Todo sobre el Amor
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Capítulo 11 – Parte 2
Capítulo 11 - Parte 2
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Duelo: amarse en la vida y en la muerte
Aunque en la televisión la muerte está presente constantemente, no estamos preparados para lidiar con la muerte con calma, lucidez y tranquilidad. El culto a la muerte, si se basa en el miedo, no nos permite vivir una vida plena y agradable. Tal y como apunta Merton:
Si nos obsesiona la idea de que la muerte está aguardándonos, presta a lanzarnos su guadaña, la muerte no parecerá por ello más real, sino que será la vida la que pierda entidad. Nuestra vida se divide y se vuelve contra sí misma. Se convierte en un campo de batalla entre el amor y el miedo a sí misma. Así es como la muerte entra en acción en medio de la existencia, no como una conclusión, sino como un miedo a la vida.
Para vivir una existencia plena debemos deshacernos del miedo a la muerte, que solo puede ser superado por el amor a la vida. La creencia de que es peligroso estar demasiado satisfecho, que es imprudente ser optimista, tiene una larga tradición en Estados Unidos; de ahí nuestra dificultad para celebrar la vida, para enseñar a nuestros hijos y a nosotros mismos a amarla.
Mucha gente solo empieza a amar la vida cuando se enfrenta a una enfermedad mortal. Cuando mi vida estuvo en peligro, yo misma saqué fuerzas de la adversidad y me propuse afrontar la falta de amor que arrastraba en mi existencia. Muchos de los libros actuales sobre la muerte y el acto de morir hacen hincapié en la necesidad de aprender a amar. El amor nos permite convertir el culto a la muerte en una celebración de la vida. En una carta dirigida a un gran amor de mi vida (y nunca enviada), escribí lo siguiente:En el funeral de su hermana, una amiga mía declaró que «la muerte nos permite amarla plenamente». Es mucho más fácil para nosotros aceptar la pérdida de un ser querido, o de un amigo, cuando sabemos que le hemos dado todo lo que pudimos, cuando hemos compartido ese reconocimiento mutuo y esa pertenencia recíproca en el amor que la muerte nunca puede cambiar o borrar. Doy gracias cada día por haber conocido un amor que me permite aceptar la muerte sin miedo a lo que aún nos falta por vivir, sin una sensación de arrepentimiento incontenible. Fuiste tú quien me dio este regalo. Lo guardo celosamente. Nada puede cambiar su valor, porque sigue siendo precioso.
Eso es justamente lo que hace el amor: nos permite vivir plenamente y morir bien. La muerte, entonces, en lugar de ser el final, es parte de la vida. En La rueda de la vida, publicada poco después de su muerte, Elisabeth Kübler-Ross cuenta cómo comprendió que la muerte puede ser enfrentada sin temor:
En los albores de lo que luego se vendría a llamar «tanatología», o estudio de la muerte, mi mejor maestra fue una mujer negra del personal de limpieza. No recuerdo su nombre […], pero lo que me llamó la atención en ella fue el efecto que su presencia tenía en muchos de los pacientes más graves. Cada vez que ella salía de sus habitaciones, yo apreciaba una diferencia notable en la actitud de esos enfermos. Quise conocer su secreto. Muerta de curiosidad, acabé espiando a esta mujer, que no había terminado siquiera los estudios secundarios, pero que conocía un gran secreto.
El secreto de aquella mujer, que Elisabeth Kübler-Ross fue capaz de descubrir, es que debemos entablar una relación amistosa con la muerte y dejar que se convierta en nuestra guía en la vida, yendo a su encuentro sin miedo. Aquella limpiadora negra que en el curso de su vida había superado infinitas dificultades y visto morir prematuramente a muchos seres queridos, entraba en las habitaciones de los enfermos con algo muy importante: la capacidad de hablar claramente y sin miedo de la muerte. Este ángel sin nombre le enseñó a Kübler-Ross la lección más preciosa de su vida cuando le dijo: «La muerte no es una desconocida para mí. Es ya una vieja conocida». Se necesita valor para entrar en una relación familiar con la muerte, y es un valor que se obtiene por medio del amor.
El miedo de nuestra sociedad a la muerte es una enfermedad del corazón que solo se puede curar con amor. Muchas personas se enfrentan a la muerte con desesperación, porque se dan cuenta de que no han vivido como les hubiera gustado. Nunca han encontrado su «verdadero yo», o no han encontrado el yo que anhelaban con todas sus fuerzas. A veces, la perspectiva de la muerte las hace quererse como nunca lo han hecho en su vida, aceptándose a sí mismas con ese amor incondicional que es el núcleo esencial del amor propio. En el prefacio de La muerte íntima, Marie de Hennezel cuenta como la forma en que uno se enfrenta a la muerte puede ayudarle a lograr una autorrealización más completa:
Cuando llega el momento de la soledad última, cuando el cuerpo cede en el umbral del infinito, comienza a fluir un tiempo diferente que no puede ser medido según ningún parámetro normal. Con el paso de los días sucede algo: ayudado por la presencia de un amigo al que puede expresar su desesperación y su dolor, el moribundo toma posesión de su vida y se abre a la verdad. Descubre la libertad de ser fiel a sí mismo.
Este tardío reconocimiento del poder del amor representa un momento de éxtasis. Seríamos afortunados si pudiéramos sentir su poder a cada instante, y no solo cuando nuestro tiempo está llegando a su fin.
Cuando amas todos los días, no necesitas la amenaza de una muerte segura para ser fiel a ti mismo. Si vivimos conscientemente, con claridad en la mente y el corazón, no nos resultará difícil aceptar la idea de la muerte y, por lo tanto, viviremos con mayor plenitud sabiendo que la parca está siempre rondándonos. Para ninguno de nosotros la muerte es una extraña. Nuestra primera morada, el útero materno, es también una tumba donde aguardamos el comienzo de la vida. Nuestra primera experiencia vital es un momento de resurrección, una salida de la oscuridad para emerger a la luz. Cuando vemos a un bebé salir del útero sabemos que estamos asistiendo a algo milagroso.
Sin embargo, no se tarda mucho en olvidar la mágica armonía que hay en el tránsito de la muerte a la vida, y pronto la muerte se convierte en el tránsito que queremos evitar. A nuestro país le resulta cada vez más difícil escapar a la muerte. Aunque la esperanza de vida se ha alargado, la muerte está presente como nunca antes, porque son muchas las enfermedades mortales que se llevan a nuestros seres queridos, amigos, conocidos, a menudo a una edad temprana. Pero, aun así, nuestra cultura se resiste a admitir la perenne presencia de la muerte en nuestras vidas, y nadie quiere dejarse guiar por la conciencia de su presencia.
Cuando era niña, mi madre hablaba con serenidad sobre la muerte. Cada vez que mis hermanos y yo nos hacíamos los remolones y posponíamos algo que podíamos haber hecho ese día para la mañana siguiente, ella nos recordaba que «la vida no está asegurada». Era su manera de empujarnos a vivir la vida al máximo, para que no tuviéramos que arrepentirnos después. Siempre me sorprende que en una charla con amigos o con personas no muy conocidas haya quien considere que hablar de la muerte es cosa de pesimistas o de morbosos. La muerte está entre nosotros. Verla siempre como algo negativo es no ser consciente de su capacidad para dar más sentido a cada momento de la vida.