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Capítulo 11 – Parte 1

Todo sobre el Amor

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Capítulo 11 – Parte 1

Capítulo 11 - Parte 1

Transcripción

Duelo: amarse en la vida y en la muerte

Tenemos que grabarnos en la mente que las amistades no terminan, que hay una comunión entre todas las personas, vivas y muertas, que han amado sinceramente a Dios y se han amado unas a otras. Sabemos por experiencia cuán cierto es esto. Aquellos a los que hemos amado profundamente viven en nosotros, no solo como recuerdos sino como verdaderas presencias.

HENRI NOUWEN

El amor nos hace sentir más vivos. La vida sin amor nos hace pensar que también podríamos estar muertos, porque sin amor todo en nosotros es inmovilidad y silencio. Nada nos afecta. El concepto psicoanalítico de «muerte del alma» describe bien ese estado de muerte en vida, valiéndose de una sentencia bíblica según la cual «el que no conoce el amor está inmóvil en la muerte». Toda cultura fundada en la dominación coquetea con la muerte. De ahí la irresistible fascinación que ejerce la violencia, la errónea creencia de que es natural que el fuerte saquee al débil, que el más poderoso se aproveche del impotente. En nuestra sociedad, el culto a la muerte está tan profundamente arraigado que es un obstáculo para el amor. En su lecho de muerte, Erich Fromm le preguntó a un amigo muy querido por qué preferimos el amor a la muerte antes que el amor a la vida, por qué «la raza humana prefiere la necrofilia a la biofilia». Viniendo de Fromm era una pregunta puramente retórica, ya que él mismo se había dedicado a explicar la incapacidad de nuestra cultura para aceptar plenamente algo tan sencillo como que el amor da sentido a la vida.

A diferencia del amor, la muerte tarde o temprano nos toca a todos. Cada uno de nosotros llegará a ser, inevitablemente, testigo de la muerte de alguna persona o de su propia muerte, cuando menos en los pocos segundos en que la vida se desvanece. No estamos acostumbrados a quejarnos abierta y públicamente de una vida sin amor. En cambio, vivimos con una tremenda angustia y con un miedo enorme la inevitabilidad de la muerte. No podemos excluir tampoco que el culto a la muerte, evidenciado en las imágenes que se difunden a diario en televisión, sea un intento de silenciar ese miedo, de superarlo, de tranquilizarnos. Thomas Merton escribe sobre el significado de la muerte en la cultura contemporánea:

El psicoanálisis nos ha enseñado algo sobre el deseo de muerte que impregna el mundo moderno. Hemos descubierto que nuestra sociedad del bienestar es adicta al amor a la muerte. […] En una sociedad así, por muchas declaraciones oficiales que se hagan sobre los valores humanos, cada vez que se puede elegir entre lo que está vivo y lo que está muerto, entre el hombre y el dinero, o el hombre y el poder, o el hombre y las bombas, la elección recae siempre en la muerte, porque la muerte es el fin, o el propósito, de la vida.

Así pues, la obsesión por la muerte que caracteriza a nuestra civilización consume energías que podrían dedicarse al arte del amor.

El culto a la muerte es un componente central del pensamiento patriarcal, independientemente de quién —hombres o mujeres— lo exprese. Algunos teólogos ven el fracaso de la religión como una de las razones por las que nuestra cultura continúa poniendo la muerte en su centro. Tal y como explica Matthew Fox en La bendición original: «La civilización occidental ha preferido el amor a la muerte antes que el amor a la vida en la misma medida en que sus tradiciones religiosas han preferido la redención a la creación, el pecado al éxtasis y la introspección individual a la conciencia y la comprensión cósmicas». Fueron sobre todo las perspectivas patriarcales las que dieron forma a la enseñanza y la práctica de la religión. En los últimos años ha habido un cambio en estas enseñanzas en pro de una espiritualidad enraizada en la creación y que afirma la vida. Fox lo llama «la vía positiva»: «Si no tenemos un conocimiento sólido de los poderes de la creación, nos convertiremos en individuos aburridos y violentos. Seremos necrófilos enamorados de la muerte y de su poder». Solo podemos abandonar el culto a la muerte desafiando al patriarcado, creando paz, trabajando por la justicia y adoptando una ética de amor.

Irónicamente, el culto a la muerte como estrategia para enfrentarnos al miedo inconfesado a sus poderes, en lugar de proporcionarnos un alivio genuino, genera en nosotros una profunda angustia. Cuanto más nos exponemos al espectáculo de las muertes sin sentido, la violencia gratuita y la crueldad, más asustados estamos en nuestra vida diaria. No podemos recibir a los extraños con amor, porque les tenemos miedo. Creemos que son mensajeros de la muerte que quieren quitarnos la vida. Este miedo irracional es una manifestación de locura, siempre que entendamos por locura la pérdida de contacto con la realidad. Aunque es más probable que sea alguien que conocemos, y no un extraño, quien nos haga daño, tenemos miedo a lo desconocido, a todo lo que no nos es familiar. Este miedo trae consigo una fuerte paranoia y una preocupación obsesiva por la seguridad. En Estados Unidos, por ejemplo, los barrios «protegidos» por vallas, verjas o muros están en alza. A pesar de la presencia de guardias armados en la entrada, las casas están blindadas y equipadas con complicados sistemas de alarma. Los estadounidenses gastan más de treinta mil millones de dólares al año en seguridad. Un día estaba alojada en casa de unos amigos que vivían en uno de esos vecindarios, y quise saber si todos aquellos dispositivos los utilizaban para defenderse de un peligro real. Su respuesta fue «no exactamente», porque es el miedo al peligro, más que el peligro real, lo que genera esa obsesión rayana en la locura.

Esta locura es ahora un fenómeno social: todos podríamos contar infinidad de historias sobre cómo está presente en el día a día de cada uno. Un hombre blanco adulto, por ejemplo, oye sonar el timbre y, al abrir la puerta, se encuentra con un joven asiático. Por parte del desconocido, que simplemente se ha perdido y busca la dirección correcta, no ha habido ningún gesto de agresión u hostilidad, pero el hombre blanco, convencido de que está protegiendo su vida y lo que es suyo, le mata de un disparo. Este es un ejemplo extraído de la vida cotidiana. Aquí la verdadera amenaza está en el propietario de la casa, cuyas arraigadas ideas sobre la supremacía de la raza blanca, el capitalismo y el patriarcado no le permiten reaccionar de forma racional.

La supremacía blanca le enseñó que todos los negros o asiáticos constituyen una amenaza, independientemente de su comportamiento. El capitalismo le ha enseñado que su propiedad puede y debe ser protegida a toda costa. El patriarcado le ha enseñado que debe demostrar su virilidad venciendo el miedo con agresividad, que sería poco masculino hacer preguntas antes de pasar a la acción. Posteriormente, los medios de comunicación informaron de la noticia con ligereza, hablando en tono distendido y casi satisfecho, como si no hubiera ocurrido ninguna tragedia, como si el sacrificio de una vida joven fuera necesario para defender el valor de la propiedad y el honor patriarcal de los blancos. Se anima a los espectadores a sentir simpatía por el hombre adulto y blanco, porque a fin de cuentas solo había cometido un error. Nada se dice del hecho de que ese error haya causado la muerte de un joven inocente; la historia se cuenta de manera que los espectadores puedan identificarse con la persona que cometió un error haciendo lo que todos nosotros haríamos para «proteger nuestra propiedad de una posible amenaza». Así es como se presenta en los medios el culto a la muerte.

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