Todo sobre el Amor
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Capítulo 7 – Parte 2
Capítulo 7 - Parte 2
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Avaricia: nada más que amor
El culto al dinero también se extendió entre los pobres y los desposeídos, lo cual queda claramente demostrado por el desorbitado aumento del tráfico de drogas en las calles, una de las pocas empresas capitalistas que permiten ganarse la vida incluso a un puñado de personas desesperadas. El dinero fácil, y a menudo abundante obtenido del comercio de drogas, permitió a los pobres satisfacer los mismos deseos materiales que los ricos. Los objetos deseados podían variar, pero el placer de la adquisición y la posesión era idéntico. La codicia estaba a la orden del día. Como reflejo de la cultura capitalista dominante, en las comunidades pobres solo unas pocas personas se hicieron ricas, mientras que la mayoría siguió deseando dolorosamente lo que nunca habían tenido. Pensemos en una madre que vive en la pobreza y que ha enseñado siempre a sus hijos la diferencia entre el bien y el mal, además del valor de la honestidad, porque quiere educarlos conforme a un código ético. De repente, esta madre se ve aceptando que uno de sus hijos vende drogas, pues de esta manera entra en casa el dinero suficiente para cubrir las necesidades básicas y permitirse incluso gastos superfluos. Los valores éticos de esta mujer se ven erosionados por la intensidad del deseo y la necesidad, pero ya no tiene la impresión de estar en conflicto con la cultura consumista en la que vive, sino que se halla integrada y guiada por la sociedad de consumo.
El amor es un tema que no le interesa. Su vida siempre ha estado desprovista de él. Descubrió hace tiempo que la coraza en el corazón facilita la existencia y se centró en objetivos más asequibles: conseguir alojamiento y comida, hacer que el dinero alcance y encontrar maneras de satisfacer el deseo de pequeños lujos materiales. Pensar en el amor tan solo puede causarle sufrimiento. Y ella, como tantas otras mujeres, ya está harta de sufrir. Incluso puede empezar a tomar drogas para experimentar el placer y la satisfacción que nunca encontró cuando buscaba amor.
La drogadicción, extendida en igual medida entre los pobres y los más pudientes, está vinculada a nuestra ansia psicótica de consumo material y dinamita la capacidad de amar. La fijación en las necesidades y deseos, a la que el consumismo nos impulsa, promueve un estado psicológico de necesidad constante e inagotable, que provoca en nosotros unas angustias y tormentos tan intensos que nos hacen buscar alivio en las drogas, las cuales, sin embargo, crean adicción. Millones de ciudadanos estadounidenses son alcohólicos o consumen en exceso drogas legales e ilegales. En las comunidades pobres, donde la drogadicción es la norma, no hay educación sanitaria. Los adictos que no tienen los recursos necesarios para comprar drogas pasan un calvario físico y emocional. Solo quieren librarse del dolor; no hay cabida para el amor.
En Love and Adiction, Stanton Peele señala algo importante: que «la adicción descarta la relación». La adicción hace imposible el amor. A los adictos tan solo les preocupa una cosa: encontrar y consumir su droga, sea alcohol, cocaína, heroína, sexo o una compra compulsiva. La adicción es, por lo tanto, tanto una causa como una consecuencia de la falta de amor generalizada. Para el toxicómano, solo las drogas son sagradas. Las relaciones íntimas y amorosas quedan aniquiladas por su insaciable búsqueda de satisfacción. La clave de esta búsqueda interminable es la codicia: el deseo se produce continuamente y nunca puede ser satisfecho del todo.
Los estragos de la adicción son, desde luego, más notorios en la vida de los pobres y los desposeídos, ya que, para ocultar su estado o acceder a programas de tratamiento, no tienen los medios que sí están al alcance de los adictos más adinerados. Cuando el caso de O. J. Simpson saltó a los medios de todo el país, se dijo muy poco sobre el papel que desempeñaba el abuso de drogas en la generación de un distanciamiento emocional en una familia que era ya disfuncional. Se hizo mucho hincapié en la violencia doméstica, algo que todo el mundo condena por ser inaceptable, pero no se mencionaron las drogas. No se consideró que era uno de los factores que más contribuyeron a destruir las condiciones necesarias para una interacción emocional positiva.
Por ejemplo, nadie pudo hablar con compasión (es decir, sin atribuir toda la culpa a la víctima) sobre el hecho de que tal vez Nicole Simpson se había propuesto permanecer con sus hijos en un entorno peligroso y potencialmente peligroso porque no estaba dispuesta a renunciar a un estilo de vida superficial y brillante entre gente rica y famosa. Entre bastidores, cuando no temen ser consideradas políticamente incorrectas, las mujeres ligadas a hombres ricos, poderosos y violentos hablan de su adicción al poder y a la riqueza. Muchas veces, las personas, cualquiera que sea su sexo, deciden permanecer en relaciones disfuncionales y carentes de amor por pura conveniencia.
La codicia empuja a los individuos a ponerse en situaciones peligrosas y, a veces, hasta mortales. Las prisiones estadounidenses están llenas de sujetos cuyos crímenes fueron provocados por la codicia, sobre todo por el afán de dinero. Aun cuando la avaricia fuera la respuesta natural de quienes han asumido plenamente los valores del consumismo, nos vemos obligados a definir como aberrante el comportamiento de quienes hacen daño a otras personas por el afán de riqueza. Todos nos inclinamos a pensar que esos individuos son diferentes a nosotros, pero según los estudios son muchas las personas que están dispuestas a mentir por dinero. La mayoría de ellas no puede resistir el ansia de consumir ad libitum o de ganar dinero por cualquier medio. En los últimos años se han concedido exenciones fiscales a los juegos de azar, tanto en lotería como en los casinos, lo cual ha hecho aún más evidente que el deseo de dinero puede ser adictivo. Sin embargo, el hecho de que los trabajadores de clase media y media baja se jueguen un salario ganado con mucho esfuerzo con la esperanza de hacerse ricos no es noticia. Muchos de estos ciudadanos mienten y engañan a sus familias para no abandonar el hábito del juego. No serán arrestados ni irán a la cárcel, pero su comportamiento disfuncional socava la confianza y la armonía de la familia. Tienen más en común con los prisioneros que lo han arriesgado todo con la esperanza de obtener dinero fácil que con las personas de su familia que estiman que el afecto y los lazos sentimentales son mucho más importantes que el deseo de éxito material.
En el libro Las siete leyes del dinero, Michael Phillips señala que la mayoría de los presos que conoció en la cárcel y que habían sido condenados por haber robado para «enriquecerse rápido» eran personas inteligentes y activas que podrían haber logrado el bienestar económico trabajando; pero les habría llevado tiempo. El deseo de riqueza combinado con el deseo de satisfacción inmediata revela que este materialismo se ha convertido en una forma de adicción. La necesidad de gratificación instantánea es un componente de la codicia.