Texto – 23. Introducción
No hay nada a tu alrededor que no forme parte de ti. Contémplalo amorosamente y ve la luz del Cielo en ello. Pues así es como llegarás a comprender todo lo que se te ha dado.
No hay nada a tu alrededor que no forme parte de ti. Contémplalo amorosamente y ve la luz del Cielo en ello. Pues así es como llegarás a comprender todo lo que se te ha dado.
¡Oh, Padre, mi Nombre todavía te es conocido! Yo lo he olvidado, y no sé adónde me dirijo, Quién soy ni qué es lo que debo hacer. Recuérdamelo ahora, Padre, pues estoy cansado del mundo que veo. Revélame lo que deseas que vea en su lugar.
Cuando se ha elegido la libertad del cuerpo, la mente se usa como un medio cuyo valor reside en su habilidad de ingeniar medios para alcanzarla. Pero dado que liberar al cuerpo no tiene sentido, la mente se ha puesto al servicio de las ilusiones.
Padre nuestro, que contemplemos la faz de Cristo en lugar de nuestros errores. Pues nosotros que somos Tu santo Hijo somos incapaces de pecar. Queremos contemplar nuestra inocencia, pues la culpa proclama que no somos Tu Hijo.
En realidad, tu hermano y tú estáis unidos y no hay nada que se interponga entre vosotros. Puesto que Dios os lleva de la mano, ¿qué podría separar lo que Él ha unido Consigo Mismo como un solo Ser?
Padre, no tenemos en nuestros labios ni en nuestras mentes otras palabras que Tu Nombre, cuando acudimos en silencio ante Tu Presencia, pidiendo descansar Contigo por un rato en paz.
A todos aquellos que comparten el Amor de Dios se les concede la gracia de ser los dadores de lo que han recibido. Y así aprenden que es suyo para siempre. Todas las barreras desaparecen ante su llegada, de la misma manera en que cada obstáculo que antes parecía bloquear su camino quedó finalmente superado.
Padre, hoy vengo a Ti en busca de la paz que sólo Tú puedes dar. Vengo en silencio. Y en la quietud de mi corazón—en lo más recóndito de mi mente—espero y estoy a la escucha de Tu Voz. Padre mío, háblame hoy. Vengo con certeza y con amor a oír Tu Voz en silencio, seguro de que oirás mi llamada y que me responderás.
El perdón reconoce que lo que pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca ocurrió. El perdón no perdona pecados, otorgándoles así realidad. Sencillamente ve que no se cometió pecado alguno. Y desde este punto de vista todos tus pecados quedan perdonados.
Las lecciones que aún nos quedan por hacer no son más que introducciones a los períodos en que abandonamos el mundo del dolor y nos adentramos en la paz.
La razón puede reconocer la diferencia entre el pecado y el error porque desea la corrección. Te dice, por lo tanto, que lo que pensabas que era incorregible puede ser corregido y que, por consiguiente, tuvo que haber sido un error. La oposición del ego a la corrección conduce a su creencia fija en el pecado y a desentenderse de los errores.
Que no me desvíe del camino de la paz, pues ando perdido por cualquier otro sendero que no sea ése. Mas si sigo a Aquel que me conduce a mi hogar, la paz será tan segura como el Amor de Dios. No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó.