Todo sobre el Amor
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Introducción – Parte 1
Introducción - Parte 1
Transcripción
Amor: estado de gracia
Podemos hablarle directamente a nuestro corazón. Las culturas antiguas lo saben. Podemos conversar con el corazón como si fuera un buen amigo. En la vida moderna estamos tan ocupados con los quehaceres y pensamientos de cada día que hemos perdido ese arte esencial y ya no somos capaces de encontrar tiempo para charlar con nuestro corazón.
JACK KORNFIELD
En la pared de la cocina tengo colgadas cuatro fotografías. Son imágenes de un grafiti que vi hace años en un edificio en construcción cuando me dirigía a la Universidad de Yale, donde enseñaba por aquel entonces. Aquella inscripción, pintada en colores brillantes, decía: «Seguimos buscando el amor aun cuando todo parezca perdido». En esa época me acababa de separar de un compañero al que había estado unida durante casi quince años y a menudo una pena infinita me embargaba, como si un inmenso océano de sufrimiento me anegara el corazón y el alma. Sentía continuamente que algo me arrastraba hacia el fondo, que me estaba ahogando, y buscaba algún punto de apoyo que me ayudara a mantenerme a flote, que me permitiera volver a la orilla sana y salva. La frase pintada en aquella pared, acompañada de un dibujo infantil de unos animales de aspecto indefinido, siempre me levantó el ánimo. Cada vez que pasaba por delante del edificio, la afirmación de la posibilidad de amar y ser amado que emanaba de aquella sentencia me infundía esperanza.
El grafiti, firmado por un artista local, me hablaba al corazón. Esa inscripción me decía que su autor estaba pasando por un momento de crisis, enfrentándose a una pérdida o quizás esperándola. Mantuve con él conversaciones imaginarias sobre el amor. Le dije que su alegre grafiti era un salvavidas para mí y que me ayudó a recuperar la confianza en el amor. Le dije que su declaración, la promesa de un amor que esperaba ser encontrado, un amor que yo todavía podía esperar, me ayudó a salir del abismo en el que había caído. Mi sufrimiento era fruto de la profunda y desesperada tristeza que me había causado la separación de un compañero con el que había compartido tantos años de mi vida, pero lo que en realidad me rompía por dentro era el temor de que el amor no existiera, de que fuera imposible encontrarlo, y de que, aunque existiera, oculto quién sabe dónde, yo nunca llegara a conocerlo. ¿Cómo podía seguir creyendo en la promesa del amor cuando, dondequiera que mirase, la seducción del poder, el pánico y el miedo parecían más fuertes que la voluntad de amar?
Un día me dirigía al trabajo, ansiosa por encontrarme de nuevo ante aquella meditación sobre el amor, cuando descubrí para mi sorpresa que la constructora había cubierto la inscripción con una capa de pintura blanca brillante, bajo la cual aún se podían percibir rastros tenues de la pintura original. No hallar lo que se había convertido para mí en un encuentro ritual con la belleza del amor me alteró tanto que le hablé a todo el mundo de mi decepción. Finalmente supe que el grafiti había sido borrado porque las palabras que lo acompañaban se referían a personas seropositivas y quizás el artista era gay. Quizás. O puede que los que habían cubierto la pared con pintura se sintieran amenazados por la confesión pública de un deseo de amor tan intenso que genera la necesidad de hablar de él y de buscarlo a conciencia.
Tras una larga búsqueda pude localizar al artista y reunirme con él para charlar sobre el significado del amor. Hablamos de cómo el arte público puede convertirse en un vehículo para transmitir un mensaje de confianza en la vida. Ambos expresamos nuestro pesar y disgusto por la insensibilidad demostrada por los responsables de la empresa al borrar un mensaje de amor tan poderoso. Como recordatorio, el artista me dio algunas fotografías del grafiti. Y desde entonces, en todas las casas en las que he vivido, las he colgado siempre en la cocina, justo encima del fregadero. Todos los días, cuando bebo un vaso de agua o saco un plato del armario, encuentro ante mis ojos la frase que me recuerda lo mucho que anhelamos el amor y que lo buscamos incluso cuando ya no esperamos que sea realmente posible encontrarlo.
Hoy en día son muy poco frecuentes los debates sobre el amor. La cultura popular es posiblemente el único ámbito en que se habla de nuestro anhelo de amor. Si queremos encontrar expresada nuestra necesidad de amor, tenemos que acudir a las películas, las canciones, las revistas y los libros, pero ya no hay en ellos el mensaje vital de las décadas de 1960 y 1970, ese mensaje que nos impelía a creer que «All you need is love», que «todo lo que necesitas es amor, amor, amor». Ahora, los mensajes más populares son los que proclaman la falta de entidad del amor, su irrelevancia. Un ejemplo significativo de este cambio es la apabullante popularidad de una canción de Tina Turner cuyo título y estribillo declaran audazmente: «What’s Love Got to Do with It?» («¿Qué tiene que ver el amor con eso?»). Y cuando pregunté a una conocida rapera sobre el amor, me provocó tristeza, y un hondo temor, que respondiese con un sarcasmo mordaz: «¿Amor? ¿Y eso qué es? Nunca he tenido amor en mi vida».
Los jóvenes de nuestra época se muestran escépticos ante el amor, porque la inmensa mayoría tiene la sensación de que es imposible encontrarlo. En ¿Debemos ser perfectos?, Harold Kushner expresa esta misma preocupación: «Temo que estemos educando a una generación de jóvenes que tienen miedo al amor, miedo a entregarse por completo, porque saben lo doloroso que es correr el riesgo de amar y que no salga bien. Temo que, cuando sean adultos, vayan en busca de la intimidad sin riesgo, del placer sin una inversión emocional significativa. Tendrán tanto miedo del sufrimiento causado por la decepción que renunciarán a las posibilidades de amor y felicidad que se les ofrecen». Los jóvenes son cínicos respecto al amor. No en vano el cinismo es la máscara tras la que se ocultan los corazones desilusionados y traicionados.
En las conferencias que imparto por todo Estados Unidos sobre cómo acabar con el racismo y el sexismo, el público, en especial los jóvenes, se altera bastante cuando hablo de la posición del amor en cualquier movimiento de justicia social. Aunque en nuestra sociedad todos los grandes movimientos de justicia social han hecho hincapié en la ética del amor, los jóvenes siguen siendo reacios a asumir la idea del amor como motor de transformación. Creen que el amor es para los ingenuos, los débiles, los románticos impenitentes, y ven confirmada su percepción en algunos de los adultos a los que acuden en busca de explicaciones. Tal y como apunta Elizabeth Wurtzel, portavoz de una generación desilusionada, en Bitch: In Praise of Difficult Women: «Ninguno de nosotros está aprendiendo a amar mejor; estamos aprendiendo a tener más miedo al amor. No nos han proporcionado las herramientas adecuadas desde el comienzo, y las personas que elegimos tienden solo a reforzar la sensación de que el amor es imposible e inútil». Estas palabras se hacen eco de todo lo que he oído yo misma sobre el amor en una generación anterior.
Siempre que hablo del tema con alguna persona de mi generación se pone nerviosa o tuerce el gesto, sobre todo cuando abordo la falta de amor. Con mis amigos he charlado muchas veces sobre ello, y más de uno me ha sugerido que consulte a un terapeuta. A mí me parece que algunos se han hartado de mi insistencia en el tema y, seguramente, creen que si hablara con un especialista les daría un respiro. Sin embargo, la mayoría de la gente tiene miedo de lo que pueda salir cuando se explora el significado del amor en la vida cotidiana.
Cuando una mujer soltera de cuarenta años plantea la cuestión del amor, la primera suposición, derivada de una forma de pensar sexista, es que está «desesperada» por encontrar un hombre. Nadie cree que tenga un apasionado interés intelectual en el asunto. Nadie percibe su esfuerzo por entender el significado metafísico del amor en la vida cotidiana como el fruto de un compromiso filosófico riguroso. No, todos consideran que está en la senda de la «atracción fatal».
Fue la decepción y una sensación generalizada de infelicidad lo que me llevó a reflexionar a fondo sobre lo que significa el amor en nuestra cultura. El deseo de encontrar el amor no me hizo perder el buen juicio ni la perspectiva, sino que me incitó a pensar más, a debatir acerca del amor y a estudiar qué había en la literatura popular y culta sobre el tema. Al examinar varios ensayos sobre el amor, me sorprendió encontrar que tanto las obras más aclamadas por la crítica como los libros de autoayuda más populares estaban en su mayoría escritos por hombres. Siempre he pensado que, en el campo del amor, son las mujeres las que hacen las aportaciones más ricas y significativas. Y me mantengo firme en esa convicción, aunque soy consciente de que, en la actualidad, las especulaciones teóricas de las mujeres no se toman tan en serio como las reflexiones y escritos de los hombres. Los hombres teorizan sobre el amor; en cambio, las mujeres tienden a conocerlo y ponerlo en práctica. La mayoría de los hombres sienten que reciben amor y, por lo tanto, saben lo que significa ser amado; las mujeres sentimos a menudo un gran anhelo, una profunda necesidad de amor, pero sin verla satisfecha.