¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 23

23.IV. Por encima del campo de batalla

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 23

IV. Por encima del campo de batalla

Capítulo 23 – La guerra contra ti mismo

Por encima del campo de batalla

1. No sigas estando en conflicto, pues sin ataque no puede haber guerra. Tenerle miedo a Dios es tenerle miedo a la vida, no a la muerte. Sin embargo, Dios sigue siendo el único refugio. En Él no hay ataques ni el Cielo se ve acechado por ninguna clase de ilusión. El Cielo es completamente real. En él las diferencias no tienen cabida, y lo que es lo mismo no puede estar en conflicto. No se te pide que luches contra tu deseo de asesinar. Pero sí se te pide que te des cuenta de que las formas que dicho deseo adopta encubren la intención del mismo. Y es eso lo que te asusta, no la forma que adopta. Lo que no es amor es asesinato. Lo que no es amoroso no puede sino ser un ataque. Toda ilusión es un asalto contra la verdad y cada una de ellas es una agresión contra la idea del amor porque éste parece ser tan verdadero como ellas.

2. Mas ¿qué puede ser igual a la verdad y sin embargo diferente? El asesinato y el amor son incompatibles. Si ambos fueran ciertos, tendrían entonces que ser lo mismo e indistinguibles el uno del otro. Y así deben serlo para aquellos que ven al Hijo de Dios como un cuerpo. Pero no es el cuerpo lo que es como el Creador del Hijo. Y lo que carece de vida no puede ser el Hijo de la Vida. ¿Puede acaso el cuerpo extenderse hasta abarcar todo el universo? ¿Puede acaso crear y ser lo que crea? ¿Y puede ofrecerle a sus creaciones todo lo que él es sin jamás sufrir pérdida alguna?

3. Dios no comparte Su función con un cuerpo. Él le encomendó a Su Hijo la función de crear porque es la Suya Propia. Creer que la función del Hijo es asesinar no es un pecado, pero sí es una locura. Lo que es lo mismo no puede tener una función diferente. La Creación es el medio por el que Dios se extiende a Sí Mismo, y lo que es Suyo no puede sino ser de Su Hijo también. Pues, o bien el Padre y el Hijo son asesinos o bien ninguno lo es. La Vida no crea a la muerte, puesto que sólo puede crear a Semejanza Propia.

4. La hermosa luz de tu relación es como el Amor de Dios. Mas aún no puede asumir la sagrada función que Dios le encomendó a Su Hijo, puesto que todavía no has perdonado a tu hermano completamente y, por ende, el perdón no se puede extender a toda la Creación. Toda forma de asesinato y ataque que todavía te atraiga y que aún no hayas reconocido como lo que realmente es, limita la curación y los milagros que tienes el poder de extender a todo el mundo. Aun así, el Espíritu Santo sabe como multiplicar tus pequeñas ofrendas y hacerlas poderosas. Sabe también como elevar tu relación por encima del campo de batalla para que ya no se encuentre más en él. Esto es lo único que tienes que hacer: reconocer que cualquier forma de asesinato no es tu voluntad. Tu propósito ahora es pasar por alto el campo de batalla.

5. Elévate, y desde un lugar más alto, contémplalo. Desde ahí tu perspectiva será muy diferente. Aquí, en medio de él, ciertamente parece real. Aquí has elegido ser parte de él. Aquí tu elección es asesinar. Mas desde lo alto eliges los milagros en vez del asesinato. Y la perspectiva que procede de esta elección te muestra que la batalla no es real y que es fácil escaparse de ella. Los cuerpos pueden batallar, pero el choque entre formas no significa nada. Y éste cesa cuando te das cuenta de que nunca tuvo comienzo. ¿Cómo ibas a poder percibir una batalla como inexistente si participas en ella? ¿Cómo ibas a poder reconocer la verdad de los milagros si el asesinato es tu elección?

6. Cuando la tentación de atacar se presente para nublar tu mente y volverla asesina, recuerda que puedes ver la batalla desde más arriba. Incluso cuando se presenta en formas que no reconoces, conoces las señales: una punzada de dolor, un ápice de culpa, pero sobre todo, la pérdida de la paz. Conoces esto muy bien. Cuando se presenten, no abandones tu lugar en lo alto, sino elige inmediatamente un milagro en vez del asesinato. Y Dios Mismo, así como todas las luces del Cielo, se inclinarán tiernamente ante ti para apoyarte. Pues habrás elegido permanecer donde Él quiere que estés, y no hay ilusión que pueda atacar la Paz de Dios cuando Él está junto a Su Hijo.

7. No contemples a nadie desde dentro del campo de batalla, pues lo estarías viendo desde un lugar que no existe. No tienes un punto de referencia desde el que observar y desde el que lo que ves pueda tener significado. Pues sólo los cuerpos pueden atacar y asesinar, y si éste es tu propósito, eso quiere decir que eres un cuerpo. Sólo los propósitos unifican, y aquellos que comparten un mismo propósito son de un mismo pensar. El cuerpo de por sí no tiene propósito alguno y no puede sino ser algo solitario. Desde abajo, no se puede trascender. Pero desde arriba, las limitaciones que les impone a aquellos que todavía batallan desaparecen y se hace imposible percibirlas. El cuerpo se interpone entre el Padre y el Cielo que Él creó para Su Hijo precisamente porque no tiene ningún propósito.

8. Piensa en lo que se les concede a los que comparten el propósito de su Padre sabiendo que es también el suyo: no tienen necesidad de nada; cualquier clase de pesar es inconcebible; son conscientes únicamente de la luz que aman y sólo el amor brilla sobre ellos para siempre. El amor es su pasado, su presente y su futuro: siempre el mismo, eternamente pleno y completamente compartido. Saben que es imposible que su felicidad pueda jamás sufrir cambio alguno. Tal vez pienses que en el campo de batalla todavía hay algo que puedes ganar. Sin embargo, ¿podría ser eso algo que te ofreciese una calma perfecta y una sensación de amor tan profunda y serena que ninguna sombra de duda pudiera jamás hacerte perder la certeza? ¿Y podría ser algo que durase eternamente?

9. Los que son conscientes de la Fortaleza de Dios jamás podrían pensar en batallas. ¿Qué sacarían con ello sino la pérdida de su perfección? Pues todo aquello por lo que se lucha en el campo de batalla tiene que ver con el cuerpo: con algo que éste parece ofrecer o poseer. Nadie que sepa que lo tiene todo podría buscarse limitaciones ni valorar las ofrendas del cuerpo. La insensatez de la conquista resulta evidente desde la serena esfera que se encuentra por encima del campo de batalla. ¿Qué puede estar en conflicto con lo que lo es todo? ¿Y qué hay que, ofreciendo menos, pudiera ser más deseable? ¿A quién que esté respaldado por el Amor de Dios podría resultarle difícil elegir entre los milagros y el asesinato?

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