Todo sobre el Amor
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Capítulo 5 – Parte 2
Capítulo 5 - Parte 2
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Espiritualidad: el amor divino
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Las ideas expresadas por Fromm, Martin Luther King y Merton son muy diferentes de las defendidas por pensadores contemporáneos. En sus obras, el énfasis está siempre en el amor como una fuerza activa que debe permitirnos establecer una comunión más profunda con el mundo. En sus palabras, el amor no es simplemente un medio para lograr una mayor satisfacción individual, sino que es ensalzado como una herramienta primaria para acabar con la dominación y la opresión. En el pensamiento actual, es raro encontrar esta politización del amor tan importante.
Disfruto leyendo las obras más difundidas de la New Age sobre el amor, pero a menudo me asalta la idea de que una retórica espiritual que concede tanta importancia a la mejora individual y tan poca al ejercicio del amor dentro de una comunidad, solo puede fomentar un peligroso narcisismo. Empaquetada como un bien de consumo, la espiritualidad termina no siendo muy diferente de un programa de ejercicios. Es un producto que puede hacer que los consumidores se sientan mejor, que aprecien más la vida, pero que pierde la capacidad de ayudarnos a comunicarnos con nosotros mismos y con los demás. En The Active Life: Wisdom for Work, Creativity and Caring, Parker Palmer escribe:
Vivir la vida con plenitud significa actuar […], y por acción me refiero a las diversas formas en que podemos participar en la creación de la realidad junto con otros seres y asistidos por el Espíritu. […] La acción es, como los sacramentos, la forma visible de un espíritu invisible, la manifestación externa de un poder interior. Pero cuando actuamos, además de expresar lo que está dentro de nosotros y ayudar a dar forma al mundo, acogemos lo que está fuera de nosotros y modificamos nuestro ser interior.
La elección de una vida espiritual exige algo más que la lectura de un buen libro o el retiro a un lugar donde el espíritu se restaure; requiere una práctica consciente, la voluntad de armonizar la forma de pensar con la forma de actuar.
La vida espiritual es primordialmente el compromiso con una forma de pensar y de comportarse que tenga en cuenta los principios de interdependencia e interconexión entre los seres.
Cuando hablo de espiritualidad me refiero a algo que todos reconocemos en lo más profundo de nuestro ser, a la existencia en la vida de cada uno de un lugar de misterio en el que las fuerzas que van más allá del deseo y la voluntad humana cambiarán las circunstancias y guiarán al individuo, indicándole la dirección que debe seguir. Cuando hablo de «espíritu divino» me refiero a este conjunto de fuerzas. Al elegir llevar una vida marcada por la espiritualidad, reconocemos y celebramos la presencia de espíritus trascendentes. Algunos llaman a esta presencia alma; otros lo denominan Dios, el Amado, conciencia o poder superior. Otros afirman que no se puede nombrar; para ellos es simplemente el espíritu que circula dentro y a través de nosotros.
El compromiso con una vida espiritual implica adherirse al principio de que el amor lo es todo, que es nuestro verdadero destino. A pesar de la enorme presión que nos empuja a conformarnos con los valores de una civilización que carece de ellos, seguimos intentando buscar y conocer el amor. Esta búsqueda es en sí misma una manifestación del espíritu divino. La cultura contemporánea está impregnada de un peligroso nihilismo, que atraviesa las fronteras de raza, clase, género y nacionalidad. A todos nos afecta tarde o temprano. Todas las personas que conozco tienen momentos de depresión o incluso de desesperación por el estado en que se encuentra el mundo. Hay muchas razones que pueden llevar a la desesperanza: la presencia continua de la violencia a nivel mundial, que se expresa en la persistencia de las guerras, el hambre y la muerte por inanición; la realidad cotidiana de la violencia; la presencia de enfermedades mortales que provocan la muerte inesperada de amigos, compañeros y personas queridas. La experiencia del amor o la esperanza de llegar a conocerlo es el ancla que nos amarra a la vida y nos impide ir a la deriva en un mar de desesperación. En Camino con corazón, Jack Kornfield afirma que «en el fondo de todas nuestras actividades hay una corriente de amor, un deseo de amor».
La espiritualidad y la vida espiritual nos dan la fuerza para amar. En la vida cotidiana no suele suceder que un individuo decida tener en cuenta las dimensiones espirituales de la existencia si no ha tenido antes contacto con el pensamiento o la práctica religiosa tradicional. Los maestros espirituales son guías importantes, que pueden convertirse en los catalizadores de nuestro despertar espiritual. Otra fuente de crecimiento espiritual es la comunión y la amistad con almas similares a la nuestra. Los maestros espirituales hacen brillar su luz para que otros vean, no solo para servir de ejemplo, sino para recordarse continuamente a sí mismos que la expresión más gloriosa de la espiritualidad es su traducción en actos, en hábitos de vida. Como bien apunta Jack Kornfield:
Cualquier otra enseñanza espiritual será inútil si no somos capaces de amar. Hasta los estados de exaltación más elevados y los logros espirituales más excepcionales carecen de importancia si no somos felices de las maneras más elementales y sencillas, si no somos capaces de tocar el corazón de otra persona, si no sentimos con el corazón la vida que se nos ha dado. Lo que importa es cómo vivimos.
Para muchos de nosotros, la iglesia es el lugar donde oímos por primera vez un nuevo mensaje sobre el amor, uno distinto a los confusos mensajes que se reciben en el seno de una familia disfuncional. Las dimensiones místicas de la fe cristiana (la convicción de que todos somos un solo ser, que el amor está en todas partes), que conocí en la niñez cuando asistía a los oficios religiosos, representaban para mí una posibilidad de redención. En la iglesia aprendí que Dios es amor, pero también que en el corazón y la mente del espíritu divino los niños son especiales. Para mí, que soñaba con ser escritora, que valoraba la vida de la mente por encima de todo, era sumamente importante la Primera Epístola a los Corintios, de la cual me aprendí algunos pasajes de memoria, especialmente el «Himno al amor». Desde entonces he reflexionado a menudo sobre el pasaje que proclama:
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
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A lo largo de mi etapa en la universidad, mientras trabajaba para terminar mi doctorado y me esforzaba por mantener mi compromiso con la vida espiritual en un mundo que no aprecia la espiritualidad, pensaba a menudo en esas enseñanzas de la Biblia sobre la primacía del amor. Su sabiduría evitó que mi corazón se endureciera. La oportunidad que me brindaron fue esencial para mi supervivencia durante aquellos años. Cuando el entorno en el que vives y que mejor conoces no le concede ningún valor al amor, la vida espiritual es un oasis donde puedes encontrar consuelo y reponer fuerzas.
La adquisición de conocimientos sobre la espiritualidad no equivale en modo alguno a un compromiso con la vida espiritual. Como dice Jack Kornfield:
Cuando tomamos la senda de la vida espiritual, hay que asegurarse de algo muy básico: que el camino que sigamos esté conectado con nuestro corazón. Cuando emprendemos un auténtico viaje del espíritu tenemos que estar mucho más cerca de casa, centrarnos en lo que está justo aquí delante de nosotros, para asegurarnos de que el camino que tomamos esté conectado con nuestro amor más profundo.
Cuando empezamos a experimentar lo sagrado en la vida cotidiana, esta aporta una calidad completamente nueva de concentración y compromiso a las tareas de cada día.
Reconocemos el espíritu divino en todas partes. Esto ocurre sobre todo en momentos de dificultad. Muchas personas, de hecho, recuperan la espiritualidad solamente cuando se encuentran en dificultades, con la esperanza de que el dolor desaparezca como por ensalmo. Normalmente descubrimos que el momento de sufrimiento, el momento en el que nos sentimos quebrados en nuestro espíritu, si se acepta y se comprende, es también un momento de paz y posibilidad. No es que el sufrimiento termine como por arte de magia, simplemente aprendemos a reciclarlo en una sabia alquimia. Acaba convirtiéndose en ese abundante residuo que usamos para hacer posible un nuevo crecimiento. Por eso la Biblia nos invita a «tener por sumo gozo las pruebas más duras». La capacidad de aceptar el sufrimiento es uno de los dones que pertenecen a aquellos que eligen una vida espiritual.
La práctica espiritual, para ser significativa, no tiene que estar necesariamente vinculada a una de las religiones establecidas. Algunos encuentran una íntima conexión espiritual en una existencia en comunión con el mundo natural y el compromiso ecológico. Uno puede expresar su espiritualidad a través de la meditación y la oración, asistiendo a la iglesia, la sinagoga o la mezquita, o creando un lugar de recogimiento en su propia casa. Para algunas personas, los servicios comunitarios son una práctica espiritual que expresa su amor a los demás. Cuando decidimos permanecer en contacto con las fuerzas divinas que impregnan el mundo que nos rodea y nuestro mundo interior, es que hemos elegido llevar una vida espiritual.
A menudo estudio las palabras de los maestros espirituales, que luego me sirven de guía para la reflexión y la acción. Hasta en la cultura alternativa se puede observar un despertar espiritual: hay cada vez más libros, revistas y grupos de adeptos que se reúnen para celebrar sus ritos particulares y entrar en comunión con lo divino. El contacto con otras personas que buscan la verdad es una fuente de inspiración muy importante. Como las raíces de mi espiritualidad están en la tradición cristiana, la iglesia tradicional sigue siendo el lugar donde voy a rezar y a tener contacto con otros creyentes; pero también practico desde hace algún tiempo la meditación budista. Cada cual debe elegir la forma de expresar la espiritualidad que le sea más grata. Por eso los pensadores progresistas nos invitan a ser tolerantes, a recordar que, por muy diferentes que sean nuestras elecciones, todos formamos parte de una única comunidad unida por el amor.
El despertar espiritual que se está abriendo paso lentamente solo puede convertirse en la norma si todos logramos romper los tabúes de la cultura dominante, que niegan el deseo generalizado de espiritualidad. Durante mucho tiempo, buena parte de mis amigos y compañeros de trabajo no supieron que me dedicaba a la práctica espiritual. Entre los pensadores y estudiosos progresistas era mucho más vanguardista, más interesante y más aceptable expresar ideas ateas que declarar una apasionada devoción al espíritu divino. Además, al hablar de mis creencias espirituales, nunca quise causar la impresión de que quería convertir a alguien o tratar de imponer mis ideas.
Empecé a hablar más abiertamente sobre el lugar que ocupaba la espiritualidad en mi vida cuando me di cuenta de la desesperación de mis alumnos, su sensación de impotencia, su miedo a que la vida no tenga sentido, su profunda soledad como personas sin amor. Cuando varios estudiantes jóvenes, guapos y brillantes vinieron a mi despacho para relevarme su desánimo, pensé que era irresponsable por mi parte limitarme a escucharlos y a compadecerlos sin tener el coraje de contarles cómo había afrontado yo misma momentos similares. Pero para ello tenía que estar dispuesta a hablar abiertamente sobre mi vida espiritual. Y para hablar de mis elecciones tenía que encontrar una forma de hacerlo que no implicara que esas elecciones eran también las elecciones correctas para los demás.
Mi vida se sustenta sobre la convicción de que Dios es amor, que el amor lo es todo, que es nuestro verdadero destino. Afirmo estas creencias por medio de la meditación y la oración diaria, de la contemplación y la ayuda a los demás, de la participación en el culto y la disposición afectuosa hacia los que están cerca de mí. En la introducción a Lovingkindness, Sharon Salzberg explica que Buda, cuando habla de la práctica espiritual, la define como «la liberación del corazón, que es el amor». Salzberg nos invita a recordar que la práctica espiritual ayuda a superar la sensación de aislamiento, que «revela el corazón radiante y alegre que está dentro de cada uno de nosotros y manifiesta su esplendor al mundo». Todos necesitamos conocer las necesidades de nuestro espíritu, y este conocimiento es lo que impulsa nuestro despertar espiritual, lo que nos lleva al amor. En el Evangelio según san Juan hay un pasaje que nos recuerda que «quien no ama permanece en la muerte».
Todo despertar al amor es un despertar espiritual.