¡Un Curso de Milagros!

(abreviado como ucdm)

Lucrecia Gamboa

Audio – Texto – Capítulo 13

13.III. El miedo a la redención

Colaboran

Colabora

Dalcy Solís

Colabora

Sindy Pessoa

Colabora

Hazel Solís

Colabora

Mike Maher

Transcripción Audio

Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 13

III. El miedo a la redención

Capítulo 13 – El mundo inocente

El miedo a la redención

1. Tal vez te preguntes por qué es tan crucial que observes tu odio y te des cuenta de su magnitud. Puede que también pienses que al Espíritu Santo le sería muy fácil mostrártelo y desvanecerlo, sin que tú tuvieras necesidad de traerlo a la conciencia. Hay, no obstante, un obstáculo adicional que has interpuesto entre la Expiación y tú. Hemos dicho que nadie toleraría el miedo si lo reconociera. Pero en tu trastornado estado mental no le tienes miedo al miedo. No te gusta, pero tu deseo de atacar no es lo que realmente te asusta. Tu hostilidad no te perturba seriamente. La mantienes oculta porque tienes aún más miedo de lo que encubre. Podrías examinar incluso la piedra angular más tenebrosa del ego sin miedo si no creyeses que, sin el ego, encontrarías dentro de ti algo de lo que todavía tienes más miedo. No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención.

2. Bajo los tenebrosos cimientos del ego yace el recuerdo de Dios, y de eso es de lo que realmente tienes miedo. Pues este recuerdo te restituiría instantáneamente al lugar donde te corresponde estar, del cual te has querido marchar. El miedo al ataque no es nada en comparación con el miedo que le tienes al amor. Estarías dispuesto incluso a examinar tu salvaje deseo de dar muerte al Hijo de Dios, si pensases que eso te podría salvar del amor. Pues este deseo causó la separación, y lo has protegido porque no quieres que ésta cese. Te das cuenta de que al despejar la tenebrosa nube que lo oculta, el amor por tu Padre te impulsaría a contestar Su Llamada y a llegar al Cielo de un salto. Crees que el ataque es la salvación porque el ataque impide que eso ocurra. Pues subyacente a los cimientos del ego, y mucho más fuerte de lo que éste pueda ser jamás, se encuentra tu intenso y ardiente amor por Dios y el Suyo por ti. Esto es lo que realmente quieres ocultar.

3. Honestamente, ¿no te resulta más difícil decir “te quiero” que “te odio”? Asocias el amor con la debilidad y el odio con la fuerza, y te parece que tu verdadero poder es realmente tu debilidad. Pues no podrías dejar de responder jubilosamente a la llamada del amor si la oyeses, y el mundo que creíste haber construido desaparecería. El Espíritu Santo, pues, parece estar atacando tu fuerza, ya que tú prefieres excluir a Dios. a Mas no es Su Voluntad ser excluido.

4. Has construido todo tu demente sistema de pensamiento porque crees que estarías desamparado en Presencia de Dios; y quieres salvarte de Su Amor, pues crees que te aniquilaría. Tienes miedo de que pueda alejarte completamente de ti mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío y la grandeza en el ataque. Crees haber construido un mundo que Dios quiere destruir, y que amando a Dios—y ciertamente lo amas—desecharías ese mundo, lo cual es, sin duda, lo que harías. Te has valido del mundo, por lo tanto, para encubrir tu amor, y cuanto más profundamente te adentras en los tenebrosos cimientos del ego, más te acercas al Amor que yace allí oculto. Y eso es lo que realmente te asusta.

5. Puedes aceptar la demencia porque es obra tuya, pero no puedes aceptar el amor porque no fuiste tú quien lo creó. Prefieres ser un esclavo de la crucifixión que un Hijo de Dios redimido. Tu muerte individual parece más valiosa que tu unicidad viviente, pues lo que se te ha dado no te parece tan valioso como lo que tú has fabricado. Tienes más miedo de Dios que del ego, y el amor no puede entrar donde no se le da la bienvenida. Pero el odio puede, pues entra por su propia voluntad sin que le importe la tuya.

6. Tienes que mirar de frente a tus ilusiones y no seguir ocultándolas, pues no descansan sobre sus propios cimientos. Aparenta ser así cuando están ocultas y, por lo tanto, parecen ser autónomas. Ésta es la ilusión fundamental sobre la que descansan todas las demás. Pues debajo de ellas, y soterrada mientras las ilusiones se sigan ocultando, se encuentra la mente amorosa que creyó haberlas engendrado con ira. Y el dolor de esta mente es tan obvio cuando se pone al descubierto, que la necesidad que tiene de ser sanada es innegable. Todos los trucos y estratagemas que le ofreces no pueden sanarla, pues en eso radica la verdadera crucifixión del Hijo de Dios.

7. Sin embargo, no se le puede realmente crucificar. En este hecho radica tanto su dolor como su curación, pues la visión del Espíritu Santo es misericordiosa y Su remedio no se hace esperar. No ocultes el sufrimiento de Su vista, sino llévalo gustosamente ante Él. Deposita ante Su eterna cordura todo tu dolor y deja que Él te cure. No permitas que ningún vestigio de dolor permanezca oculto de Su luz, y escudriña tu mente con gran minuciosidad en busca de cualquier pensamiento que tengas miedo de revelar. Pues Él sanará cada pensamiento insignificante que hayas conservado con el propósito de herirte a ti mismo, lo expurgará de su pequeñez y lo restituirá a la Grandeza de Dios.

8. Bajo la grandiosidad que en tanta estima tienes se encuentra la petición de ayuda que verdaderamente estás haciendo. Le pides amor a tu Padre, tal como Él te pide que regreses a Él. Lo único que deseas hacer en ese lugar que has encubierto es unirte al Padre, en amoroso recuerdo de Él. Encontrarás ese lugar donde mora la verdad a medida que lo veas en tus hermanos, que si bien pueden engañarse a sí mismos, anhelan, al igual que tú, la grandeza que se encuentra en ellos. Y al percibirla le darás la bienvenida y dispondrás de ella, pues la grandeza es el derecho del Hijo de Dios y no hay ilusión que pueda satisfacerle o impedirle ser lo que él es. Lo único que es real es su amor y lo único que puede satisfacerle es su realidad.

9. Sálvale de sus ilusiones para que puedas aceptar la magnificencia de tu Padre jubilosamente y en paz. Mas no excluyas a nadie de tu amor o, de lo contrario, estarás ocultando un tenebroso lugar en tu mente donde se le niega la bienvenida al Espíritu Santo. Y de este modo te excluirás a ti mismo de Su poder sanador, pues al no ofrecer amor total no podrás sanar completamente. La curación tiene que ser tan completa como el miedo, pues el amor no puede entrar allí donde haya un solo ápice de miedo que malogre su bienvenida.

10. Tú que prefieres la separación a la cordura no puedes hacer que haya separación en tu mente recta. Estabas en paz hasta que pediste un favor especial. Dios no te lo concedió, pues lo que pedías era algo ajeno a Él, y tú no podías pedirle eso a un Padre que realmente amase a Su Hijo. Por lo tanto, hiciste de Él un padre no amoroso al exigir de Él lo que sólo un padre no amoroso podía dar. Y la paz del Hijo de Dios quedó destruida, pues ya no podía entender a su Padre. Tuvo miedo de lo que había hecho, pero tuvo todavía más miedo de su verdadero padre, al haber atacado su gloriosa igualdad con Él.

11. Cuando estaba en paz no necesitaba nada ni pedía nada. Cuando se declaró en guerra lo exigió todo y no encontró nada. ¿De qué otra manera podía haber respondido la dulzura del amor a sus exigencias sino partiendo en paz y retornando al Padre? Si el Hijo no deseaba permanecer en paz, no podía quedarse en absoluto. Pues una mente tenebrosa no puede vivir en la luz y tiene que buscar un lugar tenebroso donde poder creer que allí es donde se encuentra aunque realmente no sea así. Dios no permitió que esto ocurriese. Tú, no obstante, exigiste que ocurriera y, por consiguiente, creíste que ocurrió.

12. “Singularizar” es “aislar” y, por lo tanto, causar soledad. Dios no te hizo eso. ¿Cómo iba a poder excluirte de Sí Mismo, sabiendo que tu paz reside en Su Unicidad? Lo único que te negó fue tu petición de dolor, pues el sufrimiento no forma parte de Su Creación. Te había creado y no iba a revocarlo. Lo único que pudo hacer fue contestar a tu petición demente con una respuesta cuerda que residiera contigo en tu demencia. Y eso fue justamente lo que hizo. No es posible oír Su respuesta sin renunciar a la demencia. Su respuesta es el punto de referencia que se encuentra más allá de las ilusiones, desde el cual puedes observarlas y ver que son dementes. Basta con que busques ese lugar y lo encontrarás, pues el Amor reside en ti y te conducirá hasta él.

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