¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 19

19.IV.A. El deseo de deshacerte de la paz

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 19

IV.A. El primer obstáculo: El deseo de deshacerte de la paz

Capítulo 19 – La consecución de la paz

Los obstáculos a la paz

El primer obstáculo: El deseo de deshacerte de la paz

1. El primer obstáculo que la paz debe salvar es tu deseo de deshacerte de ella. Pues no puede extenderse a menos que la conserves. Tú eres el centro desde donde ella irradia hacia fuera, para invitar a otros a entrar. Eres su hogar: su tranquila morada desde donde se extiende serenamente hacia el exterior, aunque sin abandonarte jamás. Si la dejaras sin hogar, ¿cómo podría entonces morar dentro del Hijo de Dios? Si la paz se ha de diseminar por toda la Creación, tiene que empezar contigo y desde ti extenderse a cada hermano que llame, y de este modo llevarle descanso por haberse unido a ti.

2. ¿Por qué querrías dejar a la paz sin hogar? ¿Qué es lo que crees que tendría que desalojar para poder morar contigo? ¿Cuál parece ser el costo que tanto te resistes a pagar? La pequeña barrera de arena todavía se interpone entre tu hermano y tú. ¿La reforzarías ahora? No se te pide que la abandones sólo para ti. Cristo te lo pide para Sí Mismo. Él quiere llevar paz a todo el mundo, mas ¿cómo lo podría hacer sino a través de ti? ¿Dejarías que un pequeño banco de arena, un muro de polvo, una aparente y diminuta barrera se interpusiera entre tus hermanos y la salvación? Sin embargo, este diminuto residuo de ataque que todavía tienes en tanta estima para poder usarlo contra tu hermano, es el primer obstáculo con el que la paz que mora en ti se topa en su expansión. Este pequeño muro de odio todavía quiere oponerse a la Voluntad de Dios y mantenerla limitada.

3. El propósito del Espíritu Santo se encuentra en paz dentro de ti. Pero aún no estás dispuesto a dejar que se una a ti completamente. Todavía te opones un poco a la Voluntad de Dios. Y esa pequeña oposición es un límite que quieres imponerle a toda ella. La Voluntad de Dios es una sola, no muchas. No tiene opuestos, pues aparte de ella no hay ninguna otra. Lo que todavía quieres conservar detrás de tu pequeña barrera y mantener separado de tu hermano parece ser más poderoso que el universo, pues da la impresión de restringir a éste y a su Creador. Y lo que este pequeño muro pretende es nublar el propósito del Cielo y mantenerlo oculto de él.

4. ¿Rechazarías la salvación que te ofrece el dador de la salvación? Pues eso es lo que estás haciendo. De la misma manera en que la paz no podría alejarse de Dios, tampoco podría alejarse de ti. No tengas miedo de este pequeño obstáculo, pues no puede frenar la Voluntad de Dios. La paz fluirá a través de él y se unirá a ti sin impedimentos. No se te puede negar la salvación. Es tu meta. Aparte de eso no hay nada más que elegir. No tienes ninguna meta aparte de la de unirte a tu hermano ni ninguna aparte de aquella que le pediste al Espíritu Santo que compartiera contigo. El pequeño muro se derrumbará silenciosamente bajo las alas de la paz. Pues la paz enviará a sus mensajeros desde ti a todo el mundo, y las barreras se derrumbarán ante su llegada con la misma facilidad con la que superará aquellas que tú interpongas.

5. Vencer al mundo no es más difícil que superar tu pequeño muro. Pues en el milagro de tu relación santa—una vez libre de esa barrera—se encuentran todos los milagros. No hay grados de dificultad en los milagros, pues todos ellos son el mismo. Cada uno supone una dulce victoria de la atracción del amor sobre la atracción de la culpabilidad. ¿Cómo no iba a poder lograrse esto dondequiera que se emprendiera? La culpa no puede levantar barreras reales contra ello. Y todo lo que parece interponerse entre tu hermano y tú tiene que desaparecer por razón de la llamada que contestaste. Desde ti que respondiste, Aquel que te contestó quisiera llamar a otros. Su hogar reside en tu relación santa. No trates de interponerte entre Él y Su santo propósito, pues es también el tuyo. Permítele, en cambio, que extienda dulcemente el milagro de vuestra relación a todos los que están incluidos en dicho milagro tal como fue concedido.

6. Reina un silencio en el Cielo, una feliz expectativa, un pequeño respiro lleno de júbilo en reconocimiento del final de la jornada. Pues el Cielo te conoce bien, tal como tú lo conoces a él. Ninguna ilusión se interpone ahora entre tu hermano y tú. No pongas tu atención en el pequeño muro de sombras. El sol se ha elevado por encima de él. ¿Cómo iba a poder una sombra impedir que vieses el sol? De igual modo, las sombras tampoco pueden ocultar de ti la luz en la que a las ilusiones les llega su fin. Todo milagro no es más que el final de una ilusión. Tal fue la jornada; tal su final. Y en la meta de la verdad que aceptaste, a todas las ilusiones les llegará su fin.

7. El insignificante y demente deseo de deshacerte de Aquel que invitaste y expulsarlo, no puede sino generar conflicto. A medida que contemplas el mundo, ese insignificante deseo, desarraigado y flotando a la deriva, puede posarse brevemente sobre cualquier cosa, pues ahora no tiene ningún propósito. Antes de que el Espíritu Santo entrara a morar contigo parecía tener un magno objetivo: la dedicación fija e inalterable al pecado y a sus resultados. Ahora deambula sin rumbo, vagando a la deriva, causando tan sólo pequeñas interrupciones en la llamada del amor.

8. Este minúsculo deseo, esta diminuta ilusión, este residuo microscópico de la creencia en el pecado, es todo lo que queda de lo que en un tiempo pareció ser el mundo. Ya no es una inexorable barrera a la paz. Su vano deambular hace que sus resultados parezcan ser más erráticos e impredecibles que antes. Sin embargo, ¿qué podría ser más inestable que un sistema ilusorio rígidamente organizado? Su aparente estabilidad no es otra cosa que la debilidad que lo envuelve, la cual lo abarca todo. La variabilidad que el pequeño residuo produce indica simplemente cuán limitados son sus resultados.

9. ¿Cuán poderosa puede ser una diminuta pluma ante las inmensas alas de la verdad? ¿Podría acaso oponerse al vuelo de un águila o impedir el avance del verano? ¿Podría interferir en los efectos que el sol veraniego produciría sobre un jardín cubierto de nieve? Ve con cuánta facilidad se puede levantar y transportar este pequeño vestigio para no volver jamás. a Despídete de él con alegría, no con pesar, pues de por sí no es nada ni significaba nada cuando la fe que tenías en su protección era mayor. ¿No preferirías darle la bienvenida al cálido sol veraniego en lugar de poner tu atención en un copo de nieve que está derritiéndose y tiritar al acordarte del frío invernal?

i. La atracción de la culpabilidad

1. La atracción de la culpabilidad hace que se le tenga miedo al amor, pues el amor nunca se fijaría en la culpabilidad en absoluto. La naturaleza del amor es contemplar solamente la verdad—donde se ve a sí mismo —y fundirse con ella en santa unión y en complexión. De la misma forma en que el amor no puede sino mirar más allá del miedo, así el miedo no puede ver el amor. Pues en el amor reside el fin de la culpa tan inequívocamente como que el miedo depende de ella. El amor sólo se siente atraído por el Amor. Al pasar por alto completamente a la culpa, el amor no ve el miedo. Al estar totalmente desprovisto de ataque es imposible que pueda temer. El miedo se siente atraído por lo que el amor no ve, y ambos creen que lo que el otro ve no existe. El miedo contempla la culpabilidad con la misma devoción con la que el amor se contempla a sí mismo. Y cada uno de ellos envía sus mensajeros, que retornan con mensajes escritos en el mismo lenguaje que se utilizó al enviarlos.

2. El amor envía a sus mensajeros tiernamente, y éstos retornan con mensajes de amor y de ternura. A los mensajeros del miedo se les ordena con aspereza que vayan en busca de culpa y que hagan acopio de cualquier retazo de maldad y de pecado que puedan encontrar sin que se les escape ninguno so pena de muerte, y que los depositen ante su señor y amo respetuosamente. La percepción no puede obedecer a dos amos que piden distintos mensajes en lenguajes diferentes. El amor pasa por alto aquello en lo que el miedo se cebaría. Lo que el miedo exige, el amor ni siquiera lo puede ver. La intensa atracción que la culpabilidad siente por el miedo está completamente ausente de la tierna percepción del amor. Lo que el amor contempla no significa nada para el miedo y es completamente invisible.

3. Las relaciones que se entablan en este mundo son el resultado de cómo se ve el mundo. Y esto depende de la emoción a la que se pidió que enviara sus mensajeros para que lo contemplaran y regresaran trayendo noticias de lo que vieron. A los mensajeros del miedo se les adiestra mediante el terror, y tiemblan cuando su amo los llama para que le sirvan. Pues el miedo no tiene compasión ni siquiera con sus amigos. Sus mensajeros saquean culpablemente todo cuanto pueden en su desesperada búsqueda de culpa, pues su amo los deja hambrientos y a la intemperie, instigando en ellos la crueldad y permitiéndoles que se sacien únicamente de lo que le llevan. Ni el más leve atisbo de culpabilidad se escapa de sus ojos hambrientos. Y en su despiadada búsqueda de pecados se abalanzan sobre cualquier ser vivo que vean, y dando chillidos se lo llevan a su amo para que lo devore.

4. No envíes al mundo a esos crueles mensajeros para que se den un banquete con él y se ceben en la realidad. Pues te traerán noticias de carne, pellejo y huesos. Se les ha enseñado a buscar lo corruptible y a retornar con los buches repletos de cosas podridas y descompuestas. Para ellos tales cosas son bellas, ya que parecen mitigar las crueles punzadas del hambre. Pues el dolor del miedo los pone frenéticos, y para evitar el castigo de aquel que los envía, le ofrecen lo que tienen en gran estima.

5. El Espíritu Santo te ha dado los mensajeros del amor para que los envíes en lugar de aquellos que adiestraste mediante el terror. Están tan ansiosos de devolverte lo que tienen en gran estima como los otros. Si los envías, sólo verán lo bello y lo puro, lo tierno y lo bondadoso. Tendrán el mismo cuidado de que no se les escape ningún acto de caridad, ninguna ínfima expresión de perdón ni ningún hálito de amor. Y retornarán con todas las cosas bellas que encuentren para compartirlas amorosamente contigo. No tengas miedo de ellos. Te ofrecen la salvación. Sus mensajes son mensajes de seguridad, pues ven el mundo como un lugar bondadoso.

6. Si envías únicamente los mensajeros que el Espíritu Santo te da, sin desear otros mensajes que los suyos, nunca más verás el miedo. El mundo quedará transformado ante tu mirada, limpio de toda culpa y teñido de una suave pincelada de belleza. No hay ningún miedo en el mundo que tú mismo no hayas sembrado en él. Ni ninguno que puedas seguir viendo después de pedirles a los mensajeros del amor que lo desvanezcan. El Espíritu Santo te ha dado Sus mensajeros para que se los envíes a tu hermano y para que retornen a ti con lo que el amor ve. Se te han dado para reemplazar a los hambrientos perros del miedo que enviabas en su lugar. Y marchan adelante para dar a conocer que el fin del miedo ha llegado.

7. El amor también quiere desplegar ante ti un festín sobre una mesa cubierta con un mantel inmaculado, en un plácido jardín donde sólo se oye un cántico angelical y un suave y feliz murmullo. Es éste un banquete en honor de tu relación santa, en el que todo el mundo es un invitado de honor. Y en un instante santo todos bendecís la mesa de comunión juntos, al uniros fraternalmente ante ella. Yo me uniré a vosotros ahí, tal como lo prometí hace mucho tiempo y como todavía lo sigo prometiendo. Pues en vuestra nueva relación se me da la bienvenida. Y donde se me da la bienvenida allí estoy.

8. Se me da la bienvenida en un estado de gracia, lo cual quiere decir que finalmente me has perdonado. Pues me convertí en el símbolo de tu pecado, y por esa razón tuve que morir en tu lugar. Para el ego el pecado significa muerte, y así la expiación se alcanza mediante el asesinato. Se considera que la salvación es un medio a través del cual el Hijo de Dios fue asesinado en tu lugar. Mas ¿iba acaso a ofrecerte mi cuerpo a ti a quien amo, sabiendo lo insignificante que es? ¿O, por el contrario, te enseñaría que los cuerpos no nos pueden separar? Mi cuerpo no fue más valioso que el tuyo; ni fue tampoco un mejor instrumento para comunicar lo que es la salvación, si bien no su Fuente. Nadie puede morir por otro, y la muerte no expía los pecados. Pero puedes vivir para demostrar que la muerte no es real. El cuerpo ciertamente parecerá ser el símbolo del pecado mientras creas que puede proporcionarte lo que deseas. Y mientras creas que puede darte placer, creerás también que puede causarte dolor. Pensar que podrías estar contento y satisfecho con tan poco es herirte a ti mismo; y limitar la felicidad de la que podrías gozar es recurrir al dolor para que llene tus escasas reservas y haga tu vida más plena. Esto es compleción tal como el ego lo entiende. Pues la culpa se infiltra subrepticiamente allí donde se ha desplazado a la felicidad y la substituye. La comunión es otra forma de compleción, que se extiende más allá de la culpa porque se extiende más allá del cuerpo.

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