¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 21

21.VII. La última pregunta que queda por contestar

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 21

VII. La última pregunta que queda por contestar

Capítulo 21 – Razón y percepción

La última pregunta que queda por contestar

1. ¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que eres impotente? Ser impotente es el precio del pecado. La impotencia es la condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer en él. Sólo los impotentes podrían creer en el pecado. La enormidad no tiene atractivo, excepto para los insignificantes. Y sólo los que primero creen ser insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. Traicionar al Hijo de Dios es la defensa de los que no se identifican con él. Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo amas o lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido como consecuencia de tu ataque.

2. Nadie cree que el Hijo de Dios sea impotente. Y aquellos que se ven a sí mismos como impotentes deben creer que no son el Hijo de Dios. ¿Qué podrían ser, entonces, sino su enemigo? ¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder y, como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? Éstos son los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos e incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. Se unen al ejército de los impotentes para librar su guerra de venganza, amargura y rencor contra él, a fin de que se vuelva uno con ellos. Y puesto que no saben que son uno con él, no saben a quién odian. Son en verdad un ejército deplorable, cada uno de ellos tan capaz de atacar a su hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez todos creyeron tener una causa común.

3. Los siniestros dan la impresión de estar frenéticos, de ser vociferantes y fuertes. Mas no saben quién es su “enemigo”, sino sólo que lo odian. El odio los ha congregado, pero ellos no se han unido entre sí. Pues si lo hubieran hecho no serían capaces de abrigar odio. El ejército de los impotentes se desbanda en presencia de la fortaleza. Los que son fuertes son incapaces de traicionar porque no tienen necesidad de tener sueños de poder ni de exteriorizarlos. ¿De qué manera puede actuar un ejército en sueños? De cualquier manera. Podría vérsele atacando a cualquiera con cualquier cosa. Los sueños son completamente irracionales. En ellos, una flor se puede convertir en una lanza envenenada, un niño en un gigante y un ratón rugir como un león. Y con la misma facilidad el amor puede trocarse en odio. Esto no es un ejército, sino una casa de locos. Lo que parece ser un ataque concertado no es más que un pandemónium.

4. El ejército de los impotentes es en verdad débil. No tiene armas ni enemigo. Puede ciertamente invadir el mundo y buscar un enemigo. Pero jamás podrá encontrar lo que no existe. Puede ciertamente soñar que encontró un enemigo, pero éste cambia incluso mientras lo está atacando, de modo que corre de inmediato a buscar otro y nunca consigue cantar victoria. Y a medida que corre se vuelve contra sí mismo, pensando que tuvo un pequeño atisbo del gran enemigo que siempre elude su ataque asesino convirtiéndose en alguna otra cosa. ¡Cuán traicionero parece ser ese enemigo, que cambia tanto que ni siquiera es posible reconocerlo!

5. El odio, no obstante, tiene que tener un blanco. No se puede tener fe en el pecado sin un enemigo. ¿Quién, que crea en el pecado, podría atreverse a creer que no tiene enemigos? ¿Podría admitir que nadie lo ha hecho sentirse impotente? La razón seguramente le diría que dejara de buscar lo que no se puede encontrar. Sin embargo, tiene primero que estar dispuesto a percibir un mundo donde no hay enemigos. No es necesario que entienda cómo sería posible que él pudiera ver un mundo así. Ni siquiera debería tratar de entenderlo. Pues si pone su atención en lo que no puede entender, no hará sino agudizar su sensación de impotencia y dejar que el pecado le diga que su enemigo debe ser él mismo. Pero deja que se haga a sí mismo las siguientes preguntas con respecto a las cuales tiene que tomar una decisión, para que esto se lleve a cabo por él:

¿Deseo un mundo en el que gobierno yo en lugar de uno que me gobierna a mí?

¿Deseo un mundo en el que soy poderoso en lugar de uno en el que soy impotente?

¿Deseo un mundo en el que no tengo enemigos y no puedo pecar?

¿Y deseo ver aquello que negué precisamente porque es la verdad?

6. Tal vez ya hayas contestado las tres primeras preguntas, pero todavía no has contestado la última. Pues ésta aún parece temible y distinta de las demás. Mas la razón te aseguraría que todas son la misma pregunta. Dijimos que en este año se haría hincapié en la igualdad de las cosas que son iguales. Esta última pregunta, que es en verdad la última con respecto a la cual tienes que tomar una decisión, todavía parece encerrar una amenaza para ti que las otras ya no poseen. Y esta diferencia imaginaria da testimonio de tu creencia de que a lo mejor la verdad es el enemigo con el que aún te puedes topar. En esto parece residir, pues, la última esperanza de encontrar pecado y de no aceptar el poder.

7. No olvides que la elección entre el pecado y la verdad o la impotencia y el poder, es la elección entre atacar y curar. Pues la curación emana del poder, y el ataque, de la impotencia. Es imposible que quieras curar a quien atacas. Y el que deseas que sane tiene que ser aquel que decidiste que estuviese a salvo del ataque. ¿Y qué otra cosa podría ser esta decisión sino la elección entre verle a través de los ojos del cuerpo o bien permitir que te sea revelado a través de la visión? La manera en que esta decisión da lugar a sus efectos no es tu problema. Pero tú decides lo que quieres ver. Éste es un curso acerca de causas, no de efectos.

8. Considera detenidamente qué respuesta vas a dar a esa última pregunta que todavía no has contestado. Y deja que la razón te diga que debe ser contestada y que la respuesta se encuentra en las otras tres. Te resultará evidente entonces que cuando observes los efectos del pecado en cualquiera de sus formas, lo único que necesitarás hacer es simplemente preguntarte a ti mismo lo siguiente:

¿Es esto lo que quiero ver? ¿Es esto lo que deseo?

9. Ésta es la única elección que tienes, la base de lo que ocurre. No tiene nada que ver con la manera en que ocurre, pero sí con el por qué. Pues sobre esto tienes control. Y si eliges ver un mundo donde no tienes enemigos y donde no eres impotente, se te proveerán los medios para que lo veas.

10. ¿Por qué es tan importante esta última pregunta? La razón te dirá por qué. Es igual a las otras tres, salvo en lo que respecta al tiempo. Las otras son decisiones que puedes tomar, volverte atrás y luego volverlas a tomar. Pero la verdad es constante, e implica un estado en el que las vacilaciones son imposibles. Puedes desear un mundo en el que tú gobiernas y no uno que te gobierna a ti, y luego cambiar de parecer. Puedes desear intercambiar tu impotencia por poder y luego perder ese deseo cuando un ligero destello de pecado te atrae. Y puedes desear ver un mundo incapaz de pecar y, sin embargo, permitir que un “enemigo” te tiente a usar los ojos del cuerpo y a cambiar de parecer.

11. El contenido de todas esas preguntas es el mismo. Pues cada una de ellas te pregunta si estás dispuesto a intercambiar el mundo del pecado por lo que el Espíritu Santo ve, puesto que es esto lo que el mundo del pecado niega. Los que ven el pecado, por lo tanto, están viendo la negación del mundo real. Sin embargo, la última pregunta suma a tu anhelo de querer ver el mundo real, el deseo de permanencia, de tal forma que ese deseo se convierta en el único que tengas. Si contestas esta última pregunta con un “sí”, añades sinceridad a las decisiones que ya has tomado con respecto a las demás. Pues sólo entonces habrás renunciado a la opción de poder cambiar de parecer nuevamente. Cuando eso deje de interesarte, las otras preguntas quedan perfectamente contestadas.

12. ¿Por qué crees que no estás seguro de que las otras preguntas hayan sido contestadas? ¿Sería acaso necesario plantearlas con tanta frecuencia si ya se hubiesen contestado? Hasta que no se haya tomado la decisión final, la respuesta será a la vez un “sí” y un “no”. Pues has contestado sin darte cuenta de que “sí” quiere decir que has dicho “no al no”. Nadie decide en contra de su propia felicidad, pero puede hacerlo si no se da cuenta de que eso es lo que está haciendo. Y si él ve su felicidad como algo que cambia constantemente, es decir, ahora es esto, luego otra cosa y más tarde una sombra elusiva que no está vinculada a nada, no podrá sino decidir en contra de ella.

13. La felicidad elusiva, la que cambia de forma según el tiempo o el lugar, es una ilusión que no significa nada. La felicidad tiene que ser constante porque se alcanza mediante el abandono del deseo de lo que no es constante. La dicha no se puede percibir excepto a través de una visión constante. Y la visión constante sólo se les concede a aquellos que desean la constancia. El poder del deseo del Hijo de Dios sigue siendo la prueba de que todo aquel que se considera a sí mismo impotente está equivocado. Desea lo que quieres, y eso será lo que contemplarás y creerás que es real. No hay un solo pensamiento que esté desprovisto del poder de liberar o de matar. Ni ninguno que pueda abandonar la mente del pensador o dejar de tener efectos sobre él.

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