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Capítulo 8 – Parte 2

Todo sobre el Amor

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Capítulo 8 – Parte 2

Capítulo 8 - Parte 2

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Comunidad: una comunión de afectos

La amistad te ofrece una forma de experimentar la alegría de compartir en una relación en la que aprendes a procesar los problemas y a tratar las diferencias y conflictos, manteniendo siempre una conexión íntima con el otro.

La mayoría crece con la convicción de que encontrará el amor, si no en la familia de origen, en la familia a la que dará vida por medio de una unión sentimental que acabará en matrimonio o en un vínculo duradero. A muchos se les enseña de niños que la amistad no es nunca tan importante como los lazos familiares. Pero es precisamente en la amistad donde casi todos vemos la primera posibilidad de redención a través del amor, el primer esbozo de una comunidad rica en afecto. Aprender a amar en la amistad nos proporciona la capacidad para poder modificar nuestras relaciones familiares y emocionales. La madre de una querida amiga mía murió cuando ella no era más que una adolescente. Una vez me quejé del rapapolvo que me había echado mi madre, y ella me confesó que daría cualquier cosa por volver a oír a la suya regañándola. Después de animarme a ser más paciente, me contó lo doloroso que era haber perdido a su madre y cómo le hubiera gustado poner más empeño para encontrar una manera de comunicarse y reconciliarse con ella. Sus palabras me ayudaron a ser más comprensiva, a centrarme en lo que realmente me gustaba de mi madre. De los verdaderos amigos debemos esperar una crítica sincera y objetiva. Si confiamos en ellos es porque sabemos que quieren nuestro bien. Mi amiga quiere que disfrute de la presencia de mi madre.

A menudo damos por sentadas las amistades, aunque sean las relaciones que nos proporcionan más placer y que más funcionan sobre la base de la reciprocidad. Solemos tenerlas en segundo lugar, especialmente en lo que respecta a los lazos sentimentales. Sin embargo, la escasa valoración de las amistades crea un vacío del que ni siquiera nos damos cuenta cuando estamos concentrados en la búsqueda de amor o absortos en una aventura amorosa con alguien. Pero es mucho más probable que un vínculo sentimental sea adictivo cuando se han cortado todas las relaciones de amistad para conceder atención exclusiva a lo que se considera la relación más importante. Para mí fue verdaderamente devastador ver como amigas mías muy queridas, hasta entonces solteras, se alejaban de mí solo porque se habían enamorado. Sufrí mucho cuando una de ellas eligió un compañero con el que no me llevaba nada bien. Me sentí excluida no solo porque ella había empezado a hacer todo con él, sino también porque había decidido mantener relaciones solo con amigos a los que también les gustaba su pareja.

La fuerza de nuestra amistad se manifestó en nuestra voluntad de abordar el tema abiertamente. Encontramos una manera de razonar juntas sobre nuestra relación y sobre lo que había cambiado, y nos preguntamos qué se podía hacer para defenderla. Ya no nos vemos tan a menudo como antes ni nos llamamos todos los días, pero los lazos positivos que nos unían permanecen intactos. Cuanto más auténtica es la relación amorosa, menos obligados nos sentimos a debilitar o romper las relaciones con los amigos para fortalecer lo que nos une a nuestra pareja. La esencia del amor auténtico es la confianza: la atención que nuestro compañero dedica a sus amigos, o que ellos le dedican, no nos quita nada, no disminuye nuestra importancia. La experiencia nos enseña que la capacidad de establecer relaciones profundas de amistad fortalece todos los lazos íntimos.

Si consideramos el amor como el deseo de fomentar nuestro propio crecimiento espiritual y el del otro, como un deseo expresado a través de demostraciones de interés, respeto, conocimiento y asunción de responsabilidad, cualquier tipo de amor tendrá la misma importancia para nosotros. No hay ningún amor especial reservado exclusivamente para nuestra pareja. El amor auténtico es la base de todas las relaciones: las que mantenemos con nosotros mismos, con la familia, con los amigos, con la pareja, con todas las personas que escogemos como destinatarias de nuestro amor. Si bien es inevitable que nuestro comportamiento sea diferente dependiendo de la naturaleza de la relación, y que nuestro grado de implicación cambie en consecuencia, también es cierto que los valores que nos inspiran, cuando están enraizados en una ética del amor, son siempre los mismos. Pensando en una de las relaciones sentimentales más largas de mi vida, me doy cuenta de que en ella me comporté de la manera más tradicional, anteponiéndola a todos los demás lazos. Cuando la relación se volvió destructiva, me costó mucho zanjarla, y me encontré aceptando un comportamiento (maltrato físico y verbal) que en una amistad no hubiera tolerado jamás.

Educada a la vieja usanza, había creído que esa relación era «especial» y que debía ser reverenciada como una deidad, por encima de todo y de todos. La mayoría de los hombres y mujeres nacidos antes de los años sesenta han crecido con la creencia de que el matrimonio y/o un vínculo romántico serio de cualquier tipo debe tener prioridad sobre todas las demás relaciones. Si al evaluar mi relación hubiera adoptado un enfoque que hubiera puesto el crecimiento personal por encima del deber y las obligaciones, habría comprendido que el maltrato socava irreparablemente los lazos del amor. Las mujeres creen demasiado a menudo que soportar la grosería o la crueldad, perdonar y olvidar son un signo de implicación, una expresión de amor. Sin embargo, cuando amamos de la manera correcta sabemos que frente a la crueldad y el maltrato la única reacción saludable, dictada por el amor, es protegernos. Aunque yo había sido una feminista convencida, en ese momento toda mi concienciación y todas mis convicciones políticas se vieron eclipsadas por los principios que me había inculcado la educación religiosa y familiar que había recibido: había que salvar la «relación» a toda costa.

Visto retrospectivamente, entiendo que mi falta de conocimiento del arte del amor había comprometido la relación desde el principio. En los más de catorce años que pasamos juntos estuvimos demasiado ocupados en repetir los viejos patrones que aprendimos en la infancia, actuando con una idea equivocada del amor, para entender los cambios que debíamos hacer en nosotros mismos si queríamos aprender a amar. Como muchos otros hombres y mujeres (sin importar la preferencia sexual) involucrados en relaciones en las que son objeto de terrorismo sentimental, podría haber terminado aquella relación mucho antes, o haberme encontrado a mí misma en ese vínculo, si hubiera puesto el mismo respeto, el mismo cuidado, el mismo deseo de conocimiento y la misma responsabilidad que pongo en las amistades. Muchas mujeres que no están dispuestas a tolerar amistades en las que son objeto de maltrato físico y emocional aceptan relaciones románticas en las que esos abusos ocurren con regularidad. Si en esas relaciones exigieran los mismos estándares que demandan en la amistad, no aceptarían el papel de víctimas.

Por supuesto, cuando terminó esa larga relación que me había llevado tanto tiempo y en la que había puesto tanta energía, me sentí terriblemente sola. Me di cuenta entonces de que es mucho más satisfactorio vivir tu vida en un círculo de afecto, interactuando con las personas que amas y con las que estás involucrado. Muchos aprenden esta lección de la manera más difícil posible: encontrándose, como yo, solos y sin amistades significativas. Es precisamente la experiencia de una relación sentimental vivida con el terror a ser abandonado y la experiencia misma del abandono lo que nos hace comprender que en cualquier vínculo significativo los principios del amor son siempre los mismos. El objetivo de amar bien debe ser válido para todos los vínculos importantes, y no solo para los sentimentales. Conozco a personas que, en la relación sentimental, admiten la deshonestidad, tanto la propia como la de su pareja, pero que nunca la aceptarían en la amistad. La amistad satisfactoria, caracterizada por la reciprocidad de afecto, es una guía en las relaciones, incluidas las relaciones sentimentales, y representa una primera forma de comunidad.

En una comunidad de sujetos que se aman, los lazos se mantienen y se fortalecen a través de la compasión y la indulgencia. En Life is for Loving, Eric Butterworth dedica un capítulo al amor y la indulgencia. «No se puede vivir sin amor —apunta en esas páginas —, pero la única manera de encontrar un amor capaz de curar, consolar y crear armonía es una indulgencia absoluta: si aspiramos a la libertad y la paz, si queremos amar y ser amados, debemos ser magnánimos y perdonar.» La indulgencia es un acto de generosidad, que requiere que uno deje de lado sus sentimientos de humillación y de ira y que libere al otro de la prisión de la culpa y la angustia. Al perdonar, abrimos uno de los caminos que conducen al amor. Hacemos un gesto de respeto. La indulgencia genuina nos permite entender las acciones negativas del otro.

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