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Capítulo 4 – Parte 3

Todo sobre el Amor

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Capítulo 4 – Parte 3

Capítulo 4 - Parte 3

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Compromiso: para amar es preciso amarse a uno mismo

Dado el tiempo que pasamos en el trabajo, es natural que, si lo odiamos, la autoestima y la confianza en uno mismo se vean afectadas, lo cual sucede muy a menudo porque la mayoría de los trabajadores no pueden hacer el trabajo que les gustaría. Pero todos podemos darle más sentido a nuestra existencia si aprendemos a obtener satisfacción del trabajo, sea cual sea. ¿De qué manera? Por ejemplo, poniendo todo el tesón que podamos en ello. Cuando estaba enseñando en un lugar que odiaba (era el tipo de trabajo donde solo esperas ponerte enfermo y tener una excusa para quedarte en casa), la única manera de consolarme un poco era dar lo mejor de mí misma. Esta estrategia me permitió darle sentido a mi vida. Hacer bien un trabajo, aunque no nos guste, significa dejarlo con una sensación de bienestar, con nuestra autoestima intacta, y esta autoestima nos ayuda cuando buscamos un trabajo más satisfactorio.

Toda mi vida he intentado no solo hacer un trabajo que me gustaba, sino además trabajar con gente que respetaba, que me gustaba, que me era querida. La primera vez que expresé el deseo de trabajar en un ambiente que también me proporcionara afecto, mis amigos pensaron que había perdido la cabeza. Para ellos no había relación entre el amor y el trabajo. Pero yo estaba convencida de que trabajaría mejor en un ambiente marcado por una ética de amor. Ahora que la idea budista de la «recta vida» se entiende mejor, hay más personas que han asumido la convicción de que el trabajo capaz de aumentar el bienestar espiritual también fortalece la capacidad de amar. Y cuando trabajamos con amor, creamos un ambiente de trabajo en el que circula el afecto. Cuando entro en un despacho, enseguida siento si hay una atmósfera de satisfacción e interés en el trabajo. Marsha Sinetar aborda este tema en el libro Haz lo que amas, el dinero te seguirá, donde invita a los lectores a tener el valor de elegir el trabajo que más les guste, aprendiendo así a través de la experiencia el significado de la «recta vida».

En el libro de Sinetar hay muchas ideas interesantes sobre la elección de empleo, pero, por desgracia, cuando hacemos el trabajo que nos gusta, no siempre recibimos un sueldo satisfactorio, lo cual puede suponer una fuente de profunda decepción, pero también puede ayudarnos a entender que hacer lo que nos gusta es a veces más importante que ganar mucho dinero. A lo largo de mi vida, he tenido que aceptar empleos nada agradables para disponer de los medios y el tiempo para hacer el trabajo que me gustaba. En cierto momento de mi vida laboral, que en realidad era bastante variada, trabajé de cocinera en un local nocturno. Odiaba el humo y el ruido, pero trabajar de noche me dejaba el resto del día libre para escribir, que era el trabajo que realmente quería hacer. Y, así, cada experiencia aumentaba el valor de la otra. Trabajar por la noche me ayudó a sentir la tranquila serenidad de mi jornada y a disfrutar de la soledad que es tan esencial para escribir.

Siempre que sea posible, es aconsejable buscar un trabajo que nos guste y evitar los que detestemos. Pero a veces solo entendemos lo que debemos evitar haciéndolo. Las personas que logran ser económicamente autosuficientes haciendo el trabajo que prefieren son muy afortunadas. Su experiencia es un faro para todos nosotros, ya que nos muestra hasta qué punto el principio de la «recta vida» puede fortalecer el amor por uno mismo y aportar paz y satisfacción incluso al ámbito no laboral.

Muchas personas creen que si su vida privada es satisfactoria no importa que se sientan deshumanizadas y explotadas en el trabajo. A menudo, un empleo socava la autoestima porque obliga al individuo a demostrar su valor una y otra vez. La gente que está insatisfecha e infeliz en el trabajo lleva a casa esa energía negativa. Está claro que gran parte de la violencia que estalla en el hogar, el maltrato físico o verbal, tiene que ver en parte con la insatisfacción en el trabajo. Apoyando a los amigos y a las personas que amamos en su decisión de dejar un trabajo que amenaza su bienestar, los ayudamos a emprender el camino hacia un mayor amor propio.

Los que no tienen un empleo remunerado, los que realizan tareas domésticas no remuneradas y todos los que están felizmente desempleados suelen hacer lo que desean. No se les recompensa con un salario, pero la vida cotidiana les ofrece a menudo más satisfacción de la que podrían obtener de un trabajo bien pagado en un ambiente estresante e inhumano. Las amas de casa satisfechas —en su mayoría mujeres, pero también los poquísimos hombres que han elegido quedarse en casa— tienen mucho que enseñarnos sobre la alegría de la autodeterminación. Son dueñas de sí mismas, porque establecen las condiciones de su trabajo y la medida de su recompensa. Son libres, más que cualquier otra persona, de desarrollar una forma de «recta vida».

Nadie enseña a los jóvenes que el tipo de trabajo que hacen y la forma en que lo viven es crucial para su autoestima y amor propio. No debería sorprendernos por lo tanto que muchos trabajadores de nuestro país sean hoy en día infelices. El trabajo deprime el espíritu. Lejos de aumentar la autoestima, se experimenta como un obstáculo, como una necesidad negativa. Llevar el amor al ambiente de trabajo puede ayudar a transformarlo, haciendo de él un lugar donde, sin importar cuán humilde sea la actividad, se pueda expresar lo mejor de uno mismo. Trabajar con amor regenera el espíritu, y esta renovación es un acto de amor propio que fomenta el crecimiento. Lo importante no es lo que haces, sino cómo lo haces.

En The Knitting Sutra, Susan Lydon considera que tricotar es una actividad libremente elegida que la hace más consciente del valor de la «recta vida»: «Las cosas que encuentro en el pequeño universo doméstico del tricotado son infinitas; es un mundo más grande y profundo de lo que uno se puede imaginar, un mundo que es ilimitado e inextinguible en su capacidad de inspirar ideas creativas». Este mundo que tradicionalmente consideramos «cosa de mujeres» nos lo presenta Lydon como un lugar para descubrir la devoción mediante el acto de crear felicidad en el plano doméstico. Un hogar feliz es un lugar donde el amor puede florecer.

Un ambiente de dicha y serenidad en el hogar es especialmente beneficioso para aquellos que viven solos y están aprendiendo a quererse a sí mismos. Cuando hacemos un esfuerzo consciente para que nuestro hogar sea acogedor, para que sea un lugar en el que estemos dispuestos a dar y recibir amor, cada objeto que ponemos en él contribuye a nuestro bienestar. Yo, por ejemplo, ideo un tema para cada una de mis casas. El tema de mi piso en la ciudad es «lugar de encuentro y amor». Como soy de un pequeño pueblo de provincias, cuando me instalé en una gran ciudad, comprendí que el espacio donde vivía tenía que ser una especie de refugio para mí. Mi apartamento de dos habitaciones era mucho más pequeño que los lugares en los que estaba acostumbrada a vivir, así que decidí traerme solamente los objetos que me gustaban mucho, las cosas de las que sentía que no podía prescindir. Es increíble la cantidad de objetos con los que te puedes relacionar fácilmente. En cambio, el tema de mi casa en el campo es el desierto. Yo lo llamo «soledad hermosa», una maravillosa soledad. Voy allí para disfrutar de la tranquilidad y el silencio, para experimentar lo divino, para regenerarme.

De todos los capítulos del libro, este fue el más difícil de escribir. Al hablar con amigos y conocidos sobre el amor propio, me sorprendió descubrir que a mucha gente le resultaba molesto, como si asociaran la idea con un exceso de narcisismo o egoísmo. Es preciso aclarar los conceptos erróneos sobre el amor propio y dejar de asociarlo con el egocentrismo y el egoísmo.

El amor propio es la base de la capacidad de amar. Si falta, todo intento de amar está condenado al fracaso. Quererse a uno mismo significa ofrecer a la parte más íntima de nuestro ser la oportunidad de recibir el amor incondicional que uno siempre ha querido recibir. Cuando interactuamos con los demás, el amor que damos y recibimos está siempre, inevitablemente, condicionado. No es imposible, pero es raro y muy difícil, extender nuestro amor incondicional a los demás, sobre todo porque no podemos ejercer ningún control sobre su comportamiento o predecir o mantener nuestras reacciones a raya. Pero podemos controlar nuestras acciones. Podemos darnos el amor incondicional que es la premisa de la aceptación duradera y de la autoafirmación. Si nos damos este precioso regalo, podremos dirigirnos a los demás desde una posición de realización, y no de necesidad.

Una de las mejores maneras de aprender a quererse a uno mismo es darse uno el amor que a menudo sueña con recibir de los demás. Hubo un tiempo en que mi cuerpo me repugnaba, me veía como una cuarentona demasiado gorda, demasiado esto o aquello. Sin embargo, fantaseaba con encontrar un amante que me diera el regalo de amarme tal como era. Ahora entiendo lo absurdo que fue soñar con que alguien me ofreciera la aceptación y confirmación que me negaba a mí misma. La máxima «Nunca podrás amar a nadie si eres incapaz de amarte a ti mismo» tenía en mi caso todo el sentido. Y yo añadiría: «No esperes recibir de otros el amor que no puedes darte a ti mismo».

En un mundo ideal, cada uno de nosotros aprendería a amarse desde la infancia y crecería seguro de su propia valía, llevando el amor a todas partes y consiguiendo que resplandeciera nuestra propia luz. Aunque no hayamos aprendido a querernos de niños, todavía es posible la esperanza. No importa lo tenue que sea la llama, la luz del amor está siempre dentro de nosotros y espera que una chispa la encienda, que el corazón se despierte y nos traiga el primer recuerdo de cuando éramos la fuerza vital que, en la oscuridad, esperaba salir a la luz.

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