(abreviado como ucdm)
Lucrecia Gamboa
Dalcy Solís
Sindy Pessoa
Hazel Solís
Mike Maher
Un Curso de Milagros
UCDM – Texto – Capítulo 12
II. Cómo recordar a Dios
Capítulo 12 – El programa de estudios del Espíritu Santo
Cómo recordar a Dios
1. Los milagros son simplemente la transformación de la negación en verdad. Si amarse uno a sí mismo significa curarse uno a sí mismo, los que están enfermos no se aman a sí mismos. Por lo tanto, están pidiendo el amor que los podría sanar, pero que se están negando a sí mismos. Si supieran la verdad acerca de sí mismos no podrían estar enfermos. La tarea del obrador de milagros es, por lo tanto, negar la negación de la verdad. Los enfermos deben curarse a sí mismos, pues la verdad mora en ellos. Mas al haberla nublado, la luz de otra mente necesita brillar sobre la suya porque dicha luz es suya.
2. La luz brilla en todos ellos con igual intensidad independientemente de cuán densa sea la niebla que la oculta. Si no le otorgas a la niebla ningún poder para ocultar la luz, no tiene ninguno. Pues sólo tiene poder si el Hijo de Dios se lo confiere. Y debe ser él mismo quien le retire ese poder, recordando que todo poder es de Dios. Tú puedes recordar esto por toda la Filiación. No permitas que tu hermano se olvide, pues su olvido es también el tuyo. Pero cuando tú lo recuerdas, lo estás recordando por él también porque a Dios no se le recuerda solo. Esto es lo que has olvidado. Percibir la curación de tu hermano como tu propia curación es, por lo tanto, la manera de recordar a Dios. Pues te olvidaste de tus hermanos y de Dios, y la Respuesta de Dios a tu olvido es la manera de recordar.
3. No percibas en la enfermedad más que una súplica de amor, y ofrécele a tu hermano lo que él cree que no se puede ofrecer a sí mismo. Sea cuál sea la enfermedad, no hay más que un remedio. Alcanzarás la plenitud a medida que restaures la plenitud de otros, pues percibir en la enfermedad una petición de salud es reconocer en el odio una súplica de amor. Y dar a un hermano lo que realmente desea es ofrecértelo a ti mismo, ya que tu Padre dispone que comprendas que tu hermano y tú sois lo mismo. Concédele su petición de amor y la tuya quedará concedida. La curación es el amor de Cristo por Su Padre y por Sí Mismo.
4. Recuerda lo que dijimos acerca de las percepciones atemorizantes que tienen los niños pequeños, las cuales son aterradoras para ellos porque no las entienden. Si piden iluminación y la aceptan, sus miedos se desvanecen. Pero si ocultan sus pesadillas, las conservan. Es fácil ayudar a un niño inseguro, ya que reconoce que no entiende el significado de sus percepciones. Tú, sin embargo, crees que entiendes el significado de las tuyas. Criatura de Dios, estás ocultando tu cabeza bajo unas pesadas mantas que tú mismo te has echado encima. Y ocultas tus pesadillas en la obscuridad de tu falsa certeza y te niegas a abrir los ojos y a mirarlas de frente.
5. No nos quedemos con las pesadillas, pues no son ofrendas dignas de Cristo y, por lo tanto, no son regalos dignos de ti. Quítate las mantas de encima y hazle frente a lo que te da miedo. Sólo lo que tú te imaginas que ello pueda ser es lo que te da miedo, pues la realidad de lo que no es nada no puede dar miedo. No demoremos esto, pues el sueño de odio no se apartará de ti a menos que tengas ayuda, y la Ayuda ya está aquí. Aprende a mantenerte sereno en medio de la agitación, pues la quietud supone el final de la lucha y en esto consiste la jornada a la paz. Mira de frente cada imagen que surja para demorarte, pues el logro del objetivo es inevitable debido a que es eterno. Tener al amor por objetivo es algo a lo que tienes derecho, y ello es así a pesar de tus sueños.
6. Todavía quieres lo que Dios dispone, y ninguna pesadilla puede impedir que un Hijo de Dios logre su propósito. Pues tu propósito te fue dado por Dios y no puedes sino cumplirlo, ya que ésa es Su Voluntad. Despierta y recuerda tu propósito, ya que es tu voluntad recordarlo. Lo que ya se ha llevado a cabo por ti tiene que ser tuyo. No permitas que tu odio obstruya el camino del amor, pues no hay nada que pueda resistirse al amor que Cristo le profesa a Su Padre o al amor que Su Padre le profesa a Él.
7. Dentro de poco me verás, pues yo no estoy oculto porque tú te estés ocultando. Es tan seguro que te despertaré como que me desperté a mí mismo porque desperté por ti. En mi resurrección radica tu liberación. Nuestra misión es escapar de la crucifixión, no de la redención. Confía en mi ayuda, pues yo no caminé solo, y caminaré contigo de la misma manera en que nuestro Padre caminó conmigo. ¿No sabías que caminé con Él en paz? ¿Y no significa eso que la paz nos acompaña durante toda la jornada?
8. En el amor perfecto no hay miedo. No haremos otra cosa que mostrarte la perfección de lo que ya es perfecto en ti. No tienes miedo de lo desconocido, sino de lo conocido. No fracasarás en tu misión porque yo no fracasé en la mía. En nombre de la absoluta confianza que tengo en ti, confía en mí aunque sólo sea un poco, y alcanzaremos fácilmente la meta de perfección juntos. Pues la perfección simplemente es y no puede ser negada. Negar la negación de lo perfecto no es tan difícil como negar la verdad, y creerás en lo que podemos realizar juntos cuando lo veas realizado.
9. Tú que has tratado de desterrar el amor no has podido lograrlo, pero tú que eliges desterrar el miedo no podrás por menos que triunfar. El Señor está contigo, pero tú no lo sabes. Sin embargo, tu Redentor vive, y mora en ti en la paz de la cual Él fue creado. ¿No te gustaría intercambiar tu conciencia de miedo por ésta? Cuando hayamos superado el miedo—no ocultándolo ni restándole importancia; ni negando en modo alguno su impacto—esto es lo que realmente verás. No puedes dejar a un lado los obstáculos a la verdadera visión a menos que primero los observes, ya que dejarlos a un lado significa que has juzgado contra ellos. Si los examinas, el Espíritu Santo los juzgará, y los juzgará correctamente. Sin embargo, Él no puede eliminar con Su luz lo que tú mantienes oculto, pues no se lo has ofrecido y Él no puede quitártelo.
10. Nos estamos embarcando, por lo tanto, en un programa muy bien organizado, debidamente estructurado y cuidadosamente planeado que tiene por objeto aprender a entregarle al Espíritu Santo todo aquello que no desees. Él sabe qué hacer con ello. Tú, sin embargo, no sabes cómo valerte de Su conocimiento. Cualquier cosa que se Le entregue que no sea de Dios, desaparece. No obstante, tienes que estar completamente dispuesto a examinar eso que Le entregas, ya que de otro modo Su conocimiento no te servirá de nada. Él jamás dejará de prestarte ayuda, pues prestar ayuda es Su único propósito. ¿No es cierto acaso que tienes más razones para temer al mundo tal como lo percibes, que para mirar a la causa del miedo y abandonarla para siempre?
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