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Capítulo 1 – Parte 2

Todo sobre el Amor

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Capítulo 1 – Parte 2

Capítulo 1 - Parte 2

Transcripción

Claridad: el vocabulario del amor

Cuando en terapia me vi obligada a describir a mi familia según su capacidad de dar o no amor, admití con dolor que en casa no me sentía querida, sino simplemente cuidada. Fuera de casa, sin embargo, me había sentido verdaderamente querida por algunos miembros de la familia, como, por ejemplo, mi abuelo. Esta experiencia de amor auténtico (una combinación de cuidado, compromiso, confianza, conocimiento, responsabilidad y respeto) alimentó mi espíritu herido y me permitió superar los momentos en los que no me sentía querida. Me alegra haberme criado en una familia capaz de cuidarme, y creo firmemente que, si mis padres hubieran sido queridos por los suyos, habrían podido hacer lo mismo con sus hijos. En vez de eso, me dieron lo que habían recibido: cuidados. Y no debe olvidarse que el cuidado es solo una dimensión del amor y que el simple hecho de cuidar a alguien no es suficiente para decir que lo amas.

Como muchos adultos que han sido sometidos a un maltrato físico o verbal cuando eran niños, he pasado la mayor parte de mi vida tratando de negar los aspectos negativos de mi experiencia y aferrándome al recuerdo de los buenos momentos pasados con mi familia, algunos de ellos ciertamente maravillosos. Cuanto más lo lograba, menos quería reconocer la verdad sobre mi infancia. A menudo se dice que si hay tantas personas que acusan a sus familias de disfuncionalidad e incapacidad para amar es por culpa de los prolíficos libros de autoayuda y de los programas de curación, pero lo cierto es que, sea cual sea el entorno en el que hayamos crecido, a muchos de nosotros nos cuesta aceptar una evaluación negativa de nuestra historia. Normalmente, para que un individuo comience a examinar sus experiencias de la infancia de forma crítica y a reconocer su influencia en su comportamiento adulto, es necesaria la intervención de un terapeuta, ya sea en forma de una verdadera terapia o de la lectura de libros que nos enseñan e iluminan.

A muchos les cuesta admitir que no puede haber amor donde el abuso y la violencia están a la orden del día. Por regla general, a los niños que han sufrido maltrato físico o psicológico, sus padres o tutores les enseñan que el amor puede coexistir con el maltrato. Y, en casos extremos, ese abuso es una expresión de amor. A menudo sucede que, una vez que entramos en la vida adulta, este error de juicio influye en nuestra percepción del amor; o si nos aferramos a la idea de que los adultos que nos maltrataron y ofendieron en la infancia lo hicieron por amor, estaremos sin duda intentando racionalizar las heridas que nos infligen en la actualidad las personas que dicen querernos. En mi caso, en las relaciones sentimentales en que me implicaba de adulta seguía sintiéndome muchas veces ofendida y humillada, como cuando era niña. Inicialmente me negué a aceptar una definición de amor que me obligase a contemplar la posibilidad de que las relaciones que eran fundamentales para mí estuvieran desprovistas de él. Pero si la meta que quieres alcanzar es encontrar tu propio yo, sentirte bien contigo mismo, entonces afrontar la falta de amor de una manera sincera y realista es parte del proceso de curación. La falta de amor no significa falta de cuidado, afecto o placer. De hecho, en mis relaciones sentimentales de una cierta duración había tal abundancia de atención y afecto que era bastante fácil no ver la disfunción emocional que ocultaban.

Para poder cambiar mis relaciones más importantes, primero tuve que aprender a dar un nuevo significado al amor, y después aprender a amar. El primer paso fue encontrar una definición de amor que fuese clara. Soy una de las muchas personas que han leído y releído El camino menos transitado y estoy agradecida al autor por haberme ofrecido una definición del sentimiento amoroso que me ayudó a afrontar los momentos en que mi vida se vio privada de él. Tenía unos veinticinco años cuando empecé a entender el amor como «la voluntad de extender el propio yo para favorecer el crecimiento espiritual de uno mismo o el de otra persona». Sin embargo, me llevó años deshacerme de los patrones de comportamiento que había aprendido y que anulaban mi capacidad de dar y recibir amor. Uno de los comportamientos que hizo que mi vida amorosa pareciera un campo minado fue mi persistente inclinación por hombres que habían sufrido traumas emocionales y que, aunque deseaban ser amados, no sentían la necesidad de amar.

Quería conocer el amor, pero me daba miedo entregarme y confiar en otra persona. Tenía miedo de la intimidad. Escogiendo hombres que no se interesaban por el amor pude dar amor yo misma, pero siempre en situaciones insatisfactorias. Como es natural, mi necesidad de recibir amor no se vio nunca satisfecha. Recibí lo que estaba acostumbrada a recibir, cuidados y afecto, normalmente mezclados con algo de descortesía, algo de descuido y, en algunos casos, verdadera crueldad. A veces era yo la que se mostraba displicente. Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que, aunque quería conocer el amor, la intimidad me asustaba. Muchos de nosotros optamos por relaciones de afecto y cuidado, las cuales no se convertirán nunca en relaciones de amor. Al proceder de esta manera, nos sentimos seguros, porque las exigencias que se plantean en tales relaciones no son tan fuertes como las de una relación amorosa. El riesgo no es tan grande.

Muchos sueñan con el amor, pero no tienen el valor de arriesgarse. Aunque la idea del amor suele ser casi una obsesión, la mayoría nos conformamos con una vida relativamente aceptable y satisfactoria en alguna medida, aun cuando tengamos la sensación de sufrir falta de amor. Son relaciones en las que existe un afecto genuino y un cuidado mutuo en la pareja, cosa que a muchos ya les parece bastante, porque a menudo es mucho más de lo que han recibido en la familia de origen. Sin duda resulta mucho más tranquilizador considerar que el amor puede tener sentidos distintos para cada persona, pues cuando lo defines con precisión y claridad, te ves obligado a enfrentarte a tus propias carencias, a tu terrible alejamiento. La verdad es que, en nuestra cultura, mucha gente no sabe lo que significa el amor. Y esta ignorancia se experimenta como una falta, como un terrible secreto que no se revela a nadie.

Si hubiera podido tener una definición clara del amor, no habría tardado tanto en convertirme en una persona con mayor capacidad de amar. Si hubiera compartido con otras personas una idea común y corriente de lo que significa el amor, habría sido más fácil crear lazos de amor. Resulta particularmente inquietante que muchos de los últimos libros sobre el amor continúen asegurando que las definiciones en este campo son inútiles y carentes de sentido. O, peor aún, que sugieran que el amor debe tener un significado diferente para los hombres y para las mujeres; que los sexos deben respetar la incapacidad del otro para comunicarse y aceptarla desde el comienzo, porque no hablan el mismo lenguaje. Los libros de este tipo tienen bastante éxito entre el público, precisamente porque no alteran las ideas tradicionales sobre los roles de género, la cultura y el amor. En lugar de proponer estrategias que ayuden a amar mejor, lo que hacen es alentar a las personas a adaptarse a una situación de falta de amor.

Las mujeres, más que los hombres, corren a comprar estos libros y lo hacen porque, colectivamente, están más preocupadas por la falta de amor. Convencidas de que nunca conocerán un amor que las satisfaga, muchas están dispuestas a conformarse con estrategias que las ayuden a aliviar su malestar y a hacer más serenas y agradables las relaciones existentes, especialmente las sentimentales. En nuestra cultura no hay medios que permitan a los lectores y lectoras comunicarse con los autores de tales libros, por lo que no está claro si estos ensayos son realmente útiles ni si son capaces de promover cambios constructivos. El hecho de que las mujeres, más que los hombres, compren muchos libros de autoayuda y que gracias a sus adquisiciones se conviertan en los libros más vendidos, no significa que verdaderamente contribuyan a transformar sus vidas. Yo misma he comprado un montón de libros de este género, pero solo unos pocos han cambiado en algo mi vida. Seguro que lo mismo vale para muchos lectores.

En nuestra cultura se discute poco sobre el amor y además carecemos de una política común en este campo, así que es normal que quienes quieran orientación e indicaciones sobre el asunto las busquen básicamente en los libros. Muchos lectores asumen la definición de amor de Peck y, al ponerla en práctica en su vida, pueden apreciar su utilidad y poder de transformación. Podemos intentar difundirla hablando de ella en nuestras conversaciones cotidianas, no solo con otros adultos sino también con niños y adolescentes. La única forma de crear un ambiente en el que el amor pueda empezar a crecer es refutando la desconcertante idea de que el amor no puede definirse y proponiendo definiciones útiles y concretas.

A algunas personas no les gusta la definición de Peck porque en ella aparece el término «espiritual». El autor, sin embargo, la utiliza para referirse a la dimensión más íntima de nuestra realidad, donde mente, cuerpo y espíritu son todo uno. No es necesario adherirse a una religión para abrazar la idea de que existe un principio que anima al individuo, una fuerza vital (que algunos llaman alma) que, cuando se nutre, aumenta nuestra capacidad para realizarnos más plenamente y estar en sintonía con el mundo que nos rodea.

Convendría empezar a considerar el amor como una acción más que como un sentimiento, puesto que de este modo asumiríamos automáticamente una parte de responsabilidad por ello. A menudo se nos enseña que no tenemos control sobre nuestros «sentimientos», y, sin embargo, admitimos sin ningún género de dudas que las acciones que realizamos son el resultado de una elección, que la intención y la voluntad desempeñan un papel decisivo en todo lo que hacemos. A ninguno de nosotros se le ocurriría negar que nuestras acciones tienen consecuencias. La creencia de que los sentimientos están moldeados por las acciones también nos puede servir para deshacernos de algunos supuestos que solo se aceptan por costumbre, como, por ejemplo, que los padres siempre quieren a sus hijos, que el enamoramiento no presupone ningún ejercicio de la voluntad, que existe eso que llaman «crímenes pasionales», es decir, que un hombre puede matar a una mujer porque la ama demasiado. Si tuviéramos siempre presente que el amor se expresa a través de los actos y conductas que genera, no utilizaríamos la palabra para devaluar y rebajar su significado. Cuando amamos, expresamos de una manera franca y clara cuidado, afecto, responsabilidad, respeto, compromiso y confianza.

Sin definiciones es imposible que la imaginación se active. No se puede hacer realidad algo que no se ha imaginado. Una buena definición constituye el punto de partida y permite comprender adónde se quiere llegar. A medida que nos acercamos al destino que nos hemos marcado, vamos trazando el camino y creando un mapa. En nuestro viaje hacia el amor necesitamos un mapa que nos muestre el camino que hemos de seguir; el punto de partida será saber qué queremos decir cuando hablamos de amor.

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