge el escalofrío del miedo. Su mundo depende de la estabilidad del pecado. Y perciben la “amenaza” de lo que Dios entiende por justicia como algo más destructivo para ellos y para su mundo que la venganza, la cual comprenden y aman.

7. Y así, piensan que perder el pecado sería una maldición. Y huyen del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase, que fue enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para hacer recaer sobre ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños. ¿Qué otra cosa podría ser Él para ellos sino un demonio que se viste de ángel para engañarlos? ¿Y qué escape les puede ofrecer sino la puerta que conduce al infierno, la cual, sin embargo, parece ser la puerta al Cielo?

8. La justicia, no obstante, no puede castigar a aquellos que, aunque claman por castigo, tienen un Juez que sabe que en realidad son completamente inocentes. Él está obligado en justicia a liberarlos y a darles todo el honor que merecen y que se han negado a sí mismos al no ser justos y no poder entender que son inocentes. El amor no es comprensible para los pecadores porque creen que la justicia se escindió del amor y que representa algo distinto. Y de esta manera, se percibe al amor como algo débil y a la venganza como muestra de fortaleza. Pues el amor perdió cuando el juicio se separó de su lado y ahora es demasiado débil para poder salvar a nadie del castigo. Pero la venganza sin amor ha cobrado fuerza al estar separada y aparte del amor. ¿Y qué otra cosa sino la venganza puede ser ahora lo que ayuda y salva, mientras que el amor es un espectador pasivo, impotente, injusto, endeble e incapaz de salvar?

9. ¿Y qué puede pedirte el Amor a ti que piensas que todo esto es verdad? ¿Podría Él, siendo justo y amoroso, creer que en tu confusión tienes algo que dar? No se te pide que tengas mucha confianza en Él, sino la misma que ves que Él te ofrece y que reconoces que no podrías tener en ti mismo. Él ve todo aquello de lo que eres merecedor a la luz de la Justicia de Dios, pero también se da cuenta de que no puedes aceptarlo. Su función especial consiste en ofrecerte los regalos que los inocentes merecen. Y cada regalo que aceptas le brinda alegría a Él y a ti. Él sabe que el Cielo se enriquece con cada regalo que aceptas. Y Dios se alegra cuando Su Hijo recibe lo que la amorosa justicia sabe que le corresponde. Pues el amor y la justicia no son diferentes. Y precisamente porque son lo mismo la misericordia se encuentra a la derecha de Dios y le da a Su Hijo el poder de perdonarse a sí mismo sus pecados.

10. ¿Cómo se le iba a poder privar de algo a aquel que todo lo merece? Pues eso sería una injusticia, y ciertamente no sería justo para toda la santidad que hay en él, por mucho que no la reconozca. Dios no sabe de injusticias. Él no permitiría que Su Hijo fuera juzgado por aquellos que quieren destruirlo y que no pueden ver su valía en absoluto. ¿Qué testigos fidedignos podrían convocar para que hablaran en su defensa? ¿Y quién vendría a interceder en su favor, en lugar de abogar por su muerte? Tú no le harías justicia. No obstante, Dios se aseguró de que se hiciese justicia con el Hijo que Él ama y de que ésta lo protegiese de cualquier injusticia que tratases de cometer contra él, al creer que la venganza es su merecido.

11. De la misma manera en que al especialismo no le importa quién paga el costo del pecado con tal de que se pague, al Espíritu Santo le es indiferente quién es el que por fin contempla la inocencia, con tal de que ésta se vea y se reconozca. Pues con un solo testigo basta. La simple justicia no pide nada más. El Espíritu Santo le pregunta a cada uno si quiere ser ese testigo, de forma que la justicia pueda ser restituida al amor y quede allí satisfecha. Cada función especial que Él asigna es sólo para que cada uno aprenda que el amor y la justicia no están separados y que su unión los fortalece a ambos. Sin amor, la justicia está llena de prejuicios y es débil. Y el amor sin justicia es imposible. Pues el amor es justo y no puede castigar sin causa. ¿Y qué causa podría haber que justificase un ataque contra los que son inocentes? El amor, entonces, corrige todos los errores con justicia, no con venganza. Pues eso sería injusto para con la inocencia.

12. Tú puedes ser un testigo perfecto del poder del amor y de la justicia, si comprendes que es imposible que el Hijo de Dios merezca venganza. No necesitas percibir que esto es verdad en toda circunstancia. Tampoco necesitas corroborarlo con tu experiencia del mundo, que no es sino una sombra de todo lo que realmente está sucediendo dentro de ti. El entendimiento que necesitas no procede de ti, sino de un Ser más grande, tan excelso y santo que no podría dudar de Su propia Inocencia. Tu función especial es invocarlo, para que te sonría a ti cuya inocencia Él comparte. Su entendimiento será tuyo. Y así, la función especial del Espíritu Santo se habrá consumado. El Hijo de Dios ha encontrado un testigo de su inocencia y no de sus pecados. ¡Cuán poco necesitas ofrecerle al Espíritu Santo para que simplemente se te haga justicia!

13. Sin imparcialidad no hay justicia. ¿Cómo iba a poder ser justo el especialismo? No juzgues, mas no porque tú seas un miserable pecador, sino porque no puedes. ¿Cómo iban a poder entender los que se creen especiales que la justicia es igual para todo el mundo? Quitar a uno para dar a otro es una injusticia contra ambos, pues los dos son iguales ante los ojos del Espíritu Santo. Su Padre les dio a ambos la misma herencia. El que desea tener más o tener menos, no es consciente de que lo tiene todo. El que él se crea privado de algo no le da el derecho de ser juez de lo que le corresponde a otro. Pues en tal caso, no puede sino sentir envidia y tratar de apoderarse de lo que le pertenece a aquel a quien juzga. No es imparcial ni puede ver de manera justa los derechos de otro porque no es consciente de los suyos propios.

14. Tienes derecho a todo el universo, a la paz perfecta, a la completa absolución de todas las consecuencias del pecado, y a la vida eterna, gozosa y completa desde cualquier punto de vista, tal como la Voluntad de Dios dispuso que Su santo Hijo la tuviese. Ésta es la única justicia que el Cielo conoce y lo único que el Espíritu Santo trae a la tierra. Tu función especial te muestra que sólo la justicia perfecta puede prevalecer sobre ti. Y así, estás a salvo de cualquier forma de venganza. El mundo engaña, pero no puede reemplazar la Justicia de Dios con su propia versión. Pues sólo el amor es justo y sólo él puede percibir lo que la justicia no puede sino concederle al Hijo de Dios. Deja que el amor decida, y nunca temas que, por no ser justo, te vayas a privar a ti mismo de lo que la Justicia de Dios ha reservado para ti.

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