Todo sobre el Amor
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Capítulo 3 – Parte 2
Capítulo 3 - Parte 2
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Sinceridad: la franqueza en el amor
En The End of Manhood, John Stoltenberg observa como el modelo ideal de masculinidad propuesto a los hombres por una cultura patriarcal exige que los hombres se inventen una falsa identidad e inviertan en ella. Desde la infancia se les enseña que no deben llorar ni ser débiles, que no deben admitir que se sienten solos o tristes, que deben ser fuertes. Por lo tanto, aprenden a enmascarar sus verdaderos sentimientos o, en el peor de los casos, a no tener ningún sentimiento. Por lo general, los hombres reciben todas estas enseñanzas de otros hombres y de madres sexistas. Incluso los chicos que han crecido en un ambiente familiar más progresista y afectuoso, junto a padres que los animan a expresar sus emociones, cuando se encuentran en la calle o en clase, haciendo deporte o frente a la pantalla del televisor, se ven obligados a descubrir un tipo diferente de virilidad y de sentimientos. Y no es raro que, para ser aceptados por otros chicos y otras figuras masculinas que tienen autoridad para ellos, terminen inclinándose hacia una virilidad patriarcal. Como apunta Victor Seidler en Rediscovering Masculinity:
Cuando de niños aprendemos a utilizar el lenguaje, los chicos aprendemos muy rápido a escondernos detrás de las palabras. Aprendemos a dominar el lenguaje para poder controlar el mundo que nos rodea. […] Aunque hemos aprendido a culpar a otros de nuestra insatisfactoria vida sentimental, en el fondo tenemos también la inconfesable convicción de que nuestra identidad como varones ha sido limitada y herida; y nos damos cuenta con dolor de nuestra insensibilidad, de nuestra incapacidad para sentir emociones.
Al mantenerse alejados de los sentimientos, los hombres tienen más facilidad para mentir. De hecho, muchas veces, para afirmar su masculinidad, utilizan sin apenas darse cuenta las estrategias de supervivencia que aprendieron cuando eran niños. La incapacidad para conectar con los demás lleva consigo la incapacidad de asumir la responsabilidad del dolor que ellos mismos han causado. Esta negación es particularmente evidente cuando tratan de justificar la violencia extrema contra los más débiles —generalmente una mujer — alegando que ellos son las verdaderas víctimas.
Independientemente de la farsa que se hayan montado, en su interior muchos hombres se consideran víctimas de la falta de amor. En la infancia creían, como todos nosotros, que les esperaba una vida llena de amor, y aunque de niños tuvieron que aprender a comportarse como si este sentimiento no importara, en su corazón albergan un profundo deseo de amor. Y ese deseo no se desvanece automáticamente cuando se hacen mayores. La mentira se convierte entonces en una forma de desahogo, una forma de expresar la propia ira ante una promesa de amor incumplida. Para respetar las reglas de la cultura patriarcal, los hombres deben renunciar al deseo de amar.
La masculinidad patriarcal requiere que los varones, ya sean niños u hombres, no solo se consideren más fuertes que las mujeres y superiores a ellas, sino que hagan todo lo posible por mantener su posición de dominio. Esta es una de las muchas razones por las que los hombres emplean más mentiras que las mujeres para obtener poder en las relaciones. En las culturas patriarcales, se suele dar por sentado que el amor puede existir incluso cuando un grupo o individuo tiene supremacía sobre los que le rodean. Muchos creen que los hombres pueden dominar a las mujeres y los niños sin dejar de amarlos. El psicoanalista Carl Gustav Jung resaltó, con profunda perspicacia, que «donde reina el amor, no existe voluntad de poder». Si le preguntas a un grupo de mujeres, cualquiera que sea su raza o clase social, qué tipo de relaciones mantienen con los hombres, escucharás con frecuencia historias de abuso de poder y mentiras (y no olvidemos que guardarse información es también una mentira), que se utilizan para subordinarlas y controlarlas.
No es casualidad que, en nuestra sociedad, una mayor tolerancia a la mentira haya coincidido con el logro de una mayor igualdad social por parte de las mujeres. En los primeros días del movimiento feminista, las mujeres afirmaban que los hombres tenían el poder porque normalmente eran los únicos que llevaban el dinero a casa. Ahora que la capacidad de conseguir ingresos de las mujeres ha aumentado de forma considerable (aunque todavía no sea igual a la del hombre) y que la mujer es económicamente más independiente, el hombre debe adoptar estrategias más sutiles de colonización y desautorización si quiere mantener el dominio. Hasta la profesional más acaudalada puede venirse abajo si se entera de que su compañero le dice muchas mentiras. Si ella confía en él, es probable que las mentiras y otras formas de traición socaven su autoestima y confianza en sí misma.
Quienes aceptan la idea de la dominación masculina (es decir, muchos hombres, si no la inmensa mayoría) deben mantener su poder sobre las mujeres a toda costa. Hoy en día se habla mucho de la violencia doméstica y prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que los hombres no tienen que pegar a las mujeres para someterlas, pero la mayoría de los hombres recurren al terrorismo psicológico, que es una forma de coacción socialmente aceptable. Y la mentira es una de las armas más poderosas de su arsenal. Cuando los hombres mienten a las mujeres, ofreciendo una falsa imagen de sí mismos, el terrible precio que pagan por mantener el poder es la pérdida de su capacidad de dar y recibir amor. Porque la intimidad solo puede surgir de la confianza, y cuando los hombres mienten a las mujeres y erosionan esa confianza, no puede haber una relación auténtica. Los hombres que imponen su poder a los demás pueden tener, y tienen, la experiencia del afecto y el cuidado, pero levantan una barrera entre ellos mismos y la experiencia del amor.
Todos los pensadores utópicos masculinos que rechazan el dominio de su sexo afirman que los hombres solo pueden volver al amor repudiando la voluntad de poder. En The End of Manhood, Stoltenberg subraya que los hombres pueden honrar su identidad amando la justicia. Y añade: «La justicia es quizás el vínculo más importante que puede existir entre dos individuos». El amor por la justicia para uno mismo y para los demás permite a los hombres romper el poder absoluto de la masculinidad patriarcal. Tal como observa Stoltenberg en el capítulo titulado «Cómo tener mejores relaciones con las mujeres»:
En la relación entre un hombre y una mujer no puede haber justicia si el hombre pone su virilidad en primer lugar. Cuando un hombre ha decidido amar la hombría más que la justicia, las consecuencias en todas sus relaciones con las mujeres son perfectamente predecibles. […] Aprender a vivir de acuerdo con la conciencia significa decidir que la lealtad a las personas que uno quiere es siempre más importante que el juicio expresado por otros hombres hacia nuestra virilidad.