(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 12
III. Cómo invertir en la realidad
Capítulo 12 – El programa de estudios del Espíritu Santo
Cómo invertir en la realidad
1. Te pedí una vez que vendieras todo cuanto tuvieses, que se lo dieras a los pobres y que me siguieras. Esto es lo que quise decir: si no tienes interés alguno en las cosas de este mundo, puedes enseñarles a los pobres dónde está su tesoro. Los pobres son sencillamente los que han invertido mal, ¡y vaya que son pobres! Puesto que están necesitados, se te ha encomendado que los ayudes, pues te cuentas entre ellos. Observa lo bien que aprenderías tu lección si te negarás a compartir su pobreza, pues la pobreza no es otra cosa que insuficiencia, y sólo hay una insuficiencia, ya que sólo hay una necesidad.
2. Suponte que un hermano insiste en que hagas algo que tú crees que no quieres hacer. Su misma insistencia debería indicarte que él cree que su salvación depende de que tú hagas lo que te pide. Si insistes en que no puedes satisfacer su deseo y experimentas de inmediato una reacción de oposición, es que crees que tu salvación depende de no hacerlo. Estás, por lo tanto, cometiendo el mismo error que él y haciendo que su error sea real para ambos. Insistir significa invertir, y aquello en lo que inviertes está siempre relacionado con tu idea de lo que es la salvación. La pregunta se compone de dos partes: primera, ¿qué es lo que hay que salvar? y segunda, ¿cómo se puede salvar?
3. Cada vez que te enfadas con un hermano, por la razón que sea, crees que tienes que proteger al ego, y que tienes que protegerlo atacando. Si es tu hermano el que ataca, estás de acuerdo con esta creencia; si eres tú el que ataca, no haces sino reforzarla. Recuerda que los que atacan son pobres. Su pobreza pide regalos, no mayor empobrecimiento. Tú que podrías ayudarles estás ciertamente actuando de forma destructiva si aceptas su pobreza como propia. Si no hubieras invertido de la manera en que ellos lo hicieron, jamás se te hubiese ocurrido pasar por alto su necesidad.
4. Reconoce lo que no importa, y si tus hermanos te piden algo “descabellado”, hazlo precisamente porque no importa. Niégate, y tu oposición demuestra que sí te importa. Eres únicamente tú, por lo tanto, el que determina si la petición es descabellada o no, y toda petición de un hermano es tu propia petición. ¿Por qué te empeñas en negarle lo que pide? Pues negárselo es negártelo a ti mismo, y empobrecerte a ti y a él. Él está pidiendo la salvación, al igual que tú. La pobreza es siempre cosa del ego; nunca de Dios. Ninguna petición es “descabellada” para el que reconoce lo que es valioso y no acepta nada más.
5. La salvación es para la mente, y se alcanza por medio de la paz. La mente es lo único que se puede salvar, y sólo se puede salvar a través de la paz. Cualquier otra respuesta que no sea amor, surge como resultado de una confusión con respecto a “qué” es la salvación y a “cómo” se alcanza, y el amor es la única respuesta. Nunca te olvides de esto, y nunca te permitas creer, ni por un solo instante, que existe otra respuesta, pues de otro modo te contarás forzosamente entre los pobres, quienes no han entendido que moran en la abundancia y que la salvación ha llegado.
6. Identificarte con el ego es atacarte a ti mismo y empobrecerte. Por eso es por lo que todo aquel que se identifica con el ego se siente desposeído. Lo que experimenta entonces es depresión o ira, ya que lo que hizo fue intercambiar su amor hacia Sí Mismo por odio hacia sí mismo y, como consecuencia, tiene miedo de sí mismo. Él no se da cuenta de esto. Aun si es plenamente consciente de que está sintiendo ansiedad, no percibe que el origen de ésta reside en su identificación con el ego, y trata de lidiar con ella haciendo algún “trato” demente con el mundo. Siempre percibe este mundo como algo externo a él, pues esto es crucial para su propia adaptación. No se da cuenta de que él es el autor de este mundo, pues fuera de sí mismo no existe ningún mundo.
7. Si sólo los pensamientos amorosos del Hijo de Dios constituyen la realidad del mundo, el mundo real tiene que estar en su mente. Sus pensamientos descabellados tienen que estar también en su mente, pero él no puede tolerar un conflicto interno de tal magnitud. Una mente dividida está en peligro, y el reconocimiento de que alberga dentro de sí pensamientos diametralmente opuestos es intolerable. Proyecta, por consiguiente, la división, no la realidad. Todo lo que percibes como el mundo externo no es otra cosa que tu intento de mantener vigente tu identificación con el ego, pues todo el mundo cree que esa identificación es su salvación. Observa, sin embargo, lo que ha sucedido, pues los pensamientos tienen consecuencias para el que los piensa. Estás en conflicto con el mundo tal como lo percibes porque crees que el mundo es antagónico a ti. Ésta es la consecuencia inevitable de lo que has hecho. Has proyectado afuera aquello que es antagónico a lo que está dentro y, por consiguiente, no puedes por menos que percibirlo de esa forma. Por eso es por lo que debes darte cuenta de que tu odio se encuentra en tu mente y no fuera de ella, antes de que puedas liberarte de él, y por lo que debes deshacerte de él antes de que puedas percibir el mundo tal como realmente es.
8. He dicho antes que Dios amó tanto al mundo que se lo dio a Su Hijo unigénito. Dios ciertamente ama el mundo real y aquellos que perciben la realidad de éste no pueden ver el mundo de la muerte, pues la muerte no forma parte del mundo real, en el que todo es un reflejo de lo eterno. Dios te dio el mundo real a cambio del mundo que tú fabricaste como resultado de la división de tu mente, el cual es el símbolo de la muerte. Pues si pudieras realmente separarte de la Mente de Dios, perecerías.
9. El mundo que percibes es un mundo de separación. Quizá estés dispuesto a aceptar incluso la muerte con tal de negar a tu Padre. Sin embargo, Él no dispuso que fuese así y, por lo tanto, no lo es. Tu voluntad sigue siendo incapaz de oponerse a lo que la Suya dispone, y ésa es la razón de que no tengas ningún control sobre el mundo que fabricaste. No es éste un mundo que provenga de la voluntad, pues está regido por el deseo de ser diferente de Dios, y ese deseo no tiene nada que ver con la voluntad. El mundo que has fabricado es, por lo tanto, completamente caótico, y está regido por “leyes” arbitrarias que no tienen sentido ni significado alguno. Se compone de lo que no deseas, lo cual has proyectado desde tu mente porque tienes miedo de ello. Sin embargo, un mundo así sólo se puede encontrar en la mente de su hacedor, junto con su verdadera salvación. No creas que se encuentra fuera de ti, ya que únicamente reconociendo dónde se encuentra es como podrás tener control sobre él. Y ciertamente tienes control sobre tu mente, dado que la mente es el mecanismo de decisión.
10. Si reconocieras que cualquier ataque que percibes se encuentra en tu mente y sólo en tu mente, habrías por fin localizado su origen, y allí donde el ataque tiene su origen, allí mismo tiene que terminar. Pues en ese mismo lugar reside también la salvación. El Altar de Dios donde Cristo mora se encuentra ahí. Tú has profanado el altar, pero no has profanado el mundo. Cristo, sin embargo, ha puesto la Expiación sobre el altar para ti. Lleva todas tus percepciones del mundo ante ese altar, pues es el Altar a la Verdad. Ahí verás tu visión transformarse y ahí aprenderás a ver verdaderamente. Desde este lugar, en el que Dios y Su Hijo moran en paz y en el que se te da la bienvenida, mirarás en paz hacia el exterior y verás el mundo correctamente. Mas para encontrar ese lugar tienes que renunciar a tu inversión en el mundo tal como lo proyectas, y permitir que el Espíritu Santo extienda el mundo real desde el Altar de Dios hasta ti.
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