Todo sobre el Amor
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Capítulo 10 – Parte 4
Capítulo 10 - Parte 4
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Amor romántico: el dulce amor
El amor verdadero es algo distinto. Cuando aparece, uno se siente en contacto con la identidad más íntima del otro. Implicarse en una relación así es aterrador, porque eres consciente de que ya no puedes esconderte. La otra persona nos conoce. Cuanto más nos desafía este amor a crecer y cambiar, más completa es la felicidad que sentimos. Como dice Eric Butterworth:
El amor verdadero es una especie de intuición que nos permite ver a una persona en su totalidad —aceptando sin reservas la forma en que se presenta—, sin engañarnos sobre sus cualidades potenciales y las que muestra realmente. El verdadero amor acepta al otro tal como es en esos momentos, sin condiciones, pero con el compromiso firme y sincero de ayudarle a alcanzar sus objetivos de realización personal, que el amante percibe a veces mejor que la persona amada.
Todos sabemos que amar significa simplemente aceptar al otro tal como es. ¿Quién no ha aprendido que no se puede cambiar al otro, que no podemos convertirlo en el objeto de amor ideal que nos gustaría que fuera? Sin embargo, cuando tomamos el camino del verdadero amor, nos comprometemos a dejarnos transformar, a dejar que la persona a la que queremos nos cambie para poder realizarnos más plenamente. Se trata de una decisión que nos pone en la senda del cambio, que se adopta por mutuo acuerdo. En todos los discursos que he escuchado sobre el tema, el punto de vista más compartido es que el verdadero amor es «incondicional». No cabe duda de que lo es, pero para que florezca de verdad es preciso que nos impliquemos continuamente en el cambio y que luchemos de un modo constructivo.
La esencia vital del verdadero amor es la voluntad de reflexionar sobre los propios actos, para luego procesar esas reflexiones y comunicarlas a la persona amada. En palabras de Welwood: «Cuando dos seres tienen una relación que involucra a su alma, quieren establecer un diálogo completo y libre y sentirse cuanto puedan en profunda comunión con el otro». En la base de un diálogo profundo siempre hay honestidad y franqueza. No hay demasiadas personas que se hayan criado en una familia donde los padres se quieren profundamente y tienen un diálogo auténtico. Ni siquiera lo vemos en la televisión o en el cine. ¿Y cómo te comunicas con un hombre al que se le ha dicho toda la vida que no debe expresar lo que siente? Los hombres que quieren amar, y no saben cómo hacerlo, deben primero encontrar su propia voz, aprender a dejar hablar a su corazón…, y luego aprender a decir la verdad. Decidir ser plenamente sincero, mostrarse sin máscaras, es arriesgado. La experiencia del verdadero amor nos da valor para asumir riesgos.
Mientras tengamos miedo al riesgo, no podremos conocer el amor. De ahí el dicho: «Amar significa dejar de tener miedo». A lo largo de la vida, nuestro corazón conecta con un montón de personas, pero la mayoría de nosotros morirá sin haber vivido nunca la experiencia del verdadero amor. No hay nada trágico en ello, pues la mayoría de la gente huye cuando el amor les llega. Como el amor arroja luz sobre aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos gustaría negar o esconder, permitiéndonos ver con claridad y sin vergüenza quiénes somos realmente, no sorprende que muchas personas que dicen querer conocer el amor miren hacia otro lado cuando este se les presenta.
Por mucho que nuestra mente y nuestro corazón traten de huir de él, por muy tercamente que nos neguemos a creer en su magia, lo cierto es que el amor verdadero existe. Todo el mundo lo quiere, incluso aquellos que dicen haber perdido la esperanza. Sin embargo, no todos están preparados. El verdadero amor aparece solo cuando tenemos bien dispuesto el corazón. Hace unos años, en el curso de mi enfermedad, tuve que hacer frente a uno de esos momentos terroríficos en los que el médico te dice que si las pruebas dan positivo, no te queda mucho tiempo de vida. Al oír aquellas palabras, me quedé pensativa y dije para mis adentros: «No puedo morir porque no estoy preparada, aún no he conocido el amor verdadero». Fue entonces cuando decidí abrir mi corazón. Estaba lista para recibir amor. Y, efectivamente, el amor no se hizo esperar.
No fue una relación para toda la vida, y eso me costó bastante de aceptar. El sentimentalismo barato del que está impregnada toda nuestra cultura nos dice que el amor verdadero, una vez encontrado, está destinado a no terminar nunca. Pero las relaciones solo duran si los dos miembros de la pareja mantienen su compromiso con el amor. No todos pueden soportar la carga que implica el amor verdadero. Los que han sido heridos en el corazón lo evitan a todo costa porque no quieren asumir la tarea de autocuidado que es imprescindible para mantenerlo vivo y nutrirlo. Los hombres, mucho más que las mujeres, huyen del verdadero amor y escogen relaciones de las que pueden retraerse emocionalmente, si así lo desean, mientras siguen recibiendo el amor de su pareja. En el fondo, prefieren el poder antes que el amor. Para conocer y preservar el amor verdadero debemos estar dispuestos a renunciar a la voluntad de poder.
Cuando uno ha conocido el amor de verdad, su poder transformador se mantiene incluso cuando ya no está acompañado de la persona con la que ha experimentado un crecimiento y una profunda preocupación por el otro. Thomas Merton sostiene que «en el amor descubrimos nuestro verdadero ser». Muchos de nosotros no estamos preparados para aceptar nuestra auténtica naturaleza, especialmente cuando vivirla con integridad implica distanciarnos de los mundos que conocemos. Puede suceder que, al someternos a un proceso de autocuración, durante algún tiempo nos sintamos más solos. Pero, como dice Maya Angelou a propósito de la elección de la soledad frente a la compañía de alguien que no nos enriquece el alma: «En Babilonia uno nunca está solo». El miedo a afrontar el verdadero amor puede hacer que algunos de nosotros mantengamos relaciones insatisfactorias. Ahí no estamos solos, no corremos riesgos.
Amar completa y profundamente significa exponerse al riesgo. Cuando amamos, sufrimos una transformación radical. Tal y como apunta Merton:
El amor no solo influye en nuestra forma de pensar y actuar con los que amamos, sino que transforma toda nuestra vida. El amor auténtico es una revolución personal. El amor se apodera de tus ideas, tus deseos y tus acciones, y los suelda en una experiencia y una realidad de la vida que te convierte en una nueva persona.
A menudo estamos huyendo de esta «nueva persona». En el libro Ilusiones, de carácter autobiográfico, Richard Bach cuenta cómo escapó del amor y luego volvió a él. Para restaurar el amor en su vida, tuvo que asumir que era preciso sacrificarse y rendirse, abandonar la fantasiosa idea de no tener grandes necesidades emocionales y admitir la necesidad de amar y ser amado. Es necesario sacrificar nuestro viejo yo para dejarnos transformar por el amor y entregarnos a la fuerza del nuevo.
El amor en el marco de una relación sentimental nos ofrece la oportunidad única de transformarnos a nosotros mismos en un ambiente acogedor y festivo. Si no nos «enamoramos», podremos reconocer ese momento de misteriosa conexión entre nuestra alma y la de nuestra pareja como el intento del amor de hacernos volver a nuestro verdadero yo. La conexión intensa con un alma nos hace audaces y valientes. Si utilizamos esa voluntad de unión y conexión como un medio para optar por el amor y comprometernos con él, seremos capaces de amar de manera auténtica y profunda, de dar y recibir un amor duradero, un amor «más fuerte que la muerte».