(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 20
V. Los heraldos de la eternidad
Capítulo 20 – La visión de la santidad
Los heraldos de la eternidad
1. En este mundo, el Hijo de Dios se acerca al máximo a sí mismo en una relación santa. Ahí comienza a encontrar la confianza que su Padre tiene en él. Y ahí encuentra su función de restituir las Leyes de su Padre a lo que no está operando bajo ellas y de encontrar lo que se había perdido. Sólo en el tiempo se puede perder algo, pero nunca para siempre. Así pues, las partes separadas del Hijo de Dios se unen gradualmente en el tiempo, y con cada unión el final de éste se aproxima aún más. Cada milagro de unión es un poderoso heraldo de la eternidad. Nadie que tenga un solo propósito, unificado y firme, puede sentir miedo. Nadie que comparta con él ese mismo propósito podría dejar de ser uno con él.
2. Cada heraldo de la eternidad anuncia el fin del pecado y del miedo. Cada uno de ellos habla en el tiempo de lo que se encuentra mucho más allá de éste. Dos voces que se alzan juntas hacen un llamamiento al corazón de todos para que se hagan de un solo latir. Y en ese latir se proclama la unidad del amor y se le da la bienvenida. ¡Que la paz sea con vuestra relación santa, la cual tiene el poder de conservar intacta la unidad del Hijo de Dios! Lo que le das a tu hermano es para todos, y todo el mundo se regocija gracias a tu regalo. No te olvides de Aquel que te dio los regalos que das, y al no olvidarte de Él, recordarás a Aquel que le dio los regalos para que Él te los diera a ti.
3. Es imposible sobrestimar la valía de tu hermano. Sólo el ego hace eso, pero ello sólo quiere decir que desea al otro para sí mismo y, por lo tanto, que lo valora demasiado poco. Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede ser evaluado. ¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes ver? No juzgues lo que es invisible para ti o, de lo contrario, nunca lo podrás ver. a Más bien, aguarda con paciencia su llegada. Se te concederá poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz. Y lo que le desees a él es lo que recibirás.
4. ¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece paz? ¿Qué otra cosa podrías desear, salvo lo que te ofrece? Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él. Lo que se encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión, que simplemente lo amarás y te regocijarás. No se te ocurrirá juzgarlo, pues, ¿quién puede ver la faz de Cristo y aun así insistir en que juzgar tiene sentido? Pues esa insistencia es propia de aquellos que no ven. Puedes elegir ver o juzgar, pero nunca ambas cosas.
5. El cuerpo de tu hermano tiene tan poca utilidad para ti como para él. Cuando se usa únicamente de acuerdo con las enseñanzas del Espíritu Santo, no tiene función alguna. Pues las mentes no necesitan el cuerpo para comunicarse. La visión que ve al cuerpo no le es útil al propósito de la relación santa. Y mientras sigas viendo a tu hermano como un cuerpo, los medios y el fin no estarán en armonía. ¿Por qué se han de necesitar tantos instantes santos para alcanzar una relación santa cuando con uno solo bastaría? No hay más que uno. El pequeño aliento de eternidad que atraviesa el tiempo como una luz dorada es sólo uno: no ha habido nada antes ni nada después.
6. Ves cada instante santo como un punto diferente en el tiempo. Mas es siempre el mismo instante. Todo lo que alguna vez hubo o habrá en él se encuentra aquí ahora mismo. El pasado no le resta nada y el futuro no le añadirá nada más. En el instante santo, entonces, se encuentra todo. En él se encuentra la belleza de tu relación, con los medios y el fin perfectamente armonizados ya. En él se te ha ofrecido ya la perfecta fe que algún día habrás de ofrecerle a tu hermano; en él se ha concedido ya el ilimitado perdón que le concederás; y en él es visible ya la faz de Cristo que algún día habrás de contemplar.
7. ¿Cómo ibas a poder calcular la valía de quien te ofrece semejante regalo? ¿Cambiarías ese regalo por otro? Ese regalo restituye las Leyes de Dios nuevamente a tu memoria. Y sólo por recordarlas, te olvidas de las leyes que te mantenían prisionero del dolor y de la muerte. No es éste un regalo que el cuerpo de tu hermano te pueda ofrecer. El velo que oculta el regalo, también lo oculta a él. Él es el regalo, sin embargo, no lo sabe. Tú tampoco lo sabes. Pero ten fe en que Aquel que ve el regalo en ti y en tu hermano lo ofrecerá y lo recibirá por vosotros dos. Y a través de Su visión lo verás, y a través de Su entendimiento lo reconocerás y lo amarás como tuyo propio.
8. Consuélate, y siente cómo el Espíritu Santo cuida de ti con amor y con perfecta confianza en lo que ve. Él conoce al Hijo de Dios y comparte la certeza de su Padre de que el universo descansa a salvo y en paz en sus tiernas manos. Consideremos ahora lo que tiene que aprender a fin de poder compartir la confianza que su Padre tiene en él. ¿Quién es él para que el Creador del universo ponga a éste en sus manos, sabiendo que en ellas está a salvo? Él no se ve a sí mismo tal como su Padre lo conoce. Sin embargo, es imposible que Dios se equivoque con respecto a dónde deposita Su confianza.
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