Todo sobre el Amor
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Capítulo 8 – Parte 3
Capítulo 8 - Parte 3
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Comunidad: una comunión de afectos
Pero, aunque es esencial para el crecimiento espiritual, la indulgencia no es la panacea. A menudo, en los libros New Age dedicados al tema del amor, parece que basta con amar para que todo sea maravilloso. El hecho de que formemos parte de una comunidad rica en amor no significa que no estemos expuestos al conflicto y a la traición, como tampoco garantiza que las acciones positivas se traduzcan en resultados negativos o que una persona buena no tenga malas experiencias. El amor, sin embargo, nos permite afrontar las realidades negativas de una manera positiva y vital. Cuando una colega a la que respetaba profesionalmente y a la que consideraba amiga, por razones que nunca me quedaron claras, empezó a atacar mi trabajo públicamente con enorme dureza me quedé atónita. Las críticas que me dirigió estaban llenas de mentiras y exageraciones. Yo era su amiga y siempre le había mostrado mi afecto, por lo que su comportamiento me dolió aún más. Para superar la pena traté de identificarme con mi colega, porque quería entender lo que podría haberla impulsado a actuar de esa manera. Como explica Robin Casarjian en Perdonar: una decisión valiente que nos traerá la paz interior: «El perdón es una forma de vida que nos transforma gradualmente de víctimas indefensas de las circunstancias en personas capaces de amar, que participan en la creación de su propia realidad. […] Gracias a ello, las percepciones que oscurecen nuestra capacidad de amar se van desvaneciendo».
Practicando la compasión y el perdón fui capaz de soportar la pena y la decepción que sentí por la pérdida de su amistad, mientras seguía apreciando su trabajo. La empatía me permitió entender por qué había actuado de esa manera y perdonarla, es decir, volver a verla como parte de mi comunidad, como una persona que tiene un lugar en mi corazón, en caso de que quiera reclamarlo.
Todos deseamos vivir en una comunidad rica en amor, porque hay más alegría y felicidad, pero muchos buscan una comunidad solo para escapar del miedo a estar solos. Saber estar solo es esencial si quieres aprender el arte del amor. Si sabemos estar solos, podemos estar con otros sin utilizarlos como vía de escape. El teólogo Henri Nouwen nunca se cansó de subrayar el valor de la soledad. En muchos de sus libros y artículos, Nouwen nos invita a no considerar la soledad simplemente como una expresión de nuestra necesidad de privacidad, sino como el lugar donde podemos mirarnos con autenticidad y despojarnos de nuestro falso yo. En Reaching out hace hincapié en que «la sensación de soledad es una de las fuentes más universales del sufrimiento humano».
Nouwen afirma que «ningún amigo, ningún amante, ninguna esposa o marido, ninguna comunidad satisfará jamás nuestro más profundo anhelo de unidad y plenitud». Y sugiere que aceptemos la soledad, permitiendo que el espíritu divino se revele en ella:
El camino más difícil es el de la conversión, un camino que lleva del estar solo a experimentar la soledad como un valor positivo. En lugar de escapar de nuestra sensación de aislamiento, tratando de olvidarla o negarla, debemos protegerla transformándola en una soledad fructífera. […] Sentirse solo es doloroso, mientras que la soledad es una condición de paz. Si nos sentimos solos nos aferramos desesperadamente a los demás; la soledad nos permite respetar a los demás en su singularidad y hacer comunidad.
Los niños, si se les enseña a disfrutar de momentos de tranquilidad y paz, si aprenden a estar solos con sus pensamientos y fantasías, adquieren una capacidad que les será muy útil incluso de adultos. Cada vez más a menudo, jóvenes y mayores escogen la práctica de la meditación para superar el miedo a la soledad y aprender así a aceptarla. Aprender a «quedarse» en silencio y sin hacer nada puede ser el primer paso para sentirse cómodo en soledad.
Si se parte de una condición de aceptación de la soledad, es más fácil establecer relaciones de solidaridad dentro de una comunidad. La solidaridad nos enseña a sernos útiles los unos a los otros, y esta es otra dimensión del amor. Al final de su autobiografía, titulada La rueda de la vida, Elisabeth Kübler-Ross apunta: «Puedo asegurarle que la mayor satisfacción de su vida vendrá cuando pueda abrir su corazón a los necesitados. Las mayores alegrías siempre vienen de la ayuda que ofrecemos a los demás». Las mujeres siempre han sido, y siguen siendo, maestras en el arte de ayudar a los demás. Organizamos homenajes en recuerdo de personas excepcionales, como la madre Teresa, que han hecho del cuidado de los demás una vocación; pero hay muchas mujeres corrientes que nunca recibirán reconocimiento oficial y que también ayudan a los demás con paciencia, solicitud y amor. Su ejemplo puede enseñarnos algo a todos.
Ya he tenido la oportunidad de hablar de mi impaciencia con mi madre. Sin embargo, al pensar en su vida, solo puedo admirar su voluntad de ponerse al servicio de los demás. Mi madre ha sido capaz de transmitirnos este valor a mí y a mis hermanos. De niña pude presenciar como cuidaba con paciencia y sin quejarse a enfermos y moribundos. De su ejemplo aprendí el valor de dar sin esperar nada a cambio. Es importante recordar esto. Porque todos olvidamos con demasiada facilidad los sacrificios que hacen las mujeres y cómo cuidan cada día de los demás. Con demasiada frecuencia, el sexismo que impregna nuestra forma de pensar ensombrece el hecho de que estas mujeres se dedican a los demás por elección, que su cuidado de los demás es el resultado de una decisión libre, no el efecto de un destino biológico. Los muchos que no están dispuestos a servir miran su trabajo con suficiencia. Pero quienes piensan que las mujeres que se dedican a los demás lo hacen «porque eso es lo que corresponde a las madres y a las mujeres de verdad» niegan su plena humanidad y, por lo tanto, son incapaces de entender la generosidad de sus actos. Hay un gran número de mujeres que no tienen ningún interés en el trabajo del cuidado de los demás, y que incluso lo miran con cierto desprecio.
El espíritu de sacrificio es una dimensión necesaria de la práctica del amor y la vida en comunidad. No siempre se puede tener lo que se quiere. Haciendo algunas renuncias se contribuye al bienestar colectivo. La voluntad de hacer sacrificios refleja la conciencia de nuestra interdependencia con los demás. Como ya observó Martin Luther King en un escrito sobre la necesidad de salvar la brecha entre ricos y pobres: «Todos los hombres [y mujeres] están inmersos en una red indestructible de relaciones mutuas, atados a un mismo destino. Cualquier cosa que afecte a una persona de manera directa afecta indirectamente a todos». Esta brecha se puede salvar compartiendo los recursos. Todos los días, individuos que no son ricos, pero sí materialmente privilegiados, toman la decisión de compartir con otros lo que tienen. Algunos lo hacen destinando regularmente una parte de sus ingresos para este fin, otros mediante una práctica diaria de amabilidad y solicitud, dando lo que pueden a las personas necesitadas con las que se encuentran. La generosidad fortalece la comunidad.
Una comunidad en la que circula el amor también crea una mayor apertura al mundo exterior y permite acercarse a los extraños sin temor y extender su disponibilidad a ellos. Incluso hablando con un extraño, reconociendo su presencia en el planeta, creamos una conexión. En nuestro día a día, todos tenemos la oportunidad de poner en práctica las lecciones aprendidas dentro de la comunidad. Una actitud amable y cortés nos pone en relación con los demás. En The Different Drum, Scott Peck nos recuerda que el objetivo de una auténtica comunidad es «la búsqueda de formas de vivir con uno mismo y con los demás en el amor y la paz». Por regla general, los movimientos que luchan por el cambio social exigen la adhesión a alguna organización y la participación en encuentros y reuniones; en cambio, la creación de una comunidad es algo muy sencillo que puede hacerse en cualquier lugar. Puedes empezar con una sonrisa, un cálido saludo, algunas palabras; haciendo un gesto amable o mostrando aprecio por la amabilidad de los demás. También puedes esforzarte cada día para que tu familia esté más unida. Mi hermano se alegró cuando le sugerí que se mudara a la ciudad donde vivía para que nos viéramos más a menudo. Le dio un mayor sentido de pertenencia. En cuanto a mí, ver que estaba dispuesto a mudarse a donde yo residía me hizo sentirme querida. Si un amigo me cuenta que se ha alejado de un familiar, siempre le animo a que busque una solución, que intente volver a conectar. Recuerdo que una de mis hermanas, que es lesbiana, pensó en romper con la familia por la homofobia que mostraban algunos de sus miembros. Yo la apoyé y compartí su ira y decepción, pero la animé a encontrar una manera de mantener la relación. A medida que pasaba el tiempo, mi hermana se dio cuenta de que se producían muchos cambios importantes; vio como el miedo daba paso a la comprensión, lo que no habría ocurrido si hubiera aceptado la ruptura como la única respuesta al dolor del rechazo.
Cuando podemos curar las heridas que desgarran el tejido familiar, la comunidad se fortalece. Y nosotros, mientras tanto, practicamos el amor. De esta forma, ponemos los cimientos para construir una comunidad capaz de acoger también a los extraños. El amor que practicamos en comunidad nos acompaña dondequiera que vayamos. Guiados por esta percepción, somos capaces de transformar cada lugar en un espacio de retorno al amor.