Todo sobre el Amor
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Capítulo 9 – Parte 4
Capítulo 9 - Parte 4
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Reciprocidad: la esencia del amor
Hay muchas concepciones erróneas sobre el amor, que lo presentan, por ejemplo, como un estado de constante felicidad en el que está proscrito el sufrimiento. Debemos desenmascarar la falsedad de tal punto de vista si queremos entender y aceptar la simple verdad de que el sufrimiento y el dolor no terminan automáticamente cuando empezamos a amar. En algunos casos, cuando retrocedemos por el largo camino que nos devolverá el amor que hemos perdido, el sufrimiento puede ser incluso más intenso. Como enseña uno de los cantos espirituales más antiguos, «el llanto puede durar toda una noche, pero por la mañana vendrá la alegría». La aceptación del sufrimiento es parte integral de toda práctica del amor; sin embargo, hay que saber distinguir entre el sufrimiento constructivo y la tendencia a regodearse en el dolor. Si en nuestra vida la promesa del amor nunca se ha cumplido, quizás el aspecto más complejo de la práctica del amor es creer que el paso por el abismo del dolor conduce al paraíso. En Las enseñanzas del corazón, Guy Corneau afirma que muchos hombres tienen tanto miedo de enfrentarse al sufrimiento emocional que lo han mantenido encerrado dentro de sí mismos durante mucho tiempo y han optado conscientemente por renunciar al amor: «Muchos hombres simplemente deciden no involucrarse, porque no pueden afrontar el sufrimiento emocional del amor y el conflicto que de él deriva». Las mujeres que intentan ayudarlos y hacer que vuelvan a la senda de la vida y el amor suelen ser criticadas y menospreciadas. Vista su actitud, las verdaderas bellas durmientes de esta historia son esos hombres. Si no hubiera mujeres que se tomaran la molestia de devolver la confianza en la vida a los hombres que han perdido el contacto con sus emociones, viviríamos en un mundo más alienado y más violento. El esfuerzo solo es en vano cuando la persona en cuestión se niega a despertar, a crecer. En tal caso, renunciar al compromiso y seguir adelante en solitario es un gesto de amor propio por parte de la mujer.
Las mujeres siempre se han esforzado por guiar a los hombres en cuestiones de amor, porque el pensamiento patriarcal ratifica su compromiso, aunque lo socave de raíz al alentar a los hombres a negarse a ser guiados. El resultado es una situación en la que los hombres tienen más probabilidades de satisfacer sus necesidades emocionales, mientras que las mujeres sufren más privaciones. Y la satisfacción de las necesidades emocionales conlleva también un mayor bienestar psicológico. Como resultado de ello, los hombres tienen una ventaja que se hace coincidir hábilmente con su supuesta superioridad y, por lo tanto, su mayor aptitud para el liderazgo. Si se satisficieran las necesidades emocionales de las mujeres, si la reciprocidad fuera la norma, el poder masculino terminaría perdiendo gran parte de su encanto. Lamentablemente, el movimiento masculino que surgió en respuesta a las críticas feministas al machismo, si bien invitaba a los hombres a tomar conciencia de sus sentimientos, les aconsejaba compartirlos solo en un contexto «seguro», es decir, «entre hombres». Robert Bly, uno de sus líderes, ha dicho muy poco sobre la relación que los hombres tienen con el amor. Los hombres que se han unido a este movimiento han tenido buen cuidado de no recurrir a mujeres instruidas y conscientes para ser guiados en el camino del amor.
Ahora bien, cuando decides tomar ese camino, es mejor tener un guía. Si confiamos en él y no tenemos miedo de que nos lleve por mal camino o nos abandone, puede ayudarnos a superar el miedo. Siempre me ha sorprendido el valor con el que confiamos en los desconocidos. Si enfermamos y vamos al hospital, nos ponemos en manos de una serie de personas que no conocemos, con la esperanza de que nos curen. Sin embargo, a menudo tenemos miedo de confiar en el plano emocional en personas que nos quieren y que quizás han sido amigos fieles durante toda la vida. Es una forma de pensar equivocada, y es esencial superarla si queremos que el amor nos transforme.
Practicar el amor lleva tiempo, y, sin duda, la forma en que está organizada la sociedad en la que vivimos nos deja poco espacio para el afecto. Siempre estamos demasiado cansados física o emocionalmente para dedicarnos al arte del amor. ¿Cuántas veces ocurre que alguien nos dice que trabaja en exceso y que no tiene tiempo para ocuparse de las personas que ama, y que ha decidido reducir la carga de trabajo o incluso dejar el empleo para dar más espacio a sus afectos? Mientras películas como A propósito de Henry o El rey pescador cuentan la atribulada historia de hombres de negocios obligados por una grave enfermedad a reconsiderar su forma de utilizar el tiempo, en la vida real nunca hemos visto a un hombre o una mujer en posiciones de poder que decidan echar el freno y crear un espacio para el amor en su propia vida. Si la persona que amamos dedica todo su tiempo al trabajo, solo sentiremos una gran frustración cada vez que intentemos guiarla por el camino del amor. En Estados Unidos no habría problemas de desempleo si se subvencionara a las escuelas para que enseñen a amar. El trabajo compartido y la reducción de jornada podrían convertirse en la norma. Con el amor en el centro de nuestras vidas, el trabajo podría tener un significado y enfoque diferentes.
Cuando decidimos amar, queremos dar más. El egoísmo, el rechazo a aceptar al otro, son las principales causas del fracaso de las relaciones amorosas. Como apunta Robert Sternberg en Love the Way you Want It:
Si me preguntaran cuál es la causa más frecuente del fin de una relación […] diría que el egoísmo. Vivimos en una época de narcisismo y muchas personas nunca han aprendido —o se les ha olvidado— a escuchar las necesidades de los demás. La verdad es que si estás dispuesto a cambiar, aunque solo sea una cosa de ti mismo para mejorar —literalmente, de un día para el otro— la relación con tu pareja, tienes que poner tus necesidades al mismo nivel que las de la persona amada.
En una relación de pareja, como en cualquier tipo de relación, dar generosamente significa entender en qué momento el otro necesita nuestra atención. La atención es un recurso importante.
El compartir con generosidad todos los recursos es una forma de expresar amor. Los recursos pueden ser de varios tipos: tiempo, atención, bienes materiales, habilidades, dinero, etc. Una vez que tomas el camino del amor, descubres lo fácil que es dar. Un regalo precioso, que todos los amantes pueden ofrecer, es el perdón. No solo ayuda a eliminar los sentimientos de culpabilidad, a liberarse del hábito de culpar a los demás por una vida sin amor, sino que también permite sentirse personalmente responsable del amor que uno da y del que encuentra. Ya no tenemos que culpar a los demás del amor que nos falta, porque ahora sabemos cómo lidiar con el vacío que hay en nuestro interior. Somos capaces de ofrecernos el amor que tanto necesitamos y reconocemos todo el amor que existe a nuestro alrededor. La ira provocada por el vacío emocional desaparece en buena medida cuando uno aprende a perdonarse y a perdonar a los demás. La capacidad de perdonar hace que uno esté más dispuesto, más preparado para recibir amor y crea las condiciones para dar generosamente.
La capacidad de dar nos pone en comunión con los demás. Dar es una de las prácticas que nos permite entender que los recursos disponibles para nosotros son realmente suficientes para todos. La tradición cristiana enseña que la generosidad «abre las puertas del cielo», y Dios, como recompensa, «derramará sobre [n]osotros bendición hasta que sobreabunde». En la sociedad patriarcal, los hombres que quieren romper con la lógica de la dominación harían bien en empezar a practicar el amor dando y siendo generosos. Si tantas pensadoras feministas han atribuido un gran valor al papel paterno es porque, al cuidar de sus hijos, muchos hombres sienten por primera vez la alegría de ponerse al servicio de los demás.
Al dar a los demás experimentamos la reciprocidad. Para poner fin a la guerra entre los sexos que se origina en la lucha por el poder, hombres y mujeres tienen que basar su relación en la reciprocidad, garantizando así que el crecimiento individual sea respetado y alimentado. Esta disposición aumenta nuestra capacidad de disfrutar. Como dice Sharon Salzberg en El corazón del mundo: «La generosidad nos libera de la sensación de aislamiento que proviene del apego a las cosas propias y del egoísmo». El cultivo de la generosidad, que, según Salzberg, «es la principal cualidad de una conciencia despierta», fortalece los lazos sentimentales. Dar es la única forma en que podemos aprender a recibir. Cuando se conoce el verdadero amor, el intercambio mutuo se convierte en un ritual diario. El que es generoso de corazón está siempre abierto, siempre dispuesto a acoger y esperar a la persona amada. En esta clase de amor nunca tienes miedo de ser abandonado. Y este es el regalo más precioso que ofrece el verdadero amor: todos se sienten como en casa.
Dar es bueno para el espíritu. Ser generosos, hacer regalos a quienes queremos esponja el alma. El amor, ya vaya dirigido a uno mismo o a los demás, es una acción, una emoción que no puede existir sin participación. Para darse cuenta de ello, hay que ir más allá de los sentimientos, y por eso es útil verlo como una práctica. Cuando actúas, difícilmente te sientes impotente o incapaz, porque sabes que hay pasos concretos que puedes dar para seguir por la senda del amor. Es importante comunicarse, escuchar atentamente las necesidades del corazón, escuchar a los demás. El amante aprende la compasión porque está dispuesto a prestar oídos al dolor, y también a la alegría, que siente la persona amada. El camino del amor no es ni arduo ni oculto, pero uno debe decidirse a tomarlo. Si no lo conocemos, siempre habrá alguna persona que, con amor, espíritu abierto y disponibilidad, nos muestre cómo emprender ese camino que conduce al núcleo del amor, el camino que permite el regreso del amor.