Todo sobre el Amor
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Capítulo 13 – Parte 2
Capítulo 13 - Parte 2
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Destino: cuando los ángeles hablan de amor
Debería tranquilizarnos que la bendición del ángel llega a Jacob en forma de herida. Las heridas no deben ser una fuente de vergüenza, ya que son necesarias para el crecimiento y el despertar espiritual. Recuerdo que cuando era niña leí muchas veces esta historia en mi gran Biblia para niños, y siempre me pareció extraño que ser herido pudiera ser una bendición. Para mi mente infantil, las lesiones siempre fueron algo negativo. La incapacidad de protegernos de las heridas infligidas era motivo de vergüenza. Como dicen en Coming Out of Shame Gershen Kaufman y Lev Raphael:
La vergüenza es la emoción más perturbadora que podemos experimentar en nuestra persona, porque en el momento de la vergüenza nos sentimos profundamente escindidos de nosotros mismos. La vergüenza es como una herida infligida por una mano invisible, es un signo de derrota, fracaso o rechazo. En el momento preciso en que nos sentimos más divididos, anhelamos sentirnos reunidos de nuevo con nosotros mismos.
La vergüenza nos separa tanto de nosotros mismos como de los demás y por eso es profundamente inquietante, porque niega nuestra aspiración a la integridad y la unidad. A menudo, avergonzarse de las heridas inhibe cualquier intento de curación. Muchas personas se lastiman a sí mismas, negando o eliminando la realidad de la ofensa que han sufrido. En nuestra cultura oímos hablar mucho sobre la culpa, pero no lo suficiente sobre la política de la vergüenza; sin embargo, hasta que no nos libremos de la vergüenza, no podremos considerarnos dignos de amor.
La vergüenza por las ofensas sufridas tiene a menudo su origen en la infancia. Y es justamente en la niñez cuando muchas personas aprenden por primera vez que guardar silencio sobre su dolor es una virtud. Como observa Alice Miller en El saber proscrito: «No tomar en serio los propios sufrimientos, trivializarlos o incluso reírse de ellos es algo que está bien visto en nuestra cultura. Es más, esa postura se considera una virtud, y muchas personas, entre las cuales me contaba yo antes, están orgullosas de su falta de sensibilidad hacia su propio destino y, sobre todo, hacia su infancia». Como hemos encontrado el valor para superar la vergüenza y hablar de las heridas que se han infectado durante nuestra vida, hoy estamos expuestos a una reacción cultural malévola, que ridiculiza cualquier discurso sobre el dolor, cualquier alusión al sufrimiento que hemos sufrido. Socavar a la persona que quiere hablar de las situaciones que la han herido y que la han convertido en víctima es una forma de humillarla. La humillación rompe el corazón.
Quienes desean recuperar su bienestar e intentan crear condiciones favorables para sí mismos saben que es importante no asumir el papel de víctima, ya sea alardeando de ello o utilizándolo como justificación para culpar a otros de sus propios problemas. Para sanar, uno debe expresar valientemente la vergüenza y el dolor. Tomar nota de las ofensas sufridas y tratar de superarlas ciertamente no significa culpar a otros, sino identificar las propias responsabilidades y las de aquellos que causaron o presenciaron nuestro sufrimiento. La confrontación constructiva nos ayuda a sanar.
La historia de la lucha con el ángel es una historia de curación, precisamente porque demuestra la inocencia de Jacob. Jacob no hizo nada para enfadar al ángel. Él no causó la pelea. No es el responsable. Y tampoco es culpa suya que haya sido herido; sin embargo, se cura en el momento en que puede aceptar su herida como una bendición y asumir la responsabilidad de sus actos.
Tarde o temprano, todos salimos lastimados. En muchos casos, las ofensas sufridas nos impiden conocer el amor. De hecho, todos llevamos con nosotros las heridas de la infancia, a través de la edad adulta, hasta la vejez. La historia de Jacob nos recuerda que, para sanar, uno debe aceptar su propia herida. Él acepta su vulnerabilidad. Kornfield y Feldman afirman que el momento en que nos toca el dolor y los «cambios impredecibles de la vida» es el momento en que podemos encontrar la salvación: «Cuando nos volvemos con el corazón abierto y la mente clara hacia nuestras sombras más negras, dejamos de resistirnos y empezamos a entender y a luchar. Para ello, debemos aprender a sentir profundamente, a abrir no tanto los ojos como los sentidos internos de la mente y el corazón». Cuando lucha con el ángel, Jacob siente una mayor conciencia de sí mismo. No escapar de la lucha le da el valor de perseverar en su viaje de regreso para afrontar los conflictos y resolverlos, en lugar de seguir viviendo apartado y aislado.
Como nación, debemos reunir todo nuestro coraje y admitir que la falta de amor que sufre nuestra sociedad es una herida. Si reconocemos el dolor que esta herida causa cuando atraviesa nuestra carne y en lo profundo de nuestra alma sentimos una inmensa angustia espiritual, la posibilidad de conversión, de cambio radical, está justo frente a nosotros. De este modo, el reconocimiento de la herida se convierte en una bendición, porque somos capaces de ocuparnos de ella, de cuidar nuestra alma, y así luego podemos estar preparados para recibir el amor que se nos ha prometido.
Los ángeles nos muestran cómo tomar el camino del amor y el bienestar. Presentándose en forma humana o como espíritu puro, guían, instruyen y protegen. Alice Miller, cuando habla del poder angélico presente en la vida de todos, lo llama el «testigo iniciado».
Para ella, esta función la desempeña cualquiera que ofrezca esperanza, amor y orientación a un niño que ha sido herido y vive en una situación disfuncional. Generalmente, los que crecieron en una familia conflictiva o en un ambiente sin amor recuerdan a las personas que fueron capaces de darles simpatía, comprensión, y que quizás incluso les mostraron una salida. Hillary Clinton recuerda que su madre tuvo una «infancia muy triste», y que fueron personas que nada tenían ver con su familia las que le proporcionaron la atención y los cuidados que nunca había recibido. Desde la infancia mis ángeles han sido mis autores favoritos, los escritores cuyos libros me han ayudado a comprender la gran complejidad de la vida, cuyas obras han abierto mi corazón a la compasión, la indulgencia y la compresión. En un libro autobiográfico titulado Are You Somebody?, la periodista irlandesa Nyala O’Faolain habla del poder de los libros para salvar vidas y deja claro que «si no hubiera nada más, valdría la pena vivir solo por la lectura».
Durante mi adolescencia, los escritos autobiográficos del poeta alemán Rainer Maria Rilke cambiaron radicalmente mi sentido del yo. En una época en la que me sentía excluida y no aceptada, en la que sentía que no valía nada, sus libros me hicieron ver esa condición de outsider como una posición de creatividad y posibilidad.
En el último capítulo de Bone Black, el libro en el que narro mis recuerdos de la infancia, he hablado de esta experiencia: «Rilke da sentido al desierto espiritual en el que vivo. Su libro es un mundo en el que entro y me encuentro. He leído ya muchas veces las Cartas a un joven poeta. Ahora me estoy ahogando, y ese libro es la balsa que me lleva sana y salva a la orilla». Este librito me lo regalaron en un retiro espiritual en el que conocí a un sacerdote que trabajaba como capellán en una escuela de la zona. Lo recuerdo como una de las personas más importantes de aquel retiro. Al sentir mi profunda desesperación, me ofreció ayuda. Era una adolescente y ya tenía la sensación de que no podía seguir viviendo. Las ideas de suicidio dominaban mis pensamientos durante la vigilia y de noche poblaban mis pesadillas. Estaba convencida de que la muerte me liberaría de la abrumadora tristeza que me oprimía.
Durante el retiro, me sentí aún más infeliz cuando escuché los testimonios de los demás. No podía entender cómo todos podían sentirse elevados por el espíritu divino cuando yo me sentía cada vez más sola, como si estuviera cayendo en un abismo sin esperanza alguna de salvación. Nunca le pregunté al padre B. qué es lo que vio en mí, ni por qué estaba yo entre los que eligió para el asesoramiento espiritual, pero me tocó el alma ofreciéndome (como hizo con todos los demás con los que entró en contacto) su capacidad de amor. En su presencia me sentí elegida, amada. Como sucede con muchos ángeles terrenales que nos visitan y tocan nuestras vidas con la fuerza de sus ideales y su beneficiosa sabiduría, nunca lo volví a ver, pero nunca mentí sobre su presencia y los regalos que me dio, regalos de amor y compasión ofrecidos sin pedir nada a cambio.
La presencia de ángeles, de espíritus angelicales, nos recuerda que hay un mundo misterioso que el intelecto y la voluntad humana son incapaces de explicar. Todos nosotros, nos consideremos o no personas «espirituales», experimentamos este misterio en nuestra vida diaria, aun cuando sea en una forma mínima. Nos encontramos en el lugar correcto en el momento adecuado, listos y dispuestos para recibir la bendición, sin saber cómo llegamos hasta ahí. A menudo, cuando recordamos los acontecimientos de nuestra vida, podemos identificar un patrón que nos permite ser conscientes de la presencia de un espíritu invisible que guía y dirige nuestros pasos.
Cuando era niña, solía pasar horas acostada en el desván hablando de la naturaleza del amor con el espíritu divino. No imaginaba entonces que un día tendría el valor de hablar de amor sin la protección de la noche y el secreto de mi corazón. Mientras Jacob caminaba solo a lo largo del arroyo, en el silencio de mi cuarto oscuro me medí con la metafísica del amor y traté de entender su misterio. Esta lucha, similar a la lucha de Jacob con el ángel, continuó hasta que alcancé una mayor conciencia y una nueva visión del amor. Ahora entiendo que he seguido hasta hoy, con disciplina, un camino espiritual que me ha llevado a abrir el corazón, a salir en busca del amor, a hablar abiertamente con los ángeles, sin miedo.
Entender de qué maneras el miedo obstaculiza el conocimiento del amor no es tarea pequeña. Por temor a creer en las verdades del amor y a dejarnos guiar por él, exponiéndonos a nuevas traiciones, acabamos retrayéndonos del amor, aunque nuestros corazones lo anhelen intensamente. Amar no es estar a salvo de la traición, pero el amor nos ayuda a enfrentarnos a ellas sin perder el corazón, y nos permite encontrar el coraje de amar de nuevo. No importa cuán duro o terrible sea nuestro destino terrenal, si decidimos luchar contra el vacío del amor, si decidimos amar y ser amados, podremos escuchar las voces de la esperanza que nos hablan directamente al corazón, las voces de los ángeles. Cuando los ángeles hablan de amor, nos enseñan que solo amando podemos entrar en el cielo en la tierra; nos dicen que el cielo es nuestro hogar y que el amor es nuestro verdadero destino.