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Capítulo 1 – Parte 1

Todo sobre el Amor

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Capítulo 1 – Parte 1

Capítulo 1 - Parte 1

Transcripción

Claridad: el vocabulario del amor

Como sociedad, estamos desconcertados ante el amor. Lo tratamos como si fuera una obscenidad y lo aceptamos de mala gana. Incluso al pronunciar la palabra se producen tartamudeos y rubores. […] El amor es lo más importante de nuestra vida, una pasión por la que lucharíamos o moriríamos, y, aun así, nos cuesta incluso mencionar su nombre. Ni siquiera podemos hablar o pensar sobre él directamente, necesitamos un vocabulario suplementario.

DIANE ACKERMAN

 

Todos los hombres con los que he mantenido relaciones eran de los que utilizan la palabra «amor» con prudencia, porque no les gusta emplearla a la ligera, ya que están convencidos de que las mujeres conceden demasiada importancia a este sentimiento. Saben, además, que el significado que ellos atribuyen al amor no siempre coincide con el nuestro. La confusión sobre el significado que hay que dar a la palabra «amor» está en el origen de nuestra dificultad para amar. Si todos en nuestra sociedad entendiéramos el amor de la misma manera, el acto de amar no sería tan problemático. Las definiciones que proporciona el diccionario tienden a resaltar el amor romántico, describiéndolo sobre todo como «un afecto profundo, tierno y apasionado hacia otra persona, basado primordialmente en la atracción sexual». Existen, desde luego, otras definiciones que informan de que tales sentimientos se pueden experimentar también fuera del campo sexual. Pero la idea de «afecto profundo» no expresa plenamente el significado de este sentimiento.

La mayoría de los libros sobre el tema evitan ofrecer definiciones claras. En la introducción a Una historia natural del amor, Diane Ackerman afirma que «el amor es el gran intangible. […] Todo el mundo coincide en que el amor es maravilloso y necesario, pero nadie puede definir lo que es». Y luego añade tímidamente: «Usamos la palabra “amor” de un modo tan descuidado que puede no significar casi nada, o absolutamente todo». En el libro no aparece nunca una definición realmente útil para quien quiera aprender el arte de amar. Pero Ackerman no es la única que escribe sobre el amor de una manera que impide comprender este sentimiento. Si el propio significado de la palabra está rodeado de misterio, no debería sorprendernos que para la mayoría de la gente sea difícil explicar lo que quiere decir cuando la usan.

Imagina lo fácil que sería aprender a amar si partiéramos de una definición compartida por todos. Según los teóricos más sagaces, los humanos amaríamos mejor si, en vez del sustantivo «amor», empleásemos el verbo «amar». He buscado durante años una definición significativa de la palabra «amor» y debo reconocer que sentí un profundo alivio cuando al fin encontré una en El camino menos transitado, un clásico de la autoayuda del psiquiatra M. Scott Peck que apareció en Estados Unidos en 1978. Evocando la conocida obra de Erich Fromm, Peck define el amor como «la voluntad de extender el propio yo para favorecer el crecimiento espiritual de uno mismo o el de otra persona». Y continúa: «El amor está en los gestos y conductas a través de los cuales se expresa. El amor es un acto de la voluntad, es decir, que comprende tanto una intención como un acto. La voluntad implica también elección. No estamos obligados a amar. Elegimos hacerlo». Esta definición, amparada en la elección, contradice la idea comúnmente aceptada según la cual el amor sería más bien un acto instintivo.

Quien haya seguido el proceso de crecimiento de un niño desde el momento de nacer habrá observado seguramente que antes de acceder al lenguaje, antes de reconocer a las personas que lo cuidan, el recién nacido responde a la actitud afectuosa de quienes se ocupan de él, devolviéndoles gorjeos o miradas de placer. Al crecer, responde a las muestras de afecto dando también él afecto, haciendo gorgoritos al ver a una persona bienvenida. El afecto, sin embargo, no es el único componente del amor. Para amar de verdad tenemos que aprender a combinar varios elementos: cuidado, afecto, reconocimiento, respeto, compromiso y confianza, amén de una comunicación clara y sincera. Si de niños hemos aprendido una definición errónea del amor, en la vida adulta nos resultará más difícil amar. Empezamos con el compromiso de tomar el camino correcto, pero terminamos yendo en la dirección equivocada. La mayoría de nosotros aprendemos a pensar en el amor como un sentimiento desde el comienzo. Cuando te sientes profundamente atraído por alguien, inviertes sentimientos y emociones en esa persona. El proceso de inversión a través del cual el ser amado se vuelve importante para nosotros se denomina «catexis». En su libro, M. Scott Peck señala que muchos de nosotros «confundimos la catexis con el amor». Todos sabemos cuán frecuente es que las personas que se sienten conectadas por catexis con su pareja afirmen que la aman, aunque en realidad la estén hiriendo o descuidando continuamente. Toman por amor lo que no es más que catexis.

Si por amor entendemos el deseo de fomentar nuestro propio crecimiento espiritual y el de nuestra pareja, queda claro que si la ofendemos y maltratamos, no podemos pretender amarla: el amor y el maltrato no pueden coexistir. El abuso y el abandono son, por definición, lo contrario de la atención y el cuidado. Cuántas veces hemos oído hablar de hombres que golpean a su esposa e hijos y luego van al bar de la esquina y proclaman a voz en cuello lo mucho que los quieren. También puede suceder que la esposa, si hablas con ella en un día bueno, diga que su marido la quiere, aun cuando sea violento. Muchos de nosotros venimos de familias disfuncionales que nos convencieron de que había algo malo en nosotros, nos inculcaron el sentido de la vergüenza, nos sometieron a abusos físicos o verbales y nos descuidaron emocionalmente, mientras al mismo tiempo nos enseñaban a creer que éramos queridos. Para los que hemos vivido algo así sería demasiado desestabilizador asumir una definición de amor que no nos permita verlo como un sentimiento presente en nuestra familia. Somos muchos los que necesitamos aferrarnos a una idea de amor que pueda hacer aceptable el abuso, o que al menos haga que lo que hemos sufrido parezca menos terrible.

Crecí en una familia donde la agresión y la humillación verbal coexistían con montañas de afecto y atención, y me costaba aceptar el término «disfuncional». Como quería y sigo queriendo a mis padres, a mis hermanas y hermano, orgullosos todos de las dimensiones positivas de nuestra vida familiar, no quería emplear un término para describirlos que implicara que nuestra vida juntos había sido solo negativa. No quería que mis padres se sintieran menospreciados, ya que valoraba mucho todas las cosas buenas que nos habían dado. Con ayuda de terapia pude aceptar el término «disfuncional» y utilizarlo para describir, no para hacer juicios completamente negativos. Mi familia de origen ha sido —y sigue siendo— un entorno disfuncional, lo cual no significa que no sea también un lugar donde el afecto, la alegría y la atención hagan su aparición.

Cuando era pequeña podía suceder que un día me cuidaran con cariño, valoraran mi inteligencia y me animaran incluso a cultivarla, y al día siguiente me dijeran que, por ser tan inteligente, me volvería loca y me encerrarían en una institución para enfermos mentales, donde acabaría abandonada por todos. Es natural que esta extraña mezcla de atención y maltrato no haya tenido un efecto positivo en mi salud mental. La verdad es que, si aplicara la definición de Peck a mi experiencia infantil en el seno de mi familia, no podría catalogarla en absoluto como una experiencia de amor.

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