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Capítulo 4 – Parte 2

Todo sobre el Amor

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Capítulo 4 – Parte 2

Capítulo 4 - Parte 2

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Compromiso: para amar es preciso amarse a uno mismo

Cuanto más nos aceptamos a nosotros mismos, más dispuestos estamos a asumir la responsabilidad en todas las áreas de nuestra vida. Para Branden, el sentido de la responsabilidad se define como la voluntad de «asumir la responsabilidad de mis acciones y el logro de mis objetivos, [es decir, la responsabilidad] de mi vida y bienestar». Asumir la responsabilidad no significa negar que existen injusticias institucionalizadas que se manifiestan en forma de racismo, sexismo y homofobia, actitudes todas ellas que crean barreras y discriminación. La mera asunción de responsabilidad no significa que se puedan prevenir los actos de discriminación; sin embargo, se puede optar por reaccionar ante la injusticia. Asumir la responsabilidad significa enfrentarse a los obstáculos, inventar la propia vida y forjar el propio destino para alcanzar el mayor grado posible de bienestar. Si ponemos en práctica cada día este nuevo enfoque de la vida, nos resultará más sencillo afrontar realidades que no son fáciles de cambiar.

Muchas mujeres, cuando deciden reanudar sus estudios para mejorar su educación, no reciben el apoyo de su marido. La mayoría de las mujeres que se han encontrado en esa situación no han abandonado a su esposo, sino que se han esforzado en poner en práctica estrategias de resistencia constructivas. Una de las mujeres con las que hablé no sabía cómo hacerlo porque su marido era un simple obrero y le resultaba incómodo tener más estudios que él, pero quería volver al mundo laboral y para conseguirlo necesitaba un título. Así que decidió responsabilizarse de sus propias necesidades y deseos, porque estaba convencida de que al hacerlo contribuiría a aumentar el bienestar de su familia. El regreso al trabajo le insufló una gran autoestima y la curó de la ira y la depresión, de la actitud pasiva y agresiva que había desarrollado como resultado del aislamiento y de una vida monótona. Sin embargo, no fue fácil para ella tomar esa decisión ni encontrar la manera de llevarla a la práctica. Cuando se vieron obligados a valerse por sí mismos y a ocuparse de las tareas domésticas, su marido y sus hijos se quejaron, pero a la larga aquella elección fue buena para todos. Por supuesto tales cambios aumentaron la autoestima de aquella mujer y le mostraron que el resto de la familia también se beneficiaba del hecho de que ella se hiciera cargo de su vida, porque era más feliz y también lo eran los que la rodeaban.

Para poner en práctica estos cambios tuvo que aprovechar otro aspecto esencial de la autoestima, la «afirmación de uno mismo», que Branden define como «la voluntad de defenderme, de ser abiertamente quien soy, de tratarme con respeto en todas las interacciones con otros seres humanos». Los que han sufrido humillaciones en la familia o en la escuela cuando eran pequeños, a menudo, para evitar conflictos, siguen las lecciones aprendidas y se adaptan a todo sin crear problemas. En la infancia, los momentos de conflicto eran muchas veces los momentos en los que experimentábamos la mortificación y la humillación, en los que pasábamos más vergüenza. Entonces, los intentos de autoafirmación demostraron ser una defensa ineficaz, y muchos aprendimos así que la pasividad reduce el riesgo de agresión.

El proceso de adaptación a una sociedad sexista enseña a las mujeres que la autoafirmación es un peligro para la feminidad. La aceptación de esta lógica errónea sienta las bases de una autoestima insuficiente. El miedo a tener confianza en sí mismas suele surgir en las mujeres que han sido educadas para comportarse como buenas chicas e hijas respetuosas. En mi familia, a mi hermano nunca lo castigaban por responder en mal tono. El hecho de que manifestara sus opiniones era un signo positivo de virilidad. Cuando mis hermanas y yo expresamos nuestros pareceres, en cambio, los adultos nos indicaban que nuestro comportamiento no era correcto y que debíamos evitarlo a toda costa. Nos dijeron, sobre todo mi padre, que tener demasiada seguridad no era femenino. Pero nosotras no le hicimos caso. Aunque nuestra familia era una familia patriarcal, el hecho de que las hembras superáramos en número a los dos varones —mi padre y mi hermano—, nos permitió hablar libremente y responder. Por fortuna, cuando dejamos atrás la adolescencia surgió el movimiento feminista, que confirmó la importancia de hacerse valer como persona y de hacer oír la propia voz como elementos esenciales para construir la autoestima.

Una de las razones por las que el chismorreo es tradicionalmente más femenino que masculino es que siempre ha constituido una interacción social en la que las mujeres se sienten cómodas y pueden expresar lo que realmente piensan y sienten. Muchas veces, en lugar de decir claramente lo que piensan en el momento adecuado, las mujeres dicen lo que creen que puede complacer al oyente. Y luego, charlando en la intimidad, expresan lo que piensan de verdad. Si se cultiva bien la autoestima, esta separación entre un falso yo, inventado para complacer a los demás, y un yo más auténtico deja de ser necesaria.

El movimiento feminista ha ayudado a las mujeres a ser conscientes del poder personal que pueden obtener con la afirmación de sí mismas. En la Revolución desde dentro, Gloria Steinem advertía a las mujeres sobre el riesgo de alcanzar el éxito sin crear primero una base sólida de amor propio y autoestima. Ella misma había observado que las mujeres de éxito que todavía albergaban un profundo odio hacia sí mismas terminaban invariablemente estropeando los resultados obtenidos por sí solas. Y, si no expresaban su malestar abiertamente, no había que descartar que llevaran una vida de desesperación en el ámbito privado, incapaces de admitir ni ante sí mismas que en realidad el éxito no puede recomponer una autoestima dañada. Para complicar aún más las cosas, una mujer puede sentir la necesidad de fingir una autoaceptación que no siente, de hacer alarde ante el mundo de su propia seguridad y poder, y, como consecuencia de ello, experimenta un conflicto lacerante, además de sentirse desconectada de lo que es su verdadera naturaleza. Mortificada por el sentimiento de que nunca podrá revelar a nadie quién es realmente, puede elegir el aislamiento y la soledad por miedo a ser desenmascarada.

Lo mismo sucede con los hombres. Cuando un hombre de éxito alcanza la cima de su carrera, a menudo pone en peligro todo aquello por lo que ha trabajado al adoptar un comportamiento autodestructivo, sin importar si se encuentra en la base del poder económico nacional o si ha escalado hasta alcanzar su punto más elevado. Un ejemplo de ello es el presidente Clinton, cuya conducta engañosa traicionó tanto el compromiso con su familia como su responsabilidad política y moral con el pueblo estadounidense. Y lo hizo cuando su popularidad estaba en su apogeo, después de haber pasado buena parte de su vida superando todo tipo de dificultades. Su comportamiento revela una profunda quiebra en la autoestima. Aunque es un hombre blanco y rico, que ha asistido a las mejores escuelas y disfruta de todos los privilegios del puesto que ocupa, sus acciones irresponsables lo han dejado expuesto, mostrando así al mundo que no era realmente el «buen tipo» que pretendía ser. Él mismo creó la situación adecuada para escenificar una humillación pública que ciertamente refleja los momentos humillantes de su infancia, cuando alguna figura de autoridad debió de hacerle creer que no valía nada, que nunca podría tener valor lo que él hiciera. Cualquier persona con baja autoestima puede aprender algo de este ejemplo. Si logramos el éxito sin antes examinar y cambiar los inestables cimientos de nuestra autoestima, que descansan sobre una base de desprecio y odio, en algún momento del camino tropezaremos y nos caeremos.

No es fruto del azar que el sexto elemento de la autoestima sea «dar un propósito a la vida». Según Branden, esto significa asumir la responsabilidad de crear objetivos de forma consciente, identificar las acciones necesarias para alcanzarlos, adaptar el comportamiento a ellos y evaluar los resultados de las acciones realizadas para ver si realmente conducen a donde uno quiere ir. Normalmente nos preocupamos por el propósito de nuestra vida cuando tenemos que elegir un trabajo. Por desgracia, en este campo, los que trabajan sienten que tienen muy poca libertad de elección, y son muy pocos los que se percatan de que la elección de empleo puede afectar a la autoestima.

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