Saltar al contenido

Capítulo 7 – Parte 1

Todo sobre el Amor

Audio

Capítulo 7 – Parte 1

Capítulo 7 - Parte 1

Transcripción

Avaricia: nada más que amor

La desaparición de la codicia y el odio es la base de nuestra liberación. La liberación es «la libertad segura del corazón», una comprensión tan auténtica de la verdad que una vez que la hemos hecho nuestra es imposible darle la espalda.

SHARON SALZBERG

 

Aunque vivimos codo con codo con nuestros vecinos, en nuestra sociedad mucha gente se siente aislada, sola, lejos de los demás. El aislamiento y la soledad son algunas de las principales causas de la depresión y la desesperación, y son el resultado de una cultura en la que las cosas importan más que las personas. El materialismo crea un mundo de narcisistas que anteponen la posesión y el consumo a cualquier aspecto de la vida. En una cultura dominada por el narcisismo, el amor no puede prosperar. El individualismo imperante es una respuesta directa a la incapacidad de Estados Unidos para hacer realidad la idea de democracia expresada en la Constitución y la Declaración de derechos. Abandonados a nosotros mismos en un mundo donde impera el egoísmo, no hacemos más que consumir y consumir sin preocuparnos por los demás. Cuando se impone una ética basada en el dominio, la codicia y la explotación se convierten en la norma y traen consigo falta de amor y alejamiento de los demás. El profundo desierto espiritual y emocional de nuestras vidas es un terreno fértil para la codicia material y el consumismo desenfrenado. En un mundo sin amor, el deseo de relacionarse con los demás puede ser reemplazado por el ansia de posesión. Las necesidades emocionales son difíciles de satisfacer, y a veces hasta imposibles, a diferencia de los deseos materiales, que se cumplen más fácilmente. Estados Unidos ha caído en la trampa del narcisismo patológico a raíz de las guerras, que han traído beneficios económicos, pero han socavado los ideales de libertad y justicia que son fundamentales para la supervivencia de la democracia.

Vivimos en un mundo donde un adolescente sin recursos está dispuesto a mutilar y matar por unas deportivas o una chaqueta de diseño, pero eso no es consecuencia de la pobreza. En otros momentos de la historia estadounidense, incluso en situaciones de extrema pobreza, habría sido impensable que un pobre matara para apropiarse de un artículo de lujo. El robo y la agresión para apropiarse de bienes básicos —dinero, comida o simplemente un abrigo para protegerse del frío— eran bastante comunes, pero no existía un sistema de valores por el cual la vida fuera menos importante que el deseo material de un objeto no esencial.

A mediados de la década de 1950, muchos ciudadanos de nuestro país, ricos y pobres, pensaban que Estados Unidos era el mejor lugar del mundo para vivir porque era una democracia, una nación donde los derechos humanos importaban. Esta idea de Estados Unidos era reconfortante para los ciudadanos y sirvió como catalizador de muchas batallas por la libertad. En «Chicken Little, Cassandra, and the Real Wolf: So Many Ways of Think About the Future», Donella Meadows habla de la importancia de la utopía: «Un ideal expresa un futuro intensamente deseado y lo describe de una forma tan clara y atractiva que impulsa a reunir energía, consenso, simpatía, voluntad política, creatividad, recursos, todo lo que pueda ayudar a hacerlo realidad». La participación activa de Estados Unidos en las guerras mundiales ha puesto en cuestión su compromiso con la democracia, tanto dentro del país como en el extranjero.

El ideal democrático se debilitó con la guerra de Vietnam. Antes de la guerra, las batallas por los derechos civiles, el movimiento feminista y la liberación sexual habían suscitado una visión de la justicia y el amor llena de esperanza. Sin embargo, hacia finales de la década de 1970, tras el fracaso de los movimientos de justicia social que pretendían crear un mundo pacífico en el que se pudieran compartir los recursos y en el que todos pudiéramos vivir una vida digna, el pueblo estadounidense dejó de hablar de amor. La guerra, que causó una enorme pérdida de vidas en el país y en el mundo, había creado abundancia económica, pero por el camino dejó devastación y muerte. A los estadounidenses se les pidió que sacrificaran su ideal de amor, libertad y justicia, y que pusieran en su lugar el culto al materialismo y al dinero, lo cual favorece las exigencias de la guerra imperialista y trae aparejada la injusticia social. Cuando los líderes que habían dirigido las luchas por la paz, la justicia y el amor fueron asesinados, el país entero cayó presa de la desesperación.

Pese a que el boom económico creó empleos para hombres y mujeres de grupos desfavorecidos, estábamos todos muy afectados desde el punto de vista psicológico. En lugar de buscar la justicia en la vida pública, nos retiramos a la vida privada, buscando alivio y evasión. Al principio, muchas personas se encerraron en la familia y en sus relaciones privadas para recuperar la sensación de conexión y estabilidad. Cuando se descubrió que dentro de las familias la falta de amor era algo generalizado, se extendió el abatimiento entre la población general. Además de no creer ya que podían cambiar el mundo, los estadounidenses empezaron a perder la confianza en su capacidad para introducir cambios positivos reales en el tejido emocional de la vida cotidiana. El aumento de los divorcios fue el primer signo de que el matrimonio no era un refugio seguro. Y la creciente conciencia pública sobre la extensión de la violencia doméstica y los abusos infantiles de todo tipo reveló que la familia patriarcal no podía constituir un refugio.

Al hallarse ante un universo emocional aparentemente inmanejable, algunos asumieron una nueva ética protestante del trabajo, convencidos de que el éxito podía medirse por el dinero que uno es capaz de ganar y los bienes que podía comprar. Una vida plena no dependía ya de los lazos y relaciones personales, sino de la acumulación y satisfacción de deseos hedonistas y materialistas. En consonancia con este cambio de valores en una sociedad que dejó de centrarse en las personas para mirar únicamente a lo material, los individuos ricos y famosos, especialmente las estrellas de cine y los cantantes, comenzaron a ser considerados los únicos iconos culturales significativos. La era de los líderes políticos capaces de luchar por un gran ideal había pasado. De repente, la dimensión ética de la vida laboral dejó de ser importante; el objetivo era ganar dinero por cualquier medio. La corrupción desenfrenada comprometió definitivamente la posibilidad del resurgimiento de una ética del amor capaz de restaurar la esperanza.

Entre los privilegiados, el culto al dinero se expresaba a finales de los setenta en la aquiescencia a la corrupción y la ostentación del lujo material. Para muchas personas, la nación entera empezó a aceptar la corrupción como un nuevo orden cuando, en un escándalo sin precedentes, se hizo pública la deshonestidad y la amoralidad que reinaban en la Casa Blanca. Esta falta de ética fue justificada por representantes gubernamentales afirmando que si se apoyaba a las grandes empresas y se promovía el avance del imperialismo era en pro de la seguridad nacional y el dominio del mundo. Todo esto coincidió con el declive de las religiones institucionalizadas, que anteriormente habían actuado como guías morales para el país. La iglesia y la sinagoga se convirtieron en centros de racionalización y apoyo a la ética materialista.

      Página Web

      Evoluciona con tu presencia. Conecta con tu gente.

      Conoce más

      Presencia en línea

      Todos los derechos reservados.

      Producción web por iSocial50