Todo sobre el Amor
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Capítulo 5 – Parte 1
Capítulo 5 - Parte 1
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Espiritualidad: el amor divino
Como mujer y como amante, me conmueve la vista de mi Amado. Allí donde Él está, quiero estar yo. Lo que Él sufre, quiero sufrirlo yo. Como Él, así quiero ser: crucificada por amor.
TESSA BIELECKI
Vivir la vida en íntimo contacto con el espíritu divino ayuda a ver la luz del amor que está presente en todos los seres vivos, y esa luz es fuerza de vida e instrumento de resurrección. Una cultura muerta al amor solo puede resurgir merced a un despertar espiritual. A primera vista podría parecer que Estados Unidos, que tanto adora a los dioses gemelos del dinero y el poder, ha ido tan lejos en el camino del individualismo que ya no hay espacio para la vida espiritual. Sin embargo, los muchos estadounidenses que profesan su fe en el cristianismo, en las tradiciones judías, islámicas, budistas u otras tradiciones religiosas, evidentemente piensan que la vida espiritual es importante. No parece, pues, que la crisis de la sociedad norteamericana se deba a la falta de interés en la espiritualidad. Ahora bien, este interés se halla constantemente manejado por las poderosas fuerzas del materialismo y el consumismo hedonista.
En la parte final de El arte de amar, un libro escrito a mediados de la década de 1950 pero que sigue siendo válido hoy en día, el psicoanalista Erich Fromm llama la atención sobre el hecho de que «el capitalismo es incompatible con el principio del amor». Y afirma: «Nuestra sociedad está dirigida por una burocracia administrativa, por políticos profesionales; los individuos están aleccionados por sugestiones colectivas que les incitan a producir y consumir más, como objetivos en sí mismos». En nuestra sociedad, el imperativo del consumo desvía la atención de las exigencias espirituales. Estamos bombardeados continuamente por mensajes que aseguran que todas nuestras necesidades pueden ser satisfechas con un bien material. La artista Barbara Kruger proclama en una de sus obras «compro, luego existo», a fin de demostrar cómo el consumismo se ha convertido en la conciencia de las masas, induciendo a la gente a pensar que son lo que poseen. Sin embargo, a medida que el ansia de posesión se intensifica, la sensación de vacío espiritual va en aumento. Y como nos sentimos espiritualmente vacíos, tratamos de compensarlo con el consumismo. Puede que no tengamos suficiente amor, pero siempre podemos comprar.
La sed espiritual de los estadounidenses surge de su aguda conciencia del vacío emocional de sus vidas; es una reacción a la falta de amor. El hábito de ir a la iglesia o la sinagoga no satisface una necesidad que surge de lo más profundo de nuestra alma. La religión organizada no ha podido satisfacer la sed de espiritualidad porque se ha adaptado a las necesidades mundanas, interpretando la vida espiritual según los valores de una cultura consumista, centrada en la producción. Esto se aplica tanto a la Iglesia cristiana tradicional como a la espiritualidad New Age. No es accidental que las enseñanzas de tantos maestros espirituales New Age estén inspiradas en una metafísica de la vida diaria que exalta las virtudes de la riqueza, el privilegio y el poder. Tomemos, por ejemplo, la afirmación New Age según la cual los pobres han elegido ser pobres y sufrir. Esta forma de ver las cosas nos libera a todos los privilegiados del peso de la responsabilidad, y, en lugar de incitarnos al amor y de instarnos a buscar una mayor coincidencia de intereses, demanda que invirtamos en la lógica del distanciamiento y la indiferencia.
Se ignora la interdependencia sustancial de nuestras vidas, y por eso se pueden exaltar a la vez la conquista de la espiritualidad individual y el desapego de los demás. El fundamentalismo religioso se presenta a menudo como una auténtica práctica espiritual y es objeto de atención preferente en los medios de comunicación, mientras que la práctica y el pensamiento religiosos alternativos pasan casi desapercibidos. Por lo general, los fundamentalistas, ya sean cristianos, musulmanes o adeptos a otras creencias, manipulan e interpretan el pensamiento religioso de manera que se ajuste a un statu quo conservador, que se proponen legitimar. Los pensadores fundamentalistas utilizan la religión para justificar su apoyo al imperialismo, al militarismo, al sexismo, al racismo, a la homofobia. Niegan incluso el mensaje unificador del amor que constituye el núcleo de todas las grandes tradiciones religiosas.
No es sorprendente, por tanto, que muchas personas que afirman creer en las enseñanzas de la religión no adopten comportamientos que reflejen esas creencias. La Iglesia cristiana, por ejemplo, sigue siendo una de las instituciones de nuestra sociedad que más practica la segregación racial. En su carta a los cristianos estadounidenses, en la cual adopta el papel del apóstol san Pablo, Martin Luther King amonesta a los fieles que apoyan la segregación:
Americanos, debo insistir en que os libréis de cualquier forma de segregación. La segregación es una flagrante negación de la unidad que tenemos en Cristo. Sustituye la relación «yo-tú» por una relación entre «yo y el objeto», y reduce a los individuos a la categoría de cosas. Hiere el alma y degrada la personalidad. […] Destruye la comunidad y hace imposible la fraternidad.
Este es solo un ejemplo de cómo las religiones organizadas corrompen y violan los principios de vida y de conducta dictados por la fe. Cuán diferente sería nuestra vida si todos los que dicen ser cristianos o creyentes de alguna religión constituyeran un modelo de amor para los demás.
El clamoroso mal uso de la espiritualidad y la fe religiosa podría hacernos desesperar de que una vida espiritual es posible, si no fuera porque al mismo tiempo somos testigos de un genuino interés en el despertar espiritual expresado por diversas corrientes alternativas. Pienso en los budistas que en Estados Unidos demuestran su solidaridad luchando por la liberación del Tíbet, o en las numerosas organizaciones de inspiración cristiana de todo el mundo que ofrecen ayuda, comida y refugio a los necesitados. Estos son ejemplos concretos de amor que nos hacen albergar esperanza. La teología de la liberación, por ejemplo, ofrece a los explotados y oprimidos de todo el mundo una perspectiva de libertad espiritual, que está estrechamente ligada a la lucha contra todas las formas de opresión.
Poco más de diez años después de la publicación de El arte de amar de Eric Fromm, apareció una selección de sermones de Martin Luther King bajo el título de La fuerza de amar, en los cuales se exaltaba el amor como una fuerza espiritual que unifica y liga la vida. Como el libro de Fromm, estos escritos abogaban por el renacimiento de la vida espiritual, criticando el capitalismo, el materialismo y la violencia utilizada para imponer la explotación y privar a otros seres humanos de su dignidad. En un discurso antibelicista pronunciado en 1967, King declaró:
Cuando hablo de amor no estoy hablando de una reacción débil y sentimental. Hablo de esa fuerza que todas las grandes religiones consideran el principio unificador supremo de la vida. El amor es la llave que abre la puerta que conduce a la realidad última. Esta creencia hindú-musulmana-cristiana-judía-budista en una realidad última está magníficamente condensada en la Primera Epístola de san Juan: «Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y el que ama nace de Dios y conoce a Dios».
A lo largo de su vida, Martin Luther King fue siempre un profeta del amor. A finales de la década de 1970, cuando hablar de espiritualidad ya no estaba de moda, volví a menudo a sus escritos y a los de Thomas Merton. Para ambos, el amor era el instrumento para la realización espiritual.
En «Amor y necesidad», Merton enaltece el poder del amor:
Amar significa vivir más intensamente; el amor es la totalidad, la plenitud, la totalidad de la vida. […] La curva de la vida se eleva hacia arriba, alcanza un pico de intensidad, una cima de valor y significado en la que todas las posibilidades creativas latentes entran en acción y la persona se trasciende a sí misma en el encuentro, la respuesta y la comunión con el otro. Para eso hemos venido al mundo, para experimentar esta comunión y trascendernos a nosotros mismos. Nuestra humanidad no está completa hasta que nos entregamos al otro en el amor.